A MODO DE CONCLUSIÓN. LA ALEGRÍA DE LA CARIDAD
Siempre me ha llamado la atención unas palabras de la Madre Guillemin a la cual no le producía ningún sonrojo afirmar que «no hay nada en el mundo de mayor actualidad que el espíritu de San Vicente». Para ella, este fue uno de sus descubrimientos y una de sus mayores admiraciones durante la participación en aquellas sesiones conciliares a la que fue convocada y en la que impartió algunas conferencias. Seguro que todos ustedes recuerdan lo que la Madre afirmaba: «Cada vez que se emitía una idea que parecía nueva, me decía yo con profunda satisfacción, personal y filial: ‘Esto nos los ha enseñado San Vicente…’ No quizá con las mismas palabras, sino expresado en el estilo de su época. Pero su pensamiento tenía esa pureza, esa claridad, esa autenticidad de doctrina que nunca ha tenido que ser desmentida o frenada por la enseñanza de la Iglesia…Regocijémonos, pues, de ser hijas de tal padre».
Pues, salvando las distancias, también yo me sentiría muy feliz si cada uno de nosotros, al reflexionar sobre este tema, somos capaces de profundizar en la virtud de la Caridad desde la Verdad que es Cristo, al estilo de semejante Padre, ya que nos ayudaría a mantenemos en cuatro grandes manifestaciones de la caridad o fidelidades esenciales en nuestra vida cristiana-vicenciana:
- fidelidad en la caridad de Cristo al Evangelio
- fidelidad en la caridad de la Iglesia a su misión en el mundo
- fidelidad al carisma en la caridad de nuestro Fundador
- fidelidad en la caridad al hombre de nuestro tiempo
Después del tesoro de la fe, tenemos este otro gran tesoro que es el carisma vicenciano fundamentado en la virtud de la caridad. Pero, parafraseando a san Pablo, en este momento tan significativo de nuestra historia, podríamos decir que «llevamos ese tesoro en vasos de barro». Una caridad que nos está exigiendo, y cada vez más, preguntarnos en la realidad concreta de nuestra vida ¿a quién y qué anunciamos?; ¿de quién y de qué cosa damos testimonio? ¿a quién servimos y no solo por qué servimos sino por quién servimos a los que servimos? Nuestro fundador nos recuerda que necesitamos tener el coraje de levantar los ojos y fijarlos en los ojos de Dios, encontrar a Dios cara a cara, confiándonos a Él, cediendo y dejando a un lado tantas certezas y seguridad autosuficientes para volvemos a los puntos de referencia fundamentales para nuestra fe.
No cabe la menor duda: estamos llamados a vivir siendo testigos del esplendor de la Verdad de la Caridad de Cristo, con el valor y la audacia, la creatividad y la santidad de este gran hombre que fue Vicente de Paúl, el hombre de la Caridad, respondiendo a los signos de los tiempos que surgen en nuestro mundo de hoy, con una fidelidad dinámica adaptada a las situaciones y a las necesidades de nuestro tiempo.
El Concilio Vaticano II nos dijo: «El porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar», y el recordado Papa Juan Pablo II, no duda en afirmar: «Es la hora de una nueva imaginación de la caridad» . Aquí se encuentra la fuerza de la Caridad en el esplendor de la Verdad que se nos muestra en el rostro doloroso y luminoso, a un tiempo, de nuestro Señor Jesucristo. El Santo Padre, Benedicto XVI, no duda lo más mínimo en recordarnos que necesitamos unir la caridad y verdad. «La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia» explica el Papa, para añadir que es «consciente de las desviaciones y la pérdida de sentido que ha sufrido y sufre la caridad, con el consiguiente riesgo de ser mal entendida, o excluida de la ética vivida y, en cualquier caso, de impedir su correcta valoración». Al mismo tiempo, advierte que «sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad.»
Y, todavía más, el Papa nos recuerda (por si teníamos algún atisbo de duda) que: «Sin Dios el hombre no sabe dónde ir ni tampoco logra entender quién es. Ante los grandes problemas del desarrollo de los pueblos, que nos impulsan casi al desasosiego y al abatimiento, viene en nuestro auxilio la palabra de Jesucristo, que nos susurra al corazón: «Sin mí no podéis hacer nada»28. «El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don, regalo del mismo Dios Trinidad, por eso ofendemos al Creador y al Salvador, cuando nos abandonamos al pesimismo que es la filosofía de la vida de las personas que no creen en Dios. Vittorio Messori, afirmó: La verdad sin caridad crea doctrinarios, ideólogos o propagandistas. Pero la caridad sin verdad hace surgir al ingenuo defensor del «que cada cual piense como quiera, con amar es suficiente», y al charlatán peligroso que se presenta como «humano» y «tolerante».
San Vicente de Paúl, lo tenía muy claro: la caridad en la verdad manifestada en Cristo es la fuerza de la transformación del universo, de todo el mundo humano, de toda la creación. Este es el norte del camino de la humanidad: la verdad y la caridad, ambas inseparables. De tal forma que, la verdad del hombre es inseparable de la verdad de Dios, que es Amor, como se nos ha hecho palpable y visible en el rostro humano de Jesús, su Hijo, Caridad y Verdad. El amor tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Verdad y caridad han de ir siempre unidas. No puede haber verdadero desarrollo humano sin Dios. El olvido de Dios lleva al olvido de los hombres. «El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano», dice el Papa. Sin Dios, el hombre se vuelve contra el mismo hombre, porque se estrecha su horizonte y aparecen sus egoísmos que matan la caridad con todas sus manifestaciones: solidaridad, apertura a los demás y valoración de la vida hasta, si es preciso, su entrega generosa. El motor de toda la vida del hombre es el amor, también en el campo de la justicia y de la paz. A su vez, la caridad sin verdad se queda en mero sentimentalismo, en envoltorio vacío, en soluciones empíricas, arbitrarias y escépticas. En el «siempre se ha hecho así» que no convence ni vence a nuestra sociedad de hoy en día.
San Vicente de Paúl tiene una convicción profunda que se convierte en certeza indestructible: la creatividad de Dios no puede permanecer cautiva. Es necesario estar siempre atentos, despiertos, mirando la realidad con ojos nuevos porque, en cualquier momento puede brotar algo inesperado, sorprendente y esto se hace avanzando desde la verdad hacia la caridad. La caridad cristiana nos lleva a amar al otro desde un amor que viene desde lo más profundo y lo más grande que podamos imaginar, como nos lo legó nuestro fundador: desde el corazón del mismo Dios. Porque Dios ama al hombre, porque Cristo ha dado su vida por nosotros, podemos emprender un camino hacia el amor y para el amor. Reconocer y descubrir el Amor de Dios implica dar un primer paso hacia la verdad. Porque la verdad está en Cristo, que es Camino, Vida y Verdad. Porque fuera de Cristo, según una fórmula atrevida de un autor del siglo XX, no hay verdades profundas y completas para el inquieto corazón humano. El mismo san Vicente no duda en afirmar:
… las das grandes virtudes de Jesucristo, a saber, la religión para con su Padre y la caridad para con los hombres».
Vemos así la relación profunda que existe entre la verdad y la caridad. No podemos dejar de lado ninguna de estas realidades, pues renunciar a la verdad nos impide descubrir el amor. Y no acoger el amor nos aparta de la verdad.
Hay una dimensión profunda de la caridad que anima toda la actividad catequética y evangelizadora de la Iglesia: la de la enseñanza y transmisión del Evangelio, la de la comunicación íntegra, sin recortes, de la doctrina cristiana, de la fe y de la moral. San Agustín, en su obra sobre la Catequesis de los principiantes explicaba que toda la labor catequética nace del amor y lleva al amor, es decir, desemboca en la caridad. Por eso, el cristiano y especialmente el vicenciano, debe sentir en su corazón la llamada profunda a enseñar, transmitir y explicar nuestra fe y nuestra moral. Existe el peligro, presente en algunos de nosotros y de nuestras Comunidad, a tener miedo a vivir y decir la verdad para no ofender a las personas, o para no asustarlas, o para evitar problemas y críticas. Si miramos a Cristo, no tuvo ningún miedo a la hora del compromiso que lleva inherente la caridad para corregir, llamar la atención, enderezar caminos; ni cuando tuvo que declarar abiertamente su identidad y su misión: era el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Al dar testimonio de la Verdad, nos manifestó al Padre y su proyecto de Amor y de misericordia, nos apartó del mundo del pecado y del error, y nos dejó abierto el camino que lleva a la vida eterna. Por eso, san Vicente nos dice:
… incendiemos nuestra voluntad diciendo y cumpliendo estas divinas palabras de Jesucristo: Mi comida es hacer su voluntad y llevar a cabo su obra. Tu gusto, Salvador del mundo, tu ambrosía y tu néctar es cumplir la voluntad de tu Padre. Nosotros somos tus hijos, que nos ponemos en tus brazos para seguir tu ejemplo; concédenos esta gracia (…J Señor, si quieres darle este espíritu a la Compañía, ella trabajará por hacerse cada vez más agradable a tus ojos y tú la llenarás de ardor para que sea semejante a ti; y este anhelo la hace ya vivir de tu vida, de modo que cada uno puede decir con san Pablo: vivo yo, pero no soy yo, sino Jesucristo quien vive en mí. ¡Bendita Compañía!» .
La Iglesia, en su compromiso por ser fiel a Cristo, busca recordar, enseñar, transmitir a cada generación la Verdad que ha recibido. Lo hace desde el amor de Dios, «que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (lTm 2,4). Lo hace para que esa verdad pueda ser conocida y aceptada con un acto libre y responsable por parte de cada ser humano que escuche el mensaje. Lo hace para que el don maravilloso de Dios toque la vida de quienes tienen derecho a recibirlo. Lo hace para que, desde la verdad, crezca el amor. Esta verdad podrá ser, en algunos momentos, difícil de comprender, difícil de practicar o incluso requerirá tiempo y paciencia para ser percibida suficientemente. Pero vivir en la verdad es el mejor modo de permanecer en el amor. Y vivir en el amor nos lleva a comunicar, de la mejor manera posible, la verdad que ayuda a vivir íntegramente el Evangelio de Cristo. Como dice el Apóstol Juan «… en esto hemos conocido lo que es el Amor en que Él ha dado su vida por nosotros. También debemos dar la vida por nuestros hermanos» (3, 16)
Enseñar íntegramente la doctrina cristiana es una «forma de caridad eminente». Nos toca vivir a fondo esa caridad, nos toca convertir nuestras palabras y nuestras vidas en una comunicación cordial y convencida de la verdad que ilumina la vida temporal de cada ser humano y que abre las puertas de la vida eterna. Así llegaremos al encuentro con un Padre que nos aguarda con un cariño infinito, con un amor verdadero, con una verdad enamorada.
Termino. Vicente de Paúl tenía muy claro que lo que «se jugaba» no era «su obra» sino el propio destino de la Iglesia siendo que, lo importante, es la fidelidad radical a la voluntad de Dios. Todos los que estamos hoy aquí presentes nos damos cuenta de las grandes insinuaciones que nos lanza nuestra sociedad con el fin de dejar a un lado la Verdad y ponernos al servicio del sistema desde la Caridad. Terrible tentación a la que no debemos sucumbir jamás.
Nuestra fidelidad es para Jesucristo y, solamente desde ahí, toma todo su cuerpo y exigencia nuestros servicios para los pobres:
«… pidamos a Dios que abrase nuestros corazones en el deseo de servirle, entregándonos a Él para hacer lo que le plazca. San Vicente Ferrer se animaba pensando que vendrían sacerdotes que, con el fervor de su celo abrasarían toda la tierra. Si no merecemos que Dios nos conceda esa gracia de ser esos sacerdotes, supliquémosle que al menos nos haga sus imágenes y precursores «… nosotros, si tenemos amor, hemos de demostrarlo llevando al pueblo a que ame a Dios y al prójimo, a amar al prójimo por Dios y a Dios por el prójimo. Hemos sido escogidos por Dios como instrumentos de su caridad inmensa y paternal, que desea reinar y ensancharse en las almas».
En definitiva, todo lo que he intentado compartir con vosotros se resume en estas preciosas y programáticas palabras: «Caritas Christi Crucifixi Urget Nos». Gracias.
José Manuel Villar
CEME, 2010