Desde una radical percepción del que es el proyecto de Dios, evangelizar a los pobres, llegará san Vicente, mediante un serio discernimiento de los acontecimientos y múltiples consultas, a proveer los medios para que esa evangelización se haga efectiva a través de las nuevas fundaciones que el propio Dios determina.
— El servicio a los pobres (corporal y espiritual)
El mismo proceder de Jesucristo en el Evangelio muestra a san Vicente otro aspecto profundo de la voluntad de Dios: el servicio a los pobres. Contempla en el Evangelio cómo Jesucristo recorre caminos y llega a los pueblos curando enfermos y sanando personas. Contagiando salud, el Salvador no sólo irradia vida, sino que integra en la sociedad a sectores marginados. Eso le entiende también san Vicente como querer de Dios para él y sus misioneros. Lo dice de manera vehemente y muy expresiva en la célebre conferencia del 6 de diciembre de 1658 sobre la finalidad de la Congregación de la Misión: «Si hay algunos entre nosotros que crean que están en la misión para evangelizar a los pobres y no para cuidarlos, para remediar sus necesidades espirituales y no las temporales, les diré que tenemos que asistirles y hacer que les asistan de todas las maneras, nosotros y los demás, si queremos oír esas agradables palabras del Soberano Juez de vivos y muertos: Venid, benditos de mi Padre… Hacer esto es evangelizar de palabra y de obra; es lo más perfecto; y es lo que nuestro Señor practicó y tienen que practicar los que lo representan en la tierra, por su cargo y por su carácter, corno son los sacerdotes».
Del mismo modo repite san Vicente a las Hermanas que están en la Compañía para servir a los pobres corporal y espiritualmente. Hablándoles de la vocación ya en 1640, y aludiendo a la regla, les indica el plan de Dios en la fundación de la Compañía: «Servir a los pobres enfermos corporalmente, administrándoles todo lo que les es necesario; y espiritualmente, procurando que vivan y mueran en buen estado». Aún se lo dice de nuevo y con otro compromiso con ocasión de la conferencia sobre el jubileo en 1641: «Vosotras no estáis solamente para atender a los cuerpos de los pobres enfermos, sino también para darles instrucción en lo que podáis. Por eso es conveniente que no perdáis ninguna ocasión para instruiros a vosotras mismas».
El servicio corporal y espiritual a los pobres es para san Vicente realización concreta e ineludible de la voluntad de Dios. En ese servicio no se hace tan sólo lo que el Señor desea, sino que nos acercamos a Dios, («servir a los pobres es ir a Dios», repetirá san Vicente) y le servimos a Él («servir a los pobres es servir a Jesucristo»).
— La compasión para con los pobres
En buena medida, la razón última para evangelizar y servir a los pobres la encuentra san Vicente en esa actitud básica de Jesucristo, que fue la misericordia. Contempla nuestro santo admirado la compasión de Jesús para con los pecadores y los enfermos; y recomienda a los misioneros que pidan a Dios les conceda ese mismo espíritu, de forma que «quienes vean a un misionero puedan decir ‘He aquí un hombre lleno de misericordia». De suyo, la hondura de su fe y el fuego de su amor dotaron a nuestro fundador de una sensibilidad extrema para los necesitados. «Hemos de gemir, decía, bajo la carga de los pobres y sufrir ron los que sufren; si no, no somos discípulos de Jesucristo!».
Tan vivo es este sentimiento en san Vicente y tan convencido está de que necesitamos de él para responder al plan de Dios que mi concibe ser cristiano y no ser compasivo: «¡Cómo! ¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano sin llorar con él ni sentirse enfermo con él! Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura; es carecer de humanidad; es ser peor que las bestias«. Es curiosa la degradación en el ser que para san Vicente supondría la falta de compasión. Sin ella, dice nuestra Fundador, ni puede el hombre asemejarse a Dios, que es caridad, ni tan siquiera resulta humano, ya que cae por debajo de las bestias.
Y son precisamente los misioneros los que más obligados están a revestir sus entrañas del sentimiento de compasión. «En primer lugar, dice San Vicente, han de verse tocados en lo más vivo por las miserias del prójimo. Segundo, es menester que esa compasión aparezca en su rostro, a ejemplo de nuestro Señor que lloró sobre la ciudad de Jerusalén… Tercero, hay que emplear palabras compasivas que hagan ver al prójimo cómo nos interesamos por sus penas y sufrimientos. Finalmente hemos de socorrerle y asistirle, en la medida en que podamos, en todas sus necesidades y miserias… ya que la mano tiene que hacer todo lo posible para conformarse con el corazón». Es todo un proceso de acción misericordiosa el que san Vicente nos descubre en ese texto; proceso que deriva de la voluntad de Dios y que guarda relación con su proyecto salvador.
Y es que, como en tantas ocasiones, es en la contemplación de Dios donde el santo capta la realidad y donde descubre la realización del plan divino: «Es Dios, les dice a las hermanas, el que os ha encomendado el cuidado de los pobres y tenéis que portaros con ellos con su mismo espíritu, compadeciendo sus miserias y sintiéndolas en vosotras mismas en la medida de lo posible como aquel que decía: ‘Yo soy perseguido con los perseguidos, maldito con los malditos, esclavo con los esclavos, afligido con los afligidos y enfermo con los enfermos». Resuena en el texto, sin duda, el hacerse «todo en todos» de san Pablo, que viene a resumir el significado de la compasión para los cristianos. Lo asombroso en san Vicente es la profundidad con que comprendió la extrema importancia de esta actitud: «entrar en los sufrimientos de los pobres», «sufrir con ellos», «experimentar sus miserias» son palabras muy propias de él. Palabras que nos adentran en ese movimiento de misericordia que, desde Dios, atraviesa la vida de los hombres y que da sentido tanto al misterio de la Encarnación como a su realización en la historia.
— La búsqueda del Reino de Dios
Sabido es que uno de los centros de interés de Jesucristo fue el anuncio del Reino de Dios: «Cumplido es el tiempo, advierte nada más empezar en el Evangelio según san Lucas, y el Reino de Dios está cercano; arrepentíos y creed en el Evangelio». Cuando más adelante ve Cristo que las preocupaciones de la gente les impiden acoger el Reino de Dios, instará a los suyos: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura».
Siendo tan sensible san Vicente a las enseñanzas del divino Maestro y tan resuelto a cumplir su voluntad, no ha de extrañarnos que haga de esa inquietud una de sus máximas en el capítulo segundo de las Reglas: «Cristo dijo: ‘Buscad primero el Reino de Dios y su justicia…». Lo explica después con seriedad en la conferencia del 21 de febrero de 1659: «Si nuestro Señor nos ha recomendado esto, hemos de aceptarlo así; él lo quiere; él es la regla de la Misión; él es el que habla y a nosotros nos toca estar atentos a sus palabras y entregarnos a su majestad para ponerlas en práctica».
Explicita después en qué consiste esa búsqueda del Reino de Dios: trabajar incesantemente por el Reino sin quedarnos en una situación cómoda o parados; cultivar la vida interior: que Jesús trine en nosotros; buscar la gloria de Dios… Y ante la objeción que prevé en algunos de si habrá que dejar todo (ocupaciones, trabajo, ministerio…) para no pensar más que en Dios, san Vicente responde: «No; pero hay que santificar esas ocupaciones buscando en ellas a Dios, y hacerlas más por encontrarle a él allí que por verlas hechas». Apela desde esta perspectiva a la necesidad de la fe, la oración, la confianza, el amor, las humillaciones, los trabajos… Y desde ahí a la seguridad de que el Reino de Dios irá así consolidándose entre nosotros. Un Reino que se manifiesta en la evangelización de los pobres y en su servicio corporal y espiritual, y que viene alentado por una verdadera actitud de compasión.
Hemos de aplicarnos a buscar el Reino de Dios, concluye san Vicente, porque así nos lo ordena Jesucristo. Y hemos de aplicarnos a ello por entero, dado que en el Reino se centra el proyecto salvador de Dios.
- c) Asumiendo el «buen querer de Dios» en el día a día
La voluntad de Dios no la ve san Vicente referida tan sólo a esta realidad grande de su plan salvífico, sino que se manifiesta cotidianamente en los acontecimientos ordinarios. Y es en la actitud que se adopta ante esos acontecimientos donde se verifica hasta qué punto se ha adentrado el cristiano en el ser de Dios y se muestra conforme con su voluntad. Muchos son, en este sentido, los testimonios de san Vicente que nos revelan su alma sensible para ver y aceptar como venidos de Dios tantos sucesos. Probablemente le choca a nuestra mentalidad el proceder del santo en determinados sucesos y la reacción ante determinados hechos. Pero hemos de leerlos contextualizados en la espiritualidad de la época y protagonizados por un creyente para quien abandonarse al querer de Dios era lo natural.
— La salida de Chátillon
Es muy conocida la experiencia pastoral de san Vicente en Chátillon en 1617. Conocida también su dedicación al ministerio, su influencia en el ambiente social de la población y su organización de la primera Cofradía de la Caridad. Parece que ha encontrado aquí el sentido de su sacerdocio. Son otros, sin embargo, los planes de Dios. La señora de Gondi, angustiada por la pérdida de su capellán, busca desesperadamente su regreso, recurriendo incluso al chantaje espiritual: «Si después de todo me rehusa, le cargaré ante Dios de todo lo que me suceda y de todo el bien que deje de hacer privada de su ayuda». Sometido a esas y otras presiones, la firmeza de san Vicente empieza a ceder y consiente en ir a París para recabar consejo, discernir y acatar lo que Dios quiera. A mediados de diciembre de aquel mismo año, Vicente se despidió de los fieles de Chátillon, asegurándoles que, al llegar al pueblo, su intención había sido permanecer entre ellos el resto de sus días, pero la voluntad de Dios era otra y resultaba preciso obedecer. Y es para buscar y realizar esa voluntad de Dios para lo que parte ahora hacia París, decidido a someterse al «buen deseo» de Dios.
— La aceptación de San Lázaro
La oferta del rico priorato de San Lázaro a san Vicente representó en su momento la posibilidad de dotar a la naciente Congregación de una sólida base económica que permitiera su consolidación y despegue. Ya desde el principio, san Vicente se resistió a aceptar la oferta por no ver claro si era esa la voluntad de Dios y por no estar seguro de la capacidad de la Compañía para administrar la propiedad. Opiniones y consejos favorables a ello, como los de André Duval, acabaron llevándole a aceptar la proposición. Enseguida, sin embargo, los religiosos de San Víctor reclamaron sus derechos e iniciaron el pleito. San Vicente lo encaró con absoluta entereza: «Se hará lo que quiera nuestro Señor, que sabe verdaderamente que su bondad me ha hecho en esta ocasión tan indiferente como en cualquier otro asunto que haya tenido», escribe en una carta. No obstante, el santo había llegado a persuadirse de que aceptar San Lázaro era la voluntad de Dios, de ahí que luchara por sus derechos con la misma tenacidad con que antes había empezado por rechazar la oferta.
Santiago Azcárate
CEME 2011