San Vicente y Santa Luisa (una misma pasión por los pobres)

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicenciana1 Comments

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Autor: Elisabeth Charpy, H.C. · Traductor: Máximo Agustín, C.M.. · Año publicación original: 2009 · Fuente: Vincentiana, volume 53.
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Durante 35 años, Vicente de Paúl y Luisa de Marillac han trabajado juntos. Uno y otra estaban animados por una doble pasión: pasión por el Hijo de Dios vivo en medio de los hombres y pasión por el pobre. Mas, ¿cómo este hombre y esta mujer familiar y social tan diferentes, de temperamentos tan distintos han podido trabajar juntos? ¿qué relación han llegado a establecer entre ellos? La lectura de las 600 cartas intercambiadas muestra que esta relación ha evolucionado sobre manera con el transcurso de los años, y que ha pasado por diferentes etapas antes de convertirse en una verdadera amistad. Toda relación evoluciona, se construye con el paso de los días y de los años. una misma pasión por los pobres puede suscitar divergencias sobre el modo de orientar la acción, pueden existir incomprensiones.

En Vicente de Paúl como en Luisa de Marillac, la santidad no es innata. Se apoya en su humanidad, La relación de ellos con Dios y con los pobres, su relación mutua han transformado poco a poco su ser, perfeccionándolo, embelleciéndolo. La amistad que los unirá tan profundamente nacerá de una serie de encuentros en los que cada uno toma cada vez más conciencia de su identidad, descubre la complementariedad recíproca, y ayuda al otro a asumirse plenamente. Ella favorece la puesta en marcha de acciones innovadoras, arrastrando en su audacia a numerosos colaboradores.

Varias etapas, de aspectos bien diferentes, marcan los 35 años de trabajo en común de Vicente de Paúl y de Luisa de Marillac.

Un acercamiento difícil (1625-1627)

Reticencia, dudas, incertidumbre marcan los primeros encuentros de Vicente de Paúl y de Luisa de Marillac. Las diferencias son tan grandes que se puede explicar.

Relatando la experiencia de Pentecostés, Luisa de Marillac habla de su director: «Me tranquilizó que yo debía seguir en reposo sobre mi director y que Dios me daría uno que me hiciera ver, me parece, y sentí repugnancia en aceptar, no obstante me serenaba. (Luz de Pentecostés- Escritos 3.) Luisa tuvo que cruzarse más de una vez con Vicente de Paúl por la calle, ya que el Hôtel de los Gondi donde él vive está cerca de la casa donde habita la familia Le Gras. Ella se ha fijado en este joven sacerdote de andar campesino; no tiene la elegancia, ni la distinción de Jean Pierre Camus quien, desde hace varios años, la conduce en el plano espiritual. Pero desde que es obispo de Belley, reside cada vez menos frecuentemente en París. No le resulta pues muy grato para Luisa ir al encuentro de su nuevo director. Parece que la amistad que tenía con Francisco de Sales, fallecido tres años antes, haya facilitado este acercamiento. En efecto, el obispo de Ginebra había confiado a Vicente de Paúl la dirección de los monasterios de la Visitación establecidos en París.

Por su lado, Vicente de Paúl duda en dirigir a esta joven viuda, triste, deprimida, que le dicen escrupulosa. Él se acuerda de las exigencias de la Señora de Gondi, al no querer separase de su consejero espiritual, deseando tenerle siempre cerca de ella. Jean Pierre Camus, gran amigo de Francisco de Sales, ha debido de presionarle. Una de las cartas de Vicente de Paúl a Luisa de Marillac muestra que él se ha sometido humildemente a la voluntad de Dios: «Sabedlo por una vez, Señorita, que una persona a quien Dios ha designado en su consejo para ayudar a otra, no se encuentra ya sobrecargada por las aclaraciones que pide, obra como un padre con su hijo. (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste 1, 214.)

Desde los primeros meses, Vicente de Paúl advierte lo que temía; la Señorita Le Gras está muy inquieta, muy angustiada, durante sus ausencias. Él recibe cartas sin cesar, en las que Luisa manifiesta su impaciencia. «Espero que me perdonéis la libertad que me tomo de expresaros la impaciencia de mi espíritu, tanto por el largo plazo transcurrido, como por el temor del porvenir y de no saber el lugar a donde os vais después de éste en el que os halláis.» (Luisa de Marillac a Vicente de Paúl – Escritos 7) Una carta de Jean Pierre Camus muestra qué mal aguanta Luisa las numerosas ausencias de su nuevo director, que predica misiones en los pueblos de la Isla de Francia. «Perdonadme, mi muy querida Hermana, si os digo que os apegáis un tanto a los que os dirigen y os apoyáis demasiado en ellos. Que el Señor Vicente ha desaparecido, ya tenemos a la Señorita Le Gras fuera de sí y desorientada». (Jean Pierre Camus a la Señorita Le Gras – Documentos de la Compañía p. 985.)

La situación financiera de la Señorita Le Gras, que resulta demasiado precaria después de la muerte de su marido, no la permite quedarse en su antigua casa en la parroquia de Saint Nicolas des Champs. Obligada a elegir una casa más sencilla, Luisa viene a instalarse en la calle San Víctor, a unos pasos del colegio de los Bons-Enfants cuyo Superior es Vicente de Paúl. Si Luisa de Marillac desea tener a su director a su disposición, éste trata de guardar sus distancias. Vicente de Paúl responde a una petición demasiado exigente de su dirigida. «Nuestro Señor hará él mismo el oficio de director, sí, en verdad, él lo hará de manera que os lo comunicará él mismo». (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste l, 23.) El tono de las cartas de 1625 a 1626 es muy educado, muy reverente conforme al estilo del siglo XVII. A pesar de las primeras dificultades encontradas en, Vicente de Paúl continúa recibiendo y dando luz a Luisa de Marillac. Quiere ser fiel a la voluntad de Dios.

Un descubrimiento mutuo (1627-1629)

En el curso de sus encuentros y a través de su correspondencia, Vicente y Luisa se descubren poco a poco. El tono de sus cartas cambia progresivamente. A partir de 1628, los encuentros son deseados, ansiados. El Señor Vicente lo expresa en varias cartas: «Si no fuera tan tarde, iría a veros, para aclarar ese particular del que me habláis, pero que se queda para mañana.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste l, 71.) El correo se recibe con alborozo. El Señor Vicente lo manifiesta con toda sencillez: «Dios mío, lo que me consuelan, querida hija, vuestra carta y vuestros pensamientos que me habéis enviado». (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste l, 69.)

Vicente de Paúl, atento a la miseria humana, percibe que Luisa, esta mujer ultrasensible, ha quedado profundamente marcada por la dureza de la vida: comprende mejor su sufrimiento, su ansiedad, advierte qué dispuesta para conocer y cumplir la voluntad de Dios; esta tensión corre el riesgo de perjudicar su equilibrio tanto físico como psíquico. Vicente lo hace todo por calmarla: «Bueno pues, continuad, mi querida hija, manteniéndoos en esta buena disposición y dejad hacer a Dios… Tened mucho cuidado con vuestra salud por amor a él». (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste l, 69.) Vicente de Paúl ha constatado asimismo la gran preocupación de Luisa de Marillac por su hijo Michel. Simplemente, él se va a hacer el educador de este joven, guiándole en sus estudios y aconsejándole cuando sus relaciones con su madre se vuelven difíciles.

Por su parte, Luisa de Marillac descubre en el Señor Vicente una rica personalidad: admira su obra entre los pobres de los campos, sabe que este sacerdote que le parecía ‘simple’ tiene la obsesión del pobre, que es caoaz de movilizar energías para ir en auxilio de los que sufren. Ella acepta participar en la acción caritativa puesta en marcha en numerosos pueblos bajo la forma de las Cofradías de la Caridad.

En este tiempo de descubrimientos mutuos, el Señor Vicente juega un papel preponderante. Es él quien orienta, devuelve confianza. Humildemente, Luisa de Marillac se deja dirigir, extrayendo sencillamente lo que ella vive.

Una intensa colaboración (1629-1640)

Una colaboración intensa, eficaz se establece poco a poco entre Vicente de Paúl y Luisa de Marillac, en el seno de una acción desbordante, Uno y otro están en la edad de la plena madurez: Luisa tiene 40 años, Vicente 50. Dos acontecimientos ‘fundadores’ en el sentido que dan una base sólida a esta colaboración, marcan este periodo.

El envío en misión de Luisa de Marillac, el 6 de mayo de 1625, es el punto de partida de esta colaboración. El Señor Vicente ha establecido en las tierras de la familia de Gondi varias Cofradías de la Caridad. Yendo a visitarlas, él propone a Luisa que asista también: «El Padre de Gondi me comunica que vaya a encintrarle en Montmirail… ¿Os dice vuestro corazón que vengáis? Si así es … tendremos la suerte de veros en Montmirail.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste, 72.) Seguido a la respuesta positiva de Luisa, Vicente le hace llegar su `envío en misión’, redactado en una forma solemne. «Os envío las cartas y la memoria que necesitáis para el viaje. Id pues, Señorita, id en nombre de Nuestro Señor. Ruego a su divina bondad que os acompañe, que sea vuestro consuelo en el camino, vuestra sombra contra el ardor del sol, vuestro techado en la lluvia y en el frío, vuestro blando lecho en el cansancio, vuestra fuerza en el trabajo y que al final os devuelva en perfecta salud y llena de obras buenas.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste 1, 73.) ¿Tiene Vicente realmente conciencia que este acontecimiento es importante o se deja simplemente llevar por el Espíritu?

Después de este primer viaje por el que ha visto a Luisa de Marillac al pie de obra. Vicente de Paúl se apoya en ella más y más para todo cuanto se refiere a las Cofradías de la Caridad. Luisa responde a las llamadas de su director y entra de lleno activamente en este trabajo. En el curso de las múltiples visitas que efectúa, ella informa a Vicente de todo lo que constata, bien en el plano de la organización de los socorros, bien sobre la manera de se ser distribuidos. No se olvida del aspecto espiritual. Ella somete los problemas encintrados. Vicente responde dejándole toda libertad de acción: «Vos deseáis saber si hablaréis en la Caridad reunida. Desde luego, yo lo vería bien; pero no sé si es fácil y conveniente. Esto les servirá de provecho. Habladlo con la Señorita Champlin y haced lo que Nuestro Señor os inspire.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste 1, 94.)

Vicente de Paúl descubre cada día mejor toda la riqueza de la personalidad de su colaboradora. Constata que está en su salsa entre las Damas de la Caridad, que sabe hablarles, que no tiene miedo a hacerles las advertencias oportunas. Él no titubea al enviarla allí donde la Cofradía está en peligro. (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste 1, 107.) Él utiliza sus competencias a la hora de redactar los reglamentos. El trabajo es realmente común, uno redacta, la otra corrige. «Yo os enviaré por el Señor párroco o por algún otro, el reglamento de la Caridad, que he ajustado a lo que conviene en Montmirail. Vos lo veréis, y si hay algo que quitar o añadir, decídmelo, por favor.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste 1. 104.) En 1631, Luisa de Marillac pone en marcha una Cofradía en su parroquia de San Nicolás du Chardonnet. Redacta el reglamento y se lo somete a Vicente de Paúl: «Sois una mujer valiente al haber adaptado así el reglamento de la Caridad y yo lo veo bien.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste 1, 116.)

Una modificación en el estilo de las cartas muestra que la relación de Vicente de Paúl y Luisa de Marillac ha cambiado realmente. Mientras que, en todas las primeros años, el Señor Vicente escribiendo a su dirigida utilizaba el término ‘hija mía’, después de 1629, él emplea la expresión ‘Señorita’. Uno y otra abandonan esta relación de dependencia de hija a padre y de padre a hija. Ellos se reconocen mutuamente responsables de la misión común.

La numerosa correspondencia de este periodo (al menos una carta por semana!) desborda naturalmente todo el trabajo misionero. Vicente y Luisa comparten las pequeñas noticias cotidianas; por ejemplo una caída de caballo de Vicente, la falta de agua en San Lázaro, el viaje de la Señora Gousault (una Dama de la Caridad) a Angers, las preocupaciones por dinero, su reflexión sobre los sucesos. A veces el intercambio llega hasta la revisión de vida. El Señor Vicente reflexiona sobre su manera de actuar demasiado egoísta. «Acordaos en particular de pedir a Dios por mí, que, hallándome ayer entre la ocasión de ejecutar una promesa que había hecho y un acto de caridad con respecto a una persona que nos puede hacer bien y mal, yo dejé el acto de caridad para cumplir mi promesa con lo que esta persona ha quedado muy descontenta, lo que no me preocupa tanto como haber seguido mi inclinación obrando como he obrado.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – 1, 103.) Luisa se dirige con toda confianza a este consejero espiritual; le dice todo el gozo que encuentra en su trabajo misionero, sus temores de dejarse arrastrar por los cumplidos. Se siente reconfortada por la reflexión de Vicente de Paúl: «Aceptadlos con tranquilidad y unid vuestro espíritu a las burlas, a los desprecios, y al mal trato que el Hijo de Dios ha sufrido, cuando os veáis honrada y estimada. Ciertamente, Señorita, un espíritu verdaderamente humilde se humilla tanto en los honores como en los desprecios y hace como la mosca de miel que la fabrica lo mismo con el rocío que cae en el ajenjo como con el que cae sobre la rosa.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste 1, 98.) Ella no teme hablarle de sus continuas inquietudes por su hijo y acepta las sabias correcciones de este sacerdote educador. Las palabras de Vicente están a veces llenas de humor: «Oh de verdad, Nuestro Señor ha acertado al no tomaros por madre suya, ya que no pensáis en buscar la voluntad de Dios que él requiere de vos en el seno materno para vuestro hijo; o quizás porque pensáis que eso os impedirá hacer la voluntad de Dios en otra cosa; nada de eso tampoco, pues la voluntad de Dios no está reñida con la voluntad de Dios. Honrad pues la tranquilidad de la santísima Virgen en caso semejante.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste 1, 111.) Luisa acepta las advertencias de su director.

Luisa, mujer intuitiva y rápida, no teme tomar iniciativas. En 1632, la Torre san Bernardo, próxima a la calle San Víctor se prepara para recibir a los Galeotes enfermos. Inmediatamente, Luisa va a visitarlos. Vicente lo ve y no se lo cree, pero sabe que una acción individual corre el riesgo de no tener continuidad. Por eso pregunta a Luisa sobre una posible acción colectiva. «La caridad para con estos pobres forzados es de un mérito incomparable delante de Dios. Habéis hecho bien en asistirlos y haréis bien en continuar de la manera que podáis. Pensad un momento si vuestra Caridad de San Nicolás querría encargarse de ellos, al menos por algún tiempo; vos los ayudaríais con el dinero que nos queda. Pero, oiga, eso resulta difícil, y ello me hace dejaros este pensamiento en vuestro espíritu, a ver qué pasa.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste 1, 166.) Vicente sabedor de las numerosas necesidades de los pobres desea que los laicos se asocien a toda esta obra de caridad que se pone en circulación. «Señorita, estaría bien que os pongáis en contacto con la Señora Goussault y la Señorita Poulaillon respecto a Germaine para ver su parecer. Hace sólo dos días que he prestado atención a esta manera de actuar, que me parece de cordialidad y de deferencia; y tal vez les he causado pena al haceros adoptar la última resolución de vuestro empleo sin decírselo a ellas.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste 1, 165.)

El segundo hecho fundador es la puesta en marcha de la Compañía de las Hijas de la Caridad. Esta fundación deja aparecer, en Vicente de Paúl y en Luisa de Marillac, una idea diferente de las realidades. A partir de 1629-1630, se establecen en varias parroquias de París Cofradías de la Caridad. Numerosas son las damas de la nobleza que desean formar parte de ellas. Pero rápidamente, aparecen dificultades. Los maridos no aceptan que sus mujeres vayan a los tugurios a llevar una marmita grande de sopa, a limpiar la habitación del enfermo. Ellos les piden que envían a sus propias sirvientas. Vicente de Paúl y Luisa se preguntan sobre el futuro de las Cofradías en la capital. ¿Acaso el servicio no corre peligro de convertirse en un trabajo encomendado y no en una obra de Caridad?

En el curso de una misión en Suresnes, Vicente de Paúl encuentra a Margarita Naseau, una mujer llena de iniciativas. Feliz él ante la propuesta de Margarita de venir a servir a los pobres enfermos de las Cofradías, Vicente orienta a esta campesina en la dirección de Luisa de Marillac, quien le explica lo que se espera de ella. El ardor de Margarita es rápidamente comunicativo. Unas jóvenes se presentan para servir en las Cofradías. La Caridad de París vivirá. Luisa acoge a todas estas campesinas, las reparte por las diferentes parroquias de París, arregla los pequeños conflictos que aparecen entre estas ‘sirvientas de las caridades’y las Damas de la Caridad. Una intuición profunda se despierta en su corazón: ella le da vueltas en la cabeza en su Luz de Pentecostés a esta pequeña comunidad al servicio de los pobres, en la que las habría que iban y que venían. Reunir a tosas estas jóvenes en una comunidad, ¿no sería una ayuda eficaz? El servicio es duro, los enfermos a veces exigentes, el desánimo puede cundir. Luisa habla de su proyecto a Vicente de Paúl. Éste no ve en absoluto la necesidad y lo hace todo por disuadir a su colaboradora: «Vos sois de Nuestro Señor y de su santa Madre; manteneos así y en el, estado en que ellos os han colocado a la espera de que dispongan otra cosa de vos.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste 1, 79.) Luisa, que percibe las dificultades de las campesinas que sirven en las Cofradías, sigue reflexionando. Ha hablado de ello con Margarita Naseau, es posible. Persuadida de la voluntad de Dios, con toda educación pero firmemente, interviene de nuevo. La respuesta de su director es siempre la misma: no ve la necesidad de un agrupamiento de las jóvenes que sirven en las Cofradías: «Os hablo de una vez por todas ara que no penséis en ello hasta que Nuestro Señor manifieste que es su voluntad, que dé ahora los sentimientos contrarios…Vos buscáis convertiros en la sirviente de estas pobres jóvenes, y Dios quiere que seáis la suya, y quizá de más personas de las que lo seríais de esa forma; aunque no fuerais más que la suya, ¿no es suficiente para Dios que vuestro corazón honre la tranquilidad del de Nuestro Señor?.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste 1, 113.)

Dios habla por los acontecimientos: en febrero de 1633, Margarita Naseau muere de la peste; ha sido contaminada por una enferma a quien ha hecho acostarse en su lecho. Esta muerte rápida interpela con toda fuerza a Vicente de Paúl y a Luisa de Marillac. La caridad no puede despreciar a la prudencia. El proyecto de luisa es asumido por Vicente de Paúl: «Considerando el asunto de vuestro empleo, todavía no tengo el corazón tan claro ente Dios por una dificultad que me impide ver si es esa la voluntad de su divina Majestad. Os suplico, Señorita, que le encomendéis esta asunto durante estos días en los que comunica con mayor abundancia las gracias del Espíritu Santo, incluso el mismo Espíritu Santo. insistamos pues en la oración y conservaos alegre.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste 1, 200.) Cuál es pues la dificultad que constituye problema en Vicente de Paúl. La Carta no lo explica, pero es fácil adivinarla. ¿Constituir un grupo, una comunidad con las sirvientas de las Cofradías de la Caridad? ¿Es preciso realmente hacer dos grupos distintos? Otra cuestión debe ocupar al Señor Vicente de Paúl. ¿Se puede pedir a las campesinas que vivan en comunidad una vida totalmente consagrada a Dios? En el siglo XVII, la vida religiosa está reservada a las familias nobles o burguesas, y se ha de aportar una dote. ¿Es razonable imaginar una comunidad de un estilo totalmente nuevo? Creo que es Luisa de Marillac, la gran dama de París, quien va a influenciar al campesino gascón. Ella conoce bien a sus hijas, su deseo de una vida entregada a Dios, lo serio de su vida espiritual. Esta agrupación permitirá asegurar una mejor formación, conocer mejor a las jóvenes antes de enviarlas allá donde se las piden. Entones Luisa insiste.

En agosto de 1633, Vicente de Paúl hace su retiro anual, Luisa lo aprovecha para enviarle una nueva carta. El último día de su retiro, Vicente responde: «Pienso que vuestro ángel bueno ha hecho lo que vos me contáis en la que me escribisteis. Hace cuatro o cinco días que él se ha comunicado con el mío respecto de la Caridad de vuestras hijas; ya que es verdad que me sugiere a menudo su recuerdo y que he pensado seriamente en esta buena obra; sobre ello hablaremos, Dios mediante, el viernes o el sábado, si no me llamáis antes.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste 1, 217.) Este encuentro es decisivo. Luisa puede proponer a las jóvenes que intenten la aventura. Algunas aceptan, oras se niegan. El 29 de noviembre de 1633. Luisa acoge en su casa de 4 a cinco jóvenes (no se sabe el número exacto) ‘para hacerlas vivir en comunidad’, escribe su primer biógrafo.

Vicente y Luisa, conscientes uno y otra de sus responsabilidades para con este nuevo grupo, aseguran la formación de las Hermanas: Luisa la formación de base: aprendizaje de la lectura y de la escritura, cuidados de los enfermos, Vicente la formación espiritual. Reflexionan juntos la respuesta a las llamadas que provienen de diversos pueblos y ciudades. Luisa redacta los reglamentos, Vicente los lee y los corrige. La cooperación es evidente. El optimismo de Vicente viene con frecuencia a serenar a Luisa de Marillac en lucha con las múltiples pequeñeces cotidianas. «No os sorprendáis al ver la rebelión de esta pobre criatura; veremos muchas más si vivimos; y jamás sufriremos tanto por los nuestros como Nuestro Señor por los suyos. Sometámonos pues en buena hora a su divina voluntad en todo lo que se presente.». (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste 1. 494.)Con ocasión del fallecimiento de una hermana, Vicente, lleno de admiración ante el trabajo de todas estas hijas de la Caridad, exalta la belleza y la grandeza de su vocación «Ella ha muerto en el ejercicio del divino amor, porque ha muerto en el de la Caridad.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac – Coste 513.)

Vicente de Paúl lleva poco a poco a Luisa de Marillac a asumir plenamente la dirección de las Hijas de la Caridad. «Gobernad«, le dice en varias ocasiones. Muy sencillamente, con delicadeza, le hace notar que es a veces un poco demasiado seria: «Os suplico que seáis un poco alegre, aunque tengáis que disminuir un poco de esa pequeña seriedad que os ha dado la naturaleza y que la gracia suaviza.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste 1, 501.) Luisa no duda en advertir a Vicente de Paúl, acaparado por sus numerosas funciones, que se olvida fácilmente de sus promesas, de sus encuentros. «Os habéis olvidado de mí en cuanto a la necesidad que yo tenía de hablaros.» (Luisa de Marillac a Vicente de Paúl –Escritos 17.) El conocimiento mutuo se ahonda entre Vicente y Luisa. Ellos perciben mejor las cualidades, las riquezas del otro, pero también los defectillos, los defectos. Ellos forman parte de la experiencia de su complementariedad. Vicente y Luisa se esfuerzan por progresar a la par en la verdad.

La toma de conciencia de esta complementariedad favorece la puesta en marcha de obras inéditas. La primera concierna a los Niños Expósitos. La obra que debuta en 1638, es compleja visto el rechazo de estos niños por la sociedad. Vicente de Paúl anima a las Damas de la Caridad en su empresa para con estos niños destinados a una muerte segura. Luisa de Marillac forma a las Hijas de la Caridad en los cuidados y la educación de estos pequeños. Acaricia el plan también de confiar algunos niños a estas familias de acogida. Los diferentes emplazamientos se inscriben en un registro. Vicente conforma al margen la realidad de la partida del aniño a la casa de sus padres nutricios. Cuando la obra encuentra dificultades, Vicente está allí, interpelando a las Damas, pero también tranquilizando a Luisa.

En 1638, el Señor Lambert, poco después de su llegada a Richelieu, desea el envío de Hijas de la Caridad a esta ciudad. Vicente de Paúl aprueba este proyecto, pero Luisa tiene dificultades en enviar por primera vez a Hermanas tan lejos de París. Vicente, con mucha delicadeza, se esfuerza por vencer las reticencias de Luisa. «La Caridad de Richelieu tiene ahora necesidad de nuestra hermana Barbe, a causa de la cantidad de enfermos que hay. ¿Qué os parece, Señorita, si se envían para asistir a aquella buena gente en esta necesidad? No son enfermedades contagiosas.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste 1, 502.) Y cuando las dos Hermanas parten de París hacia esta ciudad distante, Vicente está allí atento al sufrimiento casi maternal de su colaboradora. «Mon Dieu, Señorita, ¡qué suerte la de estas buenas Hijas la de ir a continuar la caridad que Nuestro Señor ejercía en la tierra en el lugar al que van!» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste1, 513.)

La gran miseria de los enfermos del hospital de Angers, descrita por la Sra. Goussault, conmueve también a Vicente como a Luisa. La Compañía de las Hijas de la Caridad puede, debe tomar una nueva orientación yendo a curar a los enfermos, no ya a domicilio, sino en el interior de un hospital. La decisión se tima un plazo largo de reflexión. Para este envío lejos de París en diciembre de 1639, Vicente prepara un reglamento. Luisa lo lee y aporta sus correcciones. Este primer reglamento afirma la finalidad de la Compañía: «Las Hijas de la Caridad de los pobres enfermos se van a Angers para honrar a Nuestro Señor, padre de los pobres, y a su santa Madre, para asistir a los pobres enfermos del Hôtel-Dieu de dicha ciudad corporal y espiritualmente.» Resume lo esencial de la vida de toda Hija de la Caridad: «La primera cosa que Nuestro Señor pide de ellas es que le amen soberanamente y que hagan todas sus acciones por amor a él; y la segunda, que se quieran unas a otras como hermanas que él ha unido en el lugar de su amor, ya los pobres enfermos, como a sus señores, ya que Nuestro Señor es uno de ellos, y a ellos en Nuestro Señor«. (Reglamento para las Hermanas del hospital de Angers –Coste XIII, 539.)

La puesta en marcha del servicio de los Galeotes enfermos por las Hijas de la Caridad en 1640 resulta de la misma toma de conciencia de la extrema miseria de estos hombres. Vicente de Paúl espera el regreso de Angers de Luisa de Marillac, para realizar la elección de las Hermanas que deberán enfrentarse a un medio violento. «Os esperamos con el afecto que Nuestro Señor sabe. Llegaréis a punto para los forzados.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste II, 23.)

Una tensión perceptible (1640-1642)

Hacia 1640, sobreviene un periodo en que las relaciones entre Vicente y Luisa se modifican. Ya se podía percibir, en los años precedentes, algunas actitudes que revelaban la gran desemejanza entre estas dos personalidades. Toda amistas pasa por su crisis. La de Vicente y de Luisa sigue esta misma ley. Su amistad que se basaba en la verdad, la confianza, la sencillez, se enfrenta a tensiones. La diferencia, aceptada hasta entonces en un ritmo pacífico, se transforme en fuente de impaciencia, no es recibida ya como complementariedad sino que se transforma más bien en incomprensión.

Durante la estancia de Luisa en Angers, los Administradores piden un contrato escrito en buena y debida forma. El Señor Vicente pensaba que se haría de viva voz. Luisa se pregunta: ¿Quién puede firmar el contrato, pues la Compañía de las Hijas de la Caridad no tiene ninguna existencia legal? Ninguna declaración se ha formulado todavía. Es muy probable que Luisa ha resentido los efectos nocivos de la prudente lentitud del Señor Vicente. Éste responde: «Visto que estos señores quieren tratar por escrito, lo haréis vos, ‘in nomine Domini’, y mandaréis hacer el tratado a vuestro nombre como directora de las Hijas de la Caridad, sirvientas de los pobres enfermos de los hospitales y de las parroquias, bajo la beneplácito del superior general de la congregación de los sacerdotes de la Misión, director de dichas Hijas de la Caridad.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste II. 1.) La carta se prolonga en explicaciones un tanto complicadas. Esta respuesta no parece satisfacer a Luisa. Ella ha debido manifestar su extrañeza, ya que una cuarta carta de Vicente el 28 de enero de 1640 viene a confirmar la primera del 11 del mismo mes: «Ya os he dicho mi pensamiento en cuanto a los artículos y las cualidades que debéis tomar.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste II. 10.) Luisa obedece; el 1 de febrero de 1640, firma el contrato que establece a las Hijas de la Caridad en el hospital de Angers.

El año siguiente, la elección del emplazamiento de una nueva Casa Madre para las Hijas de la Caridad se convierte en foco de algunas tensiones. La casa donde se han establecido se convierte en demasiado pequeña ante el aflujo de las candidatas. Hay que buscar una mucho más grande. Luisa aprovecha para volver a expresar su deseo, como en 1636 y rechazado también por el Señor Vicente; habitar cerca de San Lázaro. El Señor Vicente vuelve a decir que no puesto que ello no es prudente. Cuando la gente del barrio vea a un Sacerdote de la Misión entrar en la casa de las Hermanas, o a una Hermana entrar en San Lázaro, murmurará o hará comentarios. Las Damas de la Caridad buscan una casa, pero Luisa rechaza las diferentes propuestas. En febrero de 1641, ella manifiesta su impaciencia. Vicente, enfermo, responde vivamente: «Os veo continuamente inspirada de sentimientos humanos desde que me veis enfermo, pensando que todo está perdido porque falte una casa. Oh mujer de poca fe y poca conformidad con la conducta y el ejemplo de Jesucristo! Este Salvador del mundo, por el estado de toda la Iglesia, se dirige a su Padre para las reglas y las acomodaciones; y por un puñado de jóvenes que él se ha suscitado claramente y congregado, pensáis que él nos faltará! (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste II, 138.) Algunos meses más tarde se pone a la venta una casa, exactamente frente a San Lázaro. Vicente de Paúl acepta la compra y las Hijas de la Caridad se establecen en ella en octubre de 1641.

Desde los comienzos de la Compañía de las Hijas de la Caridad, el Señor Vicente ha tenido la costumbre de venir regularmente a hablar a las Hermanas que aprecian mucho estas conferencias. Bueno pues hace algunos meses que Luisa se da cuenta que Vicente encuentra siempre pretextos para no venir. Se halla desbordado de trabajo, promete venir y no viene, porque prefiere antes que a las Hijas, a las Damas, a los Sacerdotes, a la Reina, etc. …Luisa lo soporta muy mal. En el informe de las pocas conferencias que da no obstante el Señor Vicente, ella hace sus breves comentarios. El 16 de agosto de 1640, transcribe las palabras del Señor Vicente: «Poco ha faltado para que yo no viniera hoy, ya que he tenido que ir lejos: también tendré poco tiempo para hablaros.» El 16 de agosto de 1641 –no ha habido conferencias desde hace un año- ella subraya las excusas del Señor Vicente: «Hace tiempo que yo habría debido reuniros, pero me he visto impedido principalmente por mi miseria y mis asuntos. Además, hijas mías, espero que la bondad de Dios haya suplido por sí misma lo que yo os debo.» Con mayor severidad si cabe Luisa inscribe al principio de la Conferencia del 9 de marzo de 1642: El noveno día de marzo, el Señor Vicente no pudo, por algún asunto urgente, hallarse al comienzo de la conferencia que su caridad había resuelto darnos… El Señor Portail inició la conferencia….» Y en medio del informe, ella anota: «El Sr. Vicente llegó sobre las cinco, y su caridad, después de oír el pensamiento de algunas de nuestras hermanas, continuó: Hermanas, se está haciendo demasiado tarde; …conviene dejarlo hasta el domingo próximo…» Estas escasas conferencias entre 1640-y 1642 son las únicas que llevan anotaciones semejantes.

A pesar de estas relaciones un poco tensas, los puntos de vista diferentes, la vida de la Compañía se prosiguió: acogida de numerosas postulantes, respuestas a la llamadas, nuevas implantaciones (Nanteuil, Fontenay, en las Roses, Sedan…)y también preparación de los primeros votos en la Compañía, el 25 de marzo de 1642.

De pronto, un suceso exterior, mínimo en apariencia, lega a sacudir a los dos fundadores. El sábado 7 de junio de 1642, víspera de Pentecostés, en la Casa Madre de las Hijas de la Caridad, el piso de la sala donde se reúnen de ordinario las Hermanas para las Conferencias, se hunde. La reunión prevista para ese día no tiene lugar ya que el conferenciante otra vez se había excusado. Vicente de Paúl, siempre muy atento a los acontecimientos, se siente profundamente interpelado por éste. Por la mañana de Pentecostés comparte su reflexión con Luisa. «Mon Dieu, Señorita, qué sorpresa me llevé esta mañana cuando el Señor Portail me contó el accidente que ocurrió ayer en vuestra casa, y yo le he dicho lo que Nuestro Señor dijo a los que le interrogaban sobre el asunto de los que habían sido aplastados bajo las ruinas de la caída de la torre de Jericó, que aquello no había pasado por los pecados de aquella gente, ni por los de sus padres y madres, sino para manifestar la gloria de Dios. Y ciertamente, yo os digo lo mismo, Señorita, …Vos tenéis en este sucedido un nuevo motivo de amar a Dios más que nunca…» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste II, 258.) Luisa de Marillac está, ella misma, totalmente transformada por este suceso, nos queda su única reflexión escrita algunos años más tarde, en el aniversario de del accidente: «(Tuve) un trastorno interior cuando la bondad (de Dios) me dio luz y esclarecimiento sobre grandes inquietudes y dificultades que tenía…Me parecía entonces que se operaba interiormente en nuestro Muy Honorable Padre y en algunas almas de nuestras Hermanas, algo grande, en cuanto al establecimiento sólido de esta pequeña familia…» (Sobre la Conducta de la Divina Providencia –Escritos 760.)

Vicente y Luisa acogen esta luz de Dios. Toman más firmemente conciencia de que él es el autor de esta pequeña Compañía, que la cuida con atención especial y que los invita a proseguir juntos la obra comenzada para su gloria y el bien de los pobres. El Espíritu de Dios en ese día de Pentecostés de 1642, les provoca a superar la crisis que están viviendo, y a convertirse. Una etapa difícil se ha cumplido. Un largo periodo de amistad profunda y fecunda se abre delante de ellos.

Una amistad fecunda (1642-1660)

Durante 17 años (1525-1642) Vicente de Paúl y Luisa de Marillac han caminado pues juntos, aprendiendo a conocerse, a reconocerse, a estimarse y a respetarse. Ahora, la libertad, esa independencia de espíritu que no está dominada ni por el temor o el miedo, ni por los prejuicios, estará en la raíz de sus relaciones. Esta libertad se convierte en apoyo para la realización de múltiples compromisos, revelando su común pasión por los pobres.

La verdadera colaboración no trata nunca de dominar o convencer; permite, por la confrontación de las ideas, de los puntos de vista, un conocimiento más profundo de sí. Luisa de Marillac desea una relación que marca diferencias, que hace crecer: «Os suplico muy humildemente, Señor, que las debilidades de mi espíritu, que yo os he demostrado, no exijan de vuestra caridad la condescendencia que os podría dar la impresión de que yo quisiera que vos cedierais a mis pensamientos…Recibiendo de Dios la gracia casi siempre de conocer y estimar los consejos de otro diferentes de los míos; y en particular cuando es vuestra Caridad me tranquiliza ver evidentemente esta verdad, aunque sea en asuntos que me están ocultos por algún tiempo.» (Luisa de Marillac a Vicente de Paúl – Escritos 339.) Las decisiones que tomar quedarán iluminadas a la luz del Evangelio y de su propia reflexión(de ellos). Luisa propone cambios que le parecen necesarios en Chars donde el párroco jansenista se muestra bastante intransigente: «Me ha venido al pensamiento, desde ayer, proponer a vuestra Caridad, si le parecería bien, para no chocar tanto con el Señor Párroco de Chars, enviar a mi hermana Jeanne Christine en lugar de mi Hermana Turgis y de reservar a la Hermana Jacquette para Chantilly, pues estoy viendo que vamos a tener que quitar también de Charsa la que se ha quedado.» (Luisa de Marillac a Vicente de Paúl –Escritos 240.)

Vicente de Paúl somete a Luisa la carta que acaba de escribir al abate de Vaux, el consejero espiritual de las Hermanas del hospital de Angers: «He escrito al Sr. abate de Vaux que habíais dado la palabra de enviar hermanas a ocho lugares antes de poder darle a él. Mirad, Señorita. a ver si hay contradicción entre esto y los que vos le vais a decir.

En 1650, la Marquesa de Maignelay viene a pedir el envío de dos hermanas a la parroquia de Saint Roch. La llamada es urgente, la Marquesa desea tener a las Hermanas al otro día. Luisa se muestra muy reticente. y expone las razones al Señor Vicente (una antigua Hija de la Caridad ) había vivido y está en el presente casada, vive en la casa que deben habitar nuestras Hermanas y es una vecindad peligrosa para nosotras, Os suplico humildemente que os toméis la molestia de decirme lo que deberé hacer en ese encuentro para no descontentar a la Señora Marquesa y para no causarnos daño.» (Luisa de Marillac a Vicente de Paúl –Escritos 317.) Luisa presiente la dificultad de Vicente para decir no a mujer, pues es la hermana del antiguo General de las Galeras, Felipe Manuel de Gondi..

Vicente y Luisa no desean ni influirse, ni hacer prevalecer sus consejos, todavía menos destacarse. Desean que la tarea que llevan a cabo sea un paso hacia más humildad para todos aquellos a quienes sirven y al mismo tiempo anuncio de Jesucristo. Es este desinterés el que les permite expresar con toda libertad su pensamiento. La lectura de los Consejos revela las opiniones con frecuencia opuestas entre Vicente y Luisa. Ellos no temen exponer sus propias razones, buscando juntos la voluntad de Dios y el bien de los pobres. estos Consejos es un verdadero lugar de formación para las hermanas que forman parte de ellos.

El Consejo del 30 de octubre de 1647 estudia dos problemas; la acogida de los chicos en la escuela de las chicas, y la posibilidad de tener pensionistas en las casas. Vicente que preside siempre los consejos expone el primer punto. «la Señorita Le Gras propone si es oportuno que nuestras hermanas de la ciudad y del campo que tienen escuela, reciban a los niños y a las niñas, y en caso de que reciban a los niños, hasta qué edad los tendrán.» Luisa presenta sus razones; estos pequeños recibirán principios de piedad: ello será tal vez sus única instrucción. Pues en la mayor parte de los pueblos no hay maestro de escuela. Además los padres desean que sus muchachos reciban tanta instrucción como las muchachas. Existe acuerdo en que estos nichos tan pequeños (menos de seis años) no pueden ser motivo de tentación para la maestra. Vicente desarrolla razones totalmente opuestas: La educación mixta está prohibida, tanto por una ordenanza del rey como por otra del arzobispo. Las Hermanas deben ser las primeras en ejecutar las ordenanzas, y Vicente apoya sus palabras recordando que maestros de escuela acogiendo a niñas en medio de los niños han sido condenados a ser quemados vivos. La reflexión prosigue con la escucha de los demás participantes; una de las Hermanas está a favor, la otra en contra. El Señor Lambert sería más bien favorable. Luisa insiste diciendo que ella había permitido recibirlos alguna vez, ya que a veces una niña no puede venir a la escuela si no trae a su hermanito con ella, no encontrándose la madre en la vivienda para cuidarlo. Después de desarrollar de nuevo sus razones, Vicente de Paúl concluye: «Será bueno que no se reciban a pesar de todo. Somos dos o tres de este parecer. Conviene no seguir.» Luisa deberá pues revisar lo que ha autorizado en ciertas casas.

A continuación se estudia la acogida de los pensionistas. Allí también hay una gran diferencia de apreciación entre los dos Fundadores. Luisa ve en ello ventajas: educación de las niñas, ayuda financiera para las casas pobres. Vicente ve en ello muchos inconvenientes: alimentación diferente para estas niñas (el menú de las Hermanas le parece demasiado pobre!), existe el peligro para ellas de dejar ver sus diferencias comunitarias, dificultades para combinar la vigilancia d estas pensionistas con la fidelidad a la regla (oración). A pesar de la insistencia de Luisa, la decisión de Vicente es formal: «Es preciso no continuar, y no recibir ni a uno solo.» Luisa de Marillac tendrá que transmitir a las diferentes comunidades esta decisión, sin dejar que se trasluzca que ella era opuesta. Sabe que una decisión tomada después de reflexión común, no puede luego ser contestada por uno u otro miembro. La adhesión total es indispensable.

El 8 de abril de 1655, se estudia en el Consejo la cuestión de la retirada de las Hermana del hospital de Nantes, ya que constantes conflictos desmoralizan a las Hermanas y les crean problemas en el trabajo. Vicente expone el problema desarrollando las razones para el mantenimiento y las razones para la retirada. Cada uno de los miembros presentes escucha, luego da su parecer. Las tres consejeras están convencidas de la necesidad del retiro. El consejo de Luisa es claro, hay que mandar venir a las Hermanas, pues ya se ha ensayado todo. El Señor Portail propone contemporizar, y hacer un cambio de Hermana y luego veremos. El Señor Alméras, que ha visitado la comunidad dos años antes, piensa que es prudente «decirles en este momento que esperen, que con el tiempo se verá» La conclusión puede parecer sorprendente, pero demuestra que Vicente no toma decisión si no está seguro de que sea conforme a la voluntad de Dios. Él concluye el Consejo: «Para no omitir nada en un asunto de tal importancia, creo que será oportuno encomendárselo a Dios. Y como no queremos hacer nada que no sea conforme a su santa voluntad, debemos pedir luces para conocerla.» (Consejo del 8 de abril de 1655 –Coste XIII-687.) Es difícil para Luisa aceptar el mantenimiento de la comunidad, cuando las Hermanas sufren. El 28 de agosto, recibe una carta de Nicole Haran, la Hermana sirviente que precisa: «Es una guerra continua contra nosotras. …aquí somos inútiles por el escaso adelanto que se logra.» (Nicole Haran a Luisa de Marillac -28 de agosto de 1655-Documento de la Compañía p. 705.) En el Consejo siguiente, 8 de setiembre, la Señorita relanza el problema; habla de la carta de Nicole y de su preocupación por las Hermanas. La respuesta de Vicente de Paúl sigue siendo la misma: «hemos de encomendar el asunto a Dios.» (Consejo de la Compañía -8 de setiembre de 1655 –Coste XIII, 693.) La retirada de las Hermanas del hospital de Nantes no se realizará hasta 1664!

En la relectura de los acontecimientos vividos por la comunidad de Nantes, Vicente de Paúl y Luisa de Marillac buscan discernir en todo ello la voluntad de Dios. Para Luisa de Marillac, las múltiples disputas que llegan de los Administradores, del obispo son fuente de inquietudes, de angustia para las Hermanas y actúan sobre su salud. El servicio de los enfermos se resiente de ello. Le parece a la Fundadora que un servicio que no puede ser realizado ya correctamente no debe continuarse. Vicente de Paúl hace otra lectura. Toda obra cumplida en nombre del Señor, lleva consigo dificultades, trabas. Es necesario no dejarse desanimar por las dificultades, y como Jesucristo lo hizo en la tierra, aceptar enfrentarse a ella. Luisa acoge la decisión de Vicente de Paúl.

Luisa de Marillac participa también al Señor Vicente sus perspectivas de futuro sobre la Compañía de las Hijas de la Caridad. Como mujer muy intuitiva, percibe que esta comunidad, de un estilo totalmente nuevo, en el siglo XVII, no podrá subsistir si depende de los Obispos. Su pensamiento va en el sentido inverso del Concilio de Trento que ha reafirmado la responsabilidad de los Obispos para con toda la vida cristiana de su diócesis. Pues bien, Luisa dice y vuelve a decir sin cesar que las Hijas de la Caridad son simples bautizadas, jóvenes de parroquias, y no religiosas. ¿Por qué sustraerlas a la autoridad del Obispo del lugar? Para Luisa, se trata del futuro del Servicio de los Pobres. sabe que muchos Obispos se oponen a toda vida consagrada en pleno mundo: las Visitandinas de Francisco de Sales han sido enclaustradas por el Obispo de Lyon, en Burdeos la Congregación fundad por Jeanne de Lestonnac, ha debido, a instancias del Obispo, permanecer en el interior de su establecimiento. Si las Hijas de la Caridad no pueden ya ‘ir y venir’ por las calles, en los pueblos, adiós el servicio de los pobres a domicilio!

Luisa se esfuerza en convencer a Vicente de Paúl de ser jurídicamente el responsable eclesiástico de las Hijas de la Caridad. La confrontación será larga. El Señor Vicente rechaza la propuesta de Luisa, él está sometido a las decisiones del Concilio de Trento, no quiere tocar la autoridad de los Obispos. Además, la Congregación de la Misión tiene por objetivos las Misiones en los campos y la obra de los Seminarios. No tiene vocación de ocuparse de las mujeres incluso consagradas.

En 1640, Luisa de Marillac ha querido que el Señor Vicente dé los pasos necesarios con vistas al reconocimiento de la Compañía de las Hijas de la Caridad. Hacia 1642-1643, Vicente ha hecho o mandado hacer varios esbozos de Súplicas. Pero hasta agosto de 1646 no se decide a enviar la petición al Arzobispo de París. Luisa no ha releído la última moltura, ella está en Nantes adonde ha ido a llevar a 6 hermana. al hospital.

Noviembre de 1646, El Señor Vicente se regocija. El Arzobispo ha firmado la aprobación de la Compañía. Este texto será posteriormente sometido al Parlamento para un reconocimiento oficial por el Reino de Francia. Luisa de Marillac, a la lectura del texto, reacciona fuertemente. Con cierta vehemencia, escribe su descontento al Señor Vicente. Ella tiene a la vista el texto del Arzobispo: «Señor, Yo no me he ocupado de preguntaros si se lo comunicaré a nuestras Hermanas, y no lo he hecho.» (Luisa de Marillac a Vicente de Paúl –Escritos 186.) Y ella explica todo lo que cuestiona: el título de «Sirvientas de los Pobres» dado a las Hermanas, elle quiere el que llevan habitualmente: «Hijas de la Caridad» . Pero ante todo, ella no puede admitir que las Hijas de la Caridad dependan del Arzobispo de París. Ve en ello un gran riesgo para el servicio de los pobres. Ella termina su carta con un firme ruego al Señor Vicente. El tono es sin rodeos «En el nombre de Dios, Señor, no permitáis que pase nada que tan siquiera insinúe sacar a la Compañía de la dirección que Dios le ha dado pues tenéis la seguridad que muy pronto no sería más lo que es, y los pobres enfermos no serían ya socorridos, y así yo creo que no se haría más la voluntad de Dios entre nosotros.» (Luisa de Marillac a Vicente de Paúl –Escritos 186.)

Vicente conoce la vivacidad de Luisa. Él juzga prudente no decir nada y esperar. Transcurren seis meses… Vicente piensa que el tiempo ha hecho su obra de pacificación. En el curso de la conferencia del jueves 30 de mayo de 1647, anuncia a las Hermanas: «Ahora, hijas mías, Dios os ha querido unir más estrechamente por la aprobación que ha permitido que se haga de vuestro modo de vida y de vuestras reglas por Monseñor ele Ilustrísimo y Reverendísimo arzobispo de París. Esta es la petición que le ha sido presentada, y éstas las reglas, luego aquí está la aprobación.. Yo os voy a hacer lectura de una tras la otra.» (Conferencia a las Hijas de la Caridad del 30 de mayo de 1647.)

Luisa, que está presente, se siente trastornada. Más de seis meses le serán necesarios para calmarse. Entonces con toda calma, vuelve a expresar su pensamiento a Vicente de Paúl, sosteniendo con firmeza su rechazo a ver la Compañía de Hijas de la Caridad bajo la dependencia del Arzobispo de París. Su carta es de noviembre de 1647: «Señor, me ha parecido que Dios ha puesto mi alma en una gran paz y sencillez en la oración, muy imperfecta por mi parte, que he hecho sobre el asunto de la necesidad que la Compañía de las Hijas de la Caridad esté siempre sucesivamente bajo la dirección que la divina Providencia le ha dado, tanto en lo espiritual como en lo temporal, en la que pienso haber visto que sería más ventajoso para su gloria que la Compañía acabara por desaparecer por completo antes que caer bajo otra dirección, pues me parece que sería contra la voluntad de Dios.» (Luisa de Marillac a Vicente de Paúl –Escritos 233.) A esta carta, llena de sencillez y que quiere ser fuente de pacificación, Luisa no recibe respuesta. Vicente busca, él también, la voluntad de Dios sobre esta Compañía de Hijas. Repetidas veces, volverá Luisa sobre estos dos puntos: la voluntad de Dios y el servicio de los pobres. Ella sabe bien que el Señor Vicente es muy sensible a esto. Ella ha aprendido la paciencia; ella esperará largos años.

Hacia 1652-1653, el viejo Vicente de Paúl, viendo por un lado a las Hijas de la Caridad extenderse por todas las diócesis y hasta por Polonia, y por otro, la salud cada vez más precaria de Luisa, desea arreglar la situación de las Hijas de la Caridad. Se redacta una nueva súplica y, en enero de 1655, el Cardenal de Retz aprueba de nuevo la Compañía colocándola esta vez bajo la autoridad de Vicente de Paúl, Superior General de la Misión, y de sus sucesores. Luisa se siente feliz, no por su éxito, sino porque la Compañía va a poder proseguir, según los designios de Dios, la obra comenzada. La Compañía va a poder ser fiel al Carisma que Dios le ha confiado.

La confrontación ha sido dura, larga. Nadie quería ni podía ceder en lo que le parecía esencial para la misión entre los pobres. Estas posturas firmes no han impedido el trabajo misionero, la respuesta a nuevas llamadas: en cuanto a las Hijas de la Caridad, las nuevas implantaciones en Nantes, Montreuil-sur-Mer, Polonia, el traslado de los niños expósitos a Bicêtre, etc.; en cuanto a los Sacerdotes de la Misión, la misión en Madagascar, los socorros en la Picardía y en la Champaña, provincias devastadas por la guerra, etc. … Los Fundadotes no se han dejado obnubilar por sus dificultades personales, han sabido sobrepasarlas para acudir a lo urgente, y responder a las múltiples necesidades que surgían sin cesar.

Vicente, que por tan largo tiempo se ha mostrado reticente para aceptar este cargo de Superior de las Hijas de la Caridad, debe defender esta elección ante sus propios Cohermanos, discutiendo este cargo para la Congregación de la Misión. Él se explica largamente en 1660: «Si nosotros tenemos la dirección de la misión en que ellas (las Hijas de la Caridad) se han educado, es porque la conducta de Dios, para dar nacimiento a su pequeña compañía, se ha servido de la nuestra; y sabéis que de las mismas cosas que Dios emplea para dar el ser a las cosas, de ellas se sirve para conservarlas… Habiendo entrado las Hijas de la Caridad en el orden de la Providencia como un medio que Dios nos da de hacer por sus manos lo que no podemos hacer por las nuestras, en la asistencia corporal de los pobres enfermos y decirles por sus bocas alguna palabra de instrucción y de ánimo para la salvación, tenemos por eso la obligación de ayudarlas en el adelanto en la virtud a fin de que cumplan bien sus ejercicios caritativos.» (Vicente de Paúl a Jacques de La Fosse –Coste VIII, 240.) Vicente y Luisa han aprendido a asumir plenamente las decisiones tomadas después de común reflexión, sin volver a las razones opuestas que habían formulado entonces.

La acción de gracias

Sintiendo llegar la muerte, uno y otro sienten la necesidad de expresar su gracia por todo cuanto han recibido uno del otro. En marzo de 1659, Vicente se dirige a Luisa: «Nunca me ha parecido la caridad tan estimable y tan amable como lo es. Dios sea alabado porque se muestra tan perfectamente por la de dicha señorita, a quien doy las gracias con toda la gratitud de mi alma.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste VII, 460.)

Enero de 1660, Luisa manifiesta su agradecimiento a Vicente por «la obra de Dios, la cual, Mi muy honorable Padre, vuestra caridad ha sostenido con tanta firmeza frente a todas las oposiciones.» (Luisa de Marillac a Vicente de Paúl –Escritos 672.) Así de sencillos, Vicente y Luisa van a ayudarse a prepararse a ‘salir de este mundo’ para nacer en un mundo nuevo. Los deseos que se intercambian al terminar el año 1659 son reflejo de su conocimiento mutuo y de la esperanza de estar siempre en la voluntad de Dios. Luisa es la primera: «Suplico a Dios que os conserve la poca salud que os da hasta el cumplimiento de sus designios sobre vuestra alma, para su gloria.» (Luisa de Marillac a Vicente de Paúl –Escritos 659.) Y Vicente le envía una cartita redactada por su secretario: «Deseo a la Señorita Le Gras la plenitud del Espíritu como aguinaldo y a la Compañía la conservación de una Madre tan buena a fin de que le comunique más y más los dones de este Espíritu.» (Vicente de Paúl a Luisa de Marillac –Coste VII, 628.)

Lentamente, deseosos de estar siempre unidos en la voluntad de Dios, aceptan no poder ya volverse a ver,. Su amistad está ahora más allá de todo encuentro, es ya una cosa tan sencilla y transparente que no necesita del apoyo humano. El 14 de marzo de 1660, Vicente envía este breve mensaje a Luisa moribunda: «Vos sois la primera en partir, si Dios me perdona los pecados, espero ir pronto a veros en el cielo.»

Vicente de Paúl y Luisa de Marillac han aprendido a trabajar juntos, más allá de sus diferencias, con la certeza de cumplir la voluntad de Dios. El inmenso amor de Dios por la humanidad que ellos han descubierto contemplando la Encarnación del Hijo de Dios ha sido su fuerza. Sus intercambios han estado basados en la autenticidad, esto es la aceptación profunda de la entidad del otro, el reconocimiento y el respeto de su. complementariedad. Su amistad se ha convertido en comunión a imagen de la Trinidad, este gran misterio de Dios donde se vive, en la unidad de la diversidad, el don recíproco.

Vicente de Paúl y Luisa de Marillac han enriquecido a la Iglesia con sus fundaciones para la humanización y evangelización de los pobres. Ellos han iluminado sobre todo al mundo por su testimonio de vida sencilla, humilde y llena de amor.

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