Santiago Masarnau (sobre la santificación del Domingo)

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JUNTA GENERAL CELEBRADA EN MADRID EL DÍA 1 DE MAYO DE 1881, DOMINGO DEL BUEN PASTOR.

Obtenida la venia de S. E., uno de nuestros consocios leyó lo que sigue:

«Excmo. Señor:

Señores:

Amados hermanos en J. C.

La visita a los pobres es nuestra Obra principal, la que a todas suple, y por ninguna puede ser suplida; y es de notar que siendo la más fecunda en resultados, es a la vez la más fácil de practicar, porque todas las demás Obras llamadas especiales, como son la Escuela, el Patronato, la Cocina económica, el Círculo de Obreros, etc., es muy difícil que se sostengan y progresen, como no sea a fuerza de dinero, no habiendo socios profesos, esto es, socios que dejan el mundo para dedicarse completamente a la Sociedad, y en España hasta ahora no los hay. Los demás socios (los socios comunes), por buena voluntad que tengan, no pueden destinar a esas Obras las horas fijas que exigen; pero la visita se hace cuando se puede, y por muy ocupado que uno esté, siempre hallará algún rato para, visitar al pobre, que a todas horas está dispuesto a recibirnos. He dicho que es la Obra más fecunda en resultados, y acaso parezca a algunos que hay en esto exageración. Diré, pues, en que me fundo para opinar así.

La visita bien hecha, no sólo nos da a conocer el estado moral de la familia visitada, sino que repetida a un número considerable de familias, y por algunos años, nos descubre el verdadero estado moral de la ciudad en que visitamos, las llagas de la sociedad entera; y yo me propongo esta tarde poner el dedo, como suele decirse, en la principal, procurando darla bien a conocer, indicar algunas de sus causas, algunos de sus efectos y los medios que están a nuestro alcance, si no para curarla del todo, al menos para disminuir algún tanto el estrago que ocasiona.

Me refiero—ya se habrá ocurrido a algunos—a la profanación del domingo.

Tenemos un niño en la escuela que se aplica mucho. Es al mismo tiempo sumiso y obediente. Se lleva todos los premios, y terminada la instrucción que allí puede recibir, se trata de ponerle a oficio, buscar taller en que le permitan santificar el domingo es casi excusado, porque no los hay, o si hay alguno como por casualidad, es sumamente difícil de encontrar. ¿Qué resulta? Que empieza el niño a adelantar más o menos en su oficio; pero al mismo tiempo a atrasar en moralidad; y al cabo de algún tiempo, por más que le reprendamos y amonestemos, nadie diría que aquel joven ha sido un niño sumiso, aplicado y obediente. Va adquiriendo vicios, y cuando llega a ser hombre, está muy expuesto a cometer los mayores crímenes.

Lo mismo sucede con las niñas; pero ¿no sucede también hasta con los matrimonios mismos? ¡Cuántas veces vemos unirse dos pobres, que aunque lo sean, pueden muy bien, con su trabajo y algún pequeño auxilio, sostenerse en una vida regular, y que al cabo de algún tiempo empiezan por reñir con cualquier motivo, y acaban por odiarse y marcharse cada uno por su lado!

¿En qué consiste esta tendencia tan general a la corrupción y que tantos males está produciendo? ¿No es esto digno de examen? Pues bien, examinemos, observemos y descubriremos la causa.

Preguntaba un Sr. Párroco de Madrid a un joven que se iba a casar, si tenía la suficiente instrucción religiosa; y el joven le respondió.—«Nada, señor, nada absolutamente sé de religión; y es inútil que se me pregunte, porque ni una palabra podré contestar.- Pero hombre, le dice eI Sr. Cura, ¿no ha ido V. a la escuela?—«Sí, contestó; fui de niño, en efecto, y allí aprendí muy bien el Catecismo; pero hace más de diez años que estoy pesando y rotulando equipajes en el camino de hierro para ganarme la vida desde que amanece hasta que anochece, todos los días del año sin excepción de uno solo, y V. comprenderá que ni poco ni mucho puedo acordarme ahora de lo que de niño aprendí.

¡Cuántos miles de obreros podrán dar una respuesta análoga cuando se van a casar, a pesar de haber asistido de niños a buenas escuelas!

Una cosa análoga sucede con los jóvenes de familias más acomodadas, que siguen carreras. AI pasar a la segunda enseñanza, suelen saber muy bien el catecismo; pero al cabo de algunos años de manejar exclusivamente libros de Derecho, de Matemáticas o de Medicina, poco o nada se acuerdan de él, acabando por olvidarle completamente.

Consiste esto en que la instrucción religiosa, lo mismo que la científica, la literaria o cualquiera otra, necesita, después de adquirida, cultivarse algún tanto para no perderse; pues siendo la ignorancia el estado natural del hombre, ron los conocimientos que va adquiriendo sucede como con las plazas que se toman en país enemigo, a saber, que hay que dejar en ellas una guarnición para no perderlas. Y esta instrucción religiosa, necesaria, indispensable para conservar lo que se ha aprendido en la niñez, de la religión, y aumentarlo como es preciso, pues no basta tampoco conservarlo, ¿cuándo so adquiere en un pueblo que no santifica el domingo?

Espanta verdaderamente el considerar los estragos que produce la infracción de ese preceptor y la generalidad con que se le infringe sin escrúpulo. Cuando se falla a otro cualquier mandamiento se reconoce que se obra mal, y las personas religiosas, al menos, se acusan de su falta en el tribunal de la Penitencia; pero de no santificar el domingo nadie se acusa, porque ni se piensa en ello ¡Cuántas Señoras piadosas hacen sus compras en domingo de paso que van a Misa, sin considerar que fomentan así la infracción del precepto que manda santificar ese díal ¡Cuántos comerciantes, que se tienen por muy religiosos, y lo son en efecto, excepto en este punto, no tienen el menor escrúpulo en abrir sus tiendas en domingo! ¡Cuántos hay, aún entro los que oyen Misa todos los días, que no solo viajan en domingo, sino que prefieren emprender un viaje en ese día, pudiendo hacerlo en cualquier otro! Y es que el precepto de la santificación de este día, el 3.° del Decálogo, precepto el más inculcado en la Sagrada Escritura, y el único precedido en ella de la palabra memento, acuérdate, se ha olvidado por completo. ¡Funesto olvido por cierto, y bien digno de deplorarse!

Y luego, como la ignorancia en esta materia es tan crasa, creen aun los más morigerados que oyendo una Misa de un cuarto de hora y no trabajando, ya está perfectamente cumplido todo lo que Dios y su Iglesia exigen de nosotros; pero no es así. El pecado en ese santo día tiene más gravedad que en los demás de la semana, y por lo tanto el esmero para evitarle ha de ser mucho mayor: y ¿cómo se amalgama esto esmero con entregarse a la disipación y a toda clase de funciones mundanas, como por desgracia se hace, exponiéndose a pecar y pecando en efecto mucho más que en días de trabajo?

Otros creen que santificando el día de fiesta, no es tan necesario santificar el domingo. Visitaba una de nuestras Conferencias a una familia, sostenida casi exclusivamente por el trabajo de la hija, que era modista, y asistía a un obrador en que la pagaban bien, pero la hacían trabajar, como por desgracia es tan general, todos los domingos hasta las dos de la tarde. Llegó el día del Corpus, y como la exigiesen el mismo trabajo, se negó absolutamente a hacerlo, y prefirió dejar el obrador a trabajar en aquel día. Su escrúpulo era muy respetable; pero ¿cómo no le tenía de trabajar todos los domingos? Casos análogos se advierten frecuentemente en todas las Conferencias.

Enumerar las consecuencias de la ignorancia y del olvido que reinan en todo lo relativo a esta materia, seria nunca acabar; pero mi objeto es sólo llamar la atención sobre ese gran mal, el mayor, en mi concepto, que puede padecer un país, y al efecto bastan las cortas indicaciones que acabo de hacer.

Veamos ahora sí hay a nuestro alcance algún remedio que se lo pueda aplicar. Yo creo que hay tres, que voy a indicar brevemente.

Acudir a las Autoridades me parece del todo inútil, por razones que no se pueden ocultar a los socios de San Vicente de Paúl. De las autoridades, unas no pueden y otras no quieren ocuparse en este. Por otra parte las leyes de nada sirven si no se cumplen, y contra las malas costumbres lo más seguro es introducirlas buenas. Condolerse y no hacer nada me parece que es faltar a un deber; y aunque al pronto no se ocurre el fruto que pueden producir los esfuerzos individuales, creo que estos, bien dirigidos, lograrían grandes resultados con el auxilio de la divina gracia.

¿Quién de nosotros no puede pedir a Dios en sus oraciones la gracia de santificar el domingo y de contribuir a que otros le santifiquen también? Pues este os ya un grao medio que está al alcance de ludos, el principal, porque la oración confiada y perseverante todo lo alcanza; pero aún tenemos otros dos medios preciosos, que igualmente están al alcance de todos, y que pueden producir mucho fruto; estos son la palabra y el ejemplo.

La palabra. Si aprovechamos todas las ocasiones que se nos ofrezcan de inculcar en el ánimo de los que tratamos, sean pobres o ricos, la obligación sagrada que todos tenemos de santificar el domingo, y lo sensible que es por varios conceptos que esa obligación esté completamente olvidada, acaso logremos que alguno se fije en la necesidad de caminar en esa parte de conducta, y comprenda que debe amonestará los demás a que hagan lo mismo, extendiéndose así felizmente, el número de los que se nos vayan adhiriendo.

Esmerémonos, al visitar a los pobres, en hacerles comprender la sagrada obligación que todos tenemos de santificar el domingo, obligación (¡no ellos generalmente desconocen por efecto de una ignorancia casi disculpable.

El ejemplo. Mucha influencia puede ejercer la demostración continua que suministra el ejemplo de nuestra convicción en cualquier materia. Pero para que en esta produzca todo el efecto deseado, será preciso fijarse bien en las prácticas que ha de observar el que verdaderamente desee santificar el domingo, pues por desgracia no son comunes.

Desde luego se comprende que el que desee santificar el domingo no se permitirá trabajo alguno servil en ese día, como no sea corto y absolutamente indispensable; pero además debe poner el mayor esmero en que todos los que de él dependen en cualquier concepto dejen también de trabajar, para lo cual convendrá no encargar trabajo alguno en domingo, ni aun en sábado con urgencia.

Si proporciona alguna colocación o algún empleo, cuidará de que se permita al que ha recomendado que santifique el domingo, y no se le obligue a trabajar en ese día, a fin de que pueda hacerlo.

No comprará ni venderá en domingo, ni consentirá que compren ni vendan los que de él dependan, como no sean cosas absolutamente indispensables, a saber, comestibles y medicinas.

Observará las tiendas que no se abren en domingo, para preferirlas a las otras cuando haya de comprar algo de lo que en ellas se vende.

Si le ocurre tener que viajar, procurará no hacerlo en domingo, y ni aun en la ciudad se permitirá tomar carruajes, como no sea en caso indispensable.

No es posible que el que desee santificar el domingo se contente con asistir a una Misa rezada; procurará además oír una mayor, o asistir a una función de iglesia, y por la tarde también asistirá a vísperas, o sí no se cantan en su parroquia, a otra función que en ella o en otra iglesia haya.

Procurará además guardar todo el recogimiento posible, para lo cual se abstendrá de visitar, como no sea a pobres para auxiliarlos, o a enfermos de gravedad, y de recibir visitas si se atreve a hacerlo sin mentir, esto es, sin decir que no está en casa cuando está. pues no se puede, fallar a la verdad ni aun con buen fin.

Si para explayar el ánimo o aliviar algún padecimiento cree conveniente dar un pasco, debe preferir el campo y la soledad a los lugares de disipación y bullicio.

Aprovechará el tiempo que le quede libre después de cumplir sus deberos religiosos y asistir a las funciones que se han dicho, en leer buenos libros, exclusivamente religiosos, entre los que hay tantos y de tanto mérito, empezando por la Sagrada Escritura; y no le sucederá como al común de los fieles, aun los que son religiosos, que se quejan de que no tienen tiempo para leer obras ascéticas por ocuparse el domingo en lo mismo que se ocupan todos los demás días de la semana.

Consagrara algunas horas a su familia, si la tiene, procurando fomentar el amor entre todos los que la componen, a cuyo efecto convendrá que estén reunidos lo más posible, siquiera en ese santo día; y si no tiene familia o está ausente de olla, aprenderá a re-

I6-) cogerse y estar solo algunas horas, fortalecido con el recuerdo de la presencia de Dios, sin esperar para ello a verse encerrado en una cárcel.

Con estas prácticas se puede dar buen ejemplo, y éste, ayudado de la palabra y sobre todo de la oración, no dejará de producir algún fruto; pero hay que tener en cuenta que muchos, especialmente entre los pobres, no pueden santificar el domingo como es debido sin perder la ocupación que les da para vivir, y se debe hacer todo lo posible por sacarlos de esa falsa posición y aconsejarles, mientras se logra, que consulten el caso con sus confesores, dando a la materia toda la importancia que merece.

Lo principal es que procuremos hacer comprender la importancia de cumplir esto precepto, que tan olvidado está por desgracia; porque, como dice un autor ascético, los preceptos del decálogo se pueden comparar a los arcos de un puente que hemos de atravesar para pasar de esta vida mortal a la eterna: y así como si falta un arco del puente, sea el que fuere, ya no es posible pasar por él, así faltando el cumplimiento de un precepto, sea el que fuere, no hay salvación; ¿y quién no temblará a la vista de ese peligro?

Otra observación para concluir. ¿Quién de los que visitan a los pobres no habrá notado la aversión que suelen tener al trabajo? Lo general es que trabajen solo porque no pueden pasar por otro punto; y si envidian al rico, es porque creen que el rico no tiene obligación de trabajar. Esto es lo común. Esa aversión al trabajo que tanto daño les hace, ¿no puede muy bien dimanar de no tener el descanso del Domingo? Porque, ¿cómo no ha de hastiar un trabajo, sea el que fuere, de todos los días sin interrupción? Y la persuasión en que están de que el rico no tiene obligación de trabajar, persuasión que, aunque falsa, es muy general, les impide más que nada conformarse con su estado de pobreza, haciéndolos verdaderamente desgraciados, no por ser pobres, sino por no querer serlo.

Esmerémonos, pues, todo lo posible por proporcionar al pobre el descanso del Domingo, y hacerle comprender que si el rico no trabaja, falta a su deber, pues nadie está exento de la ley del trabajo; pero sobre todo, esmerémonos en santificar el Domingo y en procurar, por todos los medios que estén a nuestro alcance, que los demás lo santifiquen también, en la firme persuasión de que no hay ni puede haber materia de mayor interés para nuestros pobres, para la sociedad entera y para nosotros mismos.

Tal vez convendría organizar una Obra especial para este objeto, como se ha organizado ya en algunas ciudades del extranjero; pero entre tanto y desde luego algo se puede hacer.

Acaso me engañe; pero yo creo que si todos los que tenemos la dicha de pertenecer a esta humilde Sociedad, nos propusiésemos firmemente santificar el Domingo con esmero, y trabajar por todos los medios posibles para inculcar en el ánimo de cuantos tratamos, pobres y ricos, la obligación sagrada que tenemos de cumplir fielmente ese precepto, algo se conseguiría; y creo también que ese algo podría, al cabo de algún tiempo, convertirse en mucho con el auxilio de la gracia, que nunca falta a los que de corazón la piden. Hagámoslo así, pues. Formemos esta tarde ese firme propósito. Renovémosle en nuestras oraciones, y particularmente en nuestras Comuniones. Cumplámosle con constancia y pureza de intención, y el Dios de las misericordias no dejará seguramente de premiar nuestros perseverantes esfuerzos, si conviene.»

 

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