Respuesta del P. José Herrera al P. Carballo

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la Misión1 Comment

CRÉDITOS
Autor: José Herrera, C.M. .
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NOTA previa: obedece el escrito a las afirmaciones (posteriormente publicadas) que hizo sobre «historiografía» vicenciana el P. Francisco Carballo. Puede verse el artículo en «Vicencianos» con el título de «Rectificaciones a la interpretación historiográfica«.

Mi estimado P. Ircio:

Espero que será usted tan amable que me permita publicar en ANA­LES una somera contracrítica a la que el P. Francisco Carballo hizo, y que ha sido publicada juntamente con los estudios vicencianos presen­tados en la semana de Pascua del año pasado, de mi obra «San Vicente de Paúl», editada por la B. A. C.

Entonces se me dijo que me podía defender; pero el no haber oído bien las cosas que se decían y la dificultad que había de hacerlo en pocas palabras para no molestar a los oyentes, me movieron a dilatar C. caso para cuando, según se dijo, los trabajos fueran enviados a los semanistas en multicopia para que pusieran las observaciones que Juzgaran pertinentes. Pero las copias no llegaron y sí lo:: trabajos ya impresos. En el del P. Carballo se dice: «La presencia en esta misma Semana del P. Herrera posibilita extender la parte negativa; él puede alegar con toda confianza sus puntos de vista.» No pude hacerlo enton­ces y espero no lleve a mal que lo haga ahora.

Mis puntos de vista son:

1) Dice el Ponente que mi obra de San Vicente tiene tres partes. Sospecho que llamará primera parte a la INTRODUCCION, y en este caso le asiste toda la razón; pero me admiro de que llame parte de una obra a lo que no es más que eso: una introducción a la misma. Por mi parte, la considero completa para el tiempo en que se escribió; hoy se­ría preciso añadir más. Me solidarizo con el P. Pardo en lo que el Pa­dre Carballo llama «boutade», ya que en ese juicio no va solo. Con él van grandes escritores franceses, como Daniel-Rops, Rhorbacher, etc. Este gran historiador llega, a causa de esta acción antijansenística, a ca­lificarle de «verdadero Padre de la Iglesia».

Si la segunda parte se refiere a los siete libros en que divido la bio­grafía del Santo, también tiene razón el P. Carballo; la tercera parte también es mía: yo escogí los escritos, los clasifiqué, los ordené en sec­ciones, hice algunas traducciones y pulí otras y puse las cortas intro­ducciones a las diversas secciones. El P. Ircio, además de algunos con­sejos, que siempre son de agradecer, puso a mi disposición la traduc­ción de parte de los textos de Coste que habían hecho los PP. Esteban y Alberto González, Larraínzar, etc.

2) En la página 45 (segunda edición) no digo yo que los de Tama­rite hubieran resuelto el problema de los pobres en términos absolutos, sino circunscribiéndolo a los pobres de Tamarite. Es cosa que consta en la historia del pueblo que as familias ricas se turnaban en llevar la comida a las familias necesitadas. ¿No puede ser este hecho, observado por los padres o por e pequeño Vicente, suponiendo que fueran de Tamarita, la semilla del árbol de la caridad, desarrollado más tarde a lo largo de la vida del Santo?

3) Me presenta el P. Carballo escribiendo la vida de San Vicente a tambor batiente con el estilo imperial derechista del año 36. Este estilo no me viene del 36; siempre lo he tenido. MI primera obra  -la «Vida del Beato Ghebra Miguel»- es del 27, y creo que está en la misma línea del entusiasmo que el asunto inspira. Antes, y sobre todo después, hasta el 36, escribí multitud de artículos en revistas y periódicos en la misma línea, y en la misma línea siguen «Hacia las tierras del Negus» y «Abuna Yacob» y demás biografías, unas más y otras menos, según la grandeza del personaje, que no me inventaba yo, sino como lo encontraba en los documentos.

No se me alcanza qué quiere significar el P. Carballo con la palabra «derechista». Si quiere designar a los «conservaduros» o simplemente a los conservadores a ultranza, yo no soy derechista. Si por derechista entiende la conservación de lo que es bueno y verdadero según la ra­zón y la fe, según el Evangelio, el Papa y los Concilios y el progreso en esta línea, sí soy derechista. Y si querer una España imperial es que­rerla católica con su vocación misionera para llevar la fe católica a los países que no la tienen, y quererla «modelo de una cristiandad pro­fundamente enferma», como dijera Pío XI, no creo que sea ningún pe­cado ni motivo de vergüenza. Si otros se avergüenzan, allá ellos. Si él llama izquierdistas a los que se preocupan de los obreros y de los hu­mildes, sepa que a mí me llamaron no izquierdista, sino comunista, los ricos de Hermigua en la Gomera en 1933, porque di tres conferencias en un almacén de plátanos, a todo el pueblo allí reunido, sobre la En­cíclica RERUM NOVARUM, sin insultos ni incitaciones a la violencia, como parece que es el estilo de hoy. Por cierto que muchos desde en­tonces comenzaron a frecuentar la iglesia, incluso la confesión, y a de­jar la Casa del Pueblo, sin que los ricos la tuvieran que abandonar, por­que en la tercera conferencia ejercité el oficio de Pontífice —»hacedor de puentes»—, hablándoles de la caridad como vínculo de unión de todos.

4) Dice el P. Carballo que yo aprovecho los estudios teológicos del Santo para hacer el elogio de la cultura teológica española. ¿Es eso un pecado? ¿Es falso lo que allí digo? ¿No ayuda a situar al personaje? ¿No es, por el contrario, él quien coge por los pelos este elogio para tirar una piedra contra esta cultura llamándola «calamitosa»? En esta época acotada por el crítico es precisamente cuando la cultura española llega a su zenit con Cervantes, Tirso, Lope de Vega y cien más, y dentro de ella la teológica, en que Suárez enseña en Coimbra; Maldonado, en Pa­rís; Gabriel Vázquez, en Alcalá; Arriaga, en Salamanca y Valladolid; Molina, en Evara… Pero ¿a qué seguir, si son legión los que enseñan dentro y fuera de España? El lector puede calcular el número y calidad de los teólogos que enseñaban con aplauso en las 30 Universidades ver­náculas, teniendo por base el elenco de la de Zaragoza, que se cita en la página 52. ¿Eran una «calamidad teológica»? El P. Carballo rebaja a simple «benevolencia» la alta estima y aun entusiasmo que el Santo pro­fesaba a estos teólogos. El lector puede juzgar por sí mismo, sin nece­sidad de que yo o el P. Carballo se lo hagamos tragar, si lo que el Santo expresa en los textos citados en las páginas 51 y 52 son una simple «benevolencia» o una alta y duradera estima que se traduce en hechos.

5) Lo de la nota de la página 70 le puede parecer al P. Carballo no histórico, pero tampoco inverosímil, porque todos los elementos de la hipótesis son históricos: el intento de Paulo V, el interés que el Obis­po de Nicastro tenía por ayudar al Santo, su condición diplomática, el carácter diplomático del asunto y, según Abelly, la intervención del embajador francés, que si bien no pudo ser el Cardenal Osat, que ya había muerto, pudo ser un traspié del primer biógrafo, por aquello de que aliquando bonus dormitat Homerus. Existen otras hipótesis con me­nor fundamento histórico; por ejemplo, la no historicidad de las dos cartas de la cautividad, y sin embargo, pocos son los que se rasgan las vestiduras y aún son muchos los que se la tragan.

6) En la página 182 no intento hacer un retrato del Santo; intento describir su sobriedad, tal vez una pincelada de lo que él sugiere, un resumen de lo que él dijo de sí mismo o lo que otros dijeron en torno a la comida y al recreo, nada de masoquismo. Esta palabra la empleó por vez primera Kraft, derivándola del apellido del novelista austríaco Sachez Masoch, que en sus novelas describía las escenas de perversión sexual de los que sentían el placer de los castigos y desprecios que recibían de la persona amada. No acierto a comprender qué relación pueda tener esa fea palabra en el párrafo que ventilamos. Las penitencias de los Santos tienden a colaborar al misterio de la Redención, y por terribles que nos parezcan se quedan muy por debajo de lo que pade­ció el Redentor. Tal vez sea nuestra cobardía la que, no sintiendo en nosotros las generosidades de los Santos, nos meta la tentación de creerlas exageradas o a tenerlas por inventadas, aunque las fuentes las declaren. Casi todas las austeridades a que en estas páginas se alude están tomadas de testigos presenciales. La penitencia por la penitencia, como fin y no como medio para expiar la injusticia de nuestros pecados, ten­dría tal vez ciertos visos de masoquismo; pero la de los cristianos, y más si éstos son de los que la Iglesia canoniza, tienen el sentido trans­cendente y redentor de completar, como dice San Pablo, lo que el hom­bre debe aportar a la Pasión de Cristo.

7) Cree el P. Carballo que mi mentor y maestro en el aspecto crítico es Coste, y en el aspecto «piadoso» es Abelly. Si se refiere al «Monsieur Vincent» de Coste, en tres tomos, está equivocado: la leí una vez y no me interesó; me pareció farragosa y sin alma. Si se refiere a los catorce tomos de su monumental Colección, tiene razón el P. Carballo. Lo había comprado en 1927 y la tiene hoy en Salamanca. La leí diez veces, pluma en mano, y de esos documentos saqué la mayor parte de los elementos de mi biografía, que si el lector ha sido avispado, casi podría llamarse autobiografía, pues en gran parte está entretejida con palabras del Santo.

No se me oculta que el P. Carballo y algunos de sus discípulos, si­guiendo ciertos criterios que llaman antropológicos, sostienen que, más que lo que el Santo dijo e hizo, nos interesa saber lo que quiso decir y no dijo y lo que quiso hacer y no hizo. Pero eso es otro cantar. Eso tal vez estaría bien en un estudio sicológico, pero no sería historia, que es la narración de hechos con un transfondo, si quiere, filosófico que nos explique los hechos. Y lo que explica los hechos son principalmente las ideas del personaje, que se expresan en sus palabras. No creo, pues, que haya fuentes más puras para la vida del Santo que lo que dice él de sí mismo o lo que afirman de él los que vivieron con él, como fueron Abelly y los Misioneros que le proporcionaron los documentos con que compuso su obra. Carballo la acusa de «piadosa», epíteto que cuelga también de la mía, como que de ella bebe sus aguas. ¿Qué de extraño es que la vida de los santos sea piadosa? ¿No son ellos los hombres más piadosos del Cristianismo? ¿O es que la piedad ya no es virtud? ¿Ya no tiene el valor de ser promesa de la ‘vida presente y de la futura? Tal vez la piedad de Abelly sea un tanto acaramelada; pero todo el mundo sabe que yo de caramelo tengo poco; tampoco mi piedad es mu­cha, pero siento no tener más, porque la tengo por virtud y por efecto del amor de Dios y del prójimo, que fue el eje generador de la actividad vicenciana.

También me sirvieron de fuente las biografías, en dos tomos, de los Misioneros que convivieron con el Santo, y de ayuda, autores franceses que conocieron a fondo al Santo y la época en que vivió. Leí asimismo más de 40 autores, grandes conocedores del Santo y de su época, apa­recidos en más de 100 tomos de los ANALES franceses. Creo que el ambiente histórico está un poco disperso a lo largo de la biografía, se­gún lo exigía la actividad que en aquel momento desarrollaba.

8) Lo de las «tintas negras» de las páginas 400 a 404 no son tan negras, y sí más conformes con la realidad histórica que aquellas en que moja su pluma el autor de la crítica, que no deja entrever ni siquiera un valor positivo. El que lea sin prejuicios mi biografía verá en ella surgir, en medio de esas sombras, las grandes figuras del clero francés. No tiene el lector que ir muy lejos para convencerse de ello. No tiene más que seguir leyendo en la misma página 404, en la que se abre un capítulo, que es el II del Libro V, y que lleva por título «Los cinco Re­formadores». También hay otro capítulo que se titula «Codo con codo», que con el anterior y otros muchísimos pasajes de la obra refutan la aserción del crítico, que me echa en cara el que, según él dice, presento a San Vicente como el autor «único y solitario» del milagro de la re­forma del catolicismo francés. Cierto que en todas estas actividades reformadoras le presento como Jefe de vanguardia, pero en esta visión no voy solo: los historiadores que me acompañan son legión.

9) Este aspecto de mi biografía lo aprovecha el crítico para acu­sarme de triunfalismo. El P. Carballo es experto en manejar los epíte­tos de cierto sector que presume de moderno: «derechista», «reacciona­rio», «masoquista», «triunfalista», etc., algunos de los cuales nos retro­traen a más de un siglo atrás. Pero, ante todo, ¿es o no verdad que el Santo fue un jefe destacado en los cuatro frentes de batalla cuyo cau­dillaje le deparó la Providencia? Si ello es verdad, ¿por qué el biógrafo no va a tener el derecho y aun el deber de hacerlo resaltar? Lo del «tambor batiente de Herrera» tiene gracia. ¿Habrá tambor más reso­nante que el que usa el crítico para hacer afirmaciones tan sin matiz y tan condenatorias porque «mis modelos» no se ajustan a los suyos? Lo que habría que ver es cuál de las dos clases de modelos se ajustan más a la historia. Yo quisiera saber, y que se me aprobara, si lo que el P. Carballo llama «tratamiento ideológico», de la página 185 y otras partes de la obra, es una proyección de «mis modelos ideológicos», «fruto del pensamiento reaccionario español», o más bien la proyección de las palabras y acciones del Santo, como no se pretenda que él es uno de esos modelos.

Dice el P. Carballo que en vez de hacer resaltar el triple ma­tiz vicenciano —catequesis, koinonía y reconciliación por la caridad— me entretengo en sofocar estos elementos con el relato de las misiones contrarreformistas. En el párrafo segundo de la página 188 se explica el matiz catequístico de las misiones vicencianas, que duraban por lo menos un mes; en este párrafo se dice que todos los días había dos ca­tecismos, uno el de los niños a la una y otro el de los mayores por la noche. En él quedaban explicados con sencillez los misterios de la fe, los Sacramentos, los Mandamientos de Dios y de la Iglesia y la ora­ción con el Padrenuestro y el Avemaría. En el primer párrafo se dice que los misioneros empleaban diez temas para mover a la koinonía o cambio de vida y mentalidad, y 12 para la reconciliación, la caridad y orientación de la vida cristiana. En las misiones no se hablaba para nada del Protestantismo ni tenían tono polémico; que se lo pregunten al Pa­dre Lucas y léanse en su biografía o en Abelly las cartas que el Santo le escribió cuando misionaba en los Cevennes, región infestada de pro­’ testantes. Es natural que en estas regiones hicieran hincapié en las ver­dades de la fe, puestas en duda y aun negadas por los innovadores. Al Crítico le parece exagerado que dedique 20 páginas a relatar las misio­nes que se dieron en tiempo de San Vicente, incluyendo en ellas las que se dieron en Italia, y le molesta la impresión que se saca de que apenas hubo diócesis de Francia a donde no llegara la voz de sus misioneros. Había 123 diócesis y el afirma que «en realidad sólo una parte pequeña de ellas, en una línea que va desde el Nordeste al Suroeste de Francia, pasando por París, son el escenario de estos misioneros». La realidad es que había 25 Casas de misión con una irradiación que se alargaba a las diócesis vecinas, y no pocas veces el Santo organizó expe­diciones muy lejanas, como las de la región de los Cevennes Centrales. ¿Me podría, además, decir el P. Carballo qué ancho tenía esa línea? Porque resulta que muchas diócesis fueron evangelizadas desde Toul y Metz, capitales de Alsacia y Lorena, y otras desde Lyon, desde Annecy, en el reino de Saboya, y desde Marsella, todas ellas en la línea del Este, de Norte a Sur; otras lo fueron desde Narbona, Alet y Burdeos, que están a lo largo de las estribaciones pirenaicas, al sur de Francia; otras lo fueron desde Sedán, Troyes, Arrás, Montmirail, Le Mans, Treguier Y Saint-Meen, que comprenden todas las regiones norteñas: Champaña, Picardía, Normandía y Bretaña, desde las Ardenas hasta el extremo oc­cidental de Francia. Por fin están al este los centros misionales de Sain­tes y Pouy, entre Burdeos y Bretaña. Luego, la región central de Fran­cia está sembrada a voleo con los centros misionales de San Lázaro, San Carlos, Foileville, La Rosa, Crecy, Angen, Agde y algún otro. ¿Qué queda de esa línea del Nordeste al Sudoeste?

11) Y vengamos ahora a los famosos «modelos históricos» de He­rrera. A la verdad que no alcanzo a ver quiénes fueron mis modelos. Si el P. Carballo ha visto los que han inspirado el capítulo I del Libro IV, que Dios le conserve vista tan perspicaz. Allí no intenté dar una «sín­tesis de Francia», sino una simple perspectiva del contraste entre su esplendor y su miseria, que no he sido yo ni el primero ni el único en reflejar. Lo reflejan el arte de la época, los documentos, también de la época; las cartas de San Vicente y modernos historiadores como Fellet en su célebre obra «La misérie au temps de la Fronde et Saint-Vicent de Paul».

En cuanto a presentar como «exitosas» formas de Iglesia-Estado tan imperfecta, el crítico alude al capítulo II del Libro V, páginas 513 a 519. En primer lugar, yo no empleo la palabra exitoso porque me cae muy antipática: es la primera vez que la escribo. Tampoco digo que fueran un modelo las relaciones que existían entonces entre la Iglesia y el Estado francés, ni deseables, porque eran más bien de sometimiento de la Iglesia al Estado. Pero sí digo que las formas que defendía San Vicente eran contrarias a ese sometimiento y favorables a una colabo­ración e independencia recíproca en sus respectivas esferas. Este pen­samiento lo desarrolla San Vicente en ese mismo capítulo cuando pide la intervención del Gobernador del Condado de Foix para sostener la autoridad del Obispo de Pamiers contra algunos sacerdotes escandalosos que perturbaban la diócesis, al pretender que los príncipes cristianos no se hicieran la guerra entre sí y que defendieran a las naciones católicas contra los que las despojaban y amenazaban acabar con todos sus va­lores religiosos, «en los cuales —decía él— se interesa la Gloria de Dios y de la Religión Católica, que verosímilmente quedaría abolida». Y que el Santo no habla a humo de pajas lo probaba el hecho de que suecos y rusos mancomunados habían obligado a los católicos, incluso a los sacerdotes, a rebautizarse y a pasarse al protestantismo o al cisma grie­go, según la esfera en que hubieran caído. Y la independencia de la Iglesia la defendió en el Consejo de Conciencia contra el astuto Maza­rino, quien, para contrarrestar su influencia, se vio obligado a paralizar y aun suspender aquel célebre Consejo. Completan su ideario en este aspecto los textos que reproduzco de su correspondencia acerca del apos­tolado de las autoridades terrenas, en cuanto tales autoridades, en el capítulo II de la sección VII del Libro II de mi «Teología de la Acción y Mística de la Caridad», a lo largo de sus casi treinta páginas. Por cier­to que este libro mío, sacado a luz con motivo del III Centenario de la muerte de San Vicente y ponderado tal vez excesivamente por la re­vista Divus Thomas, del Alberoniano de Plasencia en Italia, fue «El gran desconocido» en la Semana Vicenciana de Salamanca, y me temo que lo sea de muchos Misioneros jóvenes, tal vez por el poco uso que han hecho de él sus mentores. No se le citó ni una vez, a pesar de las muchas que afloró la ocasión, cuando se lamentaban de la carencia en español de las obras del Santo. ¿No estaba en el contexto de aquella Asamblea indicar que mientras no salieran sus obras completas, cuyo acuerdo fue tal vez el fruto más logrado de la Semana, podrían satisfa­cer su sed de lo vicenciano en esta obra, que contiene en sus propios textos y en plan orgánico las ideas místicas y ascéticas que animaron su praxis y la de la doble familia? Claro que en este desconocimiento le acompañaron todas mis restantes obras, de las cuales, que son más de la docena referentes a San Vicente y a la Congregación, no apareció ni un ejemplar en la exposición que se hizo de los libros referentes a estos temas, en la cual no faltó el folleto más modesto ni el libro me­nos relevante. Cuando lo hice notar, me dijeron que tal vez sería un des­cuido, y así era de presumir; pero al día siguiente, que era de los últi­mos, ya no existía tal exposición. Por lo demás, no creo que al lector «actual» le resulte «doloroso» leer estos dos capítulos, como insinúa Carballo. Al menos, yo conozco a muchos que no han sufrido esa con­goja. Como no sea algún ultraconciliar que desea ver siempre a la Igle­sia en guerra contra el Estado, cuando el Vaticano II aconseja el buen entendimiento y la colaboración armoniosa.

(13) El P. Carballo ha pasado revista a todas las biografías vicencia­nas en lengua española, todas ellas irrelevantes, y las tres más leídas —la de Fray Juan, la del P. Nieto y la mía— una catástrofe, sobre todo la mía, a la cual consagra cuatro páginas de las seis que dedica al tema, todo para concluir que es menester hacer otra biografía con criterios antropológicos y seriedad científica, «adaptada al lector actual, que rehúsa ser manipulado por la aplicación de modelos ideológicos a figuras históricas». Claro que este palo va por mí. Pero vean ustedes lo que dice del caso en que se traduzcan al español las obras completas del Santo: «Sin una introducción histórica amplia, la lectura de esos criterios no aprovechará, e incluso será pretexto de interpretaciones apriorísticas». Y ¿quién nos asegura que esa introducción, hecha con criterios antropológicos, no será un lavado previo de cerebro y una manipulación del lector en orden a una interpretación teledirigida? Sería curioso ver una biografía hecha por el P. Carballo con los criterios que apunta. Ya se cura en salud y trata de echar el muerto sobre «un equipo con una redacción para españoles», o, más bien, una traducción de alguna que se haga en Francia, la de alguna de las clásicas —me figuro que Abelly, Collet, Maynard y Coste, que por él han sido así clasificadas, con notas. Por lo visto, todo lo bueno nos ha de venir del otro lado del pirineo; aquí no tenemos alientos para tanto, entre otras cosas porque nos incapacita «el odio a lo francés».

14) Porque miren ustedes lo que escribe en la página 143 del libro aludido: «Las biografías hispánicas de San Vicente de Paúl está gravemen­te aquejadas de modelos y de fobias. Concretamente, la más leída, la del P. Herrera, desconoce el contexto en que vivía San Vicente y está movida por tal arcaica y desconcertante fobia a lo francés que desvirtúa sus res­tantes mérito.» Y agrega: «Los biógrafos españoles tienen que abandonar viejos mitos antagonistas si quieren ver las cosas en su realidad.»

Yo confieso que me son muy antipáticos el absolutismo avasallador y mundanizante de los Borbones, el Regalismo, el Galicanismo, el Jansenismo, el Enciclopedismo, las ideas y los crímenes de la Revo­lución francesa, la propaganda que ha hecho en; todo el mundo esas ideas; en resumen, lo malo que en Francia hay: como odio también lo mala que pueda haber en Inglaterra, en Alemania y aun en España. Pero en España me es antipática la política regalista y casi materialista de los Borbones —compárese El Escorial de los Austrias con los pala­cetes de los Reales Sitios , las ideas liberales y progresistas del siglo pa­sado, con su agarrotamiento de la Iglesia, quema de conventos, matanza de religiosos, destierro de obispos, elevados al cubo todos estos excesos por la II República y el Gobierno democrático de la zona roja durante la «guerra de los tres años», como la llama el P. Carballo en el estudio que nos ocupa. Tampoco me gustan las ideologías que se llaman moder­nas y progresistas, que son edición servilona de las del siglo pasado, que nos llevarori y nos pretenden llevar a una España chata, sin vuelos y sin unidad, que producen disutrbios y guerrillas, etc. Nada de eso me gusta; pero, entiéndase bien, no ocurre así como los hombres que en­carnan esas ideas, a los que amo y creo que, si fuera preciso, daría mi vida por ellos.

En cambio, admiro la gesta Dei per Francos, a San Remigio y Clo­doveo, a Carlos Martel y Carlomagno, a San Luis, a Condé, a Racine y Corneille, a Pasteur y aun a no pocos de Port-Royal, a pesar de su jansenismo, a sus grandes misioneros, a sus grandes Santos, etc., etc. Para mí ni lo bueno ni lo malo tienen fronteras ni tiempos. Una cosa que es mala en París, no puede ser buena si la hace un español, o al contrario; y si es verdad y bueno hoy, no puede dejar de serlo mañana. La verdad y el bien son patrimonio del hombre, y el mal y la mentira no pueden ser amados ni defendidos por hombres que estén equilibrados. Si contradigo a Coste en algunas cosas, es porque, a mi parecer, no tiene razón. Si pongo las razones de por qué algunos españoles dicen que San Vicente nació en España, también pongo las que militan en favor de Francia, y aún digo que éstas son más convincentes que aquéllas; y si digo que sus padres nacieron en Tamarite de Litera, es porque las razo­nes que alego, más otra nueva, tal vez más importante: los seis docu­mentos expedidos por los canónigos de Ecouis en que escriben el apellido de «Paoul», de suerte que pueda sonar «de Paúl» y no «de Pol», me parecen convincentes. Lo de Zaragoza está fuera de duda, tanto por las razones alegadas en el texto, como porque es el propio San Vicente el que lo afirma en una Conferencia a las Hijas de la Caridad acerca de la murmuración, en la que dice que «él estuvo en un reino en que no se sabe qué es murmurar del Rey, porque todos creen que su poder es de origen divino, y por eso, todos los de ese reino viven en paz, y que a un religioso que habló mal del Rey en el palacio, uno de la Corte le corrigió diciéndóle: «¿No sabe usted que no se puede hablar mal del rey?» Evidentemente,’ ese reino no puede ser Francia, donde en aquel momento se encuentra y del que poco antes había dicho, aludiendo a la Fronda, que estaba todo él- perturbado a causa de la murmuración contra sus reyes; no puede ser ninguno de Italia, porque no los había; todos los Estados eran repúblicas o dependencias de España o Francia; ni pudo ser Túnez, que no era reino, sino ,dependencia de Turquía. No queda otro país que España, a la que da múltiples muestras de conocer. No creo que disentir y razonarlo sea efecto de fobias ni de arcaicos modelos antagónicos. Coste disiente de todos los biógrafos anteriores, pero no alega ninguna razón. Al P. Gancedo le confesó que si disentía era porque España le resultaba antipática. El P. Carballo podrá poner en duda este testimonio del P. Gancedo; pero es cierto que lo dijo mu­chas veces y hasta lo escribió en un folleto. Incluso afirma que, cuando le estrechaba con sus razones, le llegó a decir que «en este caso era muy apasionado». O es qué únicamente entre los españoles puede haber «modelos antagónicos»? ¿No los puede haber en Francia? ¿Cuántos no hemos conocido y aun ahora se conocen en otras partes, y aun en Es­paña, que se figuran que todo lo de fuera tiene que ser forzosamente mejor que lo de España? Yo creo que en todas partes se cuecen habas…

Dice Carballo que es irrelevante que San Vicente estudiara en Tolosa o en Zaragoza, porque ambas Universidades pertenecen al área pirenaica, cuyas fronteras eran bastante fluidas. La observación es más especiosa, aunque aguda, que real. El que lea lo que Coste nos refiere de Tolosa y lo que nos refiere Frailla en su «Lucidario», y Bozao en su Historia de la Universidad cesaraugustana, verá en seguida que la de Zaragoza se arrima en el método, seriedad y profundidad a la de Alcalá y demás Universidades españolas, más que a la de Tolosa. Si San Vicente no hubiera estudiado en Zaragoza, no tuviéramos algunas cartas suyas, ni sus elogios ditirámbicos a nuestras Universidades, ni sus métodos en los seminarios dirigidos por los suyos. También este dato que aporta al Santo la sabiduría española, puede ser una de las muchas pinceladas que incorporar a su retrato.

Porque ése es otro cantar. El P. Carballo está obsesionado con sus. criterios antropológicos, que es palabra muy sonora, y en cada página de mi obra no ve más que al «piadosísimo», que él se ha inventado, en que el santo, descrito con modelos prefabricados, ha ahogado al hombre, sin advertir que en muchas páginas subyace el hombre que fue Vicente de Paúl como soporte del que fue San Vicente de Paúl, y que a des­arrollar esta idea he consagrado nada menos que los capítulos II, IV, V, VI y casi todo el VII del Libro 7.° (entiéndese en la 2.a edición): más de cuatro capítulos, con 20 páginas dedicadas a aclarar cómo en él lo divino se injerta en lo humano y cómo lo humano colabora’ con lo divino y cómo el hombre, purificado y trascendido por el santo, se convierte en instrumento de las obras de Dios. Si el lector quiere juzgar sin despis­tes, relea estos capítulos y esté alerta en no pocos otros, y vea si el santo ahoga y absorbe al hombre y las cualidades humanas del santo permanecen a lo largo de toda su vida, aunque trascendidas por el santo.

Al P. Carballo le sabe mal que yo presente a San Vicente como un adalid y caudillo antijansenista. El se empeña en mantener que no hubo tal enemiga ni batalla contra el jansenismo, ni siquiera contra el protestantismo ni fue antijansenista ni contrarreformista. Cierto que fue un ecumenista de buena ley, amigo de las personas, pero enemigo de los errores, cuidadoso de no dejar en la amistad ni jirón de la verdad, que es el ecumenismo de San Pablo: facientes caritatem in veritate, como también lo formuló muchas veces Juan XXIII. Afirma que fue más lo que les unió que lo que los separó, lo cual es verdad si la afir­mación se limita al área de la caridad; pero en el área de la verdad había entre ambos un abismo, como el que existe entre el error y la verdad. En su primera etapa fue muy amigo de Saint-Cyrark quien cau­telosamente 3/ poco a poco le fue revelando sus planes, tratando de captarle a él y a sus dos Congregaciones, lo que le obligó a cortar con el hereje y cerrar todos los portillos para evitar la contaminación.

17) Nos dice el P. Carballo que el conocimiento que el Santo tenía del jansenismo era muy escaso, que la crítica que hace del libro «De la frecuente comunión» es parcial y pesimista, que el intento de hacer de San Vicente el jefe-clave del antijansenismo es «una herencia desafor­tunada de Abelly».

Mas, en primer lugar, San Vicente era gran conocedor de los prin­cipales corifeos de la secta en Francia, incluso de Arnauld, que había hecho sus ejercicios espirituales en San Lázaro durante días, y los errores de Saint-Cyran los oyó de él mismo, que es la fuente más directa. Es cierto que hizo un estudio no mediocre, digan lo que quieran, del «Augustinus», que apareció editado en Lovaina en 1640, en París en 1641 y 1643, en Ruan en 1653, etc. Tuvo, pues, tiempo de sobra para leerlo, y que lo estudió nos lo dice él mismo en los repetidos esquemas que hizo sobre él, en los estudios que hizo sobre el tema y en los documentos que el lector puede ver en la sección IV de la «selección de Escritos», que ocupan las páginas 888-919, que pueden leer directamente en la colección de Coste en los tomos y páginas que allí se citan. Adviértase que el «Estudio sobre la gracia» sólo es un esquema, que tenía cinco partes y de ellas nos falta una. Estas ideas están ampliadas en las pá­ginas 899-901 de mi obra en la primera de las dos extensas cartas al P. D’Horgny.

Contra la sabiduría de estas dos cartas arremete el P. Carballo di­ciendo que en ellas se hace una interpretación pesimista y parcial del libro de Arnauld. Desde luego, el Santo conoció al segundo jefe del jan­senismo francés, que pasó diez días en San Lázaro en ejercicio, sin con­tar otros contactos, si bien no fueron tantos ni tan íntimos como los que tuvo con Saint-Cyran. La refutación que San Vicente pretendía dar de ese libro, además de su aspecto erróneo, tuvo empeño en demostrar sus nefastas consecuencias, que no eran sospechas de su fantasía, sino realidades que confirmaban las estadísticas de los que habían abando­nado, no sólo la comunión frecuente, sino también la comunión par- cual, hasta el punto de que el Santo sugiere que el libro, en vez de llamarse «De la Comunión frecuente», debía llamarse «De la Comunión infrecuente». La frase que el P. Carballo llama «boutade», la han es­tampado no pocos de los más prestigiosos autores franceses, de cuyas fuentes está tomada, por si acaso por ser franceses, puede tener alguna fuerza.

El que San Vicente sea uno de los adalides del antijansenismo no es una herencia solamente de Abelly, sino de sus cartas, de sus hechos y de las citas de sus contemporáneos. Ni puede calificarse de triste una acción que tuvo por fin librar a la Iglesia de unas doctrinas que el magisterio declaró inaceptables y que tan malas consecuencias trajo a la piedad cristiana hasta mediados del siglo pasado. El P. Carballo pa­rece indicar que San Vicente se vio precisado a declararse antijansenista porque así se lo exigían Mazarino y Luis XIV, que querían sacar tajada de Roma y porque era Consejero de Asuntos eclesiásticos. Cierto que a D’Horgny le apunta estas dos razones, no la de Luis XIV, que era menor de edad, sino de la Corte de Ana de Austria; pero allí se citan otras razones todavía más decisivas, como el conocimiento que tenía del plan de sus autores, que era destruir la Iglesia, etc. Las cartas a los Obispos, a los particulares, a los misioneros, su acción preservadora de las comunidades religiosas, su afán por que todos se sometieran a las decisiones pontificias y otras iniciativas no indican en él un personaje manipulado, ni un segundón, sino un jefe que va delante con pie firme y seguro en esta batalla que la Iglesia tuvo que mantener contra dicha herejía durante dos siglos largos.

Ya sé que hoy se trata de revisar, no sé si la doctrina, pero sí, al menos, a los personajes del jansenismo francés y que el P. Dodin está metido en esta faena. Cosa parecida tratan de hacer algunos con Lutero, Calvino y demás fundadores del protestantismo. Por este camino, va a tener que pedir perdón San Vicente de Paúl a Saint-Cyran, el Concilio de Trento a Lutero y San Pedro y San Pablo a Nerón. A poco que nos descuidemos, los primeros van a ser los malos. Según el P. Dodin y el P. Carballo, fue Abelly el que nos dio un San Vicente antijansenista; pero las cartas del Santo y sus escritos son suficientes para justificar el retrato de Abelly. Fueron los jansenistas los primeros que, para con­trarrestar la acción del Santo, le llamaron ignorante. El P. Carballo, si no dice esto expresamente, lo da a entender cuando dice que son «es­casos» los conocimientos que tenía de Jansenio y lo mal que refuta a Arnauld. Lo cierto es que aglutinó en torno suyo a lo más sabio y lo m’s santo de Francia para la defensa de la Iglesia en su lucha antijansenís­tica. Si esto le parece a él «desafortunado», a mí no. Por mucho que digan Jansen, Orcibal y Ceysens yo he leído al segundo—, no pueden quitar que muchas doctrinas jansenistas hayan sido condenadas por los Papas, y estoy persuadido de que San Vicente, con la mayoría de los Obispos de Francia y el Papa, estaba en lo cierto y no los jansenistas, algunos de los cuales pudieron ser muy sabios y aun tener muy buenas intenciones, pero esto no les da derecho a hacer santa su causa.

18) Dice el P. Carballo que presento un San Vicente «piadoso». Desde luego, no invento pecados, que no encuentro en los documen­tos; pero no callo los que encuentro, y todo el primer libro trata de mantener que San Vicente fue un cristiano muy corriente y hasta un «cura chapucero», que buscaba el medro y estaba apegado a los cargos y al dinero.

19) También dice que me extraño de que Coste le haga recibir la tonsura a los quince años, ya que en la misma España «trentina», como él dice, o «tridentina», como decimos todos, la permitían a los doce años. No era de la tonsura a los quince años de lo que yo me extra­ñaba, sino de que, habiendo ido a Dax a los casi quince años cumplidos e ídose a estudiar la Teología inmediatamente después de la tonsura, no entiendo cuándo pudo aprender a leer, escribir y otras ciencias pre­vias a la Teología, aunque no fueran muchas, y cuándo pudo estar de preceptor de los hijos del señor de Commet, ni cómo pudo recibir el título de maestro en 1598, habiendo ido a Dax en 1586 según Coste. Por esas y otras razones, que ya expuse en ANALES, es menester acep­tar otra cronología más holgada que la de Coste, donde quepan estos y otros hechos.

20) El lector, si ha leído bien a Carballo, habrá advertido que ha construido unos castillos en el aire con unos fantasmas dentro, tales como derechista, triunfalista, reacción, antagonismo anacrónico, modelos ideológicos y otros, para asustar a los posibles lectores de mi obra y borrar de los que la han leído el San Vicente que les ha quedado de la lectura de la misma, que a tantos ha entusiasmado y afirmado en su vocación, y meter en ellos un San Vicente menos combativo, más chato y bonachón, más irénico, más pesimista y más manipulado por unas ideologías míticas no menos prefabricadas que las que quiere desterrar. Esta manipulación se advierte sobre todo en lo referente al jansenismo, al que, por mucha voluntad que se le eche, nunca será fácil sacarle del campo de la herejía, ni a San Vicente librarle de la gloriosa capitán a en esta batalla en que, por todos los medios, incluso los de la caridad, y éstos con preferencia a los otros, trató de librar a la Iglesia de su funesto contagio. Y en este frente no sólo asistió a su nacimiento, como afirma Carballo, sino a su desarrollo y múltiple condenación, que él pro­movió durante más de veinte años.

21) Todavía en el párrafo C de su crítica, en que trata de exponer las líneas de una biografía española a su gusto, se nota el mal sabor de boca que le deja el elogio de San Vicente a la Teología Española, y lo atribuye a un mito que el Santo se había forjado. «Vicente —dice— muestra una Teología robusta y la vive, pero, tan cierto como esto, es que él vive de ciertos mitos culturales.» Y vean ustedes algunos de ellos. El primero es el de la Teología española, que el Santo «sigue ponde­rando». Pero, ¡ay!, era hacia 1625 ya puro aparato dialéctico. Vicente la evoca y también sus métodos con demasiada nostalgia. Antes nos había dicho que esta ruina se produjo entre fines del siglo XVI y prin­cipios del XVII. La Historia prueba que entre 1575 y 1625 siguieron brillando en nuestras Universidades teólogos de primera nota, como no sean cualquier cosa Lugo, Báñez, los ya arriba citados y los que cita Ballesteros como lumbreras de este tiempo, todos ellos postridentinos. Otros mitos de que vive, al parecer, San Vicente son su respeto al Go­bierno, etc.

22) Carballo descubre que San Vicente no es antijansenista, que tiene con los jansenistas más cosas que les unen que las que los separan, como el «pesimismo antropológico»; «que no es frondista, ni del club de los de­votos, ni procontrarreformista: es, melancólicamente, un desengañado». ¡Vivir para ver! No acepta la ideología de la contrarreforma —nos dice—; era tolerante con el hombre, es ecuménico en una Europa intolerante, teme que la Iglesia se desplace de Europa a otros continentes. Las Hijas de la Caridad se las inspira la Reforma «pretentrina», como él escribe lo que los demás diríamos «tridentina», por ser vocablo más castizo y me­nos cacofónico. No sé a qué Reforma se refiere, como no sea a la de Cisneros, porque las de Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Ignacio, San Carlos Borromeo, San Felipe Neri, Berulle, etc., o son contridentinas o postridentinas y prepararon o beben en las fuentes del Concilio de Trento, sin excluir al Santo Padre, que aceptó su Teología sin reservas y la defendió en sus conversaciones de Saint-Cyran, puso en práctica sus decretos, llamó herejes a Lutero y a Calvino, y si transigió y fue tolerante con los hombres, no le fue con el error, ni se quedó neutral en aquela Europa escandinava, ni vio sin inquietud los avances del protestantismo que le arrancó aquellos arrebatos de elocuencia cuando contaba la invasión de los rusos y suecos en Polonia o de la protestante Inglaterra en Irlanda.

23) A estas y otras normas quiere el P. Carballo que se ajuste la bio­grafía futura española del Santo; pero yo rogaría a ese futuro o futuros biógrafos que cuiden de atenerse al binomio de Redier: «Ni que el santo ahogue al hombre, ni que el hombre ahogue al santo». Yo lo había leído seguramente antes que lo leyera el P. Carballo, y lo tuve muy en cuenta al trazar mi biografía, y creo que lo he demostrado. Tal vez pudiera ba­barlo subrayada más. Soy muy amigo de los Santos y deseo serlo mjs; pero también lo soy del hombre cuando éste lo es, y para el que no sabe serlo tengo mi compasión y mi oración. Pero, ante todo, amo la verdad, y no la he disimulado cuando en la vida del Santo he notado algún de­fecto real, pero no inventado o supuesto. Si inventar o suponer defectos o crímenes y colgárselos a un personaje es darle «garra» a una obra, yo renuncio a esa garra y a esa gloria.

24. Cierro este comentario al trabajo del P. Carballo con el consejo que da a los futuros biógrafos: «Los biógrafos españoles tienen que aban­donar viejos mitos antagónicos si quieren ver las cosas en su realidad». ¿Y los nuevos,mitos —pregunto yo— las harán ver en su realidad? Por­que los hay.

En cuanto a los antagonistas, si los ha habido de la parte de acá de los Pirineos, ¿no los ha habido de la parte de allá? A mí me hubiera gustado que no los hubiera habido por ninguna parte. Durante cinco años —del 31 al 36—, en unión con los Estudiantes Católicos, pertenecí a los amigos de la «Union pour la France», cuyos componentes hacían anual­mente un crucero tocando en Tenerife, a los que recibíamos, agasajába­mos y acompañábamos a las excursiones por toda la isla. Había discursos de hermosa y cristiana fraternidad, en que ellos cantaban a España y nos­otros a Francia. En su revista «Cahiers de la Generation Nouvelle» apare­cían crónicas relatando estos encuentros y algunos elogios a mi persona. Un año me rogaron que pusiera mi firma en unión con la del director del grupo de turistas, el sacerdote Guinchard, en un telegrama de adhe­sión al Congreso que la obra celebraba entonces en Clermont-Ferrand. Se intercambiaban tarjetas con firmas de unos y otros y nos convidaban a comer al barco en que hacían el crucero, en el que nos hacían los honores desde el último marino hasta el capitán. En el de 1932 el barco se llamaba «Mexique». En los Cahiers apareció, entre otras, una fatografía de la misa que se celebró en las cañadas del Teide, con asistencia de los estudiantes de ambas naciones, unidos por la fe y el mismo amor a las patrias propias y el respeto y la estima por las ajenas. Al pie de la foto se leía: «La misa celebrada a 3.000 metros de altura, al pie del Teide, por el abate Guin­chard, por España y por Francia, sin olvidar a aquellos a quienes tanto debe el trasatlántico, que en cada crucero también reciben a la «Union pour la France». (Lo subrayado es de la revista.) Otro tanto hacían los estudiantes católicos de Compostela, Sevilla, Palma de Mallorca y, en ge­neral, la Confederación Nacional. El idilio se interrumpió cuando en Francia triunfó el Frente Popular y metió baza para que en España triun­fara el mismo frente que hizo necesaria la Cruzada de Liberación Nacional en defensa de los valores de la Religión y de la Patria. ¿Hay en todo esto asomo de antagonismo? ¿No hubiera sido mejor que esa hubiera sido la línea de la historia de las dos naciones? Eso quisieron Carlos V, Feli­pe II, los católicos franceses del siglo XVI y el mismo San Vicente; pero no lo quisieron ni Francisco I, ni Enrique IV, ni Richelieu, ni Mazarino, quienes prefirieron aliarse con turcos y protestantes contra las fuerzas católicas de Europa. Esto y otras cosas adversas a la Religión o a la Pa­tria es lo que no me gusta. Mi odio a Francia o a Inglaterra es un mito o una leyenda. Necesitaba decir claro estas cosas, así como todo lo ante­rior, para que los que hayan leído o leyeren en adelante mi biografía de San Vicente o algunos de mis otros escritos, no se despisten por esas fal­sas interpretaciones.

Espero que el amigo Carballo no me lo tome a mal ni a despecho. El, con una caballerosidad que le honra, me dio permiso para hacer allí mi autodefensa y lo repite en su trabajo editado en el San Vicente de Paúl, pervivencia de un Fundador, en donde me invita a defenderme con toda libertad. Tal vez esto no haya sido duro; pero ello le probará que yo no soy un afectivo, sentimental, proclive al pietismo o, si se quiere, al piado- sismo empalagoso, del que creo que está libre mi San Vicente de Paúl. Por lo demás, el tono está de acuerdo con aquel principio que los latinos fundaron así: Interrogatio et responsio in eodem casu. Me hubiera gus­tado otro tono, pero quería dejar las cosas en claro. Y si en algo he sido injusto o poco caritativo, pide perdón al P. Carballo y a los lectores el que de verdad se declara servidor de todos.

One Comment on “Respuesta del P. José Herrera al P. Carballo”

  1. La biografía de San Vicente de Paúl del Padre Jose Herrera es de una belleza, erudición y claridad inigualables. Como toda obra humana, no es perfecta. No la supera la posterior del Padre Roman en el texto, aunque sí en la bibliografía. De todas formas la Biografía escrita por el Padre Herrera quedará siempre como un clásico en la serie de las Vidas de San Vicente escritas en castellano. Es, como se ha dicho, de una amenidad inimitable.
    Y cuánta actualidad eclesial tiene esta brillante respuesta del inolvidable Padre Jose Herrera.

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