San Vicente y la Escuela Francesa (V)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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EL PAPEL DE LAS MUJERES

A diferencia de otros momentos en la historia de la Iglesia, en el siglo XVII las mujeres de Francia tuvieron un papel de prime­rísimo nivel. Fueron en muchos casos mujeres enérgicas las que guiaron los acontecimientos. Pensemos en Juana de Chantal, en damas como Ana de Austria, Luisa María de Gónzaga, la señora Goussault, la duquesa de Aiguillon, santa Luisa, la señora de Gondi. En el transcruso del siglo se introdujeron diversas comuni­dades (Acarie y sus carmelitas, las clarisas capuchinas), otras fue­ron reformadas (así la de Angélique Arnauld), y se fundaron otras.

Entre las nuevas comunidades registremos: las Hijas de la Caridad en cuya fundación tuvo un papel decisivo Santa Luisa de Marillac; la Congregación de Nuestra Señora, de Alix Le Clerc (1576-1622) y Pedro Fourier (1565-1640); las Hijas de María, de Juana de Lestonnac (1556-1640); las Hijas de la Pro­videncia, de María Lumague, viuda Pollalion (1599-1657); las Hijas de Santa Genoveva, de María Bonneau de Miramion (1629-1696); las Hermanas de Santa Inés, fundadas por Juana Biscot (1601-1664); las Hijas de la Cruz, fundadas por Pedro Guérin y María L’Huillier de Villeneuve (1597-1650); las Made-lonnettes (rameras arrepentidas, llamadas hijas de «Santa Marta», las «Hijas de Santa Magdalena»), las Damas Instructo­ras fundadas por Francisca Raulet en 1666; la Congregación de Nuestra Señora del Refugio, de Isabel de Ranfaing (1592-1649).

Muchas mujeres vivían la vida devota en la modalidad que no se ve en los institutos seculares. Varias fueron inspiradoras de fundadores (Marie Rousseau, de Olier; Marie de Vallée, de Eudes). Otras trasplantaron a países remotos los gérmenes de comunidades religiosas, a Canadá p. ej., María de la Encarnación (Guyart) y Margarita Bourgeoys.

Para que veamos lo difícil que era fundar nuevas comunida­des de mujeres, reflexionemos sobre la experiencia de Mary Ward (1585-1645). Con la fundación de las Damas Inglesas, habíase propuesto la creación de un instituto que participase acti­vamente en la acción de la Iglesia, sobre todo mediante la ense­ñanza a las niñas. Quería que su instituto fuese como la rama femenina militante de los jesuitas, que no tuviese clausura, y que las religiosas pudieran libremente salir al apostolado. Fundó casas en Lieja (1616), Colonia (1620), Tréveris (1621). Siguie­ron las de Roma (1622), Nápoles (1623) y Perusa (1624). Mas cundió la incomprensión.

De inmediato se desencadenó la oposición contra la funda­ción. Los primeros en combatirla fueron algunos sectores influ­yentes en el catolicismo inglés. William Harrison, último arci­preste inglés presentó, entre 1621 y ’22, un documento contra aquellas «jesuitesas», en el cual escribía: «Jamás se oyó en la Iglesia de Dios, que mujeres, y además jóvenes, como son éstas, se hayan hecho cargo de una incumbencia apostólica, siendo su sexo, como lo es, flaco, maleable, lúbrico, inconstante, errátil, siempre ansioso de novedad, y expuesto a mil peligros». El ins­tituto, según estos censores, iba en contra del concilio de Trento y las decisiones de los Papas con su pretensión de que unas mon­jas (si bien Mary quería a sus hijas «religiosas», no «monjas») viviesen fuera de la clausura. El tercer elemento de crítica era, que «las referidas mujeres se atreven y arrogan el derecho de tra­tar cosas espirituales ante hombres adultos, incluso ante sacerdo­tes, algo indecoroso e intolerable, pues, por derecho divino y canónico toda función eclesiástica está prohibida a las mujeres».

En 1624 Mary acudió de nuevo al Papa Urbano VIII. Mas ahora en la Curia, el partido contrario a su instituto era cada vez más fuerte, de manera que en 1625 se decidió el cierre de las casas italianas. La fundadora fue acusada como sospechosa de rebelión y herejía, y su comunidad quedó suprimida por la bula Pastoralis Romani Pontificis (13 de enero de 1631).

Llegada a Roma y recibida por el Papa, Mary rehusó admitir culpas que eran suyas. Tenía el coraje de alguien consciente de estar del lado de una verdad más alta. Oyó buenas palabras, pero los hechos le demostraron la cerrazón total de la Curia.

Las Damas, suprimidas en 1631, obtuvieron en 1632 la facul­tad de vivir privadamente con Mary Ward. De esta semilla brotó un nuevo instituto, pero fue una especie de damnatio memoriae para el nombre de la fundadora.

Luigi Mezzadri

CEME 2011

 

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