Reseña biográfica de Santa Catalina Labouré

Francisco Javier Fernández ChentoCatalina LabouréLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Genevieve Roux, H.C. y Elisabeth Charpy, H.C. .
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vincent de paul Jean-Leon-GeromeEn la casa paterna:

Fain-les-Moutiers es una pequeña aldea no lejos de Dijon, con más vacas que habitantes.

Apenas se entra en la aldea, atrae la mirada una alta torre: es el palomar de la alquería Labouré, con sus 600 palomas. Entrando por el porche se ve el establo, los pajares y, a la izquierda, la vivienda.

El 2 de mayo de 1806, el Sr. Labouré abre la puerta de la estancia común y llama a sus siete hijos:

«¡Oid la noticia! ¡Tenéis una hermanita!»

«¡Magnífico! ¿Cómo se va a llamar?» pregunta María Luisa.

«¡Catalina!» «¿Y cuando se bautiza?», quiere saber Huberto, el mayor.

«Mañana que es sábado»

Padre trabaja en el campo, madre atiende al corral y a las vacas, tareas que enseña a las hijas. Va también regularmente al lavadero. Pese a tantas ocupaciones, halla tiempo para instruir a los hijos y les da una educación cristiana.

Toda la familia se alegró al nacer los dos últimos niños, Tonina y Augusto. Pero la vida fue más difícil, cuando Augusto se accidentó: cayó de un carro y quedó lisiado.

La preocupación por el futuro de este niño y un trabajo muy duro dañan la salud de la señora Labouré, que fallece el 9 de octubre de 1815.

Catalina, de nueve años, está muy conmovida. Entre lágrimas, recuerda una oración que su madre le hacía recitar fielmente cada noche. En un impulso de confianza, toma la imagen de la Santísima Virgen, que está puesta en la repisa de la chimenea, y le dice: «Ahora serás Tú mi madre».

Tres años después, María Luisa, a los 23 años, desea responder a la llamada de Jesús y hacerse religiosa. Anuncia a su padre que va a ser Hermana de San Vicente de Paúl.

«¿Y quién cuida a Augusto y atiende al corral?», pregunta inquieto el señor Labouré.

Levantándose muy de madrugada, las dos muchachas van del palomar al establo, del huerto a la cocina. A su hora, están listas las comidas y Augusto recibe la debida atención. El señor Labouré está contento.

Afectuosamente la familia llama a Catalina Zoé a quien gusta, como a todos los niños, jugar o ir de paseo en su tiempo libre…

Antes de marchar María Luisa, Catalina tuvo la alegría de hacer la primera comunión en la vecina aldea, Moutiers-Saint-Jean, pues en Fain-les-Moutiers no había sacerdote desde la Revolución.

Catalina reza siempre a Jesús por la mañana, antes de ponerse a trabajar, y durante el día. Tan pronto como puede, va a la Iglesia, cercana a la alquería.

Quiero ser Hija de la Caridad:

Una noche, Catalina tiene un sueño cuyo recuerdo la persigue. «Estaba rezando en la iglesia de Fain. Decía la misa un sacerdote anciano, el cual me miró. Yo quería huir. Entonces me dijo: – Me encontrarás de nuevo un día. Dios tiene un proyecto para ti…»

«¡Quiero ser Hija de la Caridad!», dice un día Catalina. «¡Ah, no! ¡ Di ya una hija a Dios, es bastante! No te irás», responde el señor Labouré. Catalina se siente violenta.. «¿Qué debe hacer? ¿Obedecer a su padre o a Jesús?» Continúa trabajando en la alquería, pero su corazón guarda el proyecto.

Algunos meses después vuelve a la carga: «Quisiera ser Hija de la Caridad». «¡Eso nunca!», responde el padre fuera de sí. «Para quitarte esa idea, te mando a París, con tu hermano Carlos. Le ayudarás en el restaurante».

Pesarosa, Catalina deja Fain-les-Moutiers; la alquería queda a cargo de Tonina. Carlos es dichoso teniendo consigo a su hermana; pero muy pronto descubre su sufrimiento. Lo comunica a su padre, el cual no quiere saber nada.

Los hermanos de Catalina se ponen de acuerdo, y Huberto tiene la idea de ponerla en el pensionado que ha abierto su mujer, no lejos de Fain-lesMoutiers. Allí, en Chátillon-sur-Seine, aprende a leer y escribir, lo que no pudo en la alquería, debido a la enfermedad y muerte de su madre.

Catalina se alegra de saber que hay Hijas de la Caridad en Chátillon y, tan pronto como puede, va a verlas. A la entrada de la casa, atrae su mirada un cuadro: «¿Quien es ese sacerdote?» pregunta. «¡San Vicente de Paúl, nuestro fundador!» «¡Es el que vi en un sueño!»

Viendo a Catalina tan dichosa, cuando está con las Hermanas de Chátillon, Huberto resuelve hablar de nuevo con su padre. Este se deja convencer, y termina por aceptar la vocación de su hija y su adiós final a Fain-les-Moutiers.

En el Seminario de las Hijas de la Caridad:

El miércoles 21 de abril de 1830, Catalina Labouré es admitida en el seminario de las Hijas de la Caridad, calle del Bac, 140, en París.

El domingo siguiente, 25 de abril, la capital está de fiesta. El cuerpo de san Vicente, escondido durante la Revolución Francesa, es llevado triunfalmente de la catedral de Nuestra Señora de París a la capilla de los Sacerdotes de la Misión, Padres Paúles. Lo acompaña una gran multitud. Con las Hermanas, Catalina asiste a esta procesión: es la fiesta, de la caridad.

Por la noche, durante el gran silencio, ve otra vez en sueños a san Vicente. Este le inspira el presentimiento de los dolorosos sucesos que acaecerán en Francia, y la invita aque encienda la caridad en los corazones.

En el seminario la jornada transcurre entre el trabajo, la oración y el estudio. Durante diez o doce meses, las Hermanas se preparan para ser Hijas de la Caridad… Nada distingue de las demás a Catalina.

Sin embargo … el 18 de julio… un poco antes de medianoche, Catalina oye una voz: «¡Hermana! ¡Levántese de prisa! ¡Venga a la capilla ¡La espera la Santísima Virgen» . «¡Pero me van a oír!» «¡No tenga miedo, todas duermen!» Catalina se levanta y descubre junto a su lecho un niño resplandeciente de luz. Le sigue hasta. la capilla, que está iluminada… Allí espera, algo inquieta.

Catalina refiere: «De repente oigo ruido… Alguien viene a sentarse en el sillón… pero yo dudaba. «Es la Santísima Virgen», dijo el niño. Entonces me acerqué a ella de un salto, arrodillada en las gradas del altar. Apoyé las manos en sus rodillas. Pasó un largo rato… el más dulce de mi vida».

En este primer encuentro, María habla prolongadamente con Catalina. Le anuncia que le confiará una misión; le advierte que no debe dejarse detener por las dificultades, sino que ha de venir a orar a Jesús en la Eucaristía.

«Cuando volví a la cama, eran las dos de la mañana; oí cómo sonaba el reloj; pero no me pude dormir».

27 de noviembre de 1830, segunda visita, de María a Catalina:

«Era la hora de la oración de la tarde; yo estaba en la capilla con todas las Hermanas; vi a la Santísima Virgen, de pie, ofreciendo a Dios el globo terráqueo, que sostenía en las manos. De sus dedos salían rayos de luz, símbolo de las gracias que da a todos los que se las piden».

«Luego, vi formarse un óvalo en torno a la Santísima Virgen, con esta oración: «Oh María, sin pecado concebida: ruega por nosotros que recurrimos a ti». El óvalo se dio la vuelta, y vi la letra M, con una cruz encima, y debajo dos corazones: el de Jesús, coronado de espinas; el de María, atravesado por una espada; y me dijo una voz: «haz que acuñen una medalla según este modelo; quienes la lleven con confianza, recibirán muchas gracias».

En el Asilo de Reuilly:

El 5 de febrero de 1831, Sor Catalina deja es seminario. Va destina a un asilo de ancianos, en la calle de Reuilly, París. Esta situado en una gran propiedad, y alberga a una cincuentena de personas de edad con escasos medios, a las que sirven siete Hermanas.

Por ser la más joven, se encomiendan a Catalina los trabajos más duros: la cocina, atender al corral y a la granja. El buen sentido y la competencia de la campesina de Fain-les-Moutiers hacen maravillas. Pese a los escasos recursos de la casa, se las ingenia y adereza platos apetitosos, para el bien de todos.

Pese a sus múltiples ocupaciones, Catalina no cesa de pensar en la misión que le ha sido confiada. ¿Cómo realizarla sin llamar la atención? Comprende que ha de seguir ignorada y encontrar un medio por el que difundir su mensaje.

Por consejo de la Santísima Virgen, ha hablado con el Padre Aladel, que la conoce bien. Éste, al principio, no la cree, pero poco a poco se deja vencer por la sencilla tenacidad de Catalina.

En 1832, con licencia del arzobispo de París, se acuñan las primeras medallas. El Padre Aladel mismo acaba de dar una a cada Hermana del asilo. Le admiran la discreción y fortaleza de Sor Catalina, quien recibe la suya sin transparentar nada.

Una terrible epidemia de cólera se ceba en París. En todos los distritos se cuentan los muertos por millares; una Hermana de la comunidad de Catalina está entre las primeras víctimas. Para hacer frente a esta plaga, que nadie puede detener, los cristianos oran.

Las Hijas de la Caridad distribuyen la medalla, y hacen que los enfermos reciten la oración que dejó a Catalina la Virgen María: «Oh María, sin pecado concebida: ruega por nosotros que recurrimos a ti». «¡Qué sorpresa!» Se ven curaciones inesperadas y extraordinarias conversiones.

Esta. medallita, que los enfermos consienten en llevar, muy pronto es llamada por el pueblo medalla milagrosa…¡nombre que le quedará! Tres años después… en 1835… se acuñan millón y medio de medallas, que son distribuidas por toda Europa.

Sor Catalina es ahora responsable del gran dormitorio en que están los ancianos. Los ama a todos. Si tiene alguna preferencia, es hacia los más desgraciados y los más desagradables. Cuando se la reprocha que no castiga a los que vuelven ebrios, responde: «Es que, aun así, veo a Jesús en ellos».

Defiende con valor el huerto de hortalizas contra los muchachos del barrio, siempre prontos a la rebatiña, como los pájaros. Los mejores productos son para los ancianos de la casa.

Al mismo tiempo que el servicio a los ancianos, Catalina asume el cuidado de la pequeña granja del asilo. Añade, a las gallinas y a los conejos, vacas que den buena leche, y palomas que le recuerdan la granja familiar.

Aun con toda su actividad, Catalina, ora mucho. Ella misma refiere cómo:

«Cuando voy a la capilla, me pongo delante del Buen Dios y le digo: «Señor, heme aquí, dadme lo que queráis». Si me da algo, quedo muy contenta, y se lo agradezco; si no me da nada, se lo agradezco también, porque no merezco más. Luego le digo todo lo que me viene a la mente. Le cuento mis penas y mis gozos, y escucho. Si vosotros le escucháis, os hablará, pues con el Buen Dios hay que decir, y después oír. Habla siempre, si se acude a Él con sencillez».

La Asociación de Jóvenes:

Los obreros vivían por entonces en condiciones deplorables. En Francia, y particularmente en las grandes ciudades, se deja sentir con dureza la crisis económica. En el barrio de Reuilly, los niños trabajan en las fábricas de papel desde los seis años. Estos niños explotados son también víctimas del alcoholismo y de la violencia.

Solícita, por el futuro de estos adolescentes, la comunidad de Sor Catalina abre una escuela para menores e inicia clases nocturnas para los que trabajan.

Esta iniciativa cumple con el ruego de la Virgen María a Catalina en favor de la juventud: «que las Hermanas se ocupen de su formación humana y cristiana, y a este objeto creen una asociación». La asociación fue establecida en Reuilly el año 1851, y estaba en ella una sobrina de Catalina.

Mientras Sor Catalina trabaja y ora en el asilo, la medalla se esparce por toda Francia y Europa. «¿De dónde viene esta, medalla?» pregunta todo el mundo.

También en Reuilly hablan las Hermanas:

«Dicen que es Sor Catalina la que vio a la Santísima Virgen».

«¡Imposible! ¡Es como todo el mundo!»

Sor Catalina guarda el secreto, y aun regaña a las Hermanas que hablan demasiado. Pero a la que lo duda, no vacila en asegurar: «Mi querida Hermana, la que vio a la Santísima Virgen, la vio ‘de carne y hueso’, como usted y yo».

La Inmaculada Concepción:

«Oh María, sin pecado concebida: ruega por nosotros que recurrimos a ti». Esta oración, inscrita en la medalla, repetida por millones de cristianos, prepara un acontecimiento importante en la Iglesia…

El 8 de diciembre de 1854, el papa Pío IX proclama el dogma de la Inmaculada Concepción. Cuatro años después, en Lourdes, Bernadette recibe la visita, de una ‘hermosa señora’: dice llamarse ‘Inmaculada Concepción’. En Lourdes se conoce a Bernadette desde el comienzo de las apariciones; en Reuilly Catalina guarda silencio… un silencio que durará 46 años.

La defensa de los pobres:

En julio de 1870, Napoleón III declara la guerra a Prusia. El aplastamiento de Francia es rápido, y el pueblo se subleva contra el emperador. Un gran movimiento popular, llamado La Comuna, sé apodera de París. El barrio de Reuilly está en el centro del conflicto.

Las Hermanas curan a los heridos de ambos campos. Los combatientes invaden el convento.

Catalina es detenida y conducida al puesto de la policía. Piden que declare contra La Valentin, una asilada fanática, que la ha hecho sufrir mucho. ¡Asombro en los jueces! Catalina no dice nada, pues para las Hijas de la Caridad todo ser humano merece respeto, aun el peor de todos.

La Virgen del globo:

Catalina siente menguar sus fuerzas, y que la muerte se acerca. La atormenta, un ruego de la Virgen que no se ha cumplido. ¿Quién dará autorización para esculpir una imagen de María, con el globo terráqueo en las manos? El Padre Aladel, depositario de sus confidencias, ha muerto.

Habla con su superiora, Sor Juana Dufés, y le refiere sus conversaciones con la Virgen María. «Ha sido usted muy favorecida», dice Sor Juana, conmovida. «No he sido más que un instrumento. Si me eligió a mí, una ignorante, es para que no se dudara de ella».

«Sor Juana, hay que hacer una estatua de María, con el globo de la tierra en sus manos. Como una madre lleva al niño en brazos, María presenta a Dios toda la vida del mundo. Nos invita a amar el mundo como lo amó Jesús, y a que construyamos un mundo nuevo». Ante la imagen, que por fin se hace, Catalina queda decepcionada: «¡La Santísima Virgen es mucho más bella!»

Muerte y glorificación:

Diciembre de 1876.. Catalina, cada vez más postrada, ya no sale. Asegura con calma: «No veré el final del año»… El 30 de diciembre se agrava su estado. «Sor Catalina, ¿no teme morir?», pregunta Sor Juana. «¿A qué temer? Voy ver a Nuestro Señor, a la Virgen María y a san Vicente».

A la mañana siguiente, Catalina recibe la comunión. Las Hermanas recitan con ella el rosario. Suavemente, la sonrisa en los labios, expira. Entonces dice Sor Juana:

«No hay que ocultar ya nada. Catalina fue la que vio a la Santísima Virgen y recibió el encargo de que hiciese acuñar la medalla milagrosa».

«En la capilla, sor Catalina permanecía inmóvil, los ojos fijos en la imagen de la Santísima Virgen», dice sor Filomena. «Lo pienso cada vez que miro el puesto que ocupaba». «A mí me gustaba recitar con ella el rosario», añade Sor Ana María; «me enseñaba a rezar».

El 3 de enero de 1877, una larga procesión recorre los tres jardines de Reuilly. Ha acudido una numerosa multitud. El entierro es un verdadero triunfo para la que siempre quiso permanecer desconocida.

Catalina es declarada santa por Pío XII el 21 de julio de 1947. Hoy, su cuerpo reposa en la capilla de la Medalla Milagrosa, París, calle del Bac, 140. Esta capilla se ha convertido en lugar de peregrinaciones. Como en Lourdes, las muchedumbres responden a la invitación de la Virgen María:

«Venid al pie del altar: allí se derramarán las gracias sobre cuantos las pidan con fervor».

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