San Vicente y el sufrimiento (III)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad, Espiritualidad vicencianaLeave a Comment

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EL SUFRIMIENTO, EXPERIENCIA EXISTENCIAL DE SAN VICENTE

Los biógrafos del santo exponen a nuestra vista, cómo san Vicente muy pronto hubo de hacer frente al problema del dolor en su propia vida. Sabemos así que, desde los 34 años tuvo que afrontar» unagrave enfermedad que le dejó en las piernas la dolencia de la que sufrirá el resto de su vida»2. Una enfermedad seria le ataca asimismo en 1631, cuando tenía ya 50 años, y luego en 1644, cuando, según Coste, «estuvo a las puertas de la muerte». Algunos años después todo se agravó de manera que le fue preciso recurrir a un carruaje para sus desplazamientos, algo que él estimó como una «vergüenza». De manera bastante continua le acompañaron sucesivas fiebres, las que trataba él de minimizar, pero que ciertamente condicionaban su actividad, aunque no cedía fácilmente a todo aquello que podía aparecer como pereza. Puede decirse que, aun teniendo un temperamento muy enérgico, Vicente era de una salud muy frágil, con numero­sas y frecuentes molestias. Esta experiencia personal tuvo en él un efecto benéfico, pues le ayudó a entender los sufrimientos del prójimo y adoptar una relación justa y favorable para con las per­sonas que se dirigían a él. Sus enfermedades son a menudo obje­to del intercambio epistolar con santa Luisa, quien se ocupaba de su estado de salud, y le ofrecía los remedios que estimaba nece­sarios, conforme a los conocimientos médicos del tiempo, pro­poniendo además curas para los distintos y variados males. Vemos así a dos santos que vivían inmersos en la realidad de su época, cuyas creencias sanitarias y terapias compartían, y de las que luego se sirvieron para hacer frente a las necesidades de los pobres mismos. Tal vez fue justamente esta experiencia personal la que nos permite captar el porqué de que el santo mostrase una especial predilección por los enfermos, a los que procuró visitar desde el comienzo de su actuación como sacerdote, y que se apresuró en recomendar a la solicitud de los misioneros, de las hermanas y de las damas.

Pero las enfermedades físicas no fueron lo único en marcar la vida de Vicente. Junto a ellas están los sufrimientos morales, tantas y tantas pruebas como le acompañaron en los largos años de su vida, el dolor por la pérdida de misioneros y de hermanas, y más aún el padecimiento de que no cuajasen ciertas iniciativas de caridad y de misión, sobre todo por no haber logrado siempre dar respuesta a las necesidades de las personas.

Podemos ver cómo su vida está acompañada desde el comien­zo por la precariedad. Y su niñez en Las Landas es vivida en decorosa pobreza, aunque no pueda hablarse de miseria. Luego, ha de afrontar la esclavitud, que conlleva consecuencias doloro­sas, en el plano físico, moral y espiritual. Al inicio de la vida sacerdotal debe sufrir una acusación de robo, con sus penosos concomitantes civiles y el daño a la imagen; tras de esto, la ten­tación contra la fe, que le tiene en estado de ansiedad durante varios años (1611-1616).La dolorosa prueba le purifica y le pone en trance de tomar la opción por una vida más honda, la de con­sagrarse a los pobres por amor de Cristo. A todo ello se añade también la desilusión por las prebendas fallidas. Es un total pro­yecto de vida que se viene abajo y que le obliga a revisarlo todo de una manera distinta y más veraz. Adjuntemos a esta lista la decisión de romper definitivamente con la familia, en 1623, cuando vive la que se designa «su última tentación», pero que, superada, le libera por entero para confiarse a la acción de Dios para el servicio de su reino. Y está además la prueba de la calum­nia, ya personal o bien comunitaria, sobrevenida cuando se halla en medio de sus múltiples iniciativas y cuando era el centro de la atención de la opinión pública. Su reacción será siempre idén­tica: la propia reserva en cuanto al asunto, ponerse en manos de Dios, esperar el momento en que la verdad se reconozca, como lo fue con la acusación de robo al comienzo de su vida. Es la línea de conducta que le ha sostenido y le ha permitido que sus iniciativas se consolidaran y fuese reconocida su validez, aun cuando fueron motivo de hostilidad.

Ahora bien, de los sufrimientos salió él fortalecido, no habiéndose dejado abrumar por su peso y su gravedad: los vivió como ocasión de purificarse, y como medio de progreso espiri­tual. Cierto es que «los pobres serán su peso y su dolor», pero sabrá mirar a lo alto para contemplar y adorar el misterio de la voluntad de Dios. Se dejó tocar por las heridas de los hombres porque pasó por su experiencia directa, algo que le indujo a decir: «Ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él… es ser peor que las bestias». Su vida nos ha demostrado cómo reaccionó a esta provocación.

San Vicente, pues, nos da ejemplo de cómo afrontar las diver­sas pruebas y sufrimientos hasta el final de su vida. En los años postreros menudean más y más las situaciones dolorosas: la des­aparición de misioneros y personas queridas, como Olier, Portail, Alano de Solminihac, santa Luisa, el abad de Tournus (Luis de Chandennier). Vive además el agravamiento de los males a que está sujeta su persona. Sin embargo, dispuestos los últimos asuntos de su comunidad, incluidos los que atañían a la propia desaparición, se pone a esperar el momento de la partida definitiva. Enfermedades, dolores, fiebres de todo tipo, le habían acompañado años y años, sin impedirle aun así el dar lo mejor de sí mismo para alabanza de Dios y bien de sus hermanos. Y entonces, mientras todos se agitan en torno suyo, san Vicente se prepara con serenidad (tal como se lo había recomendado a otros) al encuentro con el Señor, centro y alma de su vida y de sus acciones. La muerte le llegará cuando aún tiene aliento para musitar apenas el nombre de Jesús.

CEME

Mario di Carlo

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