San Vicente, un sacerdote lleno de celo (I)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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Benedicto XVI el 16 de junio de 2009 convocó oficialmente un Año Sacerdotal con ocasión del 150 aniversario de la muerte de san Juan María Vianney, Cura de Ars. Comenzaron las jorna­das el 19 de junio de 2009, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, y fueron clausuradas el 11 de julio de 2010, en coinciden­cia con un encuentro mundial de sacerdotes en la Plaza de San Pedro, presidido por el Papa. Uno de los fines del Año Sacerdo­tal era percibir de nuevo la misión del sacerdote en la Iglesia y potenciar su formación permanente.

El trabajo que ahora presento lleva el siguiente título: «San Vicente un sacerdote lleno de celo». Lo he elaborado teniendo en cuenta por una parte el título recordado y por otra parte el Año Sacerdotal ya concluido. Estudio el celo, es decir, el interés del Vicente de Paúl, puesto en evidencia en varias obras por él emprendidas en orden a la reforma del estado eclesiástico de su tiempo. En otra ocasión se podría estudiar el celo del Señor. Vicente, evidenciado en su vida de oración, ayuda a los pobres, obras asistenciales, misión ad gentes y en la creación de las Cofradías, Congregación de la Misión, Damas e Hijas de la Cari­dad.

Al redactar estás páginas me he servido con mucha frecuen­cia de los textos escritos por Vicente de Paúl. Nada mejor para conocer sus andanzas que acudir a los documentaos salidos de su puño y letra.

El celo según lo encarnó en su vida Vicente de Paúl no fue una entelequia, es decir, algo puramente teórico. Hoy lo llamarí­amos caridad pastoral, interés por la evangelización o entrega apasionada a determinada obra, que se afronta y se lleva a térmi­no con el sudor de la frente. En el caso de Vicente de Paúl, sacer­dote, el celo se denomina fuego interior y llama que ilumina el entorno, manantial y corriente de agua fresca que fluye río abajo, entrega a la oración y anuncio misionero, amor sentido y servi­cio perseverante a Dios y a la Iglesia en la persona de los pobres: «Si el amor de Dios es el fuego, el celo es la llama. Si el amor de Dios es el sol, el celo es su rayo». Llamamos celo a esa dosis de entusiasmo y de valor añadido al amor que determinada persona tiene a Dios y al prójimo

EL SACERDOCIO SEGÚN VICENTE DE PAÚL

El Nuevo Testamento y, en particular, la Carta a los Hebreos dejan claro que Jesucristo es sumo y eterno sacerdote. Enseña así mismo que el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial participan del sacerdocio de Jesucristo. Sus páginas señalan algunas vertientes que afectan al sacerdocio ministerial: llamados para ser seguidores cercanos de Cristo, enviados para servir, pastores al frente de determinada comunidad, presidentes de la celebración eucarística y ministros del perdón.

Durante la patrística y la larga edad media se acentuaban unas u otras vertientes referentes al ser y actuar del sacerdote, en detrimento a veces de las demás. No obstante, las distintas opi­niones se fueron acercando. Se consideran funciones sacerdota­les el anuncio de la palabra, el culto, el gobierno, el servicio y la administración de los sacramentos. Según el Concilio de Trento (1545-1563) el sacerdote a través del sacramento del orden se integra en la estructura jerárquica de la Iglesia, querida por Jesu­cristo, y recibe especiales poderes para consagrar el pan y perdo­nar los pecados. Por otra parte, dicho Concilio afrontó con toda decisión la reforma de los eclesiásticos.

Vicente de Paúl asumió las aportaciones eclesiales de su tiempo sobre el sacerdocio ministerial, sin dejar por eso de enri­quecerlas con sus propios puntos de vista. Para el Fundador, Jesucristo es el misionero del Padre y en Jesucristo se encuentra el verdadero modelo del sacerdocio ministerial. En consecuen­cia, el sacerdocio será ante todo misionero y apostólico. Recor­demos sus propias palabras:

Enviados como el Hijo de Dios: «Dios envía a los sacerdotes como envió a su Hijo para la salvación de las almas”.

Actúan como los apóstoles: «Padres, el que dice misionero dice apóstol; por tanto es preciso que actuemos como los apósto­les ya que hemos sido enviados, como ellos, a instruir a los pue­blos; es preciso que vayamos con toda bondad y sencillez, si que­remos ser misioneros e imitar a los apóstoles y a Jesucristo»?

El destino del sacerdote es la misión: «Así es como hablan y como actúan las almas verdaderamente apostólicas que, habiéndo­se consagrado plenamente a Dios, desean que Nuestro Señor, su Hijo, sea conocido y servido igualmente por todas las naciones de la tierra y por las que vino él mismo a este mundo, y están resuel­tos a trabajar y a morir por ellas, como él lo hizo. Hasta aquí es hasta donde tiene que extenderse el celo de los misioneros».

El sacerdote pone su vida al servicio de los pobres: «Que los sacerdotes se dediquen al cuidado de los pobres, ¿no fue ese el oficio de Nuestro Señor y de muchos grandes santos, que no sólo recomendaron el cuidado de los pobres, sino que los consolaron animaron y cuidaron ellos mismos? ¿Nos son los pobres los miembros afligidos de Nuestro Señor? ¿No son nuestros hermanos? Y si los sacerdotes los abandonan, ¿quién queréis que los asista?».

OTRAS FUNCIONES SACERDOTALES SEGÚN VICENTE DE PAÚL

Mediador e intercesor: «Dios espera que los sacerdotes detengan su cólera; espera que ellos se coloquen entre él y esas pobres gentes, como Moisés»… «Nosotros somos el Moisés que levanta continuamente las manos al cielo por ellos». «Los sacerdotes responden ante Dios por los pecados del pueblo».

Participan del sacerdocio de Jesucristo. Hay que tener un alto aprecio de los sacerdotes «Cuyo carácter es una participación del sacerdocio eterno del Hijo de Dios, que les ha dado el poder de sacrificar su propio cuerpo y de darlo en alimento para que los que comen de él vivan eternamente»; «Esa condición es la más sublime que hay en la tierra, pues es la misma que Nuestro Señor quiso aceptar y practicar».

Reciben facultades para bendecir el pan y perdonar: «Han recibido un carácter divino e incomparable, un poder sobre el cuerpo de Jesucristo, que admiran los ángeles, y la facultad de perdonar los pecados de los hombres, lo cual es para ellos un motivo de admiración y de gratitud. ¿Hay alguna cosa más grande, hermanos míos? ¿Hay dignidad parecida?

«El carácter de los sacerdotes es una participación del sacerdocio del Hijo de Dios, que les ha dado el poder de sacrificar su pro­pio cuerpo y de darlo en alimento para que los que coman de él vivan eternamente. Es un carácter enteramente divino e incomparable, un poder sobre el cuerpo de Jesucristo que admiran los ángeles y la facultad de perdonar los pecados de los hombres, que es para ellos un motivo de admiración y de gratitud. ¿Hay alguna cosa más grande y digna de admiración? «De los sacerdotes depende la felicidad del cristianismo».

Dignidad del estado eclesiástico: «¿Qué cosa hay más grande en el mundo que el estado eclesiástico? No pueden compararse con él los reinos ni los principados. Sabéis que los reyes no pue­den, como los sacerdotes, cambiar el pan en el cuerpo de Nues­tro Señor, ni perdonar los pecados, ni todas las otras ventajas que ellos tienen por encima de las grandezas temporales”.

Función santificadora. «Por su ministerio entráis en la gracia de Dios, que de un enemigo de Dios hacen un amigo de Dios, que Dios les da autoridad sobre los pecadores y que tiene el poder de arrancar un alma de entre las manos del diablo para devolvérsela a Dios».

La mediación sacerdotal. Hay que mirar a los sacerdotes «como a santificadores y mediadores entre Dios y nosotros».

Vicente de Paúl se considera indigno de su condición sacer­dotal. En varias ocasiones confesó públicamente sus sentimien­tos de humildad al ser sacerdotes. Si yo «no fuera ya sacerdote, no lo sería jamás»; «En cuanto a mí, si no hubiera sabido lo qué era cuando tuve la temeridad de entrar en este estado, como lo supe más tarde, hubiera preferido quedarme a labrar la tierra antes que comprometerme en un estado tan tremendo»… «A medida que me voy haciendo más viejo, me confirmo en estos sentimientos, ya que descubro cada día lo lejos que estoy de aquella perfección en la que debería estar».

SITUACIÓN DEL ESTADO ECLESIÁSTICO SEGÚN VICENTE DE PAÚL

El Fundador conocía la situación real en la que se encontra­ban los eclesiásticos de su tiempo. Los había que eran santos,

bien formados y celosos servidores de las buenas gentes. Oiga­mos una de sus valoraciones: «No es que todos los sacerdotes estén en semejante desorden. No, oh Salvador, ¡también hay san­tos eclesiásticos! Muchos vienen a hacer el retiro con nosotros, sacerdotes y párrocos, desde muy lejos, para ordenar debida­mente su espíritu. ¡Y cuántos y cuán buenos sacerdotes hay tam­bién en París! Hay muchos; entre estos señores de las conferen­cias que se reúnen aquí, no hay ni uno solo que no sea muy ejemplar; todos trabajan con frutos notables»… «Hay otros que alaban mucho a Dios con la santidad de su vida”. Vicente de Paúl mantuvo contactos con sacerdotes excelentes, entre los que cabe recordar a Francisco de Sales, Pedro de Bérulle, Juan Bau­tista Olier, Alano de Solminihac y tantos otros.

Pero no pocos sacerdotes se veían afectados por los desórde­nes de muy diversa índole. Largo es el catálogo de alusiones de Vicente de Paúl a los pecados de los eclesiásticos: embriaguez, deseo de riquezas, carencia de vocación, ignorancia, libertinaje, falta de formación, indisciplina e incluso suciedad y desaliño en los templos. Veamos algunos testimonios del Fundador:

La mala vida de los sacerdotes: La Iglesia «se está arruinan­do en muchos lugares por la mala vida de los sacerdotes. Porque son ellos los que la pierden y la arruinan; es demasiado cierto que la depravación del estado eclesiástico es la causa principal de la ruina de la Iglesia de Dios. Hace pocos días estuve en una reunión, donde había siete prelados, que, al reflexionar sobre los desórdenes que se ven en la Iglesia, decían públicamente que la causa principal de los mismos eran los eclesiásticos».

El vicio de la bebida: «La semana pasada se celebró una reu­nión de obispos para remediar la embriaguez de los sacerdotes de cierta provincia»… «No hay nada tan villano, tan digno de lástima como ver a unos sacerdotes, casi todos los de una provincia, sujetos a ese vicio».

No tienen vocación: «Son desgraciados los que entran por la ventana de su propia elección y no por la puerta de una voca­ción legítima»… «es grande el número de aquellos, ya que miran el estado eclesiástico como una condición tranquila, en la que buscan más bien el descanso que el trabajo; de ahí es de donde vienen esos grandes desastres que vemos en la Iglesia, ya que se atribuyen a los sacerdotes: la ignorancia, los pecados y las herejías que la están desolando”.

Vagancia y ociosidad: «Un sacerdote tiene que tener más faena de la que puede realizar; pues cuando la vagancia y la ociosidad se apoderan de un eclesiástico, todos los vicios se echan encima de él».

Ignorancia: «Al confesarse un día la citada señora con su párroco, se dio cuenta de que éste no le daba la absolución, murmuraba algo entre dientes, haciendo lo mismo otras veces que se confesó con él; aquello le preocupó un poco, de modo que le pidió un día a un religioso que fue a verla que le entregase por escrito la fórmula de la absolución; así lo hizo. Y aquella buena señora, volviendo a confesarse le rogó al mencionado párroco que pronunciase sobre ella las palabras de la absolución que contenía aquel papel, él las leyó. Y así siguió haciéndolo otras veces que se confesó con él, entregándole siempre aquel papel, porque él no sabía las palabras que había de pronunciar, tan ignorante era».

Entregados al vicio: «Ayudado por sus vicarios, este obispo trabaja todo lo que puede por el bien de sus diócesis, pero lo hago con poco éxito, debido al enorme e inexplicable número d‹ sacerdotes ignorantes y viciosos que componen mi clero, que no pueden corregirse ni por medio de las palabras ni de los ejemplos. Siento horror cuando pienso que hay en su diócesis casi siete mil sacerdotes borrachines o impúdicos que suben todos los días al altar y que no tienen ninguna vocación».

Frecuentaban la taberna y el juego: «Los eclesiásticos de aquel tiempo estaban realmente muy alejados de la manera de obrar de los de hoy; unos tenían en su casa mujeres sospechosas, otros frecuentaban las tabernas y los juegos y hacían muchas otras cosas en las que el padre Vicente logró un notable cambio, tanto en sus acciones como en sus costumbres, todo ello por su manera de obrar tan especial. Por consejo del padre Vicente echaron a aquellas mujeres, se prohibieron las confesiones en voz alta y el pago que había que hacer por confesarse”.

Anarquía en las celebraciones litúrgicas: «Si hubierais visto, no digo ya la falsedad, sino la diversidad de las ceremonias de la misa hace cuarenta años, os hubiera dado vergüenza; creo que no había en el mundo nada tan feo como las diversas formas con que se celebraba; unos empezaban la misa por el Pater nos ter, otros tomaban en el brazo la casulla y decían el Introibo, para ponérsela luego. Estaba una vez en Saint-Germain-en Laye y me fije en siete u ocho sacerdotes, que decían cada uno la misa a su manera; uno hacía unas ceremonias, y otros otras, en una variedad digna de lástima».

Las indicaciones de Vicente de Paúl nos dan una idea de la situación de los eclesiásticos y, en consecuencia, de la urgente necesidad de emprender cuanto antes el camino de la reforma.

CEME

  1. Ignacio Fdez. Mendoza

 

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