Santiago Masarnau (sobre la importancia del retiro)

Mitxel OlabuénagaSantiago MasarnauLeave a Comment

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JUNTA GENERAL CELEBRADA EN MADRID EL 9 DE MARZO DE 1862.

En seguida el Sr. Presidente superior, después de dar las gracias al Excmo. Sr. Nuncio de S. S., al Excmo. Sr. Arzobispo Claret y a todos los señores miembros de honor que favorecían la Junta con su asistencia, leyó, previa la venia del Excmo. Sr. Nuncio, el siguiente discurso:

Señores: «Hace hoy 15 días que tuvimos la dicha de terminar los santos ejercicios, y hemos dado una reseña de ellos en el Boletín de este mes a los socios de provincias, y a los que no han podido asistir aquí mismo en Madrid. Consideramos esta práctica del retiro anual como de la mayor importancia para nosotros y aun como necesaria, indispensable, si hemos de conservar en medio del mundo, y según estamos obligados a vivir, el espíritu verdadero de nuestra humilde Sociedad, ese espíritu que realmente la anima y vivifica, según nos decía en el mismo retiro el tan amado como respetado Director Sr. D. Melchor Igüés. Nuestro Santo Patrono recomienda sobre todo el retiro anual, y si viviese, no dudamos de que nos le hubiera impuesto formalmente. Bien que casi nos lo está ya por las repetidas recomendaciones del Consejo general, de los Prelados más respetables, y hasta del mismo Sumo Pontífice, que al concedernos indulgencias especiales para esta santa práctica, muestra evidentemente su deseo de que la adoptemos y sigamos con esmero. Así nos proponemos hacerlo todos los años, contando con la misericordia de Dios nuestro Señor, que nos lo ha de permitir, como nos lo ha permitido va el año pasado y el presente.

«Pero de este favor del retiro, pues favor es y grande, que hemos recibido, debemos considerar, como de todos los demás que recibimos, el uso que hemos de hacer, el partido que hemos de sacar, la utilidad que hemos de reportar; no sea que por falla de consideración perdamos miserablemente mucha parte, sino el todo, del fruto de este gran beneficio, como nos sucede frecuentemente con otros muchos que la infinita bondad del Señor nos dispensa.

En el retiro se nos ha llamado la atención hacia las grandes verdades de la fe, la presencia de Dios, sus atributos, todos infinitos, el destino de nuestra alma inmortal, el premio eterno de la virtud, el eterno castigo del pecado, etc.; y al mismo tiempo se nos ha hecho también pensar en otro género de verdades que, sin ser de fe, el mundo se empeña en rechazar o en olvidar, porque le estorban grandemente para llevar a efecto sus planes constantes de seducción y corrupción. Tales son: la muerte, la vanidad de todo lo que nos rodea, el cambio continuo a que todo ser finito está condenado, las innumerables miserias o imperfecciones a que el hombre mismo, esta criatura tan privilegiada en la creación, está sujeto. Verdades todas, no de fe sino de experiencia continua, y que sin embargo tan poca mella suelen producir en los mundanos, esto es, en nosotros, pues no hemos tenido valor o posibilidad de dejar el mundo. ¿Y por qué? Porque, como dice el venerable Fr. Luis de Granada, llevamos estas verdades en nuestra persuasión como la espada en la vaina, que mientras está allí, es claro que ni pincha ni corta.

Se nos ha hecho, digo, considerar por una parte lo eterno, lo inmutable, lo que no pasa; y por otra lo perecedero, lo caduco, lo que pasa a fin de que conozcamos lo que nos importa y lo que no nos importa, y que con esto conocimiento corrijamos la torcida inclinación de nuestra flaca naturaleza a olvidar lo primero, que es lo que realmente nos interesa, y a ocuparnos en lo segundo, que ningún bien positivo nos ha de acarrear. De este doble conocimiento podemos, con el auxilio de la gracia, sacar gran partido para la reforma completa de nuestra vida y el buen cumplimiento de nuestros deberes como cristianos, y de las prácticas todas de nuestra humilde Sociedad; porque no basta ser cristiano y ser socio de San Vicente de Paúl, sino que debemos aspirar a ser buenos cristianos y buenos socios de San Vicente de Paúl.

Nuestras prácticas son buenas, no hay duda. Está reconocido y declarado así repelidas veces por las personas más competentes; pero esto, que debe servirnos de consuelo, no nos asegura del mérito que por nuestra parle podemos contraer en la Sociedad; y es indudable que si nos falta la pureza de intención, el auxilio de la gracia, la verdadera caridad, por mucho que visitemos y nos afanemos en el servicio del pobre, poco o ningún fruto real obtendremos para nuestra salvación. Sucede con las buenas obras como con las grandes cruces que la bondad de Dios nos depara, y que no basta llevarlas como por fuerza, sino que es preciso llevarlas bien, para que reportemos de ellas el inmenso beneficio que su divina misericordia nos quiere dispensar al ponérnoslas sobre los hombros. Así también, no basta hacer obras buenas, sino que es preciso hacerlas bien; y para esto se necesita luz y fuerza, que solo la verdadera oración nos puede alcanzar. Y ¿cómo hemos de orar bien sin meditar? Y ¿cómo hemos de meditar sin Retiro? Porque en el Retiro, ya lo hemos observado todos, no solo se medita y se ora, sino que se aprende a meditar y a orar, se gusta la dulzura de la meditación y de la oración, y por consiguiente se adquiere la afición a la práctica de tan saludables, o quizá mejor dicho, indispensables medios de salvación y santificación.

Señores y amados hermanos en J. G.: recordemos lo que se nos dijo en la Junta general de este día el año pasado. Una voz muy autorizada nos llamó la atención sobre el peligro de la tentación que suele venir después del retiro y las grandes enseñanzas que encierra el santo Evangelio del día, refiriéndonos la tentación a que tuvo a bien someterse por nuestro amor el dulcísimo Jesús en el desierto. Aparejémonos para la tentación; no la temamos exageradamente; pero preparémonos a recibirla bien. El mismo espíritu que se atrevió a tentar al Salvador del mundo, ¿no se atreverá a tentarnos a nosotros miserables? Sí; lo hará, no lo dudemos, y lo hará valiéndose de astucias y engaños que con el Hijo de Dios no podía usar. Así, por ejemplo, no nos dice el Evangelio que para tentar a Jesucristo el maligno espíritu se valiese do disfraz alguno ni de tercera persona, como que no podía engañarle; pero a nosotros, que tan fácilmente y de tantos modos podemos ser engañados, nos tienta valiéndose de todo género do disfraces, incluso el de ángel de luz, y de todo género de personas, inclusas las que más afectas nos deben parecer a nosotros y a nuestras obras. Estemos por lo tanto muy en guardia y muy preparados.

Vendrá acaso un amigo y nos dirá: ¿qué significan esos miserables socorros que la Sociedad de San Vicente de Paúl da a los pobres? ¿Por qué no les da más auxilios de todas clases, o cuando menos más pan? Pero nosotros responderemos sencillamente: porque no de solo pan vive el hombre. Otro tal vez nos diga: Puesto que la Sociedad está bajo el amparo y protección de María Santísima, enriquecida por la Santa Sede con preciosas indulgencias, y alabada por los más esclarecidos Prelados de la Iglesia, ¿por qué no extiende su acción?

¿Por qué no aumenta sus obras? ¿Por qué no se lanza? ¿Por qué no emprende planes más vastos, e intenta la completa extinción del pauperismo? Pero le responderemos con mucha calma: porque está escrito: No tentarás al Señor tu Dios. En fin, si algún poder temporal, sea el que fuere, se acerca a nosotros y nos dice: «Ya veis ni mi fuerza y mi poder. Yo os daré gloria y riquezas, os daré medios abundantísimos para que socorráis a los pobres, y no habrá necesidad que no podáis aliviar, con solo que os postréis delante de mí y me rindáis el homenaje que de vos exijo, nosotros, fortalecidos con las santas resoluciones del retiro, no vacilaremos un momento en responder: Apártate de ahí, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor Dios tuyo, y a él solo servirás.

He aquí el modo seguro de rechazar las tentaciones y de pelear contra los ardides del enemigo; y si a esto unimos el cuidado constante para reprimir las inclinaciones interiores de nuestra corrompida naturaleza, domeñar nuestras pasiones y reformar todas las imperfecciones habituales, por pequeñas que nos parezcan, de nuestra vida, por los medios que hemos aprendido en el santo retiro, es bien seguro que el tiempo y la atención que a él hayamos consagrado, no habrán podido emplearse con más fruto de manera alguna.

«Señores míos: estamos en Cuaresma, el santo tiempo de penitencia. Procuremos hacerla por los muchos y graves pecados de nuestra vida pasada, y no limitemos la mortificación al ayuno, que, como dice nuestro catecismo del Sr. Mazo, según permite hoy la Santa Madre Iglesia observarle, poco o nada mortifica. Guardemos el principal ayuno, que es el del pecado; y mortifiquemos nuestra propia voluntad en lodo, nuestra vanidad, nuestra sensualidad y nuestra curiosidad. Practiquemos cada día con más y más esmero la santa caridad; y sobre lodo consideremos lo mucho que hemos ofendido a Dios; para que se despierte en nosotros como una ardiente sed de perdonar, ya que su divina misericordia ofrece el perdón al que perdona. Siempre debemos mantenernos en ese espíritu; pero hay circunstancias particulares en las que nos será más difícil, porque el enemigo de nuestra salvación trabajará por desviarnos de él. ¡Que no lo consiga nunca!

Pidamos a Dios Nuestro Señor muy de corazón el perdón de nuestros enemigos: pidámosle, por la intercesión de nuestra dulcísima abogada la siempre Virgen María y de nuestro santo patrono; y el Dios de las bondades y de las misericordias escuchará nuestras humildes plegarias, las atenderá, y nos perdonará a ellos y a nosotros, nos perdonará a lodos. ¿Qué más podemos desear, y qué mejor fruto podemos sacar de los santos ejercicios del retiro?

 

En seguida el Excmo. Sr. Arzobispo Claret usó de la palabra en términos que sentimos no poder reproducir por completo. Daremos sin embargo alguna idea con el estrado siguiente: […]

 

Terminado este discurso, el Sr. D. Bienvenido Monzon Obispo, electo de Santo Domingo, invitado por el Ecxmo. Sr. Nuncio dirigió la palabra a la Junta con una unción y una naturalidad al mismo tiempo, que no es dable trasladan a éste ligero extracto. De sus excelentes consejos y oportunas enseñanzas, solo podemos ofrecer a nuestros lectores los siguientes apuntes que allí mismo tomamos de su admirable discurso. […].

 

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