Artículo III: El Ejército español.
En 1636, durante la guerra de los treinta años, los ejércitos españoles irrumpieron desde Flandes y atravesaron las fronteras de Champaña y Picardía en un avance fulminante hacia París. Los ejércitos de Richelieu estaban paleando en otras fronteras y París se vio en un gran aprieto, viéndose forzado Luis XIII a improvisar un ejército que cortara el paso a los invasores. Del impacto de este episodio en la obra vicenciana tenemos tres documentos que pertenecen a la historia.
El primero es una carta al P Portal], que misionaba en los Cevennes y pedía refuerzos. Lleva la fecha del 15 de agosto:
«París espera el sitio de los españoles que han entrado por Picardía y la destrozan con un poderoso ejército, cuya vanguardia penetra hasta diez o doce leguas de aquí, de suerte oue las gentes de las tierras llanas huyen a refugiarse en París; y París está tan espantado que son muchos los que huyen a otras ciudades. El rey, sin embargo, trata de levantar un ejército para oponerle al español, pues los suyos o están fuera del reino o en sus límites. El lugar en que se organizan y arman sus compañías es precisamente San Lázaro, en donde el establo, la leñera, las salas y el claustro están llenos de armas, y los corredores lo están de la gente de guerra. Ni síquica este día de la Asunción se ve libre de este embarazo tumultuoso. El tambor empieza, a redoblar, a pesar de no ser más que las siete de la mañana, de suerte que de ocho días a esta parte se han levantado aquí setenta y dos compañías. A pesar de todo este tumulto, nuestra Compañía no deja de seguir haciendo sus ejercicios espirituales, excepto unos tres o cuatro; ello es debido a que puedan salir a tiempo y partir a trabajar a sitios alejados de aquí, con el fin de que, en caso de que el cerco llegue a formalizarse, la mayor parte se vean libres de los peligros que se corren en parecidos casos. Escribo al señor Abad—Santiago Olier—y le digo que podré enviarle cuatro o cinco sacerdotes de la Compañía… y otro a Monseñores de Aries y Cahors, esperando poder enviarlos antes de que las cosas se embrollen más».
Aquí el santo describe, como quien lo palpa, el terror pánico de París, que tantas veces en su historia lo ha probado. Pero ¿qué concepto tenía el santo del Ejército español? Santa Luisa estaba a la sazón en la Chapelle, barriada de las afueras de París, reponiendo con la pureza de aquellos aires su tan frágil y quebrantada salud, que San Vicente la llama «hija de la Cruz»; pero hasta ella llegan los rumores de la próxima llegada de los españoles, y el santo la escribe que retorne a París, sin que ello sea Oice, «en caso de que las cosas se suavicen, de volverse a aquel lugar para gozar allí de sus puros aires».
Y agrega: «Y no es que yo tenga miedo al Ejército español, sino a cualquier otro suceso parecido al que ha ocurrido». La expresión es escueta; pero en ella subyace el concepto caballeresco que tenía del soldado español y que, más que sus desmanes, le preocupaban las fechorías de logreros y malandrines que, al socaire de la guerra, se aprovechan para robar y maltratar a los ciudadanos indefensos. Nunca llama enemigos a los españoles, y le dolía que soldados de naciones católicas se pelearan entre sí en vez de unirse contra moros y protestantes.
Un cuerpo de capellanes de ejército.—Otra consecuencia tuvo el cerco de París y el contraataque de los franceses, y fue la institución de un cuerpo de capellanes del Ejército, redactando para ellos unas ordenanzas que les orientó eficazmente en el ejercicio de sus ministerios con los soldados. Esto ocurría a principios del mes de septiembre. En pleno otoño San Vicente daba este parte de guerra, entresacado de los datos enviados por los veinte capellanes que misionaban las diversas compañías del Ejército.
«Bendito sea Dios por la bendición que da a su trabajo. ¡Oh, Jesús! iQué grande me parece! iHaber ya en tan poco tiempo procurado por la acción de usted el estado de gracia de 300 soldados que se van a la muerte! Únicamente el que conoce el rigor de Dios en el infierno y el que sabe el precio de la sangre de Jesucristo, derramada por un alma, solamente ése puede comprender la grandeza y cuantía de este bien; y si bien yo conozco mal lo uno y lo otro, sin embargo, es del agrado de su Bondad darme sobre ello una pequeña luz y una estima infinita del bien que usted ha hecho a esos 300 penitentes, sin contar las otras 900 confesiones hechas en las otras misiones de los demás misioneros y las que se han hecho del martes acá.»
Equipados con esta moral los soldados de Luis XIII, contraatacaron y rechazaron victoriosamente a los españoles hacia la frontera.
La conquista de Amiens por los españoles ofrece, bajo la pluma del santo, un dato muy curioso para la historia. Por él se ve que las quintas columnas no son cosa de hoy, y también la sutileza con que maniobraron los españoles para conquistar la plaza. Hablando el santo a las Hijas de la Caridad de que se guardaran de las tretas y artimañas de los enemigos de la pureza, les dice:
«Se sabe por experiencia que cuando el enemigo intenta tomar una ciudad, hace entrar en ella a sus gentes poco a poco, y luego, sin que nadie se dé cuenta, con pretexto de negocio, facilitan a los enemigos la toma de la ciudad. Así se verificó la primera conquista de Amiens».