Santiago Masarnau: sobre el verdadero objeto de la Sociedad y los medios que emplea para alcanzarlo 1851

Mitxel OlabuénagaSantiago MasarnauLeave a Comment

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Reunión General, Madrid, 8 de diciembre de 1851.

Señores:

La Asociación de San Vicente de Paúl celebra cuatro fiestas en el año y cuatro reuniones generales, establecidas con la mira de conservar en lo posible el espíritu de fraternidad cristiana, de unión y de amor entre todos los miembros de que se compone, que tanto la ha distinguido desde su origen. La celebración de estas reuniones, la asistencia a ellas, nos están recomendadas con instancia por los fundadores, por los presidentes generales, y hasta por el mismo sumo pontífice Gregorio XVI. Así es que, en todos los países en que se halla establecida la Asociación, se verifican estas reuniones con la mayor puntualidad. Nosotros, sin embargo, no hemos podido, hasta hoy, dar cumplimiento a este artículo importante de nuestras constituciones, por causas que todos ustedes conocen. Autorizados ya por el gobierno de S. M. la Reina [Isabel II de España] (que Dios guarde), estamos en el caso de verificar nuestras reuniones generales en los días señalados; y de esperar es que, en lo sucesivo, no nos volveremos a ver privados de esta gran satisfacción.

Señores: la Asociación de San Vicente de Paúl es esencialmente religiosa. Una asociación religiosa no puede parecerse en nada a una asociación mundana, porque la una está basada en el espíritu del Evangelio, y la otra en el espíritu del mundo: espíritu, no solo distinto, como ustedes saben, sino diametralmente opuesto. No es de esperar, pues, que en esta ocasión nos ocupemos en hacer una descripción pomposa de las obras buenas que, con la ayuda de Dios, ha hecho la Asociación de San Vicente de Paúl en Madrid en los dos años que lleva de existencia, ni de los medios empleados hasta aquí para llevar a cabo sus miras caritativas, ni tampoco de los recursos que podrían emplearse para aumentar en lo sucesivo aquellos medios…. ¡no! Acostumbrémonos a callar y a ocultar lo bueno que hagamos, con el mismo esmero con que el mundo propala y exagera sus obras. Guardémonos del prurito de hacer cálculos y proyectos que, después de mucha discusión y de largos razonamientos, pueden convertirse en humo, y elevemos un poco más nuestras miras y nuestras esperanzas. No hablemos de dinero ni de materia; hablemos del espíritu. Busquemos primero el reino de Dios y su justicia[1]; lo demás vendrá cómo y cuándo más convenga.

Del objeto verdadero de la Asociación de San Vicente de Paúl, y de los medios que emplea para conseguirlo, entiendo que debemos hablar con preferencia en esta, para nosotros, primera reunión general, pues nada debe interesarnos tanto como el estudio y la inteligencia del verdadero espíritu en que está fundada esta Asociación, y que, gracias a Dios, tan perfectamente se conserva.

Señores: la Asociación de San Vicente de Paúl no tiene por único objeto, como a primera vista parece, visitar a los pobres y socorrerlos. La visita de pobres a domicilio es, sin duda, una de las prácticas más notables en ella; pero no pasa de ser uno de los muchos y muy diversos medios que emplea para lograr el objeto verdadero, que es, por cierto, mucho más elevado y trascendental. Este objeto es realmente el bien espiritual de los asociados. La caridad ejercida entre nosotros mismos y para con los pobres es la base de los dos medios que el Reglamento indica para conseguirlo: 1º Conocerse y amarse mutuamente. 2º Amar y servir a los pobres de Jesucristo. Reflexionemos un poco en qué puede consistir este conocimiento y este amor mutuo que se nos recomienda en primer lugar. Veamos enseguida qué quiere decir este amor y este servicio para con los pobres de Jesucristo: así descubriremos hasta qué punto hemos adelantado en el verdadero espíritu de esta Asociación, a que tenemos la dicha de pertenecer.

Conocerse y amarse mutuamente entre hombres de fe y de prácticas religiosas, ¿qué quiere decir? ¿Consistirá esta amistad en un trato frecuente y familiar, como el que se encuentra en el gran mundo, y en el que tanto se prodigan las apariencias de cariño y aprecio, sin que el corazón tome parte en el verdadero bien del llamado amigo, y sin que se busque en su trato más que la propia utilidad y el partido que de él se puede sacar con miras de interés y ambición personal? ¿Consistirá esta amistad en una adhesión servil a todas las ideas, a todas las inclinaciones y hasta los caprichos del amigo, que tanto lisonjea su amor propio, y que tanto contribuye a debilitar su carácter y a privarle de aquella santa energía, tan necesaria para abrazar siempre lo bueno y para rechazar siempre lo malo? ¿Consistirá esta amistad en un esmero constante en poner en juego todos aquellos medios que directa o indirectamente puedan influir en la conservación y en el aumento de los bienes materiales del amigo, de sus honores, de sus placeres y de sus riquezas? No, seguramente. Nuestra amistad, la amistad santa que se propone fomentar y extender la Asociación de San Vicente de Paúl, no se asemeja por cierto a la que lleva tales caracteres. Los amigos que oran juntos, que tienen juntos su lectura espiritual, que se acercan juntos a recibir el Cuerpo Sacratísimo de Jesucristo, y que visitan, socorren y consuelan juntos a sus pobres, no pueden, es imposible, tratarse como los que se unen para disipar juntos su tiempo, su dinero y hasta su corazón. No se parece en nada la amistad cristiana a la amistad mundana; y ya que por nuestra posición social tanto debemos conocer la segunda, esforcémonos por conocer algo la primera; pues, si lo logramos, no vacilaremos mucho sobre cuál de las dos merece nuestra preferencia; cuál es la que debemos apreciar y cuál despreciar.

Señores: un profundo pensador, hermano nuestro en San Vicente de Paúl, ha dado una regla sencillísima para distinguir inmediatamente el amigo cristiano o verdadero, que es lo mismo, del amigo mundano, que siempre es falso, pero que sabe disfrazarse a veces con tal astucia, que al pronto puede muy bien fascinar. Esta preciosa reglita se explica con breves palabras. Los amigos del mundo, dice, sirven para gozar y para disiparse. Los amigos del Evangelio sirven para crecer en la virtud y para obrar. Aquellos parten con nosotros los placeres, el tiempo y, algunas veces, el dinero; con estos partimos nuestras alegrías, nuestros secretos y nuestros dolores. En una palabra, los amigos del mundo quitan el tiempo, y los amigos del Evangelio lo dan. ¿Se puede dar una distinción más palpable y, al mismo tiempo, más exacta entre el amigo falso y el amigo verdadero? ¿No tenemos en ella una como piedra de toque para ensayar en todo tiempo y lugar, no el oro o la plata, sino lo que tan infinitamente supera a uno y a otra, la verdadera amistad? Sí; es muy cierto. El amigo del Evangelio no siempre condesciende con las ideas e inclinaciones de su amigo, no siempre aprueba sus planes y sus afecciones, no siempre aplaude sus miras. Interesado de corazón en el verdadero bien del amigo, y lleno de aquella santa libertad inspirada por la recta intención y la pureza de espíritu, con frecuencia se verá obligado a rechazar las ideas más favoritas de su amigo, y aun a reprenderle, disuadiéndole de ellas. Y, ¿por qué no lo ha de hacer?, ¿temerá acaso disgustarle?, ¿cabe semejante temor en el corazón de un amigo religioso? El amigo del Evangelio procurará siempre consolar al suyo en sus aflicciones, y ayudarle a llevar sus cruces con toda la resignación y con toda la conformidad posible; pero no dejará tampoco de inculcar en el ánimo del amigo el gran precio de la cruz, el mérito tan grande de las virtudes que la cruz, y solo la cruz, fomenta y desarrolla; la importancia suma de abrazar siempre la que el Señor amorosamente nos depara.

El amigo del Evangelio no abandonará al suyo en los días de prueba y de tentación con que el Señor tiene la misericordia de visitarnos a todos, y se esforzará en auxiliarle con su compañía, con su consejo y con su acendrado cariño, a fin de que se mantenga firme en sus buenos propósitos y en sus santas resoluciones, esperándolo todo de la bondad de Dios y nada de la miseria propia y de la de los demás hombres. El amigo del Evangelio, en fin, será una áncora fuerte en las tormentas de este proceloso mar de la vida que estamos surcando; un faro seguro que nos indique la dirección al puerto de salvación; un ángel que nos haga constantemente levantar los ojos del cuerpo y del alma a la patria de felicidad y ventura, y apartarlos de las miserias de esta peregrinación, por las cuales tenemos que pasar antes de llegar a ella. ¡Santa amistad que la Asociación de San Vicente de Paúl se propone fomentar y extender en el mundo! Si nosotros llegamos a comprender en algún modo su importancia y los inmensos bienes que de ella han de nacer, no hallaremos sentimientos suficientes de reconocimiento en nuestro pobre corazón para manifestar al Dios de las misericordias y del amor el debido agradecimiento por la prueba tan grande que nos ha dado de amor y de misericordia, llamándonos a esta Asociación que, con el auxilio de su divina gracia, tanto puede hacernos adelantar en el camino de la perfección.

El segundo medio que la Asociación de San Vicente de Paúl emplea para conseguir su santo objeto es el amar y servir a los pobres. Digamos también algunas palabras sobre este amor y este servicio.

Señores: la limosna, por sí sola, no prueba amor. Se puede dar al pobre por mero efecto de aquella satisfacción natural que se experimenta al dar ; se puede socorrer al pobre por inclinación y hasta por orgullo. Cuando San Pablo dice: «aunque yo de todo lo que tengo a los pobres, si no tengo caridad nada me aprovechará» , prueba que se puede dar mucho, y aun todo, sin caridad. No consiste, pues, la verdadera caridad, que es la que debemos buscar y procurar ejercer nosotros, en solamente dar. La limosna material ha de ir acompañada de la limosna espiritual, y las dos han de estar basadas en el verdadero amor del pobre. Al alivio de sus necesidades y miserias corporales hemos de añadir el alivio de sus necesidades y miserias espirituales, para nosotros de mucha mayor importancia que las corporales. Al distribuir nuestros bonos de pan y de carne, debemos procurar distribuir también nuestros consejos, nuestros consuelos, las ideas santas de paciencia y conformidad, que tanto suelen faltar al pobre, y de las cuales más necesidad suele tener su alma que de alimento y abrigo su cuerpo. El pan material no nutre más que al cuerpo: el amor es el pan del alma. Llevemos al pobre este pan al paso que le llevamos aquel, y así le socorreremos doblemente y en espíritu de verdadera caridad. ¿Y qué tienen que ver los padecimientos físicos del pobre con sus padecimientos morales? Un pan alivia el hambre; una manta preserva del frío; pero, el hambre del corazón, ¿se mitiga por ventura con un pan?; y, ¿hay alguna manta que preserve del frío, del abandono y del desprecio? Si nosotros nos acostumbramos a ver en el pobre el sublime modelo que representa; si recordamos al entrar en la reducida y desabrigada bohardilla el establo de Belén, y al acercarnos al lecho de dolor la cruz del Calvario, no nos faltará amor ni nos será difícil encontrar palabras de consuelo y de cariño para mitigar los dolores físicos y morales del pobre y de su familia. Si visitamos al pobre con espíritu de verdadera caridad, no nos repugnarán sus modales groseros, ni su tosco lenguaje, ni sus exigencias repetidas. Los hombres de fe tienen sentidos espirituales: no ven y oyen solamente con los ojos y los oídos de la carne; ven también y oyen con los ojos y los oídos del alma, y saben que estos sentidos espirituales suelen engañarse menos que los corporales. Ejerciendo, pues, la caridad con esta doble vista y con la intención siempre elevada de amar y servir a Jesucristo en la persona del pobre, ¡cuánto bien estamos llamados a hacer a nuestro prójimo, y cuánto bien nos podemos hacer, de paso, a nosotros mismos! No hay dolor, no hay aflicción, acaso no hay tentación que no se pueda resistir y sobrellevar con el auxilio de la visita del pobre. El que se crea postergado en su carrera o profesión; el que se halle atormentado con la idea de que sus rivales o enemigos le han privado de tal ascenso o de tal ventaja, que visite al pobre, y verá cómo se mitiga insensiblemente su ansiedad y su tormento. El que se crea amenazado de la pobreza, ese gran coco de los mundanos, que visite al pobre, y verá cómo el pobre puede amar y, por consiguiente, gozar, y su miedo a la pobreza se irá poco a poco disipando. Al decir que el pobre puede gozar, no adelantamos una idea poética. El pobre puede gozar y goza, en efecto, en medio de su pobreza, de su abandono, y aun de su ignorancia. Le basta la fe y la razón. Las aves que pueblan los aires; las fieras que habitan los desiertos; los millones de criaturas de que ningún hombre cuida, le enseñan al pobre la ciencia de vivir contento. El que se viere atacado de una fuerte tentación, sea de ira, sea de lascivia, sea de avaricia, que visite al pobre, y allí aprenderá a refrenar la ira, se avergonzará de haber experimentado sentimientos de lascivia o de ambición, y todas sus malas inclinaciones se amortiguarán. Enumerar las ventajas que el hombre de fe puede reportar de la visita del pobre, sería nunca acabar. Solo añadiremos, pues, que esta práctica santa, continuada con verdadero espíritu de caridad evangélica, reforma completamente al hombre, y acaba por mudar sus costumbres, sus gustos, y hasta sus mismas inclinaciones. Esto se observa todos los días en nuestra Asociación. Aquel joven educado con esmero por una madre religiosa tuvo siempre buenas costumbres, se conducía en todo con decoro y con honor, nunca ha dado que sentir a su respetable familia: sin embargo, de un tiempo a esta parte no frecuenta ya los paseos públicos, no se le ve en reuniones numerosas, parece que huye de toda concurrencia mundana. ¿En qué consistirá? ¿Se lo habrán prohibido? ¿Se habrá vuelto escrupuloso? ¡No! Visita al pobre, y esto explica por sí solo la mudanza observada en sus gustos y distracciones. Aquel padre de familias, constituido en una posición social regular, estaba dominado (aunque no lo parecía, ni aun tal vez él mismo lo creía) por un secreto deseo de ascender en su carrera, de figurar más, de atraer en tal o cual destino superior las mirarlas del público: esta secreta ambición le traía frecuentemente disgustado, y no le dejaba apreciar los goces de la vida de familia: de algún tiempo a esta parle ha variado mucho: se le ve más tranquilo y alegre, se entrega más al cariño de su esposa y a la educación de sus hijos: ama más su hogar, y su posición le satisface. ¿De qué dimanará esta transformación? A nosotros no nos sorprende. Se ha dedicado a visitar al pobre, y esta práctica le ha hecho conocer lo mucho que debe a Dios, y la locura de sus antiguos proyectos y deseos. Otro reforma el lujo exagerado de su tocador. Otro el cuidado demasiado nimio de su salud. Otro los placeres de su mesa… En fin, todos, todos reportan innumerables bienes de la visita del pobre; y difícil será hallar un medio más propio para progresar en el camino de la perfección y para mejorar en todo la conducta de la vida.

Tales son los medios que la Asociación de San Vicente de Paúl emplea para el logro de su santo objeto. Se ve palpablemente que han sido gratos al Señor, pues tan copiosas bendiciones ha derramado y sigue derramando sobre ella. Con efecto; ¿cómo se explica el desarrollo y la importancia a que la Sociedad de San Vicente de Paúl ha llegado en el día, atendiendo a su origen y a la oscuridad y debilidad de sus fundadores? Media docena de estudiantes, desconocidos para el mundo y bastante escasos de todo recurso material, unen sus oraciones y sus prácticas religiosas para fundar una asociación caritativa. ¿Qué se puede esperar, a los ojos de la prudencia humana, de semejante origen? ¿Quién había de figurarse lo que ha llegado a ser ya esta Asociación, y lo que podrá llegar a ser con la ayuda de la gracia? Señores: la Asociación de San Vicente de Paúl cuenta en el día setecientas conferencias esparcidas por todos los ángulos del mundo! Estas conferencias disponen ya de millones para el socorro de los pobres. Estas conferencias influyen muy considerablemente en la moralización de la Sociedad y contribuyen a la mejora del rico y del pobre, y a la reconciliación del uno con el otro; ¡esa reconciliación tan vanamente intentada por otros mil medios, y tan necesaria para el sostenimiento de la tranquilidad de los Estados! Estas conferencias se componen de hermanos nuestros en todos los países del globo, y cuentan también con nuestra débil cooperación. Todas piden a Dios por nosotros, y nosotros también pedimos a Dios por todas. Señores: esta unión, esta santa hermandad, ¿no debe llenarnos de la más grande y pura confianza en Dios, y alentarnos a trabajar cada día con más esmero y con mayor fervor en el cultivo de nuestra amistad y en el servicio de los pobres? ¡Sí! No puede menos de ser así; y estamos íntimamente convencidos de que si, por razones que no conviene expresar ahora, la Asociación de San Vicente de Paúl ha tardado tanto en penetrar en nuestra España, no dejará de extenderse en ella y de producir grandes frutos, atendido el carácter y la religiosidad del país. Pidámoslo así a Dios con todo nuestro corazón: pidámoslo así con toda confianza: pidámoslo así con ilimitada perseverancia; y pongamos siempre nuestras oraciones y nuestras súplicas bajo la protección de María, repitiendo cada vez con más y más fervor la preciosa oración que termina todas nuestras reuniones, y que todos debemos tener grabada en la memoria, y más aún en el corazón. Que su primera frase, particularmente Sub tuum præsidium confugimus Sancta Dei genitrix sea nuestra divisa. Digámosla y repitámosla siempre en todas nuestras obras y en todos nuestros padecimientos; y pues que no hay un momento en la vida en que el hombre no obre o padezca, no habrá un momento en nuestra existencia que no se convierta, por la intercesión de nuestra dulcísima abogada, en un elemento seguro de nuestra felicidad eterna. He dicho.

 

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