San Vicente de Paúl o la clarividente oposición al jansenismo (II)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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  1. PRESENTACIÓN DEL JANSENISMO

Jansenio en la base

El nombre de «jansenismo» proviene de Cornelio Jansses (1585-1638), en latín Jansenius —Jansenio—, de nacionalidad ho­landesa. Unos breves trazos de su vida nos ayudarán a conocer los orígenes de la nueva herejía. Nació el 28 de octubre de 1585 en Acquoy (Holanda). De condición media, sus padres se esmeraron en proporcionarle una buena preparación humanístico-teológica. Entre otros Colegios y Universidades, estudió en la Universidad de Lovaina, en la que entabló amistad con Jacobo Janson y, más tarde, en la Sorbona de París, con Juan Duvergier de Hauranne (1581­1643), más conocido con el nombre de abad de Saint-Cyran. Su ordenación de obispo de la diócesis de Ypres tuvo lugar en 1636. Por el mismo tiempo daba los últimos retoques a la obra que le haría famoso y pondría en marcha el movimiento jansenista.

Jansenio murió a consecuencia de una epidemia que devastó Ypres, con muestras de piedad, según declaración de testigos oculares. Estaba a punto de morir cuando confió el manuscrito de su obra, el Augustinus, a su capellán, Reginaldo Lamaeus, con la indicación de que lo publicara. Sólo le pedía que la publica­ción fuera hecha con la mayor fidelidad posible y, en todo caso, sometía su juicio al dictamen del papa, que lo era en aquel enton­ces Urbano VIII (1623-1644), con estas palabras al final de la obra: «Si la Santa Sede desea algún cambio, yo soy un hijo obe­diente, y me someto a aquella Iglesia en la que he vivido hasta la hora de mi muerte. Este es mi último deseo». No faltan autores que sospechan que tal declaración fue un ardid o engaño pensa­do por el mismo Jansenio, que se temía lo peor: la condenación de su doctrina teológica.

Bayo y Saint Cyran entre bastidores

Jacobo Janson y Jean Duvergier de Hauranne eran admirado­res declarados de Bayo, teólogo asistente al Concilio de Trento.

Janson había sido el discípulo predilecto de Bayo, quien en cier­ta sintonía doctrinal con Lutero y Calvino, expresaba su preocu­pación por aclarar la doctrina sobre la gracia, el pecado original, la libertad y la predestinación. Bayo (1513-1589) sería, pues, la corriente primera que electrocutó a Jansenio a través de Janson.

Miguel Bayo intentó reconciliar el pensamiento de los refor­madores con la doctrina católica, volviendo a la Sagrada Escri­tura y a san Agustín y rechazando el humanismo y la escolásti­ca. Pero en realidad lo que hizo fue desfigurar las fuentes, contra su voluntad, y contribuir a dar forma al planteamiento doctrinal del jansenismo en todas sus manifestaciones, afirmando, por ejemplo, que la concupiscencia se identifica con el pecado origi­nal y que la libertad está coartada intrínsecamente. Treinta años después de su muerte, acaecida en mayo de 1638, el papa Pío V (1566-1572) condenó, en 1567, setenta y nueve proposiciones o tesis del maestro Bayo.

Pero más influyente que Bayo fue Duvergier de Hauranne desde que pasaran cinco meses juntos en la casa que el vasco tenía en Bayona, de donde era originario, estudiando a san Agus­tín. En 1620 el obispo de Poitiers le designó abad comendatario de la abadía de Saint-Cyran de la que, según la costumbre de la época, llevaría en adelante el nombre. Saint-Cyran reanudó la amistad entablada con Jansenio y dedicó todas sus energías a la dirección espiritual de relevantes personalidades parisienses. Fue también amigo de oratorianos célebres como el cardenal Pedro de Bérulle, Carlos de Condren, y también de Vicente de Paúl. El em­pujón recibido de Duvergier fue decisivo para que Jansenio defendiera su posición teológica y escribiera el Augustinus.

Vicente de Paúl tenía perfecto conocimiento del libro de Jansenio y de la doctrina en él contenida. Por eso escribirá a su com­pañero P. Juan Dehorgny, destacado en Roma: «En cuanto a Jansenio, hay que considerarlo o como seguidor de las opiniones de Bayo, tantas veces condenado por los Papas y por la Sorbona, o como defensor de otras doctrinas que trata en su libro.

No le faltaba razón al señor Vicente para pensar y escribir así, porque el jansenismo no nacía espontáneamente, sino que brota­ba de herejías lejanas y de discusiones cercanas al mismo Jansenio sobre la gracia entre teólogos de distintas escuelas, sobre todo entre dominicos y jesuitas. Aquella raíz lejana y ésta más cercana produjeron el fruto jansenista.

Las raíces del pelagianismo y semipelagianismo

El jansenismo hunde sus raíces, parcialmente al menos, en la herencia pelagiana. Recuérdese que el pelagianismo, herejía pro­movida por Pelagio y Celestio a finales del siglo IV y principios del siguiente, defendía que el hombre no necesita de la gracia para alcanzar la santidad, sino simple y únicamente el uso del libre albedrío; negaba la transmisión del pecado original y afir­maba con rotundidad que la libertad humana había quedado heri­da con tal pecado hasta el punto de no ser posible su recupera­ción. El más notable adversario del pelagianismo fue, sin duda, san Agustín de Hipona (354-430), bondadoso y compasivo con los herejes, por otra parte, pues no pidió para ellos su condena sino atraerlos a la verdad.

Según san Vicente: «Los semipelagianos surgieron inmedia­tamente después de la muerte de san Agustín. Éstos propusieron una opinión media, que estaba de acuerdo con la de san Agustín en sostener que los hombres no podían nada sin la gracia de Dios, y con Pelagio en que defendían que los hombres tenían dentro de sí un principio de obras buenas, que daba lugar a que Dios les diera esas gracias; por eso se llamaron semipelagianos y fueron condenados por la Iglesia.

Las discusiones entre dominicos y jesuitas

Las discusiones del Concilio de Trento (1545-1563) sobre el papel de la libertad y su relación con la gracia divina no habían terminado con la controversia «De Auxiliis», que tantos enfren­tamientos provocó entre teólogos y moralistas. La pugna surgió como reacción a la doctrina del dominico español Domingo Báñez (1528-1604) sobre la predeterminación física. Sus princi­pales opositores, los jesuitas, defendían, por el contrario, lo escrito por otro cohermano suyo, de origen también español, Luis de Molina (1536-1600), que en su obra De concordia liberi arbitrii cum donis gratiae, publicada en Lisboa, 1588, trataba de conciliar la libertad humana por una parte y, por otra, la omni­potencia y omnisciencia divinas en orden a la predestinación, recurriendo a la «ciencia media».

Los jesuitas, blanco principal de los ataques jansenistas

De ahí que la Compañía de Jesús se convirtiera en el blanco principal de los ataques jansenistas. La campaña iniciada por el obispo de Ypres y orquestada luego por Saint-Cyran, llegó hasta los solitarios de Port-Royal. Vicente de Paúl se hace eco de la cir­cunstancia teológica del momento en la citada carta al P. Dehorgny: «Me dice usted que las opiniones que llamamos antiguas son modernas, pues hace sólo 70 años que Molina inventó esas opiniones que se creen antiguas. Le confieso, padre, que Molina es el autor de la ciencia que se llama «media», que no es, propia­mente hablando, más que el medio por el que se hace ver cómo se hace una cosa y de dónde proviene que dos hombres que tie­nen el mismo espíritu, las mismas disposiciones y gracia seme­jante para realizar las obras de su salvación, uno las realice y el otro no, uno se salve y otro se condene. Pero no se trata de eso, que no es artículo de fe. La doctrina que él combate, que Jesucris­to murió por todo el mundo, ¿es acaso nueva?…»

Independientemente de la simpatía de Vicente de Paúl por el molinismo, lo cierto es que no se afilió a ninguna escuela y de todas sacó provecho, expresando, de palabra y por escrito, una gran admiración por las Ordenes dominicana y jesuítica, que tan­tos santos y sabios habían dado a la Iglesia. Tampoco era de extrañar su inclinación hacia el molinismo, pues éste fue impo­niéndose en la Iglesia por su visión optimista de la salvación, en contraste con el rigorismo de los jansenistas que sacaban de qui­cio el llamado «pesimismo agustiniano», desorbitando de mane­ra exagerada las limitaciones de la naturaleza humana’.

Si los jesuitas se convirtieron en el blanco de los ataques, la causa hay que buscarla en su oposición declarada contra el jan­senismo y a que disfrutaban de mayor influencia en los ambien­tes universitarios. Ya Jansenio viajó dos veces a España como delegado de sus colegas para presentar ante la Corte de Madrid la causa contra los jesuitas; de hecho, debido a sus esfuerzos tenaces fue retirada a la Compañía de Jesús la autorización para enseñar humanidades y filosofía en Lovaina.

El señor Vicente se pronuncia a favor de los jesuitas, respe­tando en todo momento la opinión de los dominicos, porque, según estaba convencido, «ya no se ve a casi nadie acercarse a comulgar los primeros domingos de mes y los días de fiesta, incluso en las comunidades religiosas, a no ser entre los jesuitas. Por eso procuró el difunto abad de Saint-Cyran desacreditar a los jesuitas. El señor de Chavigny decía uno de estos días a un amigo suyo que dicho abad le había confesado que él y Jansenio habían trazado ese plan para desacreditar a dicha santa Orden a propósito de la doctrina y de la administración de los sacramen­tos. Y yo mismo le he oído conversar muchas veces casi todos los días sobre esto».

CEME

Antonino Orcajo

 

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