SAN VICENTE «DISCERNIDOR DE CONCIENCIAS»
Es decir, san Vicente consideraba que, para discernir con acierto en cuanto director de conciencias, había que empezar por discernir la influencia que verdaderamente tenían en el comportamiento de una persona su temperamento y su personalidad para no dejarse llevar por la ilusión, el egoísmo, la soberbia y por la precipitación. La experiencia de fe que vivimos cuando nos revestimos del Espíritu de Jesucristo es una para todos los cristianos, pero no es uniforme, porque, aunque la experiencia de la le sea divina, tiene sabor humano, al ser experimentada por los hombres, y cada hombre la experimenta según su sicología peculiar.
Sabiendo que el carácter de una persona está condicionado por la formación y por las circunstancias familiares y sociales, san Vicente afirmaba que «conviene saber discernir la calidad de los dirigidos; pues hay que dirigir de diferente manera a un hombre de gran condición y a un hombre ordinario, a un ignorante y a un sabio» (XI, 82). Y es seguro que él lo aplicaba. Así lo indica Sor Maturina Guérin que oyó decir a santa Luisa «que para la dirección de las almas había pocos directores que tuvieran el método de nuestro difunto honorable Padre, que tenía el don particular de Dios de conocer los caminos por los que Dios lleva a los elegidos y de dirigirlos por ese camino, a diferencia de muchos directores que, en lugar de esforzarse por conocer lo que nuestro Señor pide a cada uno de nosotros, les dan su propia dirección en lugar de la de Dios, la cual, aunque buena, no es apropiada para todos».
DIRECTOR DE LUISA DE MARILLAC
A veces he leído declaraciones sobre san Vicente director espiritual, basándose en la dirección que dio a santa Luisa. Además de saber muy poco sobre esta dirección, ya que la mayoría de las veces la hacían en encuentros personales que nos han dejado indicios, pero no documentación expresa, la considero inapropiada para sacar conclusiones, porque el modo de dirigir a Luisa de Marillac fue único. Con la señorita Le Gras además de director espiritual fue acompañante; con la diferencia de que el director no vive con el dirigido y le conoce por lo que le cuenta, mientras que el acompañante vive cercano y hasta pueden trabajar juntos y le conoce por lo que le cuenta y por lo que ve.
Vicente de Paúl y la señorita Le Gras eran amigos íntimos, colaboradores y superiores conjuntamente de la Compañía. Muchas veces se reunían en igualdad para resolver asuntos, especialmente en los consejos. Vicente de Paúl conocía toda su vida y sus sufrimientos y por mucho que ella respetuosamente quería tratarle como superior y director, él siempre la consideró como a una hija, hasta decirle que si Dios le conservaba la vida, le prometía que cuidaría de su hijo Miguel como si fuera de su misma sangre (I, 523). No es propio de un director ordinario, pero sí de un director espiritual que además es amigo íntimo y padre indicarle cómo debiera ser la nueva sirvienta que iba a coger la Señorita: «En cuanto a la persona que desea despedir, no hay peligro si ya hay otra conforme a sus deseos; pero no me parece que sea la más indicada, a mi juicio, la que me señala. Necesita una totalmente nueva o entregada, que la honre y respete, o que tenga los mismos pensamientos que usted… Adiós, mi querida hija; esté alegre. A mi regreso, hablaremos de todo ese proyecto y de su viaje a los campos. Prohíbale a su corazón que murmure contra el mío por marcharme sin hablarle, pero no sabía nada esta mañana». Y es extraño que un director espiritual ordinario le diga: «Si su divina Majestad no le hace conocer, de una forma inequívoca que Él quiere otra cosa de usted, no piense ni ocupe su espíritu en esa otra cosa. Déjelo a mi cuenta; yo pensaré en ella por los dos».
ASESOR DE LOS DISCERNIDORES
Muchas de las cartas que escribió san Vicente, aunque las escribió para discernir y dar soluciones puntuales, indirectamente contienen enseñanzas para aprender a discernir. En otras muchas cartas a los misioneros se constituyó, sin pretenderlo, en un maestro de discernimiento, para cuando éstos se conviertan en las misiones o en las parroquias, en directores de almas (ministerio pastoral) o en directores de conciencias (directores espirituales).
CONSEJOS AL P. ANTONIO DURAND
Conservamos, sin embargo, dos pequeños tratados de discernimiento. El primero no lo escribió san Vicente, pero podemos afirmar que involuntariamente se lo dictó al P. Antonio Durand que fue quien lo redactó. El P. Antonio Durand, era un misionero de gran valía. Con sólo 27 años de edad fue nombrado Superior del seminario de Agde, cuyos obispos-condes fueron sucesivamente los hermanos Francisco y Luis, de la familia Fouquet, estrechamente unida a san Vicente, y éste se sentía obligado a poner por superior a un misionero que no defraudara. San Vicente que confía en el P. Durand, le propone, para ser un buen discernidor de espíritus tanto en las cosas espirituales como en los negocios materiales, tres actitudes y tres normas que ya había experimentado el santo a lo largo de su vida.
La primera actitud, vaciarse de sí mismo y revestirse del Espíritu de Jesucristo, era la base del cristocentrismo y el núcleo de la espiritualidad vicenciana, como lo era de la mayoría de los espirituales franceses desde Bérulle. Y saca la primera norma: El buen discernidor, cuando tenga que elegir una buena obra, debe elegir lo que haría Cristo en esa circunstancia, preguntando al Hijo de Dios: «Señor, si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías en esta ocasión? ¿cómo instruirías a este pueblo? ¿cómo consolarías a este enfermo de espíritu o de cuerpo?»
Y es que la vida de los misioneros, de las Hijas de la Caridad y de las Voluntarias debe estar calcada en los evangelios. Es habitual en las Reglas comunes o en los Estatutos de las Caridades, comenzar los capítulos y muchos apartado con las frases Nuestro Señor Jesucristo, Cristo dijo, así como Nuestro Señor…, porque la Congregación «profesa de manera especial practicar lo que practicó el Hijo de Dios». Y éste, en resumidas cuentas, es el principio fundamental que guía todo discernimiento vicenciano: revestido del espíritu de Jesucristo, hacer lo que Él hizo y cómo lo hizo.
Pero para revestirse del Espíritu de Jesucristo, antes hay que vaciarse del espíritu corrompido de la naturaleza humana que le lleva a considerar las cosas bajo el reflejo de los intereses personales de avaricia, orgullo y egoísmo. El espíritu de Jesucristo sólo guía en el discernimiento a quienes muestran una actitud de humildad y sencillez, pues resiste a los soberbios. San Vicente la convierte en una nueva disposición para ser un buen discernidor de espíritus: tener «la humildad de nuestro Señor… sin tener la pasión de querer parecer superior y maestro’. Sacando una consecuencia lógica: el P. Durand también tiene un superior general sobre él y debe obedecerle y consultarle, y si la urgencia le impide acudir al Superior Vicente, debiera consultar con los superiores de las casas más cercanas.
De este cristocentrismo saca la tercera actitud que debe tener el joven discernidor: ser un hombre de oración. La mente y el corazón están a veces tan llenos de materialidad, que difícilmente podemos discernir la voz del Espíritu divino. Hay que vaciarlos para que quepa el Espíritu Santo. Ahí comienza la oración o vida interior. Cambiando la idea de discernir por la de buscar, san Vicente decía a los misioneros: «Buscad, buscad, esto dice, preocupación, esto dice acción. Buscad a Dios en vosotros, ya que san Agustín confiesa que, mientras lo andaba buscando fuera de él, no pudo encontrarlo; buscadlo en vuestra alma, como en su morada predilecta; es en el fondo donde sus servidores procuran practicar todas las virtudes. Se necesita la vida interior, hay que procurarla; si falta, falta todo». Resumiéndolo con aquella conocida frase: Dadme un hombre de oración y será capaz de todo. Pues «Jesucristo, que debe ser el criterio modélico para discernir, no se contentó con utilizar sus predicaciones, sus trabajos, sus ayunos, su sangre y su misma muerte; sino que a todo esto añadió la oración», y con toda claridad se lo indicó a los apóstoles al bajar del monte Tabor: «Esta clase de demonios no puede ser expulsada sino es por la oración y el ayuno».
Sin oración un misionero nunca será la luz del mundo y la sal de la tierra que es el cometido que asume el discernidor de espíritus y para explicarlo el santo se apoya en el Tratado de las Jerarquías celestes del Pseudo-Dionisio. Y saca una norma un tanto forzada, pero necesaria para saber discernir: que no haga nada que no «se conforme con las reglas y las santas costumbres de la congregación».
Benito Martínez
CEME, 2011