LOS SENTIMIENTOS DE VICENTE DE PAÚL SON SEMEJANTES A LOS DE JESUCRISTO
San Vicente meditó y comentó con frecuencia la recomendación de Pablo: «Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús» y el contenido del himno cristológico que nos ha dejado el apóstol de los gentiles en su carta a los Filipenses (Flp2, 6-11). Vicente de Paúl penetró en los sentimientos de Jesús, por eso no consideró el poder, la riqueza y el prestigio como los valores supremos de su vida, sino que abrió su corazón a Dios y a los Pobres. Vicente llevó el peso de su vida y la de los pobres, guiado por el espíritu de Jesucristo y se abrió totalmente al Padre de los Cielos con sentido de obediencia y confianza. Penetró en los sentimientos de Cristo Jesús: éste fue el ejercicio cotidiano de su vida como buen cristiano…
Fruto de su meditación son los siguientes sentimientos de admiración y compromiso caritativo: « ¡Oh Salvador! ¡Fuente de amor humillado hasta nosotros y hasta un suplicio infame! ¿Quién ha amado en esto al prójimo más que tú? Viniste a exponerte a todas nuestras miserias, a tomar la forma de pecador, a llevar una vida de sufrimiento y a padecer por nosotros una muerte ignominiosa; ¿hay amor semejante? ¿Quién podría amar de una forma tan supereminente? Sólo nuestro Señor ha podido dejarse arrastrar por el amor a las criaturas hasta dejar el trono de su Padre para venir a tomar un cuerpo sujeto a las debilidades. ¿Y para qué? Para establecer entre nosotros por su ejemplo y su palabra la caridad con el prójimo. Este amor fue el que lo crucificó y el que hizo esta obra admirable de nuestra redención. Hermanos míos, si tuviéramos un poco de ese amor, ¿nos quedaríamos con los brazos cruzados? ¿Dejaríamos morir a todos esos que podríamos asistir? No, la caridad no puede permanecer ociosa, sino que nos mueve a la salvación y al consuelo de los demás».
Cristo, encarnado y humillado en la muerte más infame, la de la crucifixión, es propuesto a sus seguidores como modelo de vida. Todo cristiano está llamado a tener «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5). Vicente lo sabe, lo tiene presente a diario, aprende cada día a tener los mismos sentimientos de Jesucristo y va conformando los suyos con los de su Maestro. Pero no se queda en la contemplación sentimentaloide, baja al compromiso de la fe y la caridad. Por eso afirma lleno de admiración hacia Jesucristo y compasión hacia los pobres: «No hemos de considerar a un pobre campesino o a una pobre mujer según su aspecto exterior, ni según la impresión de su espíritu, dado que con frecuencia no tienen ni la figura ni el espíritu de las personas educadas, pues son vulgares y groseros. Pero dadle la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe que son ésos los que nos representan al Hijo de Dios, que quiso ser pobre; él casi ni tenía aspecto de hombre en su pasión y pasó por loco entre los gentiles y por piedra de escándalo entre los judíos y por eso mismo pudo definirse como el evangelista de los pobres: Evangelizare pauperibus misit me. ¡Dios mío! ¡Qué hermoso sería ver a los pobres, considerándolos en Dios y en el aprecio en que los tuvo Jesucristo! Pero, si los miramos con los sentimientos de la carne y del espíritu mundano, nos parecerán despreciables».
Como Jesucristo que llora ante la tumba de su amigo Lázaro, Vicente siente la muerte de los amigos y deja que su corazón se explaye. Así lo manifiesta ante la muerte del P. Juan Bautista de la Salle en 1639, del P. Juan Pillé en 1643 y de otros misioneros y hermanos coadjutores.
El sentimiento de Jesús que más impactó a san Vicente de Paúl es su compasión. Jesús no pasa indiferente ante el dolor de las personas, se para, escucha, lo acoge y lo remedia: cura, sana, devuelve la vista, resucita a los muertos, libera a los poseídos por el diablo, etc. Esta mirada a Cristo compasivo cautivó el corazón de Vicente e impulsado por el Espíritu, quiere hacer lo mismo. El mismo confiesa que sintió tocado su corazón por el campesino de Gannes y el abandono de los enfermos en Chátillon: «Vinieron a decirme que había un pobre hombre enfermo y muy mal atendido en una pobre casa de campo… yo, lleno de gran compasión, lo recomendé con tanto interés y con tal sentimiento que todas las señoras se vieron impresionadas». Y esta compasión dio lugar a las Cofradías de la Caridad.
Cuando Vicente hace la primera relectura de la historia de las Hijas de la Caridad, atribuye a la compasión del corazón de Dios las diferentes obras que les han sido confiadas y precisa: «Hermanas mías, ¡qué dicha servir a esos pobres presos, abandonados en manos de personas que no tenían piedad de ellos! Yo he visto a esas pobres gentes tratados como bestias; esto fue lo que hizo que Dios se llenara de compasión. Le dieron lástima y luego su bondad hizo dos cosas en su favor: primero, hizo que compraran una casa para ellos; segundo, quiso disponer las cosas de tal modo que fueran servidos por sus propias hijas, puesto que decir una hija de la Caridad es decir una hija de Dios».
Como Jesucristo se comunica con mujeres empeñadas en la causa del Reino de Dios, les escribe con total libertad interior y les comunica sus sentimientos46 de compasión, gratitud, admiración, reconocimiento por el bien que hacen y confianza. Así lo refleja su correspondencia con Luisa de Marillac, Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal, la Señora Goussault, la Señorita Lamy o la duquesa de Aiguillon, sobrina del cardenal Richelieu. Vicente de Paúl emplea la comunicación de los sentimientos como medio indispensable de relación humana y divina, y a la vez, como una estrategia evangélica para atraer e implicar a otros en el anuncio del Reino de Dios.
Jesús comunicó sus sentimientos a sus discípulos en varias ocasiones. En el capítulo sexto del Evangelio de Juan expresa sus sentimientos de pena ante la increencia de algunos discípulos cercanos: «Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen» (Jn 6, 6364). En la resurrección de Lázaro Jesús manifiesta sus sentimientos de estima y aprecio hacia el amigo y llora con los que lloran la muerte de Lázaro (Jn 11, 33-36). En la última cena Jesús muestra sus sentimientos de tristeza y angustia (Jn 16, 5-13). En el huerto de los olivos pide a sus discípulos le acompañen a la vez que les expone su tristeza hasta la muerte (Mt 26, 38)
También Vicente de Paúl manifiesta su tristeza y sorpresa ante la cobardía de algunos misioneros con motivo de la muerte de algunos misioneros en Madagascar quedando solo uno de ellos. El santo motiva en estos términos: «Quizás diga alguno de esta Compañía que es preciso dejar Madagascar; es la carne y la sangre las que así hablan, diciendo que no hay que enviar allá a nadie; pero yo estoy seguro de que el espíritu habla de otro modo, ¿Pues qué, padres? ¿Dejaremos allí completamente solo a nuestro buen padre Bourdaise?.. Estoy seguro de que la muerte de estos padres extrañará a algunos. Dios sacó de Egipto a seiscientos mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, para llevarlos a la tierra prometida; pero de todo aquel número entraron solamente dos; ni siquiera entró Moisés, el conductor de todos ellos. Dios llamó a nuestros hermanos a aquel país, pero he aquí que algunos murieron por el camino, y los otros apenas llegar. Padres, ante esto es preciso bajar la cabeza y adorar los designios admirables e incomprensibles de nuestro Señor».
Vicente de Paúl comunica sus sentimientos para entusiasmar, tocar el corazón de los oyentes y atraer a las personas a la causa del Reino de Dios. En cuanto se da cuenta de que hay alguna crítica en su comunidad no conforme al Evangelio, afronta directamente la cuestión motivando y alentando desde el espíritu evangélico. Así lo hizo ante la critica interna de algunos compañeros que decían pensaba acabar con la Congregación con el envío de tantas expediciones fallidas a Madagascar: «Padres y hermanos míos, ¿será posible que seamos tan cobardes de corazón y tan poco hombres que abandonemos esta viña del Señor, a la que nos ha llamado su divina Majestad, solamente porque han muerto allí cuatro o cinco o seis personas? Decidme, ¿sería un buen ejército aquel que, por haber perdido dos mil o tres mil o cinco mil hombres (como se dice que pasó en el último ataque de Normandía) lo abandonase todo? ¡Bonito sería ver un ejército de ese calibre, huidizo y comodón! Pues lo mismo hemos de decir de la Misión: ¡bonita compañía sería la de la Misión si, por haber tenido cinco o seis bajas, abandonase la obra de Dios! ¡Una compañía cobarde, apegada a la carne y a la sangre! … No, yo no creo que en la Compañía haya uno solo que tenga tan pocos ánimos y que no esté dispuesto a ir a ocupar el lugar de los que han muerto».
Lo mismo hace con las Hijas de la Caridad cuando quiere corregir la cobardía, apela a sus sentimientos. Veamos el ejemplo del envío de las Hermanas a Calais: «Me parece oír a las hermanas que aquí se quedan diciéndome: «Pero, padre, ¿adónde van nuestras hermanas? No hace mucho tiempo que vimos partir a otras cuatro; una ha muerto, las otras están enfermas y a punto de morir quizás; ¡y ahora usted manda otras cuatro en lugar de ellas, a las que quizás no volvamos a ver! ¡Vamos a perder a nuestras hermanas! ¿Qué es lo que va a pasar con la Compañía?»… Mis queridas hermanas, ésta es también la objeción que ponían a los mártires que iban a la muerte. Creían que con tantos mártires la Iglesia se debilitaría y no quedaría ya nadie para sostenerla; pero os respondo lo que se respondió entonces: «La sangre de los mártires es semilla de cristianos». Por uno que reciba el martirio, vendrán otros muchos; su sangre será como una semilla que dará fruto, y un fruto abundante. La sangre de nuestras hermanas hará que vengan otras muchas y merecerá que Dios les conceda a las que queden la gracia de santificarse…Después de estas palabras, nuestro venerado padre se vio obligado a detenerse por la abundancia de lágrimas; luego, con una voz entrecortada por los sollozos, continuó: Hijas mías, vais entonces a hacer el acto de amor a Dios más grande que puede hacerse y que jamás habéis hecho, pues no hay ninguno tan grande como el acto del martirio. ¡Qué gran motivo para humillaros, hijas mías, al ver cómo Dios prefiere vuestra Compañía a tantas otras, que quizás lo harían mejor que vosotras! Pero él es el Dueño y hace lo que le agrada». Y las Hermanas acallaron sus críticas y se ofrecieron para ir a Calais con disponibilidad plena y llenas de confianza.
Sor Mª Ángeles Infante
CEME, 2011