Santiago Masarnau (sobre cómo organizar una Conferencia)

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JUNTA GENERAL CELEBRADA EN MADRID EL 4 de mayo 1862.

Acto continuo el Sr. Presidente superior leyó, previa la venia del Excmo. Sr. Nuncio, el siguiente discurso.

Excmo. Sr.: Después de dar a V. E. en nombre de todos mis consocios las más expresivas gracias por el honor tan grande que dispensa esta noche con su asistencia a nuestra humilde reunión, como también a los Señores miembros de honor que nos favorecen con su presencia, paso, previa la venia de V. E., a dirigir algunas palabras, según costumbre, a la Junta.

Teniendo en cuenta que para la próxima, que debe verificarse en julio el día de nuestro santo patrono, un número muy considerable, acaso el mayor de los socios presentes, estacón viajando, según se acostumbra en esa estación, parece del mayor interés llamar la atención de todos sobre la facilidad y la dificultad de organizar una Conferencia nuestra en cualquier punto; porque es de suponer que todos nuestros queridos consocios llevan el deseo de establecerla en los pueblos en que permanezcan, aunque sea poco tiempo, si no la encuentran ya organizada.

Decimos facilidad y dificultad, porque así como nada más fácil que organizar una Conferencia empleando al efecto los medios convenientes, es muy difícil conseguirlo si se desconocen o no se emplean esos medios.

Para organizar una Conferencia en cualquier parte, sea pueblo chico o grande, sea ciudad populosa o pequeña aldea, lo primero y principal es la humildad, porque esta es la base verdadera de todo nuestro edificio. Ha de ser el que trata de organizarla, sobre todo humilde de corazón, y buscar otros tres o cuatro que también lo sean. Reunidos estos tres o cuatro, y seguro el que los reúne de que tienen las circunstancias que el reglamento exijo para ser socios activos, sin olvidar la de no ser necesitados, pues es tan indispensable como las demás para ingresar en la Sociedad, se rezan las preces de reglamento, de rodillas y con toda devoción, y en seguida se les da una idea, lo más clara y sucinta posible, no precisamente de la Sociedad entera, sino por el pronto solo de la Conferencia. Obtenido su consentimiento para formarla se escribo inmediatamente al Consejo Superior, dándole parte de la reunión que se ha verificado, y se espera la contestación de este. A esta contestación suele acompañar la hoja de datos necesarios para pedir la agregación, y al llenarla forzosamente se ha do echar de ver si falta alguno, y se ha de pensar en el medio de llenarlo. Si no se encuentra, se consulta con el Consejo, y lodo se aclara pronto y fácilmente.

Por desgracia (al parecer, pues quizás convenga así) son pocos, poquísimos, los que siguen ese camino al tratar de organizar una Conferencia; y se complican después las cosas de modo que solo a fuerza de mucho tiempo y de mucho trabajo, y a veces ni aun así, se logra enderezar una Conferencia que nació torcida, o por mejor decir, que llegue A ser una verdadera Conferencia.

Los errores en que, según vemos, suelen incurrir los más o casi todos los que tratan de organizar Conferencias nuevas, son los siguientes:

Primer error. »Creer que convendrá reunir muchos socios para empezar, y si puede ser, de los más visibles del pueblo. Al efecto invitan a la reunión preparatoria a todos los que pueden, y cuando echan de ver que no todos convendrán a la Conferencia, ya es tarde, porque los que no convienen, o no la dejan organizar, o quieren permanecer en ella a todo trance, y no se sabe cómo desentenderse de ellos.

A este error conduce la falsa persuasión de que cuantos más socios so reúnan más bien se podrá hacer, sin atender a que interesa mucho más la cualidad de los socios que su número, y a que siempre conviene a toda obra nuestra empezar por poco para crecer después con seguridad, más bien que empezar cotí ruido y aparato y tener que decrecer luego, con muchos y graves perjuicios. Por lo demás es cierto que los socios no pueden ser pobres; pero tampoco se necesita para nada que sean los vecinos más ricos o de más viso del pueblo.

Segundo error. «Creer que el número de familias que se adopten ha de estar en proporción con los recursos de la Caja; y do aquí el miedo de adoptar el suficiente número para que el celo de los socios tenga desde luego en qué ejercitarse lo bastante, y no se enfríe por falta de objeto.

A este error conduce la falsa persuasión de que el objeto principal de la Conferencia ha de ser el socorro material, cuando hasta reflexionar un poco sobre su organización misma para echar de ver que no lo es ni puede serlo.

Tercer error. «Creer que el Presidente ha de sor el socio de más representación por su saber, por su posición social, por su edad, etc.; cuando cabalmente la experiencia ha demostrado repetidas veces los inconvenientes de que concurran en él esas circunstancias.

A este error conduce la falsa persuasión de que el Presidente de la Conferencia es un superior que conviene imponga respeto a los demás por sus circunstancias personales, cuando solo debe ser un primero entre iguales, y como tal ha de procurar infundirles toda la con lianza posible. Además se ha observado constantemente que en nuestra humilde Sociedad, creada por jóvenes y para jóvenes, tienen estos, tal vez en premio de haberla fundado, gracia particular para el desempeño de sus cargos.

Cuarto error. «Creer que el Sr. Párroco es el que ha de formar la Conferencia, como si no tuviese otra cosa que hacer, o estuviese obligado a saber de memoria nuestro Reglamento; resultando de aquí que se le molesta en vano, o se le obliga a hacer lo que no quiere o no sabe cómo se ha de hacer.

Este error dimana de confundir el respeto y la veneración que tan encargados nos están hacia los Sres. Eclesiásticos en general, y hacia los Sres. Párrocos en particular, en cuya virtud siempre nos debemos poner a sus órdenes, y agradecer mucho que nos ocupen en algo, con la necesidad de que ellos mismos se tomen el trabajo de organizar la Conferencia; pues nada tiene que ver una cosa con otra.

Quinto error. «Creer que para participar al Consejo superior la instalación de la Conferencia es preciso que haya pasado ya bastante tiempo funcionando, con el objeto de poderle decir lo que hace y cómo lo hace.

Este error que, como los anteriores, produce también muy malos resultados, porque cuanto más tiempo lleva una Conferencia de funcionar mal o equivocadamente, tanto más difícil es lograr luego que corrija sus resabios y se ponga en regla, ha dimanado del artículo 3.a del Reglamento, en que se previene que para pedir la agregación una Conferencia nueva debe acompañar a su petición la exposición de sus primeros trabajos; porque no se ha advertido que (como se dice en la nota) esto se refiere a la Conferencia que se organiza en países en que todavía no hay Consejo Superior, y de ningún modo a la que se organiza en país en que lo hay, como sucede en España; pues a este toca pedir la agregación y no a la Conferencia; por lo que debe ponerse en comunicación con él cuanto antes.

De estos errores dimanan casi siempre las dificultades mayores que se presentan al organizar una Conferencia nueva, y por consiguiente interesa sobre manera disiparlos totalmente. Todos podemos y debemos contribuir a ello, primero dejándonos bien en las ideas claras que sobre los puntos dichos hemos de tener, y después comunicándolas, cuando la ocasión se presente, a nuestros consocios y amigos.

Respecto a los socios que vayan a pueblos en que hay Conferencias, no dudamos que procurarán agregarse a ellas inmediatamente, porque deben saber que la Sociedad es una, y que atendido su objeto y su organización, no se concibe un socio en un pueblo que no lo sea y se agregue como tal a los consocios de cualquier otro pueblo en que se encuentre. Por lo tanto cuidarán de llevar la correspondiente carta de presentación, o de pedirla desde el punto en que la necesiten, y presentarla lo más pronto que les sea posible.

También les recomendamos mucho que cuiden de animar a los queridos consocios de los pueblos que visiten, aconsejándoles que guarden bien su corazón por medio de la oración, para que ni las alabanzas les engrían ni las calumnias les acobarden; que ninguno de palabra ni por escrito intente jamás defenderse de estas, sean cuales fuesen las razones que para ello tenga o crea tener; y en fin, que ahora y siempre esperen poco de los hombres, nada de sí mismos y todo de Dios.

En cuanto al esmero y cuidado que tanto recomendamos en no defenderse nunca de la calumnia ni de la mentira, no se crea ligeramente que lo dicta nuestra propia o particular opinión; no. Es la de nuestro Santo Patrono, repetidas veces inculcada en sus escritos. Es la de nuestra incomparable Santa Teresa, que tan admirablemente la dejó consignada en sus obras, y en la memorable respuesta que dio a una de sus religiosas en ocasión de decirla que los que hablaban mal do ella no la conocían. «Es verdad, dijo la Santa, que no me conocen, porque si me conociesen hablarían todavía mucho peor.» Es, en fin, la más conformo con el espíritu del Evangelio y con los ejemplos de nuestro dulcísimo Redentor, que pudiendo con una sola palabra confundir y aniquilar a todos sus enemigos, no se defendió, prefirió callar y aceptar la confusión, la ignominia, el dolor y la afrenta de la Cruz por nuestro amor, al triunfo completo que tan fácilmente hubiera podido obtener del mundo entero, sin sujetarse a todos esos inconcebibles dolores y humillaciones.

Inculquemos, pues, estas ideas todo lo posible en el ánimo de nuestros queridos consocios, y así contribuiremos al aumento de nuestras Conferencias y al mantenimiento de su buen espíritu, esperando de la bondad de Dios nuestro Señor las proteja y fecundice, si conviene, y sin dejar de pedírselo en nuestras oraciones por la intercesión de nuestra dulcísima abogada la siempre Virgen María, y de nuestro grao Patrono San Vicente de Paúl».

 

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