LA ETAPA DE CRECIMIENTO O VÍA ILUMINATIVA
De la etapa de purificación o purgativa pasa a la iluminativa como se decía comúnmente en el lenguaje místico de entonces y que todavía usan muchos autores modernos. De aquí en adelante frecuentemente el Espíritu Santo la iluminará personalmente en muchos momentos de la oración.
Nos quedan muchos resúmenes de sus oraciones, aunque la mayoría sin fecha. Su lenguaje es sencillo. No da sensación de nada extraordinario, porque no quiere exponer ninguna teoría, ni explicar o analizar su oración. Ella únicamente quiere decir a su director con toda naturalidad lo que le pasa en la oración.
En esas notas vemos que hay momentos en que pasa de la oración meditada a la oración mística de la etapa iluminativa. Aparecen verbos en pasivo, luces y amor producidos en ella por el Otro; todo sucede de repente, sin esperarlo, sin intervención de ella; con efectos de felicidad espiritual… «Y esas solas palabras, Dios es el que es, me tranquilizaron por completo», escribe a san Vicente.
En algunos trozos no aparece nítidamente el carácter místico de la oración. Si no se leen detenidamente, puede aparecer como un sentimiento humano corriente, pero si los examinamos detenidamente con atención, se siente la acción de Dios y la pasividad de Luisa. Son trozos dominados por el verbo sentir: sentir consuelo, gran sentimiento, le ha dado sentimiento… Pero todo causado por Dios, o porque «se ha posesionado fuertemente de su espíritu», o por el acento especial del adjetivo fuerte, o porque le dura mucho tiempo
Otras veces aparece más clara la experiencia mística. Son páginas en las que se respira la pasividad de la persona humana: «Tendré gran confianza en él que me ha dado sentimiento de seguridad, que sin mirar mi miseria e impotencia, él hará todo el) mí»10. Pero otras veces, la presencia de Dios, de una manera incontrolada por el hombre, la leemos entre líneas. No son palabras las que traen esa presencia, es todo el ambiente del escrito:
«El día de san Benito… habiendo rehusado comulgar y sintiendo gran dolor por mis pecados me sentí extraordinariamente presionada por el deseo de la santa comunión, y pedía a Dios que si era su santa voluntad, que se lo hiciera ver a mi confesor. Y éste sin hablarle, me hizo llamar para este asunto, y sentí gran consuelo; siendo para mí una gracia especialísima de la santa Providencia. Y la bondad de Dios me dio a conocer su gran amor en que habiéndome olvidado de algún pecado, y sabiendo que no había nada más que el pecado que me pudiera separar de Dios (me dio a entender) que su amor era tan grande que ni el mismo pecado le podía impedir venir a mí».
PRESENCIA Y PASIVIDAD
Estamos hablando continuamente de la Presencia del Otro en el alma de Luisa de Marillac. A veces hay místicos que ven a Jesús, oyen sus palabras, etc., pero propiamente estas visiones y palabras no son la mística, sino fenómenos extraordinarios que pueden acompañar o no a la mística. La presencia del Otro en la mística, no es una presencia física u objetiva inerte a la que ella puede llegar como a un objeto cualquiera que estudie o medite, ni tampoco de la presencia sustancial divina que siempre está en todas las cosas creadas para que no vuelvan a la nada y que Luisa resume en una frase: «Considerando que soy de Dios por su Ser único y por la creación, que son los dos fundamentos de mi pertenencia, me he visto pertenecerle también por la conservación que es el sostén de mi ser y como una creación continua». La presencia mística es una presencia real de Dios que Luisa experimenta por revelación divina y que quiere comunicarse y unirse a su persona en el interior. Requería, por lo tanto, que Luisa la aceptara y la acogiera a través de una actitud de la fe, la esperanza y la caridad.
De ahí que la pasividad no sea absoluta en Luisa ni en ninguna otra persona mística. A Luisa Dios le pedía que fuera también activa, aceptándolo y acogiéndolo y esto sólo podía hacerlo por medio de una actitud de fe que solemos llamar experiencia de fe. Luisa sabía que la mística solamente se da dentro de la fe sin que aquella pueda suplantarla».
Lo leemos en muchos párrafos de sus pensamientos en los que hay momentos en que la comunicación mística nos sorprende con tanta claridad, que quedamos admirados al ver cómo una mujer tan activa pudo tener tales vivencias divinas. Como he expuesto anteriormente, las expresa frecuentemente con el modismo me pareció. Es el lenguaje de lo inefable:
«En la santa misa, al entregarme decididamente a la santa Virgen para ser de Dios según su beneplácito con el deseo de imitar su santa vida, me pareció que nuestro Señor presentaba a su santa Madre mi indignidad en el pasado y en el futuro; y, pensando que era aceptada, le pedí que le fuera manifestado a mi Padre espiritual algo sobre las cosas que tengo que preguntarle».
ETAPA DE PLENITUD O VÍA UNITIVA
Luisa de Marillac alcanza la plenitud en su vida de Dios o, usando también un lenguaje clásico en la historia de la espiritualidad, llega a la Vía unitiva. Es la vida casi divina de santa Luisa. Unida en quietud a Dios, éste desea posesionarse enteramente de ella como su dueño y esposo. Poniendo las palabras en boca de la santa, nos emocionan:
«De tiempo en tiempo, especialmente en las grandes solemnidades… Me pareció que a mi alma se le daba a entender que su Dios quería venir a mí, no como a un lugar de recreo o alquilado, sino como a su propia heredad o lugar que le pertenece enteramente». «De pronto sentí que era advertida de desear que nuestro Señor viniese a mí acompañado de sus virtudes para comunicármelas».
San Vicente considera esta oración como algo fuera de lo común, como la oración de una mujer adentrada en Dios. Y se la respeta; y admitiendo esta realidad la dirige hacia lo que Dios pide de ella.
Un día, después de sentir a Dios en la oración, corre gozosa a contárselo a su director y a pedirle ayuda:
«Padre: Mi corazón, lleno todavía de gozo por la inteligencia que me parece que Dios le ha dado de esas palabras Dios es mi Dios, y del sentimiento que he tenido de la gloria que todos los bienaventurados le dan, movidos por esta verdad, no puedo menos de escribirle esta tarde para suplicarle que me ayude a emplear debidamente estos excesos de gozo».
Y sin pérdida de tiempo san Vicente le responde en el mismo papel por medio de la misma persona que le había traído la misiva:
«Señorita: ¡Bendito sea Dios por las caricias con que su divina Majestad la honra! Hay que recibirlas con respeto y devoción, pensando en alguna cruz que le está preparando. Su bondad suele preparar a las almas que ama de esta forma, cuando las desea crucificar».
1) ESPOSORIO MÍSTICO
Santa Luisa tuvo la suerte de encontrar, como director espiritual, en el momento más oportuno al sacerdote Vicente de Paúl.
Había sido iniciado también él en la espiritualidad beruliana y desde ella también él había entrado en la mística. Y aunque hacía ya bastantes años que, por influencia de san Francisco de Sales y el encuentro con los pobres, iba viviendo una espiritualidad que hoy llamamos vicenciana, conocía muy bien por haberla experimentado, la espiritualidad renano-flamenca; y viviendo esta espiritualidad había pasado también él la Noche mística de los sentidos.
Como el fin de todo el caminar junto a Dios, san Vicente sabe llevarla sin violentar su personal vida interior hasta lo más alto de la mística, al desposorio espiritual del que habla santa Teresa con tanto entusiasmo en la Morada sexta, y al que pocos místicos consta que hayan llegado. Santa Luisa, como siempre, se lo cuenta a san Vicente con lenguaje tan natural y en una situación tan ordinaria, que nos extraña que una oración tan sublime pueda presentarse tan sencilla. Por eso no suele repararse en ello, y hasta se ha querido explicar corno una prolongación de su matrimonio con Antonio Le Gras, ya que sucedió en el aniversario de su boda.
El autógrafo es un informe enviado a san Vicente sobre las visitas a las Caridades de Asniéres y Saint-Cloud el 19 de diciembre de 1629 y el 5 de febrero de 1630. Tenía 38 años de edad, llevaba 22 años de oración y hacía unos 8 años que en la oración recibía la experiencia de Dios. Identificándose el signo con el carisma, el desposorio místico —cima apetecida de la contemplación— se realizó en medio del servicio a los pobres —cima humana de la presencia amorosa de Jesucristo en el pobre—. Pues no hay dos experiencias de Dios, sino una sola. A la experiencia de Dios en la oración o en la eucaristía, yo la llamo contemplación, y a la experiencia del mismo Dios en los pobres, la llamo mística general. Y, cosa curiosa, hacía tan sólo unos meses que se había entregado expresamente a los pobres.
«El miércoles de las cuatro témporas de Navidad salí para ir a Asniéres, temiendo hacer el viaje a causa de mis enfermedades, me sentí fortalecida a la vista de la obediencia que me hacía ir allá. Y en la santa comunión de aquel día me sentí presionada a hacer un acto de fe, y este sentimiento me duró mucho tiempo; pareciéndome que Dios me daría la salud, con tal que yo creyese que él podía, contra toda apariencia, darme fuerza, y que él lo haría, acordándome a menudo de la fe que hizo andar a san Pedro sobre las aguas.
Y a lo largo de todo el viaje, me parecía obrar sin ninguna intervención de mí misma, con gran consuelo de que Dios quisiese que, aunque indigna como soy, ayudase a mi prójimo a conocerle. Salí el día de santa Águeda, 5 de febrero, para ir a Saint-Cloud. En la santa comunión me pareció que nuestro Señor me daba el pensamiento de recibirlo como a esposo de mi alma, y aún que esto me era ya una forma de desposorios, y me sentí tan fuertemente unida a Dios en esta consideración que para mí fue extraordinaria y tuve el pensamiento de dejarlo todo para seguir a mi esposo y de mirarlo de aquí en adelante como a tal, y de soportar las dificultades que encontraría como recibiéndolas en comunidad de bienes».
Esta larga experiencia de Dios, se presenta como un desposorio místico. Además del lenguaje impreciso para expresar una experiencia mística inefable: «me pareció»…, y del sentimiento convencido del desposorio realizado, están presentes las características del acto contemplativo: Luisa no interviene, es sujeto pasivo donde Dios realiza; aparece el Otro que le comunica algo y Luisa experimenta una sensación sobrenatural fuera de lo común. I un sentimiento de bienestar que le dura largo tiempo y que le ha grabado el Otro, Dios o nuestro Señor, y ella es consciente de que Dios ha realizado algo extraordinario en ella y lo acepta por la fe. Este algo le parece ser un desposorio espiritual y lo considera como ya realizado, «y —dice ella— me sentí tan fuertemente unida a Dios en esta consideración que para mí fue extraordinaria, y tuve el pensamiento de dejarlo todo para seguir a mi Esposo y de mirarlo de aquí en adelante como a tal». Y recalca que, a raíz de este desposorio hay, como en el matrimonio humano, una comunicación de bienes.
En otro momento, igualmente trascendental, siente que el Otro la había poseído y obraba en ella corno sujeto de operaciones sin intervención ninguna de su parte. Yo no dudo de que esta unión con Dios sea la Unión Transformante de la que hablan santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz como la unión mística más sublime que se da en la contemplación. Y me baso en que también en otra ocasión nos cuenta con toda ingenuidad: «Me parecía que nuestro buen Dios me pidió mi consentimiento —y yo se lo di enteramente— para obrar por él mismo lo que quiere ver en mí».
Benito Martínez
CEME 2010