Santiago Masarnau (sobre las causas de las que depende la visita domiciliaria)

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JUNTA GENERAL CELEBRADA EN MADRID EL DÍA 8 DE DICIEMBRE DE 1866.

A continuación, el Sr. Presidente del Consejo superior, obtenida la venia del Excmo. e Ilmo. Sr. Nuncio, pasó a leer lo siguiente.

Excmo. Sr.: Favorecidos con la presencia de V. E., que agradecemos de todo corazón, y previa su venia, vamos a dar lectura a un breve discurso que hemos preparado sobre la visita a domicilio.

Después de haber manifestado las ventajas que la visita a domicilio lleva a las obras especiales de nuestra humilde Sociedad, como se procuró hacer en el discurso leído en la Junta general de 15 de abril del presente año, falta ahora, en nuestro concepto, llamar la1 atención particularmente sobre la visita misma, las condiciones que más influyen en los grandes resultados que de ella se pueden esperar, y las verdaderas causas de que no produzca muchas veces esos mismos resultados.

Por otra parte, el estudio de la correspondencia nos obliga a hablar de este punto, cuyo gran interés se oculta tal vez a los socios en general, que no ven la Sociedad más que desde el puesto que ocupan en la Conferencia a que asisten, pero que seguramente reconocerían todos si la viesen bajo el punto de vista que la ve el Consejo superior.

La visita no siempre produce los efectos deseados; y es fácil atribuir su poco resultado a lo que no influye tanto en él, como en otras cosas que no se reparan, y que son, sin embargo, las verdaderas causas,

Es muy común quejarse de la inconstancia de los socios, de su habitual distracción, de su falta de celo, achacando a esos defectos el de los buenos resultados de la visita. Pero ¿en qué consiste que estos resultados darían tanto en unas Conferencias respecto de otras que funcionan en el mismo país, y muchas veces hasta en el mismo pueblo?

¿Cómo es que en unas se proporciona trabajo a los pobres adoptados, se les saca de grandes apuros, se les ayuda a educar a sus hijos, y lo que es más, se logran conversiones edificantes, mientras que en otras permanecen las familias adoptadas en él mismo estado material y moral, por espacio de meses y aun de años?

Por ventura ¿es posible que los socios de una Conferencia estén dotados de virtudes particulares, o exentos de las flaquezas comunes por pertenecer a ella, y que los de otra, establecida tal vez a su mismo lado, carezcan de aquellas virtudes o abunden en las debilidades opuestas? No, esto no puede ser; y hay por lo tanto que investigar las verdaderas causas de tan notables diferencias en los resultados de la visita, de otro modo, esto es, con mayor observación.

Materia es esta que nos ha ocupado particularmente, y a cuyo estudio hemos dedicado el esmero posible por espacio de mucho tiempo.

De tres causas diferentes creemos haber descubierto que depende el que la visita produzca los mejores resultados, presupuesta la buena voluntad de los visitadores, de la cual no debemos dudar. Estas son: la adopción, o más bien la manera de adoptar las familias,: el modo de visitarlas y la suspensión de la visita. Vamos por lo tanto a exponer sencillamente lo que nos ha sugerido la observación sobre esos tres puntos.

La manera de adoptar las familias, o sea el modo en que se suelen adoptar más comúnmente, no nos parece acertado. Procuran las Conferencias adoptar las familias que los socios las recomiendan; pero los socios creen que están obligados a recomendar a la Conferencia cuantas necesidades llegan a su noticia, y en esto, como en todo, hay que estar constantemente en guardia, para no dejarse engañar por el amor propio disfrazado de caridad. No solo las necesidades que conocen por sí, sino las que acuden en busca de alivio a todos sus amigos, suelen recomendar los socios a la Conferencia para su adopción; y resulta necesariamente que la Conferencia, por numerosa que sea, carece del personal suficiente para visitar con fruto a tantas familias como se la obliga a adoptar; y de aquí las consecuencias fáciles de proveer, la falta de atención y de detención suficientes en la visita, el disgusto consiguiente a hacerla mal y a no poderla hacer de otro modo, la desanimación, etc.

Observemos que la mayor parte de las recomendaciones que se nos hacen, no tienen otro objeto que el de proporcionar socorro material a la familia recomendada, y que cuando se ve que nuestro socorro material no es lo que se creía equivocadamente, lejos de agradecer a la Conferencia el esfuerzo que tal vez ha hecho para adoptar una familia más, se la moteja de mezquina o inútil, etc.

Esto prueba que los que recomiendan conocen poco la Sociedad, y al acceder a sus recomendaciones, se les mantiene en los errores en que están imbuidos respecto a nosotros, lejos de sacarlos de ellos.

Si en la adopción de familias se guardasen ciertas precauciones, que el estudio de nuestro Reglamento enseña y la experiencia confirma admirablemente, es indudable que se evitarían muchos y graves inconvenientes, asegurando además, en lo posible, el buen resultado de la visita. Así, por ejemplo, ¿es justo que las recomendaciones se atiendan indistintamente, sin mirar, y mirar bien, de qué personas proceden? ¿Es justo, ni aun razonable, que una persona opulenta, y que nada da, se valga de la Sociedad para que socorra a familias que debiera ella socorrer? ¿Es justo que un socio o una persona a la cual debe la Sociedad favores, recomiende a una familia, y no se la pueda atender por estar la Conferencia a que pertenece sobrecargada de familias, que se recomendaron en su día por personas indiferentes o enemigas de la Sociedad?

Pues todo esto está sucediendo con frecuencia, y todo se evitaría si se distinguiesen convenientemente las personas que recomiendan al tratarse de la adopción, para atender o no a las recomendaciones. Por regla general, las de los Sres. miembros de honor debieran preferirse a todas; después las de los socios activos, aspirantes y honorarios; y por último, las de los suscriptores y bienhechores. Decimos por regla general, pues ya se sabe que pueden ocurrir casos extraordinarios, en los que convenga adoptar inmediatamente una familia, sea quien fuere el que la recomienda. Pero estos casos son raros. Si después de atender a todas las recomendaciones dichas, fallasen todavía familias, lo que debe ser muy raro, particularmente en las grandes poblaciones, bueno fuera atender también a las de personas extrañas a la Sociedad; pero después — nótese bien — después, y no antes, ni al mismo tiempo que se atiende a las de las que pertenecen a la Sociedad.

Y ¿qué se hace (tal vez se dirá) cuando una persona extraña a la Sociedad le ruega a un socio que recomiende a su Conferencia tal o cual familia, sumamente necesitada y digna? Se contesta sencillamente que la Conferencia tiene ya sus familias a que atender, y que una vez que la familia de que se trata es tan digna y se ve en tan grao apuro, lo mejor que puede hacer el que la recomienda, es socorrerla por sí mismo. Esta contestación puede hacer mucho bien al que la da y al que la recibe; porque el que la da ejerce la preciosa virtud de la humildad, y el que la recibe recuerda forzosamente la obligación en que está de socorrer al pobre, obligación que no tenía o no quería tener presente.

Después de distinguir bien las recomendaciones, conviene observar las circunstancias peculiares do las familias recomendadas; y esto puedo hacerse, o bien por medio de una pareja de socios activos que se dediquen a ello con afición e inteligencia, o bien por medio del Presidente mismo de la Conferencia, acompañado de cualquier socio. Se repara si el lugar en que vive la familia recomendada, o la compañía con que vive, podrán dificultar o impedir el buen efecto de la visita; se repara también si la ocupación o el modo de vivir que tienen permite que la visita se pueda hacer con fruto; en una palabra, se observa, no precisamente si hay mayor o menor necesidad (que es en lo que comúnmente se repara), sino todo lo que tenga relación con la mayor o menor probabilidad de que la visita podrá hacerse del modo necesario para que produzca los efectos que principalmente nos debemos proponer. Este examen dará a conocer si se deben o no adoptar las familias recomendadas» y hasta qué punto puede serles útil la visita.

Por último, adoptada la familia se debe encargar su visita, no a una pareja cualquiera de socios, sino a aquella que haya razones para creer que será la que pueda visitarla mejor. Al efecto es muy conveniente que el Presidente se encargue de su visita por espacio de algunas semanas, pues de ese modo conocerá fácilmente cuál es la pareja que podrá encargarse definitivamente de aquella visita, con esperanza más fundada de buen resultado.

Sobre el segundo punto, que hemos dicho ser el modo de visitar, hay que tener presente: l.° la gran conveniencia de no cambiar con facilidad los socios que visitan, pues nada se opone más al logro de la confianza que debemos granjearnos de nuestras familias adoptadas, que el advertir estas que los socios que las visitan dejan de hacerlo sin saber por qué y cuando menos se piensa, presentándose en su lugar otros desconocidos. Hay casos en que esto es inevitable, como cuando llega la estación en que la mayor parte de los socios pagan su tributo a la moda de viajar, ya voluntaria ya forzosamente, en casos de enfermedades, etc.; pero por lo común no se tiene el suficiente cuidado para no variar en lo posible los visitadores de las familias adoptadas, y de aquí muchas veces el que estas no se franqueen nunca con los socios, ni por consiguiente se obtenga en la visita resultado alguno de importancia moral.—2º. Hay socios más o menos negligentes, que hacen la visita de modo que no es posible que produzca resultado alguno. Los bonos que se les dan vuelven puntualmente al poder del tesorero, y prueban que han ido a visitar sus familias, pero nada más. Falla saber lo principal, esto es, si lo han hecho del modo debido, y corresponde al Presidente averiguarlo. Para eso es la visita de turno que recomienda el Reglamento y en ella puede el Presidente descubrir con prudencia, y aun necesidad de preguntarlo directamente, si la visita se hace o no como se debe hacer.—3.° Hay también socios naturalmente veleidosos, que nunca están contentos con las familias que tienen a su cuidado, y que para engañarse a sí mismos dicen, al parecer de muy buena fe: «Nada consigo con tal familia. ¿No sería mejor que la visitase otro?» Y el Presidente se la cambia con sobrada condescendencia. A estos conviene amonestarlos para que continúen visitando a las familias que visitan. Al reconocer que nada consiguen, muestran estar ya más próximos a conseguir, que uno nuevo que tiene que empezar por estudiar la familia, y que tal vez crea que consigne o va a conseguir mucho cuando más distante se encuentra de ello.,

Sobre el tercer punto, que hemos dicho ser la suspensión de la visita, también hay mucho que advertir. No basta para dejar de visitar a una familia el que la visita parezca inútil, pues puede suceder, y muchas veces ha sucedido, que cuando la visita parece más inútil, produzca de repente resultados inesperados y que compensan sobradamente lodo el trabajo que allí se ha empleado. Las familias que nosotros adoptamos se componen comúnmente de varias personas; y ya se sabe que en igualdad de circunstancias, preferimos para la adopción a las más numerosas. Ahora bien, ¿quién es capaz de calcular el efecto que nuestras visitas, nuestras palabras y nuestras exhortaciones pueden producir en todos los individuos de una familia que visitamos? ¿No es común que un hombre vicioso y desalmado esté unido a una mujer paciente y virtuosa; que padres honrados y morigerados tengan hijos perversos, y aun también lo contrario, esto es, que los tengan buenos y sumisos, siendo ellos depravados? Pues en todos estos casos hay que considerar que si abandonamos una familia dejando de visitarla, sea por lo que fuere, abandonamos a todos los individuos de que se compone, y tal vez el menor de ellos en apariencia estaba reportando mucho bien de nuestras visitas sin que nosotros mismos lo advirtiésemos.

Pero se cree a veces que convendrá dejar una familia para adoptar en su lugar otra más digna o más necesitada. Desconfiemos mucho de la conveniencia de estos cambios; porque ¿quién es capaz de medir con exactitud los grados de necesidad o de bondad de una familia que no se ha visitado todavía, para compararla con acierto a otra que se visita, y decidir cuál de las dos merece más, o necesita más la visita?

No, no conviene dejar con facilidad las familias adoptadas, excepto cuando no se puede evitar, como sucede en las estaciones en que los socios se ausentan; pero entonces la suspensión es solo temporal, y va mucha diferencia de esta suspensión a la definitiva. Es mejor concretarse a un número determinado de familias, el que permita el número de socios que las han de visitar y prescindir de las demás que se recomienden; pues de lo contrario nos espoliemos o no hacer nada por aparentar que hacemos mucho, que serían dos males a la vez.

Aquí volvemos naturalmente al primer punto, que es la adopción. Algunos extrañan y aun sienten que nuestra Sociedad no atienda inmediatamente a cuantas necesidades se la recomiendan, sin considerar que, según nuestra organización, esto será siempre de lodo punto imposible, hablando en general. Hay localidades en que escasean bastante tas familias pobres, particularmente en las estaciones de la recolección de frutos, y tienen que dedicarse las Conferencias a otras obras, como instrucción de niños, visita de hospitales, de cárceles, etc. Pero esto sucede solo en ciertas Conferencias rurales. La mayoría no puede-adoptar más que una parle más o menos limitada de las familias pobres de la localidad en que funcionan.

Decimos que nuestra organización nos obliga a ello; y en efecto, ¿cómo hemos de admitir en el concepto de socios a cuantos muestran deseo de ingresar en nuestras humildes filas? De hacerlo así, la Sociedad se convertirla muy pronto en otra cosa sumamente diferente de lo que es y de exigir, como se hace, que los que se admitan en su seno reúnan circunstancias que no son comunes, resulta necesariamente que el número de socios activos tiene que ser bastante limitado. El de los pobres, por el contrario, se aumenta todos los días, porque crecen las causas del pauperismo con la mal entendida civilización que de algunos años a esta parte tanto cunde en Europa. No es posible, por consiguiente, que estos dos números, el de socios activos y el de familias pobres, guarden entre sí la proporción necesaria para que se pudiesen adoptar todas. Y en esta imposibilidad, ¿qué hemos de hacer? Adoptar las que podamos, y llevar con paciencia la mortificación que padecemos al no poder adoptar más; sin hacer caso alguno de las interpretaciones que, en esto como en todo, puedan dar a nuestra conducta la ignorancia o la malicia.

Como para resumir todo lo dicho, convendrá fijarse bien en lo que resulta ser la base principal de la visita fructuosa, que es la humildad. Si esta virtud es necesaria para visitar, como generalmente se reconoce, no lo es menos para obtener de la visita los frutos que debemos esperar de ella; y a poco que se reflexione, se verá claramente que es así.

La humildad, esa incomparable virtud, de la cual estamos hablando siempre y que sin embargo practicamos tan poco, es bien seguro que si la tuviéramos en el corazón como la tenemos en los labios, nuestras visitas a los pobres darían un resultado muy diferente del que suelen dar por lo común. Pero parece imposible lo que nos sucede con esta preciosa virtud, y nada prueba mejor acaso nuestra flaqueza y miseria. Convenimos todos en la importancia, en la necesidad de ser humildes, y de serlo de veras; lo deseamos hasta con ardor; pero ¿lo somos en efecto? ¿Cómo es que todo lo que halaga directa o indirectamente nuestro amor propio, tiene para nosotros un atractivo irresistible, al paso que rechazamos casi instintivamente lo que nos humilla, de cualquier modo que sea?

«Queremos ser humildes de corazón, y la mera exposición de los actos mismos de nuestra Sociedad nos engríe, mirando con vana complacencia lo poco que hacemos, y olvidándonos de lo mucho que nos queda por hacer. Queremos ser humildes de corazón, y la menor muestra de desprecio de parte de cualquiera, y aunque sea uno de nuestros pobres más queridos, nos hiere. Queremos ser humildes de corazón, y hablamos y obramos precisamente como si quisiéramos todo lo contrario. ¿Cómo se explica esto? Y añadiremos: ¿cómo se corrige? que es lo que más nos importa.

Si las ocasiones preciosas que la infinita bondad de Dios nos depara con frecuencia de ejercitar la humildad, se aprovechasen bien; si las apreciásemos en su verdadero valor y las agradeciésemos como merecen serlo, ¡Qué diferente sería nuestra conducta en el trato del pobre, y aun en todo lo demás!

A mí me parece que siendo la humildad tan opuesta al natural del hombre, como vemos que lo es, para adquirirla y conservarla, para practicarla con constancia, se ha de necesitar de un esfuerzo no interrumpido, de una continua vigilancia, de un esmero de todos los instantes de la vida, y que por consiguiente a esto debemos atender, procurando acostumbrarnos a ello.

La visita de los pobres nos ofrece ocasiones frecuentes y preciosas de adquirir y ejercitar ese hábito. Unas veces nos reciben mal. Otras veces no hacen caso de nuestros consejos y amonestaciones. Otras veces nos engañan. Otras veces corresponden a nuestro cariño con una mala partida, etc. ¿Quién no ve aquí un vasto campo para practicar la santa humildad? ¿Y quién será, tan inconsiderado que advirtiendo el mucho fruto que de él puede reportar con el auxilio de la gracia, se atreva a quejarse de lo mismo que más debe excitar su gratitud y su amor, de lo que más le conviene, de lo que puede hacerle mayor bien?

Seamos, pues, humildes de corazón, y no nos contentemos con serlo de palabra. Consideremos el valor de esa gran virtud, sin la cual todas las demás dejan de serlo; de esa virtud que todo lo aprovecha, y hasta el pecado mismo, sacando bien del mal; de esa virtud que suele Dios premiar con el don de pureza; y no podremos menos de prendarnos de ella, y de desear vivamente que crezca en nosotros. Entonces aprovecharemos con particular esmero todo lo que directa o indirectamente pueda contribuir a ese santo objeto. Procuraremos adquirir la costumbre de rechazar en lodo y por lodo al maldito amor propio, y de abrazar constantemente lo que nos parezca que nos rebaja o humilla en cualquier sentido, como no sea pecando: y es indudable que reportaremos grandes frutos de la visita a los pobres, contribuyendo eficazmente a su salvación, y al mismo tiempo a la nuestra, que son los dos objetos principales de esta humilde Sociedad.

Señores: terminados hoy los santos ejercicios del retiro que empezamos el 29 del mes próximo pasado, no puedo menos de manifestar aquí, en nombre de todos los socios de Madrid, la más viva gratitud al dignísimo sacerdote de la Congregación de la Misión, el Sr. D. Ramón Sauz, que ha tenido la bondad de dirigirlos, prodigándonos las más preciosas instrucciones, admirablemente adaptadas a nosotros, todos los días por mañana y tarde; y al Sr. Rector del oratorio de S. Ignacio, que tan bondadosamente nos ha franqueado su iglesia para el objeto.

La concurrencia ha sido mayor que otros años. Es de esperar que siga aumentándose en los venideros, y que los socios todos acaben de convencerse de que los santos ejercicios del retiro anual nos son indispensables para el buen cumplimiento de nuestras reglas y prácticas y la conservación del verdadero espíritu de nuestra querida Sociedad.

 

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