En su primera homilía como sucesor de San Vicente, el 6 de julio de 2016, en el marco de la 42 Asamblea General de la Congregación de la Misión, el Padre Tomaž Mavrič nos instó a redescubrir y desarrollar la dimensión propiamente mística de nuestro carisma, siguiendo la inspiración de San Vicente como «místico de la caridad». La misma llamada se repitió en su primera circular, de 19 de septiembre de 2016, en preparación a la solemnidad litúrgica de nuestro fundador. En esta carta, se pidió a cada uno de nosotros «responder personalmente a esta pregunta: ¿Por qué y cómo puedo describir a Vicente como un místico de la caridad?». Eximios conocedores de la espiritualidad y la historia vicenciana lo han hecho con maestría, como el propio Superior General demuestra en su circular, dando la palabra a tres Misioneros que se destacaron por sus investigaciones: H. O’Donnell, R. Maloney[2] y T. McKenna[3]. Y, de nuestro lado, cómo no recordar, con agradecimiento sincero, los escritos memorables de L. Abelly[4], H. Brémond[5], A. Dodin[6] y J. M. Ibáñez[7]. A éstos, que ya descansan en la paz eterna, podemos añadir muchos otros, aún entre nosotros, como A. Orcajo[8], G. Toscani[9], L. Mezzadri[10], J. P. Renouard[11], G. Grossi[12], etc. Somos deudores de las intuiciones de estos expertos que, con reverencia y pasión, sondearon el corazón de San Vicente y de él nos trajeron la frescura de una mística capaz de saciar nuestra sed, impulsar nuestra búsqueda de Dios y fecundar la caridad y la misión junto a los pobres.
Por más significativas y relevantes que sean las contribuciones ofrecidas por esta pléyade, la pregunta acerca de la mística vicenciana sigue siendo válida y la tarea de recrearla no ha perdido nada de su actualidad. La celebración de los 400 años de la concreción del carisma (2017) se presenta como un momento favorable para volver a formular la pregunta y reasumir la tarea, haciendo de esta efeméride una oportunidad de revitalización espiritual y apostólica para toda la Familia que se nutre de la mística vicenciana. De hecho, la mística inflama el carisma recibido y transmitido por Vicente de Paúl, con el fin de que sea siempre dinámico y atractivo, capaz de recreaciones fieles y audaces dentro de las diferentes situaciones y contextos en los que sus depositarios y artífices son interpelados por los gritos de los pobres, las llamadas de la Iglesia y los signos de los tiempos. Sin una mística vigorosa, alimentada por la savia de una profunda experiencia de Dios, el carisma vicenciana y la misión que se origina de él carecerían de principio y fundamento, de vitalidad y profecía, como una casa construida sobre terreno arenoso e inestable.
Veamos primero quién era este místico llamado Vicente, teniendo en cuenta, a grandes rasgos, su recorrido histórico. A continuación, vamos a lanzar un vistazo a la base sobre la que descansa su mística. Por último, nos centraremos en un enfoque específico de la mística vicenciana, que nos remite al misterio y a la virtud de la misericordia.
- Vicente de Paúl: de la ambición a la compasión
Todos lo conocemos[13]. Fue en 1580 (o un año más tarde, nadie sabe a ciencia cierta) que vino al mundo, nacido dentro de una familia sencilla, empeñada en su propia subsistencia. De los seis hermanos, Vicente era el tercero. Le correspondería la tarea de cuidar el rebaño. Y lo hizo hasta la edad de 15 años, cuando dejó la tranquilidad del campo para aventurarse en los estudios, alentado por su padre. Se fue, entonces, a la ciudad de Dax, no muy lejos de su tierra natal. Allí, recibe la primera instrucción escolar. Se hace después preceptor de los dos hijos de un abogado. Años más tarde, en París, volverá a ejercer este oficio con los niños de otra familia, los Gondi, solidificando su talento pedagógico. El mismo abogado que lo había acogido como huésped en Dax, también será su primer benefactor, animándole en la carrera eclesiástica, tenida en la época como un medio eficaz de ascensión socioeconómica. Las ambiciones de esta primera etapa de su carrera serán, en el futuro, un asunto que su temeridad no le permitirá siquiera mencionar. Aunque identificado con la vocación sacerdotal, que le parecía propiamente ser la suya, las intenciones y propósitos de Vicente todavía tendrían que pasar por un vigoroso proceso de purificación y perfeccionamiento.
Ya ordenado (1600), se dedicó con diligencia a la finalización de sus estudios teológicos, asistiendo a la Universidad de Toulouse. Le correspondía también la responsabilidad de dirigir una casa de huéspedes para jóvenes estudiantes, a los cuales debía orientar, aprovechando una vez más sus habilidades de educador. Su aplicación intelectual acompañará a Vicente de Paúl durante toda su vida, dándole condiciones de discernimientos más precisos, reflexiones más consistentes e intervenciones más audaces en favor de los pobres, de la Iglesia y de la paz social. Su esfuerzo para mantenerse actualizado era ayudado por las buenas lecturas que lo enriquecieron. Muchos episodios lo demuestran emblemáticamente: la ingeniosa organización de los servicios prestados en las regiones empobrecidas por las guerras, las esclarecedoras objeciones a la doctrina jansenista, las insistentes peticiones ante las autoridades para el restablecimiento de la concordia nacional (sobre todo en 1649, durante la Guerra de la Fronda). A todo esto, se suman a la lucidez y prudencia que acompañan el florecimiento de sus fundaciones, dejándoles normas y Reglamentos de notable densidad espiritual y de un alcance práctico indiscutible.
Año 1608. Padre Vicente se instala en París, en busca de una posición favorable y un ingreso honesto, que le permitiese poner remedio a la situación de su familia y garantizarse un cómodo futuro. Sin embargo, los infortunios y decepciones sucesivas a las que se vio expuesto lo llevaron a reflexionar en profundidad sobre sus búsquedas, a reconsiderar sus objetivos y a corregir sus intentos, todavía limitados a los estrechos cálculos humanos. Siendo uno de los capellanes de la reina Margot, podía ver el fastidioso contraste entre la frivolidad de la vida de palacio y los pavorosos abismos de miseria en que yacían los que diariamente llamaban a la puerta. Injustamente acusado de robo y sumergido en una dolorosa noche oscura, se encontró duramente probado en lo que tenía de más preciado: su rectitud y su fe. No tardó en sentir la necesidad de un nuevo proyecto de vida, impulsado por ideales más elevados y comprometidos, desprovisto de condicionamientos mezquinos y concretado en los esfuerzos que una fe más robusta habría de inspirarle[14]. Le ayudaron la sabiduría y la santidad de aquellos hombres de Dios que se le presentaban como personificaciones de lo que se sentía llamado a ser: Pierre de Bérulle, André Duval y Francisco de Sales. Pastores de probadas virtudes, cuyos perfiles se definían por la integridad humana, la solidez espiritual y el celo apostólico. Alentado por estas influencias benéficas, que se quedaron grabadas para siempre en las tablas de su corazón, Vicente decide fijar su mirada en Jesucristo, encontrando en él su referencia de humanidad y la brújula orientadora de su ministerio. De este progresivo arraigo en Cristo, logrará alcanzar la savia de la confiada entrega a la voluntad de Dios y de una visceral compasión por los pobres, descubiertos inicialmente en los hospitales y en las calles parisinas, debatiéndose entre la vida y la muerte. Con el paso del tiempo y cada vez más resueltamente, el joven padre Vicente cambiará “los intereses engañadores y las motivaciones terrenas por las máximas evangélicas que no decepcionan, quedando libre para vivir en Cristo, como el apóstol Pablo, e hacer de Jesús el centro de su vida y la ‘regla de la Misión’”[15].
El encuentro personal con Jesucristo se convirtió en la fuerza impulsora de la libertad de Vicente de Paúl, enriqueciéndola con el amor y dilatándola para el servicio. Desarrolla entonces una nueva forma de entenderse a sí mismo, de situarse en la historia, de relacionarse con Dios y con las personas. Así, continuará su camino de humanización y santidad, depurando sus motivaciones, afirmándose en nuevas convicciones y lanzándose de vez por todas en los caminos de la caridad misionera, donde se deparará en todo momento con hombres y mujeres socialmente agredidos y religiosamente descartados, sobre los cuales se volcará su corazón samaritano, levantando a los caídos y vertiendo en sus heridas el bálsamo de la misericordia recibida del Señor, que lo convirtió en hombre nuevo y a quien quería configurarse para siempre, continuando su misión de evangelización y servicio[16]. Las experiencias pastorales vividas en Clichy (1612), Folleville (1617), Châtillon (1617), Montmirail (1620), en movimiento ascendente, darán testimonio de esta verdad: las carencias materiales y espirituales resonaban en el corazón de Vicente, inquietaban su conciencia y movilizaban sus acciones, asociándolo a la obra de salvación del Hijo de Dios, ungido «para proclamar la buena nueva a los pobres» (Lc 4,18). Los pobres, “miembros afligidos de Nuestro Señor” (ES XI, 393|SV XII, 87)[17], serían, a partir de entonces, su peso y su dolor[18]. Años más tarde, dirá a sus cohermanos, con la calidez de un corazón apasionado y la clarividencia de una conciencia lúcida, que debemos “atender a las necesidades de nuestro prójimo con la misma rapidez con que se corre a apagar el fuego” (ES XI, 724|SV XI, 31)[19].
Vicente de Paúl ya no era el mismo. Y no volverá a serlo. Sus deseos, preferencias y fatigas, atravesados por la fe e inflamados por la caridad, testificaron el giro copernicano hecho en su vida. “Sin duda, él supo sacar provecho de las pruebas y tentaciones y, en todo caso, le hicieron ver que debía anteponer los intereses del Reino a los suyos propios, lo que significa una renuncia a las realidades terrenas para imbuirse de la mística del desprendimiento evangélico”[20]. Después de los primeros pasos de su transcurso, marcado por intentos, fracasos y redimensionamientos, tratará siempre de seguir las huellas de Jesucristo, abierto a las sorpresas del Espíritu, con la mirada puesta en los que se encontraban en las periferias existenciales de la vida, en los márgenes de la sociedad y de la Iglesia de su tiempo[21]. En los gritos de los pobres, Vicente escuchará la voz del Señor que le interpela en ese contexto de tantos desequilibrios socioeconómicos que hicieron del siglo XVII el siglo de la pobreza, con su alarmantes índices de mortalidad infantil, analfabetismo, hambre, enfermedades físicas y psicológicas, etc. La pedagogía de Dios llevó a Vicente de Paúl a los empobrecidos. Su opción radical por los últimos no se limitará a un bramido de indignación ética o a una articulada ideología política. La fe es la que le dará condiciones de ver a Cristo en los pobres y los pobres en Cristo, reconociéndoles su dignidad, ayudándoles en sus necesidades, denunciando las injusticias que los oprimían, colaborando en el cambio de la dirección de la sociedad y sintonizando la Iglesia con las exigencias del Evangelio, de acuerdo con las palabras inmortales del Señor: «Todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron» (Mt 25,30). Se convirtió en piedra angular la aplicación de este pasaje del Evangelio: “No hemos de considerar a un pobre campesino o a una pobre mujer según su aspecto exterior, ni según la impresión de su espíritu (…). Pero dadle la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe que son ésos los que nos representan al Hijo de Dios, que quiso ser pobre (…). ¡Dios mío! ¡Qué hermoso sería ver a los pobres, considerándolos en Dios y en el aprecio en que los tuvo Jesucristo!” (ES XI, 725|SV XI, 32)[22].
De la mano con otros hombres y mujeres, todos cautivados por el mismo ideal caritativo-misionero, el padre Vicente camina cada vez más firmemente en el seguimiento de Jesucristo, mejorando sus relaciones, ampliando su acción, aquilatándose humanamente. ¿Cómo no recordar aquí los colaboradores indispensables que la Providencia puso a su lado: Margarita de Silly, Luisa de Marillac, Antonio Portail, Margarita Naseau y muchos otros? El terreno se volvió receptivo a la fecundidad de la bendición. La libertad se entrelazó con la gracia. Y los frutos se multiplicaron en abundancia para el deleite de muchos. Los logros de Vicente lo muestran. Recordemos al menos los más relevantes:
- Su cotidiano empeño en la evangelización, el servicio y la promoción de los pobres, a través de las misiones en el campo, de la ayuda a los indigentes de la convulsiva capital francesa, de la presencia de consuelo y esperanza al lado de los condenados a Galeras, de los 13 centros de acogida para los niños abandonados (más de 300 eran dejados en las calles de París cada año), del establecimiento de pequeñas escuelas, de las innumerables campañas de socorro a las regiones arrasadas por las epidemias y las guerras, con sus nefastas consecuencias de miseria, explotación y muerte. Frente a la carencia material y la ignorancia religiosa, con inteligencia y discernimiento, Vicente de Paúl asume la misión y organiza la caridad, integrándolas en un solo movimiento y haciéndolas cada vez más inventivas, porque nacidas de un amor sincero, gratuito y audaz.
- La fundación y consolidación de sus tres grandes obras: las Cofradías de la Caridad (1617), que pronto se extendieron a muchas regiones de Francia; la Congregación de la Misión (1625), que, en el momento de su muerte, se había extendido ya a varios países de Europa (Polonia, Italia, Irlanda, Escocia) y África (Argelia, Túnez y Madagascar); y, unido a Santa Luisa, la Compañía de las Hijas de la Caridad (1633), con más de 60 casas erigidas en Francia y Polonia. A todos estos grupos y a muchos de sus miembros en particular, el padre Vicente dirigía regularmente su palabra iluminada, principalmente a través de cartas, conferencias y charlas, instruyéndoles, formándoles, como hábil pedagogo, en la asimilación de los valores y exigencias de la vocación especifica que el Señor les dio.
- El enorme esfuerzo de reforma del clero (a partir de 1628), a través de retiros a los que iban a ser ordenados (más de 12.000 los hicieron), de las Conferencias de los Martes (extensión de los retiros en vista de una formación continua) y de la fundación de seminarios en las diócesis (más de 20). Iniciativas que contribuyeron de manera decisiva a renovar la faz de la Iglesia, generando pastores santos y sabios para el servicio del Reino.
- Su lúcida y valiente participación en el prestigioso Consejo de Conciencia (1643-1652), a partir del cual le era posible no sólo opinar sobre la elección de obispos para las diócesis francesas, sino también dar a conocer la situación de los pobres, defender sus derechos y solicitar las medidas apropiadas. Padre Vicente estaba convencido de que no le era suficiente ser justo sin comprometerse con la promoción de la justicia en una sociedad como aquella en la que vivía. Así que no dudó en pedir abiertamente al primer ministro, el cardenal Richelieu, una intervención más audaz para poner fin a la guerra. No titubeó en el momento de oponerse a la política explotadora del Cardenal Mazarino. Solicitó al Papa Inocencio X una medida por la paz durante la Fronda, haciéndose portavoz de los dolores y las esperanzas de los pobres.[23].
- Su intensa y fructífera actividad epistolar, que le llevó a interactuar con muchas personas diferentes (a lo largo de sus años, Vicente había escrito cerca de 30 mil cartas), y la orientación espiritual concedida a los sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas de diversos ámbitos sociales.
Sabemos, sin embargo, que éstas no eran actividades meramente funcionales, desprovistas de referencias seguras y propósitos claros. En Vicente de Paúl, el hacer es irradiación del ser. Todos sus logros y compromisos se mostraban alineados con el horizonte más amplio de su experiencia espiritual: nacían de su búsqueda constante de la voluntad de Dios, se modelaban por la frescura de su comunión con Cristo y se dirigían a la caridad misionera. En todo, Vicente trató de discernir las llamadas de Dios, en las personas y en los acontecimientos, sobre todo en la situación de los pobres y de las necesidades de la Iglesia, siguiendo paso a paso las indicaciones de la Providencia, armonizando su fe y su experiencia. Como testimonia L. Abelly, primer biógrafo del ardiente padre de los pobres: «En todas sus acciones, su espíritu estaba continuamente atento a la presencia de Dios». Vale la pena mencionar esta imagen, debidamente aplicada a la experiencia de San Vicente: así como el impacto de la caída del agua es regulado por la altura de donde proviene, así la eficacia de la vida apostólica debe ser medida por la altura y la profundidad de la fuente que la origina y alimenta.
El 27 de septiembre de 1660, roto por las traicioneras enfermedades que le debilitaron su cuerpo octogenario, pero sobre todo coronado por los méritos que la caridad y la misión le impusieron, Vicente de Paúl se dejó llevar a los prados eternos donde su corazón finalmente encontraría el ansiado descanso. Desde allí, plenificado por el amor que lo cautivó y le condujo, nos contempla y nos anima a pasar por los grandes senderos de la historia, abriendo nuevos caminos de esperanza.
[1] Publicado en: Anales de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad, Madrid, tomo 126, n. 3, pp. 271-293, mayo-junio 2018.
[2] He hears the cry of the poor: on the spirituality of Vincent de Paul. New York: New City Press, 1995. | Un chemin vers les pauvres. Spiritualité de Vincent de Paul. Paris: Desclée de Brouwer, 1994. Y los muchos artículos publicados en Vincentiana.
[3] Praying with Vincent de Paul. Chicago: Depaul University, 2011.
[4] La primera biografía de Vicente de Paúl: La vie du vénérable serviteur de Dieu Vincent de Paul, instituteur et premier supérieur général de la Congrégation de la Mission. Paris: Florentin Lambert, 1664. 3 v.
[5] Histoire littéraire du sentiment religieux en France. Depuis la fin des guerres de religion jusqu’a nos jours. Tome III: La conquête mystique et l’École Française. Paris: Librairie Bloud et Gay, 1923 (ver, especialmente, el capítulo IV: Bérulle et Vincent de Paul).
[6] L’esprit vincentienne: le secret de Saint Vincent de Paul. Paris: Desclée de Brouwer, 1981. | Saint Vincent de Paul. Textes et études. Paris: Aubier, 1949.
[7] Vicente de Paúl: la fe verificada en el amor. Madrid: San Pablo, 1996.
[8] San Vicente de Paúl (II). Espiritualidad y selección de escritos. Madrid: BAC, 1982. | El seguimiento de Jesús según Vicente de Paúl. Madrid: La Milagrosa, 1988. | San Vicente de Paúl, místico de todo tiempo. Anales de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad, Madrid, tomo 116, n. 2, mar.|abr. 2008, p. 142-156.
[9] La mistica dei poveri. Pinerolo: Alzani, 1986. | Amore, contemplazione, teologia: Gesù Cristo visto da San Vincenzo. Pinerolo: Alzani, 1987.
[10] Pellegrini nella preghiera, pellegrini nella carità. Sulle orme di S. Vincenzo. Roma: CLV, 1994. | Vincenzo de Paoli: il Santo della Carità. Roma: Città Nuova, 2009.
[11] Saint Vincent de Paul, maître de sagesse: initiation à l’esprit vincentien. Bruyères-le-Châtel: Nouvelle Cité, 2010.
[12] Um Místico da Missão, Vicente de Paulo. 2 ed. Belo Horizonte: Congregação da Missão, 2016 [Un místico de la Misión, Vicente de Paúl. Madrid: La Milagrosa, 2016].
[13] Para este tema, tomamos como referencia básica la estupenda obra de J. M. Román: San Vicente de Paúl. Biografía. Madrid: BAC, 1981.
[14] “Sabemos de sus accidentadas y atribuladas búsquedas, de sus aventuradas ambiciones, de su tenaz esperanza de éxito, a pesar de las, ciertamente, bien amargas decepciones. Mientras Vicente se agita, la Providencia lo conduce, a través de todas las peripecias y vicisitudes de sus caminos” (GROSSI. Um místico da Missão, p. 26).
[15] GROSSI. Um místico da Missão, p. 311.
[16] Sobre este proceso de conversión emprendido por Vicente de Paúl, en respuesta a los impulsos de la gracia, reflexiona C. Fernández: “El corazón de Vicente de Paúl empieza a salir de su pequeña periferia, empieza a ensancharse, empieza a asomarse decididamente a ese camino de la vida que baja de Jerusalén a Jericó, donde van quedando los expoliados, los heridos, los masacrados, los marginados, los excluidos, las víctimas del sistema, en suma. Y, consecuentemente, llega a la conclusión de que los pobres no son un pasatiempo piadoso o benéfico, o una estadística molesta para la buena sociedad, sino una pasión dolorosa, una terrible pregunta de Dios a la que hay que responder con urgencia y audacia” (El pobre en el corazón de San Vicente. VV.AA. La experiencia espiritual de San Vicente de Paúl. 35 Semana de Estudios Vicencianos. Salamanca: CEME, 2011, p. 512).
[17] Conferencia sobre el fin de la Congregación de la Misión. 6 de diciembre de 1658.
[18] ABELLY, tomo II, p. 120.
[19] Avisos dados en el Capítulo.
[20] ORCAJO. San Vicente de Paúl, místico de todo tiempo, 147.
[21] “Si a Vicente de Paúl le hubiera faltado el espíritu de Jesucristo, no tendríamos el místico que habla de la abundancia del corazón y que, después de evangelizar con palabras y obras, se retira al recinto más íntimo de su corazón para hablar con el Padre del cielo sobre asuntos de la tierra” (ORCAJO. San Vicente de Paúl, místico de todo tiempo, p. 156).
[22] Extracto de una conferencia sobre el espíritu de fe.
[23] Cf. FERNÁNDEZ. El pobre en el corazón de San Vicente, p. 523-524.
Vinícius Augusto Teixeira, C.M.