San Vicente de Paúl (la esclavitud en Túnez) (VII)

Francisco Javier Fernández ChentoEn tiempos de Vicente de Paúl, Formación Vicenciana, Vicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Jean Guichard, C.M. · Traductor: Máximo Agustín, C.M.. · Año publicación original: 1937 · Fuente: Desclée de Brouver.
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II. La Vida médica de San Vicente

La publicación de las obras de san Vicente de Paúl por Pierre Coste ha sido una revelación para los historiadores. Y vemos que por su parte los médicos -con sorpresa y admiración- han descubierto en Vicente a un médico de consulta, a un psicoterapeuta antes del tiempo, y sobre todo a un director destacable de la primera casa de salud que existiera, en Francia, aplicada al tratamiento de los alienados y de los jóvenes viciosos.

Si Vicente no practicó la medicina con la investidura de la Facultad, no cesó sin embargo, como lo prueba su correspondencia, de preocuparse por la salud de los demás. Apenas existe carta a Luisa de Marillac y  y a los superiores de sus Misiones que no encierre algún consejo de medicina práctica.

Vicente se mantiene al corriente de las medicaciones nuevas, observa sus resultados valorándolas a la luz de su robusto buen sentido.

Así es como el 1º de noviembre de 1538,  da a conocer al superior de la misión de Richelieu, Lambert Auxcouteaux, un remedio soberano contra la hidropesía:

«El sr. Presidente Fouquet se ha curado de una hidropesía por el uso de medio vaso de jugo de perifollo con otro tanto de vino blanco, bien revueltos y pasados por lienzo, tomado en ayunas, sin comer más que dos horas después y beber sólo medio sextario (litro y medio?) de bebida al día. Uno de nuestros hermanos del seminario se ha curado de la misma enfermedad por el mismo medio. Haga que lo ese, por favor, N. y que sea por algún tiempo. Es un remedio soberano y muy fácil».

Se encuentra esta misma fórmula en una Colección de recetas donde se explica la manera de curar con pequeños gastos toda clase de males, tanto internos como externos, inveterados y que han pasado hasta el presente por incurables, dividida en tres partes. Todo ha sido experimentado por los caritativos cuidados de la Sra. Fouquet».

Otra vez, el 25 de abril de 1659 -carta a Edme Jolly, superior en Roma- Vicente cuenta el efecto favorable del régimen lácteo ensayado por cuatro de sus colaboradores.

«Tenemos algunos enfermos que han seguido un régimen de vida totalmente nuevo. Unos se encuentran bien, en particular uno que ya está casi curado; y los otros no se encuentran mal. Y es porque no comen más que pan y no beben más que leche. Es un remedio que está en uso en París desde hace algún tiempo, que produce buenos resultados y nunca malos. Se toma mucha leche que es de vaca para suplir la alimentación, pan que apenas se toma, y no se come otra cosa y no se bebe más que leche».

Un misionero, el sr Gorlidot, se ha encontrado bien particularmente: «Ha vuelto de un estado del que sólo se esperaba la muerte, y después de un mes de tratamiento, ha podido predicar por suerte».

Vicente conoce los recursos de la hidroterapia, y los emplea además  por su propia cuenta. Visita a Forges. Otros misioneros, con su consejo, se encuentran también en las estaciones termales conocidas, el hermano Claude en Moulins, el sr Alméras en Bourbón.

Al entrar en el priorato de San Lázaro en 1632, el sr Vicente aceptó la obligación de recibir a los leprosos de la diócesis de parís -no se ve que haya tenido en adelante más de dos – y también a los alienados de espíritu.

Nosotros no hemos buscado este trabajo, dice, se nos ha dado por la Providencia lo mismo que todos los demás de la compañía… nuestra regla en esto es Nuestro Señor, el cual ha querido rodearse de lunáticos, de endemoniados, de locos, de tentados y de poseídos. De todas partes se los traían para liberarlos y curarlos, como lo hacía con una gran bondad… Si recibió a los alienados, a los obsesos, ¿por qué no los recibiríamos nosotros? Nosotros no vamos a buscarlos, nos los traen». San Vicente quiere que los enfermos obedezcan al médico.

«Recuerde, Señor, escribe a Jean Martin, misionero en Génova, que san Agustín dice que quien no obedece a los médicos hace todo lo que puede para darse muerte».

Su reputación médica es conocida fuera de la familia religiosa. Se le aprecia incluso en la corte, y nada tiene de extraño ver a Luis XIII moribundo pedir consejo al sr Vicente. Acercándose al final de vida, sus enfermeros le presentaron caldo, «pero se negó, escribe el Santo, porque tenía repugnancia y veía la muerte acercarse a grandes pasos. Después de esto, me hizo el honor de llamarme y me dijo: «Señor Vicente, el médico me insiste para que tome alimento, y lo he rechazado pues  de todas maneras me voy a morir. ¿Qué me aconsejáis que haga?» yo le dije: «Sire, los médicos os han aconsejado que tome alimentos porque tienen para sí esta máxima de hacer siempre toma a los enfermos. Mientras les quede un soplo de vida, esperan siempre poder hallar algún momento en el que puedan recobrar la salud. Por eso, si le place a Vuestra Majestad, haréis bien en tomar lo que el médico os ha ordenado».

¡Qué sencillez, qué confianza en la consulta real!

¡Qué autoridad, qué respeto, qué dulzura y qué prudencia en el humilde consejero!

Conviene ir más lejos todavía. No sólo el sr Vicente aparece como iniciador del empleo de los remedios nuevos y como un siquiatra avezado para el trato de los enfermos, sino que cultiva por su propia cuenta las obras de medicina.

Los catálogos de la biblioteca de la casa conservados en la Biblioteca Mazarine en París nos revelan un aspecto ignorado de su curiosidad.

En el capítulo Médecine (médicos, cirujanos, farmacéuticos), se puede notar, entre las obras, aparecidas en la vida del Santo, es decir antes de 1660, la lista siguiente:

Traités classiques de hipócrates y de galeno;

la Phisiologia humana y pathologia, de Jean Basilio;

los Medicinalia, de Campanella;

las oeuvres anatomiques de Riolan, de Pecquet, de Bartholini;

los livres de Frascator, de Sylvius, de Fernel, de Fallope, de Du Laurens, de Sennert;

los Traités de cirujía;

el Méthode curative de la maladie vénérienne, por Thierry de Héry;

la Vérole reconnue, combattue et abattue (sífilis), por David de Panis.

Y también tratados de terapéutica de carácter quimiátrico, a base de agentes químicos, que recuerdan el año pasado por Vicente en casa del espagirita de Túnez:

Oeuvres pharmaceutiques de Jean de Renou;

la Boutique pharmaceutique, del mismo;

Joannis Hartmanni praxis chimiatrica.

Además, el Paradis terrestre donde se encuentra la piedra filosofal y el oro potable para curar a los enfermos incurables, por el P. Gabriel Castaigne, conventual, París, 1615.

Las doce puertas de la Alquimia.

Después de esta enumeración de obras que podría extenderse más aún, y ante estas constataciones sacadas de las cartas de san Vicente, se plantea una pregunta.

El sr. Vicente es sacerdote, fundador y superior general de una Congregación de misioneros y de la Compañía de las Hijas de la Caridad. No nos hemos enterado que durante su permanencia en la Universidad de Toulouse haya estudiado la medicina. Allá obtuvo el grado de bachiller en Teología y se preparó al sacerdocio.

¿De dónde le vino el gusto tan manifiesto por las cuestiones médicas?

A esta pregunta sólo hay una respuesta: este atractivo se formó durante su paso por el médico espagirita de Túnez.

Téngase a bien advertir que ha sido, durante un año más o menos, más que su esclavo, su discípulo y su alumno. El anciano habría querido hacer de él su heredero y su sucesor.

«Mi ocupación, dice, era mantener el fuego en diez o doce hornos. –Ése es el esclavo. -En lo cual, por gracia de Dios, a lo cual yo no le sacaba más pena que placer. –Ése es el alumno que se interesa por el trabajo del amo y que toma parte en él. -Me quería mucho y se sentía satisfecho en discutir conmigo sobre la alquimia y más sobre su ley, a la que hacía todos los esfuerzos posibles para atraerme, prometiéndome fuerza, riquezas y todo su saber». –Ése es el heredero, el sucesor, el hijo adoptivo posible.

Vicente es joven, inteligente, instruido, dotado de una gran facilidad para aprender, de un don extraordinario por las ciencias secretas de la alquimia y de la medicina espagirítica. El anciano le ofrece la sucesión de su situación, de su renombre y de su fortuna, con la única condición de renegar la religión cristiana y de hacerse mahometano.

Eso, lo rechazó siempre el joven esclavo con dignidad.

El anciano transigió con Vicente y siguió cobrándole afecto de bonachón que era; haciendo de él un confidente y un amigo.

Vicente, con la esperanza de ser útil un día al sr Comet, quiso aprender el modo de curar el mal de piedra, en lo que su amo hacía diariamente milagros. Éste le enseñó su secreto y le hizo preparar y administrar los ingredientes para los enfermos. –Ése es Vicente hecho todo un médico auxiliar.

Esta receta contra la piedra se la envía Vicente al sr de Comet joven, con todos sus pesares por no haber conocido antes la muerte del sr de Comet su hermano mayor. Tiene tanta confianza en su eficacia que añade que su creencia es firme que su hermano, habiéndose servido de ella, no habría muerto.

Vicente no se olvidará de recomendar este remedio cuando se presente la ocasión.

El 11 de noviembre de 1657, hacia el final de su vida, escribiendo al sr Edme Menestrier, superior del seminario de Agen, le entrega esta información:

«Yo os envío una memoria que contiene la manera de hacer agua que se toma como remedio contra la piedra, el modo de usarla y sus propiedades. Se lo comunicaréis, si os place, al sr d’Hopille que la ha pedido y le renovaréis el ofrecimiento de mi obediencia».

Nadie puede poner en duda que la memoria de que habla Vicente, en 1657, no sea la receta conocida en Túnez de boca de su amo, el médico espagirita, y ya enviada al sr de Comet, en 1607, cincuenta años antes.

El catálogo de los libros de la casa de San Lázaro en un recueil de piezas, edictos, ordenanzas, y., lamentablemente perdido hoy, señala la receta contra el mal de piedra y la piedra, que no puede ser otra cosa que la memoria de san Vicente.

El P. Coste ha hallado afortunadamente una copia, en un antiguo manuscrito sin fecha, conservado en el hospicio de Marans (Charente-Inferieure) cuya fundación confiada a las Hijas de la Caridad se remonta al año 1684.

Es ésta. -Ahí se hallará la división de que habla san Vicente en la memoria mencionada aquí:

La manera de hacer el agua que se toma como remedio contra la piedra:

«Tomad térébenthine (terimintina, trementina) de Venecia, dos onzas: turbith blanco (purgante), dos onzas; mastic (almáciga), galanga, girofle (clavo de olor), canela cubicada, de cada cosa media onza; madera de áloe batida, una onza. Empastadlo todo junto con medio litro de miel blanca y una pinta de aguardiente el más fuerte. Dejadlo todo en digestión por algún tiempo, luego destiladlo».

El modo de usarlo:

«conviene tomar por la mañana en ayunas, la cuarta parte de una cuchara y observar llenarla con agua de borraja o de buglosse (planta herbácea, ‘lengua de buey’,  buglosa), tomar las veces que se quiera, pues no es dañosa».

Sus propiedades:

«Al contrario, es muy buena para la salud y la principal operación es para la orina. Por eso no se está obligado a guardar otro régimen de vida, sino que se ha de comer una hora después y se puede ir a sus asuntos ordinarios».

Gracias al estudio crítico de la receta contra la piedra, se puede relacionar la fórmula del hospicio de Marans -por el catálogo de la biblioteca de San Lázaro y la carta del Santo de 1657- con la fórmula que enviaba al sr de Comet joven, en 1607, al salir de su esclavitud.

Asimismo se ha de relacionar a su estancia con el médico espagírico de Túnez la pasión por la medicina y las cuestiones médicas que llena la vida y la correspondencia de san Vicente de Paúl.

Es el consejo del Dr. Vié, de Arnaud d’Agnel, y de todos los que han conocido el dosier, es también la conclusión que se ha de sacar de este capítulo.

III. SAN VICENTE ATACADO DE PALUDISMO

Si los biógrafos de san Vicente de Paúl han hablado -después de él- de su «fiebrecilla», ninguno ha dado explicación crítica de ella.

El Doctor Jacques Vié, en la memoria citada en el capítulo precedente sobre la vida médica de san Vicente de Paúl, presenta e insinúa una explicación por el paludismo.

«Conviene decir finalmente, declara, que Vicente de Paúl  estaba él mismo enfermo. Atacado sin duda desde su esclavitud en Túnez (1605-1607) de fiebres palúdicas, sufrió toda su vida de accesos febriles, «pequeños escalofríos», «de su pequeña fiebrecilla», «doble terciana en general, pero doble cuarta en ciertas estaciones».

Querríamos terminar la segunda parte por las pruebas externas de la cautividad de Vicente de Paúl en Berbería, estableciendo esta doble tesis:

1º Vicente ha sido atacado de paludismo inveterado que ha conservado toda su vida;

2º Y fue en Berbería, durante su cautividad, cuando contrajo su mal.

El paludismo o infección palúdica comprende todas las modificaciones de la salud provocadas por la presencia en la sangre de un parásito, el hematozoario de Laveran.

La forma habitual de la enfermedad es la fiebre intermitente. Ésta se manifiesta por el acceso.

Este acceso se caracteriza por tres fases sucesivas:

Una fase de frío que puede durar una o dos horas y que está marcado por un escalofrío intenso y prolongado, acompañado de un castañeteo de dientes, de un temblor violento que poco a poco se generaliza por todo el cuerpo, seguido de opresión, náuseas y vómitos.

Una fase de calor, que dura también de una a dos horas, durante la cual la temperatura alcanza su máximo, con males de cabeza y a veces delirio.

Una fase de sudor, que puede durar de dos a cuatro horas, que permite un sueño reparador, hace bajar progresivamente la temperatura y pone fin al acceso. Los sudores son a veces muy abundantes.

Estos accesos vuelven a intervalos de 24 horas (fiebre cotidiana), de 48 horas (fiebre terciana), de 72 horas (fiebre cuarta). Esta última es la más persistente. Los accesos espaciados de 5, 6, 7, 8 y 9 días son más raros.

De ordinario la salud es satisfactoria entre los accesos; pero su repetición lleva consigo una anemia profunda.

Las recidivas se producen a intervalos que van de una semana a años con ocasión de  a un país de fiebres o de circunstancias fortuitas, como un agotamiento, una lesión, un resfriado, una enfermedad aguda.

Esa es la descripción de la enfermedad según los datos corrientes de los manuales de medicina.

¿Acaso la fiebre de la que ha sufrido san Vicente puede llamarse paludismo?

El mismo Santo va a responder.

Sus testimonios son muy abundantes, entre los años 1629 y 1659 que son los de sus mayores trabajos. Si se tuviera su correspondencia, desde su regreso de Roma hasta 1629, se tendrían, sin duda, las mismas constataciones.

Es de notar que de diecinueve testimonios recogidos, cinco tan sólo están tomados de cartas dirigidas  a los misioneros;  los otros catorce casos están sacados de la correspondencia con la Srta. de Marillac, con quien siempre mantuvo una mayor apertura sobre el tema de sus indisposiciones y enfermedades.

Se comenzará por el último testimonio porque prueba del todo y muy explícitamente.

En una carta a Luisa de Marillac del es de marzo de 1659, un año y medio antes de su muerte, Vicente escribe:

«He tenido un acceso de fiebre causada por un accidente de frío, que me produjo el escalofrío y luego el calor, de ordinario; es una especie de fiebre a la que he estado muy sujeto».

¡Cómo se conoce y analiza nuestro Santo! La costumbre que ha tenido de la observación médica para los demás le sirve para sí mismo.

En estas escasas líneas, se tienen todas las palabras esenciales que han entrado con más frecuencia en la descripción del acceso de paludismo de la fiebre intermitente.

Él mismo emplea de palabra acceso de fiebre, habla claramente de la primera fase, una fase de frío, marcada por el escalofrío; de la segunda fase, una fase de calor que sucede al frío ha omitido la tercera fase, la del sudor. Está implícita y en otros lugares menciona a menudo los sudores que le retienen en cama cuando debería levantarse.

Cuando añade «es una especie de fiebre a la que he estado muy sujeto», caracteriza los accesos numeroso  que ha experimentado a lo largo de su vida y que todos han sido provocados por la misma causa, el germen mórbido que se le inoculó en su sangre, durante el año que pasó en el témat del renegado de Túnez.

Por el año 1629, escribía a Luisa de Marillac:

«Me queda todavía algo del pequeño sentimiento de fiebre, pero eso sigue disminuyendo». Era la serie de los accesos que comenzaban a acabarse hasta el momento de un nuevo impulso.

En mayo de 1631, notará: «mi pequeña indisposición no es mi pequeña fiebre ordinaria». Ya señala la larga costumbre que tiene de ello. Su fiebre ordinaria viene de lejos y ha comenzado muy temprano.

En abril de 1633, hace esta advertencia: «No os escribo de mi propia mano, a causa de que me han sangrado por mi pequeña fiebre». La sangría era un remedio de la época.

En 1634, escribe a su querida hija:» Continuando siempre mi pequeña fiebre he querido seguir vuestro consejo que es tomar el aire. Voy a ir pues a visitar a algunas caridades». Excelente tratamiento, recomendado incluso en nuestros días, que supone el fin de los accesos.

En 1634 y 1636, hace esta declaración: «Mis fiebres no se van aún;  sabéis que son un poco larguitas».  Acababa de experimentar una serie ataques penosos y frecuentes; cuando comienzan son lentos en desaparecer.

En agosto de 1636, dirá: «Ya no tengo mi pequeña fiebrecilla, me parece o poco». Y también: «cualquiera que sea el estado en que mi pequeña fiebre terciana me ha colocado». Todavía una serie de accesos duros de llevar.

Después de 1637, informa así a la Srta. de Marillac: «Me siento bien, gracias a Dios, excepto mi pequeña fiebrecilla». ¿Será acaso la característica de la fiebre intermitente?

El 9 o 10 de octubre de 1639, es más explícito: «Mi pequeña fiebre es terciana; éste es el tercer acceso. Me sorprendió por la tarde que tuve el bien de veros al bajarme al refectorio después de devolver el pequeño remedio que tomé. El primer acceso me quitó el sueño totalmente. Al día siguiente, como después, me hice sudar, lo que ha hecho que los accesos vayan disminuyendo con la sangría dos veces,, de manera que el que tengo ahora es muy suave. Nuestro señor médico piensa que me purgue el próximo miércoles». La sangría, la purga, el sudor provocado, es tratamiento de la época. Vicente era particularmente aficionado a sudar. Pero ¡cuánto debía de debilitar todo eso al enfermo!

El 13 de octubre de 1639, escribe: «Yo sigo con mi pequeña fiebrecilla«.

El 28 de octubre de 1640, un año después: «Mi fiebre de ayer es mucho menor y voy a tomar enseguida una medicina, la cual, si a Dios place, dará lugar a mis pequeños sudores». Los sudores provocados podían  detener o atenuar los accesos.

El 1º de noviembre siguiente, cuatro días después, anotaba: «mi pequeña fiebrecilla me obliga a guardar la casa». Y éste es el acceso de fiebre cuartana según las explicaciones dadas antes. Es el más tenaz, el más duro de llevar. Le impide salir.

San Vicente ponía una extrema reserva en las comunicaciones personales que le atañían a él. Todas las informaciones que preceden están sacadas de su correspondencia con la Srta de Marillac. Aprovechándose de las recetas que ella le comunicaba, y de los remedios de los boticarios de las hermanas de Saint-Laurent, se creía menos obligado  a reservarse con esta hija devota y tan querida.

El 13 de noviembre de 1640, Vicente escribiendo al sr Tholard, en Annecy, dirá con claridad y por primera vez a un misionero: «Mis pequeñas enfermedades de una doble cuartana, me han impedido escribir».

Acababa de pasar una ruda sacudida, ya que por los retazos de información dados por su correspondencia, se puede constatar que estuvo del 28 de octubre al 13 de noviembre, bajo el golpe de fuertes accesos de fiebre cuartana y doble cuartana. Los datos de lo expuesto antes se verifican: la fiebre cuartana es la más pertinaz.

¿Acaso la noticia, en el pensamiento de san Vicente, no se habría dado para ser comunicada a la Madre de Chantal, en Annecy?

Tras un silencio de doce años, el sr Vicente en una carta al sr Lambert, uno de sus más queridos discípulos, da a saber que las fiebres no se han marchado definitivamente. Escribe, el 22 de marzo de 1652: «Es verdad que hace ocho o diez días que no he salido por causa de mi fiebrecilla, pero ahora me parece que estoy libre de ella».

Los accesos de fiebre cuartana están pues de vuelta, durante los cuales no puede salir.

El 24 de noviembre de 1652, escribirá al hermano clérigo, Nocolas Sené: «Rl médico me ha enviado a Orsigny para tomar un poco el aire, a causa de una pequeña fiebrecilla que me ataca de noche». Para salir al campo a últimos de noviembre, a su edad, se necesitaba que estuviera muy sacudido por su fiebre.

El 9 de noviembre de 1655, en una carta a Jean Martin, en Génova, dice: «He tenido tres o cuatro días de fiebre de la que me he librado por completo hace ya dos días».

Finalmente el 20 de noviembre de 1655,  escribirá al sr Coglée, superior de Sedan: «Estoy mejor de salud, gracias a Dios, aunque me encuentre en cama aún y son remedios, por una erisipela que me ha venido a la pierna, después de dejarme la fiebre». Un testimonio inesperado del 2 de agosto de 1640, es ofrecido por la reflexión que hizo un día en una conferencia familiar a las Hijas de la Caridad. Le habían preguntado si estaba permitido a una hermana descansar por la mañana cuando ha pasado una mala noche., y respondió que no había nada que hacer. Luego añadió esta reflexión personal: «Les diré sencillamente cómo lo hago yo. Sucede a menudo que no duermo por las noches; pero a menos que la fiebre me obligue a sudar, me levanto siempre a las cuatro que es la hora de la comunidad». Esto demuestra que la costumbre que había tomado de que se le hiciera sudar era únicamente para cortar la fiebre y detener el acceso.

Que nos excuse el lector por esta enumeración tan larga de testimonios. Era necesaria para hacer la prueba de la primera afirmación avanzada al principio de este capítulo.

El sr. Vicente fue atacado de fiebres palúdicas cuyos accesos se manifestaron periódicamente durante los treinta últimos años de su vida. Como son los únicos años de los que tengamos información, no hay falta de lógica en suponer que los años que preceden, remontándonos al día del contagio, no estuvieran exentos de estas manifestaciones mórbidas.

¿Y a qué momento de su vida se puede hacer remontar la inoculación del mal?

Segundo problema que resolver.

La ciencia médica enseña que el paludismo no existe en el estado endémico, y en países donde las charcas y las aguas estancadas favorecen la multiplicación de los mosquitos portadores de gérmenes.

En Francia se dan como regiones peligrosas de paludismo: la Bresse y la Sologne.

Fuera de Francia, todos los países de temperatura elevada y constante: la campaña romana, la Macedonia (nuestros soldados de la guerra mundial en el ejército de Oriente ya saben algo), el delta del Danubio, el Bajo Epipto, Argelia, Túnez, Senegal, Madagascar, Indo-China, Panamá, etc., etc.

Vicente de Paúl no puede haber cogido el hematozoario del paludismo más que  los días que pasó en Châtillon-les-Dombes, en plena Bresse, en Roma o en Berbería. Pasó siete u ocho meses en Châtillon-les-Dombes. Llegado por abril, fue nombrado párroco el 29 de julio; y salió el 24 de diciembre (1617).

Hizo una estancia de un año en Roma, noviembre de 1607 a diciembre de 1608.

En Berbería permaneció dos años, bien en Túnez, bien en el témat de su último amo, el renegado de Niza.

Es cierto que en una de estas tres estancias en país de paludismo tuvo lugar la inoculación.

¿Podemos ir más lejos y determinar el país donde le atacó el mal?

Podemos eliminar enseguida, parece ser, su estancia en Roma. No es tanto la ciudad de Roma como la campaña romana. Sólo en la campaña romana reina la malaria. Vicente de Paúl no se detuvo ni estacionó en ella con toda seguridad.

De su estancia en Châtillon, se sabe que el Santo realizó un rudo trabajo: predicaciones fervientes, conversiones de numerosos e ilustres protestantes, fundación de la cofradía de las Damas de la Caridad, etc. Todo ello en el espacio de siete a ocho meses. La inoculación que se produce después de  agotamiento podía en realidad producir graves efectos.

Sin embargo no parece que sea este lugar donde su mal tuvo su nacimiento,

a causa del corto periodo de permanencia,

a causa sobre todo de la gravedad especial de su paludismo.

Las fiebres cogidas en les Dombes habrían caído después de su marcha, se habrían mitigado con bastante rapidez por la residencia de Vicente en países sanos y no habrían persistido hasta su muerte.

Los dos años pasados en Berbería son capaces de resolver el problema planteado por el carácter especial de las fiebres de san Vicente.

El año pasado al servicio del médico espagírico podría tenerse como al abrigo del mal. No obstante, había un trabajo intenso, los diez o doce hornos que mantener encendidos día y noche, estaba la alimentación debilitante de esclavo, la falta de aire y de ejercicio, un calor abrumador.

El año transcurrido en el temat de su amo renegado parece ser el año crítico.

«El temat de éste estaba en la montaña donde el país es extremadamente caluroso y desértico». Es la confesión que se le escapa al testigo. Él continúa diciendo que iba todos los días a los campos para cavar.

Parece ser que allí, durante este duro año pasado en las fatigas penosas del campo bajo un clima mortal, donde Vicente de Paúl adquirió el germen de sus fiebres palúdicas que le acompañaron hasta la tumba.

La virulencia de su paludismo, su tenacidad exigen que su mal haya tenido su origen en los trabajos agotadores, bajo el clima debilitante de la tierra africana.

Si se tuviera una correspondencia, documentos personales sobre la primera parte de la vida de Vicente de Paúl, esta grandísima probabilidad se cambiaría en certidumbre. En la falta absoluta de informaciones, creemos nosotros deber recordar que Abelly, cuando cuente la injusta acusación de robo, hecha contra el Santo por el juez de Sore en 1609, ofrece esta precisión: El sr Vicente se había quedado en cama, algo indispuesto, esperando una medicina que le debían traer».

¿Se permite pensar que esta indisposición era consecuencia de uno de sus accesos de fiebre palúdica?

En caso afirmativo todo parece claro…

La fiebre palúdica, de la que sufrió Vicente de paúl durante su vida, es una prueba de la realidad de su esclavitud y confirma ampliamente la carta del Santo sobre su gran aventura.

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