San Vicente, un sacerdote lleno de celo (IV)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CREDITS
Author: .
Estimated Reading Time:

EJERCICIOS ESPIRITUALES

Vicente de Paúl colaboró en la reforma del clero por medio de los ejercicios de ordenandos, las conferencias de los martes, los seminarios y los ejercicios de clérigos y laicos.

San Lázaro recibía con frecuencia a sacerdotes que se acerca­ban para hacer los ejercicios espirituales individualmente. Vicen­te de Paúl organizó además tandas de ejercicios colectivos para sacerdotes y otras personas deseosas de reformar su vida sacer­dotal o laical. En la práctica eran pocos los laicos que aprovecha­ban este medio. Para solventar tamaño inconveniente Vicente de Paúl abrió las puertas de San Lázaro a toda clase de personas.

Los ejercicios espirituales existían en la Iglesia con antela­ción al siglo XVII. Fue san Ignacio de Loyola quien les propor­cionó una estructura novedosa. Vicente de Paúl los generalizó en cierta medida a base de ofrecer asilo en su casa a toda persona que se acercara para hacer un alto en el camino y evaluar su pro­pia vida cristiana.

Hubo ejercicios a los que asistían sólo eclesiásticos; a veces los participantes eran laicos y en ocasiones la casa acogía al mismo tiempo a eclesiásticos y laicos, quienes se acercaban al Prio­rato para enderezar su vida cristiana y hacer confesión general.

Comenzada esta práctica en Bons-Enfants, continuó después en otras casas de la Misión, sobre todo en San Lázaro y Roma. La afluencia de participantes era numerosa. Según Luis Abelly sólo la casa de San Lázaro acogía a unas setecientas u ochocien­tas personas por año. De 1635 hasta la muerte del Fundador fue­ron unos veinte mil los ejercitantes atendidos en San Lázaro.

Contemplamos a Vicente de Paúl ante un nuevo desafío. Nadie había pensado en los ejercicios. Son obra de la providencia de Dios. Se han de considerar como un don hecho a la compañía. Son muchos los eclesiásticos y los laicos que llegan al Priorato para regular su vida cristiana, hacer confesión general y ponerse en camino de salvación. El fundador ponía en guardia a los suyos ante la posible aparición del desánimo y la falta de celo apostólico que en un principio había tenido la compañía. Les invitaba incluso a dar gracias a Dios por la oportunidad recibida de su mano para poder ejercer tan saludable ministerio en ayuda de tantas personas. Los ejercicios eran algo así como una misión continua. En realidad, fueron muchos los eclesiásticos y laicos que aprovechaban las faci­lidades de todo género, dadas por Vicente de Paúl.

La carga económica era considerable. Había que proporcio­nar alojamiento y manutención gratuitamente a la mayoría de los ejercitantes, lo mismo en San Lázaro que en las otras casas de la Misión. Vicente de Paúl tuvo que salir al paso de quienes se que­jaban debido a los gastos cuantiosos. En una ocasión un herma­no, al ver la casa llena de personal externo, manifestó a Vicente de Paúl que el número de ejercitantes era excesivo. El Fundador por toda respuesta le dijo: «Hermano, es que se quieren salvar. Si tuviéramos treinta años de existencia y, por recibir a los que vienen a hacer retiro, sólo pudiéramos existir quince, no por eso deberíamos dejar de recibirlos».

El Fundador exhortaba con frecuencia a los suyos a soportar las molestias inherentes al paso de tantas personas por la casa e incluso a encariñarse con la obra de los ejercicios. Se sintió obli­gado a motivar una y otra vez a sus misioneros a fin de asegurar la perseverancia de esta obra.

El celo de Vicente de Paúl subió a la superficie una vez más al poner en marcha los ejercicios, abiertos a todos, y al consoli­dar esta obra. Era enemigo del desánimo. Los ejercitantes se acercaban a las casas de la Misión en busca de un bien superior: la salvación. Para Vicente de Paúl esta motivación era determi­nante. A pesar de las dificultades económicas prosiguió con cora­je y perseverancia su camino; llegó incluso a contagiar su entu­siasmo a los suyos.

Acudamos una vez más a los testimonios veraces para ver la grandeza de alma del Fundador, y su apasionado interés por una obra en la que creía ex toto corde.

Dios nos ha llamado para esto: «Esto se demuestra porque empezó sin ese plan y sin pensar en dar ejercicios; pero, poco a poco, sin darse cuenta, se fue metiendo en ello»… «Según San Agustín, las prácticas de las que se desconocen los autores vie­nen de los apóstoles, y por consiguiente de Dios. Lo mismo pasa con esta obra de los señores ejercitantes, porque no tiene autor; es de Dios».

San Lázaro es el teatro de las misericordias: «Demos gracias a Dios Hermanos míos, mil y mil veces porque ha querido coger la casa de San Lázaro para ser teatro de sus misericordias».

Son muchos los que vienen aquí: «¡Cuánto hemos de estimar la gracia que Dios nos concede de traernos tantas personas para que les ayudemos en su salvación! Vienen incluso personas que pertenecen al ejército; uno de estos días me decía uno de ellos: Padre, dentro de poco tendré que marchar al peligro y antes quiero ponerme en la debida disposición»… «Tenemos aquí ahora, gracias a Dios, a muchas personas en retiro».

Los laicos son recibidos en esta casa: «Otros acuden desde más de diez, de veinte y de cincuenta leguas, no solo para reco­gerse aquí y hacer su confesión general, sino para determinarse a una elección de vida en el mundo y pensar en los medios para salvarse».

Los eclesiásticos llegan de todas partes: «También vemos a muchos párrocos y eclesiásticos que vienen de todas partes para cumplir debidamente con las obligaciones de su profesión y avanzar en la vida espiritual».

Siempre dispuesto a recibirlos por caridad: «Todos acuden sin preocuparse del dinero que han de traer, sabiendo que serán siempre bien recibidos; a este propósito, me decía hace poco una persona que para los que no tienen nada es un gran consuelo saber que hay en París un lugar siempre dispuesto a recibirlos por caridad, cuando se presentan con un verdadero deseo de ponerse a bien con Dios»; «Es verdad que los gastos son con­siderables, pero no pueden ser mejor empleados; y si la casa se ve en apuros, Dios sabrá encontrar los medios para ayudarla, como hemos de esperar de su providencia y bondad infinita».

Algún día podría faltarnos el interés por esta obra: «Os lo ase­guro, padres y hermanos míos; tengo miedo de que algún día nos falte el celo que hasta el presente nos ha hecho recibir a tantas personas para que hagan retiro. ¿Qué sucedería entonces? Habría que temer que Dios le quitase a la compañía no solo la gracia de su ocupación, sino que la privaría incluso de las demás»; «Entonces, los sacerdotes de la Misión, que antes habían dado la vida a los muertos, ya no tendrían más que el nombre y el recuerdo de lo que han sido»; «Entonces esta casa, que ahora es como una piscina salvadora, donde tantos vienen a salvarse, no será más que una cisterna corrompida por el rela­jamiento y la ociosidad de sus moradores».

La gracia de la perseverancia: Vicente de Paúl imploraba per­sonalmente la ayuda divina y aconsejaba a los suyos pedir al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen y San Lázaro, el don de la perseverancia en la obra de los ejercicios, querida por Dios.

SEMINARIOS DIOCESANOS

Vicente de Paúl para renovar el estado eclesiástico promocio­nó las tres obras anteriormente expuestas. Esos medios, en sí mismos aptos y excelentes, no producían el fruto esperado. Eran los seminarios los que de manera definitiva iban a mejorar la situación del clero. Esto supuesto, Vicente de Paúl se percató de que urgía atender a los jóvenes con vocación al estado eclesiás­tico. A este fin colaboró en la promoción de los seminarios dio­cesanos, en línea con lo dispuesto por el Concilio de Trento y teniendo en cuanta la situación de la Iglesia en su país.

Por otra parte, Vicente de Paúl consideraba la obra de los seminarios como un complemento imprescindible de las misio­nes. Las misiones en los campos encendían el fuego de la fe, pero ¿quién se encargaría de mantener encendido el rescoldo cuando los misioneros dejaran el lugar? Sin duda los buenos sacerdotes. Predicar una misión en determinada parroquia sin proporcionarle sacerdotes dignos era dejar las cosas a medio camino. Se hacía necesario, pues, formar sacerdotes competen­tes para asegurar el fruto de las misiones.

A tener en cuenta además que lo mismo las misiones que la formación del clero fueron desde los inicios actividades propias de la Congregación de la Misión: «Nuestro Instituto no tiene más que dos fines principales, esto es, la instrucción de la pobre gente del campo y los seminarios».

En ocasiones algunos misioneros se quejaban porque en vez de dedicarse a misionar en los campos empleaban su tiempo, por indicación de Vicente de Paúl, en la formación sacerdotal: «¿No sabe usted, padre, que estamos obligados a formar buenos ecle­siásticos como a instruir a los pueblos del campo, y que un sacerdote de la Misión que quiera hacer una de esas cosas y no la otra no sería misionero más que a medias, ya que ha sido enviado para las dos?».

Además, la comunidad vicenciana, aprobada para misionar, no se alejaba de su camino al añadir a su ministerio fundamental la formación sacerdotal. Al contrario, la evangelización de los pobres solo pasaba a ser de verdad efectiva cuando se le repro-porcionaban buenos pastores.

En el proyecto de Vicente de Paúl los seminarios mayores iban a ser una prolongación de los retiros de ordenandos. Los diez u once días de estos retiros eran a todas luces insuficientes para proporcionar una sólida formación intelectual y moral a quienes pretendían acceder a los órdenes. Se requería un tiempo de preparación más prolongado. Los seminarios, tal como los estaba diseñando Vicente de Paúl, venían a cubrir esta necesidad.

OTRA VEZ MANOS A LA OBRA

El Concilio de Trento se refería a un tipo de seminario abier­to a los adolescentes a partir de los doce años. Vicente de Paúl a tenor de la decisión conciliar en 1636 erigió en el Colegio de Bons-Enfants un seminario de muchachos. El 14 de mayo de 1644 con harto pesar manifestaba a los suyos que no se sentía satisfecho con los resultados obtenidos: «La experiencia hace ver que la forma como se lleva a cabo respecto a la edad de los seminaristas no da buenos resultados ni en Italia ni en Francia, ya que unos se retiran antes de tiempo, otros no tienen inclina­ción al estado eclesiástico». A pesar de todo, Vicente de Paúl no abandonó el seminario menor en atención a lo dispuesto por el Concilio de Trento: «Hay que respetar las órdenes del Conci­lio como venidas del Espíritu Santo”.

Sin embargo, abrió en Bons-Enfants otro tipo de seminario, al que accedían jóvenes de más de veinte años: «Es muy distinto tomarlos entre los veinte y los veinticinco o treinta años», con lo cual en el edificio de Bons-Enfants convivían el seminario menor y el mayor. En 1645, debido a la falta de espacio en Bons-Enfants, trasladó el seminario de adolescentes a un lugar colin­dante con la posesión de San Lázaro, llamado el pequeño San Lázaro y pronto Seminario de San Carlos, en recuerdo del gran obispo milanés. Los resultados de este seminario, sin ser negati­vos, no llegaron a satisfacer los deseos de Vicente de Paúl, debi­do una vez más a la falta de perseverancia de las vocaciones tem­pranas.»Veo tantas razones en contra de esto que dudo mucho de que sea conveniente». Aún así, mantuvo el seminario menor para aprovechar un medio susceptible en cierta medida de procu­rar sacerdotes a las diócesis.

A partir de 1642 cundió la idea en Francia de abrir seminarios para jóvenes de más de veinte años. Vicente de Paúl sintonizaba con este proyecto. Un considerable número de entidades ecle­siásticas: oratorianos, sulpicianos, eudistas y no pocos obispos, decidieron crear nuevos seminarios. Cada uno llevó adelante el proyecto a su manera. La contribución de Vicente de Paúl fue sin duda significativa. Después de muchos tanteos se pensó que eran necesarios dos o tres años de preparación para acceder al estado sacerdotal. A este tipo de seminario ingresarían personas promo­vidas para las órdenes o dispuestas para a recibirlas en breve plazo. Vicente de Paúl, para comenzar, admitió en Bons-Enfants a quienes aspiraban a las órdenes e incluso a sacerdotes deseosos de completar su formación.

Esta clase de seminarios no exigía una dedicación exclusiva de los misioneros encargados de la formación. Durante los tiem­pos no lectivos daban misiones a los pobres del campo. Con toda intención Vicente de Paúl quería fundaciones con la posibilidad de desempeñar el ministerio de la formación y de las misiones, en fidelidad al fin la compañía y para que los empleados en los seminarios dedicaran porciones de tiempo a las misiones.

Las numerosas iniciativas en pro de la creación de seminarios en Francia contaron con el apoyo político y económico del car­denal Richelieu. Vicente de Paúl recibió mil escudos para comenzar su proyecto de seminario en Bons-Enfants.

ESCUELAS PARA FORMAR BUENOS PÁRROCOS

Según Vicente de Paúl, el seminario no pretendía alcanzar el rango de escuela de filosofía y teología. Lo fundamental era la formación de los aspirantes en las virtudes y funciones sacerdo­tales: celebración eucarística, administración de los sacramentos y conocimientos morales a fin de poder ejercer el ministerio de la reconciliación. La preparación intelectual quedaba en manos de las facultades y colegios universitarios. Vicente de Paúl no pretendía formar científicos, sino hombres piadosos y prácticos en el ministerio. De ahí que bastaran dos o tres misioneros para llevar adelante un seminario. Había que formar a los candidatos «en el verdadero espíritu de su condición, que consiste especial­mente en la vida interior y en la práctica de la oración y de las virtudes; pero no basta con enseñarles el canto, las ceremonias y un poco de moral; lo principal es formarles en la devoción y en la piedad sólida». En ocasiones, al no disponer de centros de filosofía y teología en el entorno próximo, los seminarios se vieron obligados a incluir en sus programas ciertas materias especulativas. Con el tiempo esta práctica, muy a pesar de Vicen­te de Paúl, se fue generalizando: «Sigo todavía con la idea de que no es conveniente recibir más que a sacerdotes o a personas que están ya en las órdenes, y no para enseñarles ciencias, sino el uso de ellas, de la forma que se practica en los ordenandos».

CEME

  1. Ignacio Fdez. Mendoza

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *