San Vicente y la Escuela Francesa (IV)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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BENITO DE CANFIELD

Por lo que atañe a la escuela franciscana, fue importante el influjo de Benito de Canfield (1562-1610). San Francisco de Sales escribió que el amor de Dios no es sentimiento o emoción, sino conformidad a la voluntad de Dios: «Nuestro libre albedrío nunca es tan libre como cuando es esclavo de la voluntad de Dios; ni es nunca tan esclavo como cuando sirve a nuestra volun­tad». También de acuerdo con Vicente, para ser santos precisa sólo cumplir la voluntad de Dios. De hecho la perfección no con­siste en los éxtasis, sino en una perfecta comunión de querer y no querer con Cristo, como Cristo con el Padre. Por ello remachaba: «La práctica de la presencia de Dios es muy buena, pero me parece que adquirir la práctica de cumplir la voluntad de Dios en todas las nuestras acciones es todavía mejor; pues ésta abraza a la otra».

Vicente contrapone, en un pasaje de su explicación de las Reglas de los Misioneros, la posición berullana a la suya: «Otros se han propuesto obrar con pureza de intención, ver a Dios en todo lo que ocurre, para hacerlo y sufrirlo todo por él. Esto es muy sutil»59. Por ello el santo propone más bien la fiel ejecución de la voluntad divina, compendio de toda la vida espiritual. En este campo, Benito de Canfield había preparado ya el terreno, por lo cual no hay para Vicente más que hacer, sino recoger los cuatro grados de conformidad a la voluntad divina: la prontitud, la integridad, la constancia, la afectuosidad. En las Reglas

Comunes de la Congregación de la Misión, demuestra claramen­te su dependencia de Canfield en cuanto a las normas de discer­nimiento de la voluntad divina.

El santo distingue una voluntad activa y otra pasiva. Existe esta última cuando Dios mismo cumple su querer en nosotros sin que pensemos en ello. En cambio, por lo que hace a la prime­ra, la exposición es más articulada. Esclarecido el que la volun­tad activa aparece con claridad en lo mandado y lo prohibido, san Vicente añade otros criterios: en materias indiferentes, esco­ger lo que contribuye más a la mortificación; para situaciones imprevistas y las que ni agradan ni desagradan, propone el crite­rio de abandonarse a la Providencia, aun reconociendo la validez de inspiraciones y razonamientos.

Un ejemplo típico de dirección enfocada en este sentido es el acompañamiento de Santa Luisa. Mujer excepcional, pero inquie­ta, fue asistida por el santo en su apertura al abandono en la Pro­videncia: «¡Oh, qué grandes tesoros hay ocultos en la divina Pro­videncia, y cómo honran maravillosamente a Nuestro Señor los que la siguen y no se adelantan a ella!»». Por su temperamento, el santo no era quietista. No gustaba de la inercia. Era como un arco en tensión a la sola espera de la voluntad del arquero para lanzar la flecha. Por ello aconsejaba: «Las obras de Dios tienen su momento; es entonces cuando su Providencia las lleva a cabo, y no antes ni después. […] Aguardemos con paciencia y actuemos y, por así decirlo, apresurémonos lentamente». De ahí que nunca fuera san Vicente un improvisador. En todas sus decisiones procedía siempre con lentitud, se obligaba a negociaciones extenuantes hasta prever todos los detalles. Y ello porque está en línea con la fidelidad a la voluntad divina el que el hombre lo ponga todo de su parte en la realización de un ideal que es de Dios.

Antes que Francisco de Sales, sostuvo [Canfield] que la san­tidad está abierta a todos. Lo único que cuenta es hacer la volun­tad divina en todas las cosas. El culmen de la perfección se alcanza en el momento en que la voluntad se anula en Dios por la «vida sobreeminente». Vicente de Paúl asumió las líneas de la Régle en su primera y segunda parte, en donde se manifestaba con mayor claridad la fuerza de la doctrina canfeliana, mientras que no permitió a sus misioneros leer la tercera, susceptible de interpretaciones subjetivistas y abstractas. La cognición especu­lativa, la vida «sobreeminente», no conduce ni al conocimiento del hombre ni a la verdad de Dios. La vida del cristiano ha de estar «escondida en Jesucristo y llena de Jesucristo». Mas «para morir como Jesucristo hay que vivir como Jesucristo». Eso conlleva la conformidad plena con Cristo. En el pensamiento de Canfield, como en el de Vicente, tal conformidad se efectúa a través de las obras, esto es: el silencio, el sufrimiento, el anona­damiento. Es una verdadera concepción espiritual, y aun una encarnación «en la voluntad del hombre, quien merced a dicha unión, puede en verdad decir: soy la voluntad divina».

Luigi Mezzadri

CEME 2011

 

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