San Vicente de Paúl (la esclavitud en Túnez) (IV)

Francisco Javier Fernández ChentoEn tiempos de Vicente de Paúl, Formación Vicenciana, Vicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Jean Guichard, C.M. · Traductor: Máximo Agustín, C.M.. · Año publicación original: 1937.
Tiempo de lectura estimado:

VII. En casa del sobrino antropomorfita

Vicente, según su propio testimonio, estuvo con el médico espagírico desde el mes de septiembre de 1605 al mes de agosto de 1606.

En este momento se produjo un acontecimiento inesperado para el anciano que fue la causa de su muerte.

Sus búsquedas de la alquimia, sus maravillosas curas espagíricas, sus demostraciones tal vez demasiado charlatanescas le habían dado una reputación muy grande. Su nombre y sus elogios fueron pronunciados ante el sultán de Constantinopla quien estaba al acecho, como todos los príncipes de su tiempo, de los hombres de ciencia cuyos trabajos podían ser utilizados para aumentar su fortuna.

El médico fue pues apresado, por orden del sultán, para llevarlo a Constantinopla y «trabajar» para él, según la justa expresión de Vicente. Esta salida fue muy súbita, fue una especie de secuestro, en Francia a eso se lo habría llamado una carta de destierro.

No se permitió al viejo sabio el tiempo de pensárselo. No estando casado, no teniendo hijos, tuvo tan sólo unas horas para ver a uno de sus sobrinos y declararle legatario universal. Le dejaba su casa con sus dependencias, sus libros, su taller de médico alquimista, sus esclavos.

Y se marchó, a toda prisa, en una barca, conducido de oficio ante el Gran Señor. Ay, lo que habría alborozado  y halagado a tantos súbditos del sultán, fue para e anciano causa de inmensa tristeza. Este desarraigo imprevisto, su gran edad y la amarga pena que sintió al partir, dieron pronto cuenta de su salud ya gastada por los trabajos. No llegó al término de su viaje y se murió en el camino:

La noticia le llegó bastante pronto al sobrino, y de esta forma la conoció Vicente. Éste lloró a su amo difunto y le encomendó a Dios, en sus oraciones, esta alma recta y buena a quien su contacto le había producido bien.

El esclavo formaba parte de la herencia.

Y así Vicente pasó a las manos del sobrino

¿Quién era éste?

No un sabio a simple vista, con quien vivía bien; sino un fiel del Islam, apasionado por las ideas y fiel a sus principios religiosos ostensiblemente, un verdadero antropomorfita, según la expresión de Vicente.

El verdadero sentido de esta palabra parece venir dado por el sr Gleizes: «San Vicente, dice, hace alusión aquí a una de las principales doctrinas del Islam a propósito de los atributos divinos: antropomorfismo. Su nuevo amo era un partidario celoso de la secta».

Que se suprima la palabra secta que parece demasiado fuerte y que se la sustituya por la de «método literal de interpretación».

En la literatura francesa de principios del siglo XVII, el empleo de la palabra antropomorfita no se usa mucho. Es la única vez que Vicente se sirve de ella en toda su Obra. Resulta como imposible de darle  otro sentido que el que tiene en la teología árabe.

Si Vicente no hubiera estado esclavo en Berbería, nunca habría encontrado en los libros de Europa estas opiniones divergentes del dogma del  Islam y por consiguiente no habría podido emplear esta palabra. Además, al aplicarla a un discípulo de Mahoma sus expresión resulta absolutamente concreta y supone el testimonio de sus ojos y oídos que han visto y oído a éste afirmar su creencia religiosa, en el detalle diario de su vida.

Está permitido ver, en esta denominación, una sólida prueba, entre otras más, de su paso por África del Norte.

«En la querella sobre los atributos divinos, ha escrito Gaudefroy-Demombynes, los Moutazilites se enfrentaban a una opinión dominante, que era más bien una tendencia del espíritu que una doctrina: el antropomorfismo. La teología ortodoxa en diversas épocas ha llevado muy lejos la asimilación de la forma humana. Tomando por punto de partida una frase del Corán sobre la creación de Adán, ha interpretado a la letra todos los pasajes en que Alah ve, camina, entiende a los que ponen en acción sus  manos, sus pies; y un profesor que quiere precisar el sentido del pasaje donde se dice que Alah desciende, descendía él mismo los grados de su silla añadiendo: «Alah descendió como yo mismo desciendo en este momento»: contra esta comprensión vulgar de la divinidad los Moutazilites protestaron enérgicamente y se esforzaron en descubrir interpretaciones figuradas y simbólicas que herían tanto más los sentimientos de la gente cuanto menos los comprendía».

El nuevo amo de Vicente, enterado de que el sr de Brèves, embajador del rey en Turquía llegaba a Berbería con «buenas y expresas patentes del Gran Turco para rescatar a los esclavos cristianos», se apresuró  a revender a Vicente para no perder el provecho de su esclavo.

El viaje del sr de Brèves duró dos años. Al final de su cargo de embajador en Constantinopla, había conseguido de Enrique IV volver a Francia, por Palestina, Egipto y África del Norte y trabajar por los intereses del rey por donde pasaba.

El relato de este largo viaje ha sido consignado en un grueso volumen, escrito por su secretario, Jacques du Castel, bajo el título: Relato de los viajes del sr. De Brèves, tanto en Grecia, Tierra Santa y Egipto como por los reinos de Túnez y Argel.

Pero se encuentran también grandes líneas de esta larga excursión por la correspondencia de su sucesor en la embajada de Constantinopla, Jean de Gontaut Biron, Barón de Salignac.

Las buenas y expresas patentes de que habla Vicente,  conocemos el texto. Es éste:

«Mandato es dado del Sultán Achmet l  al Virrey y Milice de Argel, por el que se les ordena volver a levantar el bastión de los Franceses que ha sido derruido por la dicha milicia de Amourat Rays (o Morat Rays), bajo pena de los castigos a los que serán sometidos, si no obedecen a lo que les interesa, que es que todos los Franceses y sus esclavos sean puestos en libertad y sus facultades (o bienes) tomados, restituidos. En falta de lo cual, Su Alteza declara y se contenta que el emperador de los Franceses se vengue de ellos y les haga la guerra de vía de armas y de hecho sin que esto altere la amistad que está entre sus Majestades. Ella pide también a Dios, si no obedecen a sus órdenes que sean malditos como lo son aquellos que no obedecen a los mandatos de su Príncipe, y requiere que el pan que se comen les sea en condenación».

¡Cómo atreverse a pretender, después de la lectura de estas cartas, que Vicente no ha estado en África? Está por el contrario perfectamente informado, y parece absolutamente imposible que hubiera podido conocer estas proezas, desde 1607, quedándose en las costas de Provenza.

Hé aquí cómo ocurren los sucesos durante ese mes de agosto de 1606.

A primeros de mes, el anciano médico es llevado a la fuerza, por orden del Gran Sultán, arrojado en una barca para ser llevado a Constantinopla. Se muere de pena en el mar, algunos días tan sólo después de su partida. El jefe de la barca al encontrarse con navíos corsarios u otros que se dirigen a Túnez da la noticia y la hace llegar de oficio a su sobrino -era la orden del Sultán. El sobrino informado de la muerte de su tío y disponiendo al punto de todos sus bienes -según el arreglo particular que habían hecho- sabiendo que el barco del embajador se encuentra todavía en la rada en La Goulette y que siguen las gestiones entre el Divan y él sobre la liberación de los esclavos, se apresura a deshacerse de Vicente  para fijar el precio.

Esta venta tenías lugar hacia el final del mes, en el momento en que el navío del sr de Brèves iba a hacerse a la mar

todas las fechas dadas por san Vicente se cumplen de esta forma y todas concuerdan con los hechos. Su modo de hablar queda explicado según el sentido más natural, y no deja lugar a ninguna interpretación falsa o errónea.

Como se puede ver en los Documentos nº 8, el sr de Brèves se encontró con grandes dificultades para su misión. Los jenízaros no querían romper del todo con él, pero buscaban arrancarle las mayores concesiones posibles. Se firmó un compromiso oír el que los «milicianos prometían no molestar en adelante a los súbditos del rey, no recibir más en los puertos de su jurisdicción a los corsarios ingleses que hubieran depredado las mercancía de los Franceses. Si alguno las abordara, prometían hacer devolver dichas mercancías a las manos del cónsul de Francia».

Él, recíprocamente, se comprometía por parte del rey, «a mandar enterrar en una amnistía general todas las hostilidades ejercidas por la milicia contra los nuestros, asegurándole que en lo futuro no la buscaríamos por las capturas hechas a nosotros; que los esclavos turcos detenidos en Marsella de una manera u otra capturados serían puestos en libertad en un año, y que los barcos del reino de Túnez tendrían libre entrada en los puertos de Francia».

Este acuerdo, por parte y parte, no fue nunca observado completamente. Por el lado francés nunca se devolvieron los Turcos de Marsella, y los corsarios de Túnez no cesaron en sus capturas de los mercaderes de Provenza.

VIII. Esclavo de un apóstata

África es un país extraño. En sus dos años de cautiverio, el joven Vicente pasa por cuatro amos diferentes: un pescador, un alquimista, un filósofo, un renegado.

¿Quién era este último, que compró a Vicente -sin duda también por medio de algún judío- cuando el sobrino del viejo médico quiso desprenderse de él hacia mediados de agosto de 1606?

Sabemos, por Vicente mismo que era de «Niza, en Saboya», que era colono de una propiedad en la Regencia y que habiendo renegado de la religión cristiana en la que había nacido, había abrazado el Islam y desposado, según el permiso del Profeta, a tres mujeres que vivían con él.

¿Cómo había llegado a Berbería? Los documentos se callan en este punto. Así podríamos explicar la causa.

Caído en manos de los Turcos, tras una captura en el mar, como mercader o capitán de barco, tuvo la debilidad de renegar de su fe para evitar los horrores de la esclavitud. Se comprometió entonces, bien en la armada turca, bien con sus galeras y allí se puso a servir. No le faltaron ocasiones de distinguirse en diversos encuentros, y sin mucho tardar ocupó un puesto a la vista, en relación con sus capacidades, jefe de galera o comandante de milicia.

Después de servir varios años al Gran Sultán en la regencia de Túnez, y reunir una pequeña fortuna personal, se había retirado y recibido en recompensa una de estas casas de campo que daba el Sultán a sus buenos servidores, allí vivía tranquilo, al abrigo de las miradas indiscretas, ocupándose de la explotación de la pequeña propiedad.

Vicente designa la casa de campo a la que fue llevado, como para verse sustraído a las pesquisas, del nombre de témat.

Esta expresión es probablemente una alteración de la palabra turca correspondiente: témar, que tiene el sentido de feudo.

«El témar o timar, dicen los diccionarios turcos, es un beneficio otorgado a un militar a condición de entregar para la guerra a un caballero por cada 3 000 aspres de renta anual, y que se vaya a la guerra él mismo.

Nadie se extrañará en la época de transición política en África del Norte, en la que vivía y escribía el joven sacerdote, al encontrar en su pluma un término de origen turco para designar una tierra cincuenta o cien años antes entregada en recompensa por el Gran Señor a algún oficial de su armada. La historia nos enseña que nada es tan tenaz en el lenguaje como un nombre de lugar, tierra o casa.

Antiguo miliciano o corsario, no existe otra hipótesis que hacer sobre un renegado habitante de África del Norte en esa época.

Toda la historia sostiene que sin la ayuda de los renegados, Berbería habría sido vencida dos siglos antes.

«Los renegados, ha escrito Abel Boutin, fueron la fuerza viva de las regencias. Marinos desde su más tierna infancia tenía conocimientos náuticos desconocidos de los Turcos. Ellos les enseñaron pues este oficio que conocían tan bien; fueron elementos de transmisión. Grandes maestros de la piratería, fueron los renegados y también los Andalous que lucharon con una indomable energía contra todas las tentativas de la cristiandad para abolir semejante plaga. Sabían bien la suerte que les estaba reservada, si volvían a ser cautivados por cristianos.

Los mayores Reïs, los capitanes más temibles, los que sostuvieron con el mayor ardor el poder Ottomano, fueron casi todos renegados. Los fundadores de la Regencia de Argel, los Barberoussa que liberaron del poder Español la Berbería, ¿acaso no eran originarios de la isla Metelin y Griegos de origen?

En toda esta valerosa falange, cuyos nombres se ha inmortalizado, los Hassan Corso, los Euldj Ali, los Nami Napolitano, los Fragut, los Sinan Reïs, los Mourad Reïs, los Simon Dansa, los Cosme Morat, los Scipion Cigale y tantos otros, ¿no eran acaso cristianos?».

Se encuentran afirmaciones tan categóricas en el Padre Dan:

«Los Turcos y los de Berbería, dice, se conocen muy poco en la navegación, y sus cañoneros son casi todos renegados.

Aunque sea casi imposible relatar con verdad todas las personas que hay hoy (1638) en Berbería quienes por haber renunciado a la religión cristiana se han perdido miserablemente, aquí vemos a pesar de todo su número:

El ruido común es que en la ciudad de Argel y alrededores se pueden contar de todas las naciones cristianos, unos ocho mil renegados, de los que un gran número son genízaros o soldados de la milicia que son de ordinario de veinte mil hombres. Para la opinión de los demás, fueron puestos en navíos de carrera o empleados en cosas que se les encuentran más propias. El número de mujeres es de mil o mil doscientas que son la mayor parte españolas, portuguesas, italianas, griegas e inglesas. Pero sobre todo hay una cantidad de rusas, país próximo de Hungría que lleva a Constantinopla, y donde las compran los de Argel cuando van. De las Francesas no hay más que tres o cuatro que están casadas casi todas. Los Turcos y Moros se casan mejor con estas mujeres renegadas que con las de sus países.

Puede haber en Túnez, y en este Estado, tres o cuatro mil renegados y de mujeres de seis a setecientas». Tras estas citas se comprende mejor lo que sigue en la carta de Vicente.

El apóstata, su patrón, tiene tres mujeres, una greco-rusa, la segunda turca, la tercera no se dice. Estas mujeres se interesan por todo cuanto se refiere a Vicente. Van a verle al trabajo, en los huertas o alrededor de la granja. Curiosas le preguntan por su modo de vivir, por su religión. Una tarde, la Turca le pide que cante las alabanzas de su Dios y el esclavo, con emoción, al recordar a los hijos de Israel, cautivos en Babilonia, entona enseguida el salmo Super flumina Babylonis. El joven Vicente, originario de la región de las Landas, tenía una voz justa y bien timbrada; puso allí todo su corazón.

A orillas de los ríos de Babilonia
estábamos sentados y llorábamos
acordándonos de Sión.
En los álamos de la orilla
teníamos colgadas nuestras cítaras.
Allí nos pidieron nuestros deportadores cánticos,
nuestros raptores alegría;
«Cantad para nosotros un cantar de Sión».
¿Cómo podríamos cantar un canto de Yahveh
en una tierra extraña?
Jerusalén, si yo de tí me olvido,
que se seque mi diestra,
que mi lengua se me peque al paladar
si no alzo a Jerusalén a lo alto de mi gozo.

Una vez terminado el canto el salmo, Vicente se volvió enseguida hacia la Madre de Misericordia y le dirigió la oración de los exiliados de la tierra, la Salve Regina:

Te saludamos ,oh Reina, madre de misericordia,
vida, gozo y esperanza nuestra,
en este destierro en el que estamos condenados
como hijos de una madre culpable.
Imploramos vuestra intercesión.
Te ofrecemos nuestros suspiros y gemidos
en este valle de lágrimas.
Sed pues nuestra abogada,
mirad con ternura nuestros males,
y después del destierro de esta vida,
conseguidnos ver a Jesucristo,
el fruto sagrado de vuestro seno,
oh clemente, oh tierna, oh dulce
Virgen María!

Después de la Salve Regina, el piadoso esclavo, sumido como en un éxtasis, cantó también muchos más himnos de Iglesia. Vicente quien, por propia confesión, había comenzado con lágrimas en los ojos, estos cánticos celestiales, los terminaba en la paz y en la más dulce esperanza.

El sentido profundo de as palabras, la sorprendente sencillez de las melodías gregorianas habían conmovido su corazón. Esta emoción le había traicionado; toda su piedad, toda su sinceridad habían pasado a su voz; la pobre mujer que le escuchaba, sentada a sus pies sobre los talones, se había quedado también totalmente prendida.

«Y la maravilla fue grande, añade el Santo. Insistió mucho a su marido, por la noche, que había hecho mal dejando la religión que tenía por muy buena por un relato que yo le había hecho de nuestro Dios y algunas alabanzas que le había cantado en su presencia, en lo que , según decía ella, había sentido un divino gozo que no creía que el paraíso de sus padres y el que ella esperaba fuera tan glorioso ni acompañado de tanta alegría como la que había sentido mientras yo alababa a mi Dios, concluyendo que había algo maravilloso».

El Señor y la Virgen habían escuchado a su piadoso servidor. Su oración cantada fue el punto que determinó su liberación, obteniendo la conversión de su amo.

Sin saberlo, «esta otra Caifás o asnilla de Balaam», según la expresión de Vicente, logró por estas razones que su marido volviendo en sí mismo, se dejara impresionar. La gracia era victoriosa.

Desde el día siguiente, el apóstata hacía sus confianzas a Vicente y le aseguraba de su determinación de escaparse a Francia con él.

Esto pasaba en septiembre de 1606. Se terminaba el verano, la travesía del Mediterráneo en una frágil embarcación no era ya posible hasta el mes de junio siguiente. Vicente se vio obligado a esperar diez meses; pero qué milagros no debió operar en la casa, donde todo el mundo rezaba, donde brillaba la esperanza en todas las frentes?

Vicente se encaminó siempre de prisa y firme hacia su plan. Para un golpe de ensayo -con la ayuda de Dios- logró un golpe maestro.

IX. La huida

La huida a Francia fue ideada por el renegado desde el día de su conversión:

«A partir del día siguiente me dijo, escribe Vicente, que lo veía fácil escaparnos a Francia, pero que pondría en ello tal remedio en poco tiempo que sería a gloria de Dios».

La travesía el Mediterráneo exigía larga preparación y organización. Ante todo había que esperar el momento favorable para emprenderla.

Esta huida no era posible sino con tres condiciones:

  1. que se hiciera en verano, entre mayo y septiembre, en otra época del año no se podía tener la seguridad del mar que se había de atravesar en una pequeña barca;
  2. que tuviera lugar durante la ausencia de las galeras tunecinas de los puertos de Bizerta y de Porto-Farina;
  3. que los preparativos estuvieran rodeados del mayor secreto.

Ribereño del mar, el patrón de Vicente podía tener ya una barca para la pesca. En ese caso, el álibi era fácil. Podía con facilidad, llegado el día, servirse de esta barca puesta a punto para la gran travesía hacia las costas de Francia.

Si no tuviera barca y no fuera ribereño del mar había que inventar un pretexto para conseguir una y disponer de ella a la hora escogida. Esto no era imposible, pero suponía largos preparativos y tratos con el exterior. La discreción, en este caso, era cosa difícil, y el éxito total podía quedar comprometido. ¿De qué embarcación se sirvieron?

Vicente habla de un pequeño esquife. Esta palabra servía para designar una de esas navecillas, canoa o chalupa, que se guardaban a bordo de las grandes barcas para hacer el abordaje en el mar, o para ir a pedir los papeles o pasaportes en los navíos que se encontraban.

Se puede haber empleado una de estas embarcaciones. Pero no sin haberle practicado importantes modificaciones. Se le había adaptado un puente y plantado un mástil para la vela.

Si el renegado hubiera sido corsario, antes de su retiro, todos los preparativos habrían sido mas fáciles.

Y la barca fue montada en último caso por él y por Vicente.

Pero ¿dónde situar el temat del renegado? La respuesta a esta cuestión es de importancia para aclarar la huida.

El sr Gleizes, inspirándose en las indicaciones de la carta de cautividad, ha intentado localizar el temat, o casa de campo, del renegado.

«El temat estaba en la montaña donde la región es extremadamente cálida y desierta», escribe Vicente.

«No se ha de buscar pues este temat al norte de Túnez, yendo hacia Puerto-Farina, Bizerta y el cabo Negro, concluye sabiamente el sr Gleizes. La región no es muy montañosa, tan sólo hay algunas colinas. No estaba tampoco desierta en esa época; había varios centros de explotación. Queda, hacia el Sur, la cadena de montañas que atraviesa Túnez y se acaba en al cabo Bon. Aquí también no había que ir demasiado lejos al interior de las tierras; la huida del renegado y de su esclavo en una barca muestra que el temat no estaba lejos del mar. Existe al otro lado del golfo de La Goulette, por encima de Hammam-Lif, entre la llanura del Mornag y el desfiladero del Kanguet-le-Hadjadj y Grombelia, por donde pasa la ruta de Susa, un macizo de montañas bastante escarpadas que se prestan por lugares al cultivo. Se hallan bastante alejadas de Túnez para sustraer a un esclavo a las pesquisas y están cercanas al mar. Por otra parte, la región es desierta, y en extrema calurosa; el calor se reúne en las gargantas como en un horno.

Allí, creemos nosotros, san Vicente hubo de pasar los malos tratos de un amo a quien llama «un enemigo de la naturaleza» pero a quien finalmente llevó a Dios».

Esta opinión puede sostenerse, pero tiene un doble inconveniente: sitúa bastante lejos del mar a los que lo necesitaban para sus preparativos, y les hace pasar, para marchar, por el golfo de Túnez, especie de mar interior, estrechamente vigilado por las orillas y por el movimiento intenso de la navegación. Graves riesgos que debían evitar a toda costa.

Queda nuestra hipótesis -puesto que no se puede hablar aquí más que de verosimilitud- de buscar el temat del renegado en la península del cabo Bon, en la vertiente este, en el extremo norte, hacia Kelibia. La carta de Vicente quedaría también explicada. Allí existe una región «caliente», al abrigo de los vientos frescos del noroeste por la pequeña cadena de altos que atraviesa la península en toda su longitud; «y desierta», ya que el territorio está poco habitado. Este aislamiento favorecería el secreto de los preparativos.

Además, este emplazamiento permitiría en caso de necesidad vigilar con facilidad la dirección que tomaba la escuadra de las galeras de Porto-Farina y de Bizerta cuando partía de faena. De la cima del Dlebel Abiod, a 386 metros de altitud, los dos Franceses tenían un bonito puesto de observación.

Era costumbre a la salida de las galeras tunecinas consignar las barcas de los mercaderes en el puerto por algunos días, con el fin deque ignorasen las costas hacia las cuales se dirigían y que no se pudiera advertir a tiempo de su salida las barcas de comercio.

Justamente, un acto oficial consignado en el registro del Cónsul de Túnez el 15 de mayo de 1607, nos informa «que todos los navíos fondeados en La Goulette están detenidos en la rada por orden del Divan, esperando que las galeras de Bizerta hayan salido para hacer «su viaje».

Las galeras de Bizerta y de Porto-Farina, reunidas en las galeras de Argel eran en total ocho.

Por otras disposiciones en los mismos registros conocemos el plan de su ruta. Partidas el 15 de mayo hacia Génova por el mar tirreno, remontaban por el este «las costas de Cerdeña y Córcega, tomaban tierra en la Ribera de Génova donde recogían a ciertas personas».

El 14 de junio, estaban todas reunidas en la isla Montecristo, entre Córcega y Civita-Vecchia de las que habían hecho base de sus operaciones. Todos los navíos mercantes que navegaban por estos parajes eran apresados y robados, siendo hechos prisioneros sus dotaciones.

El 25 o 26 de julio, las galeras entraban en La Goulette cargadas de botín. Cada vez que las galeras salían en carrera, se trazaba minuciosamente de antemano y guardaba en secreto el plan de su salida. Pero el renegado tenía amigos bien colocados. Antiguo corsario podía estar al corriente de todo lo que se refería a las rutas, sin inspirar desconfianza. Conocía, etapa por etapa, la marcha de la escuadra.

Mientras las galeras pirateaban el mar en torno a la isla de Monte-Cristo, que les servía de base, él tomaba la salida.

Desde hacía tiempo el puerto de La Goulette era libre y la navegación se había restablecido.

Una vez reunidas las provisiones para el viaje, entra con Vicente en la embarcación preparada con tanto cuidado y se hace a la vela.

Escogen una tarde, a la caída de la noche, cuando los días son más largos. Un viento favorable del sur, un siroco cálido y fuerte hinchó su vela y los llevó con una rapidez extrema en dirección a Cerdeña, subiendo por sus orillas al oeste hasta el estrecho de Córcega.

Allá, apartándose de la costa y en oblicuo a la derecha, enfilaron recto a Aiguesmortes, el punto elegido a propósito por ellos para tomar tierra.

Había que llegar a Aviñón y conseguir lo antes posible del vice-delegado del papa la absolución de la apostasía.

La legislación civil y eclesiástica era muy severa con los apóstatas.

«Los renegados, escribe Abel Boutin, sabían bien la suerte que les estaba reservada, si eran apresados por los cristianos. ¡Cuántas veces el Parlamento de Provenza tuvo que juzgar a corsarios renegados, capturados por las galeras cristianas! Y cuántas también los envió a la muerte».

Pero la Providencia velaba por los fugitivos. Ella conocía el tesoro de caridad que prestaba a la tierra de Francia, tras la ruda prueba de la esclavitud tunecina. El corazón de Vicente, maduro con el sufrimiento, podría en adelante comprender los gritos desesperados de todos los pobres.

El 28de junio de 1607, los dos Africanos desembarcaban en Aiguesmortes, después de remontar el canal que unía esta ciudad con el mar.

Sin retraso, franqueaban las viejas murallas de la ciudad -llevados por Philippe el Atrevido para realizar el voto del rey San Luis, su padre- y se dirigían a la iglesia parroquial, dedicada a Notre-Dame-des-Sablons.

Allí, prosternados en una ferviente oración, desahogaron el corazón cerca del tabernáculo. Daban gracias a Dios todopoderoso y muy bueno por haber tenido a bien, en su misericordia, concederles una feliz travesía, preservarles de los peligros del mar, y librarlos de la ingrata y maldita tierra del Islam.

Hicieron luego una piadosa peregrinación a la iglesia de los Penitentes Grises. sus muros chorreaban aún el crisma de la consagración solemne otorgada por el obispo de Nîmes, Mons. de Valernod, el 6 de marzo precedente.

Vendían a algún pescador la canoa en la que habían hecho la travesía; colocaron en un saco los objetos más preciosos que se habían podido traer de África, hacían su declaración a las autoridades y, alquilando unos caballos, se ponían en marcha para Aviñón.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *