San Vicente de Paúl y las máximas evangélicas

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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Author: Mario di Carlo, C.M. · Translator: José Manuel Sánchez Mallo, C.M.. .
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1. En el seguimiento de Cristo.

¿Cómo vivir la perfección, que es el objetivo fundamental del discípulo de Cristo? San Vicente habla de la imitación de Cristo; nosotros, hoy, hablamos del seguimiento de Cristo. Pero en el fondo no cambia mucho, porque para san Vicente la imitación va más allá de un aspecto exterior, una simple y pura repetición del modelo que es Cristo. Lo que dice, en efecto,  es que para ser con Cristo y como Cristo se necesita «ser en Cristo»: vivir la reciprocidad entre Cristo y nosotros y entrar en la familiaridad de Cristo para ser, desde Él, conducidos a la familiaridad del Padre. Vicente quiere que sus discípulos construyan, como enseña Jesús, la propia vida sobre roca (Mt 7,25), que sigan el mensaje de Cristo y no la lógica del mundo.

2. Qué son las máximas del evangélicas.

Vicente las ha puesto como itinerario espiritual en el capítulo segundo de las Reglas Comunes y las ha hecho objeto de explicación en diversas conferencias a los misioneros. En la conferencia del día 14 de febrero de 1659 intenta explicar qué es, según él, una máxima:  se trata de un principio que no necesita explicación, también de una conclusión que deriva de un principio, o también una sentencia y un dicho importante que mira la práctica de cualquier virtud o a la huida de cualquier vicio. El Santo tiene presentes todas estas acepciones. Afirma a continuación que se encuentran todas en el Nuevo Testamento, de modo particular en el sermón de la montaña (Mt 5-7). Distingue las máximas que son de precepto o mandamientos absolutos, que deben ser practicados por todos, y otros que son aconsejados, y son los tradicionales consejos evangélicos. Y también que es posible que algunos consejos pueden llegar a ser obligatorios cuando se hace voto de observarlos explícitamente.

3. Cuáles son las máximas evangélicas.

Para el Santo son muchas, y están todas presentes en el Evangelio. Queriendo concretar su pensamiento, indica algunas que están más en sintonía con el espíritu de la Misión. Se puede decir que son tres: amor a la pobreza, la mortificación de los placeres y la sumisión a la voluntad de Dios. Desde este punto de vista coinciden con los tres votos clásicos: pobreza, castidad y obediencia. Desde otro punto de vista san Vicente parte de las cinco virtudes propias de los misioneros: humildad, sencillez, mansedumbre, mortificación y celo por la salvación de las almas, que el santo recomienda de manera especial para la práctica, con el fin de desenvolverse mejor en el apostolado, además de ser necesarias para la realización del camino de perfección. Si acudimos al capítulo segundo de la regla de los Misioneros el elenco se hará más largo y más puntual. He aquí todas las máximas evangélicas según san Vicente:

  • Buscar el Reino de Dios
  • Conformidad con la voluntad de Dios
  • Ser sencillos como las palomas y prudentes como las serpientes
  • Ser mansos
  • Ser humildes
  • Practicar la mortificación
  • Vivir la indiferencia
  • Ejercitar la uniformidad
  • Vivir la caridad fraterna
  • Hacer buen uso de la calumnias

4. Las máximas del mundo.

El Santo se preocupa de poner en guardia de cuanto propone el mundo y su lógica que no es otra cosa que buscar las satisfacciones de los deseos y de las expectativas humanas. Aunque no niega que pueden darse algunas máximas humanas buenas, hace notar que éstas están fundadas sobre la experiencia, porque hemos comprobado sus efectos, mientras que de las del Evangelio «conocemos su infalibilidad por su espíritu, que nos da su conocimiento y que nos hace ver cuáles son sus divinas consecuencias» (SVP, XI, 421). San Vicente hace un elenco de estas máximas del mundo, que son:

  • La prudencia humana
  • El deseo de aparentar
  • Pretender que todos se sometan a nuestro juicio
  • La búsqueda de la propia satisfacción
  • La insensibilidad por la gloria de Dios y las salvación de prójimo

5. Vivir hoy las máximas evangélicas.

Haciendo referencia a nuestro contexto cultural y religioso, se trata ante todo de ser una alternativa a la lógica del mundo, que no ayuda a vivir la radicalidad exigente del Evangelio. Se han dado unos cambios que ponen en discusión nuestra misma identidad vicenciana porque tratan de poner en ejecución «nuevas formas de relación, de presencia y de inserción en el mundo»,  lo cual demanda «una posición crítica frente a los valores contemporáneos» (Documento final de la Asamblea General de 2004, n. 7). En positivo somos llamados a vivir de Cristo y a revestirnos de su espíritu, así como a practicar en serio el Evangelio, poniéndose en sintonía con lo que nos recuerda  también Pablo, cuando dice que los cristianos somos llamados a vivir la novedad de la cual Cristo es portador. Así comprendemos cómo «vivir las máximas evangélicas» y realizar la vocación a la santidad, según la modalidad del propio carisma espiritual, y según el servicio demandado a cada uno. Y esto es un compromiso que dura toda la vida. Siguiendo la estela de la enseñanza del Santo podemos hablar para nosotros de una vía regia para nuestra perfección, porque la observancia de las máximas evangélicas nos pone en la condición de imitar a Cristo, sea en su modo de pensar como en su modo de obrar. Teniendo el pensamiento de Cristo, nos permite juzgar los acontecimientos, las cosas y las personas, no según una lógica humana y de intereses particulares, sino siguiendo la búsqueda del bien común. «No basta con hacer el bien, hay que hacerlo bien, a ejemplo de nuestro Señor» (SVP, XI, 468).

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