7.- San Vicente y la promoción
Leemos en el Compendio de la DSI:
«A los pobres se les debe mirar no como un problema, sino como los que pueden llegar a ser sujetos y protagonistas de un futuro nuevo y más humano para todo el mundo»1
La perspectiva de Vicente de Paúl también es la de que los pobres puedan hacerse responsables y actores de su propia promoción. En la experiencia de San Vicente, percibimos una doble dimensión: una respuesta inmediata, se da el alimento y los cuidados, se proporciona un techo; y la acción sobre las estructuras, la acción política porque, si hay que luchar contra la pobreza para mitigarla, al mismo tiempo hay que luchar contra las causas para suprimirla. Entremos un poco más en este tema.
La ayuda directa no puede contemplarse como un fin en si misma, ni como una actividad aislada, sino como un medio que ayude a despertar a los interesados, el deseo de avanzar en su promoción personal y en la mejora de la situación desde ellos, a medio o largo plazo.
Y todo ello, desde actitudes profundas en cada uno de nosotros:
- la consideración de que todas las personas sin excepción, somos sujetos de derechos y de deberes.
- la confianza real en la capacidad de toda persona para mejorar y avanzar.
Hermanos y Hermanas, debemos «creer en las personas». Estoy firmemente convencida de que es una cuestión de vida o muerte pues de ello depende el futuro de las personas con las que trabajamos y, al decir esto, me refiero tanto a los pobres que se nos han confiado como a nuestros colaboradores, pues difícilmente asumirán esta actitud si no la ven en nosotros, hijas e hijos de Vicente de Paúl.
Lo primero que necesitamos para creer en las personas es una mirada de fe.
Permítanme que utilice el número 10 de las Constituciones de las Hijas de la Caridad para insistir en este aspecto. Dice así:
«Las Hermanas contemplan a Cristo a quien encuentran en el corazón y en la vida de los pobres, donde su gracia no cesa de actuar para santificarlos y salvarlos. Tienen la preocupación primordial de darles a conocer a Dios, de anunciar el Evangelio y hacer presente el Reino. En una mirada de Fe ven a Cristo en los pobres y a los pobres en Cristo».2
Llegados a este punto, me van a permitir que les invite a hacerse una pregunta que yo me he hecho muchas veces, sobre todo en situaciones de impotencia y ante realidades de los pobres que me han superado:
¿Estoy convencido, estoy convencida de verdad, me creo eso de que en estas personas tan deterioradas, la gracia del Señor no cesa de actuar para santificarlos y salvarlos?… Debemos tener muy presente que el primer y mejor recurso que tiene una persona es ella misma y sus capacidades, aunque estén sólo latentes.
La misma idea del nº 10 de las Constituciones la encontramos en la Revelación, cuando el apóstol Pablo dice a los de Éfeso:
«A Dios, cuya fuerza actúa en nosotros y que puede realizar mucho más de lo que pedimos o imaginamos, a Él la gloria… por todas las generaciones…»3
Desde una visión así de la persona humana, no es posible caer en estereotipos y etiquetar a las personas. Expresiones como: «todos son iguales», «no es posible hacer nada», «no quiere cambiar», no pueden salir del corazón de un hijo o hija de Vicente de Paúl. Si ello me ocurre, me debo parar a pensar; puede ocurrir que, con esta actitud, esté negando mi incapacidad para actuar, al prefigurar el fracaso de mi intervención y definiendo un destino concreto para aquella persona que el Señor me ha confiado.
Otro detalle a tener en cuenta si, de verdad, tenemos fe en las personas. No podemos creer que tenemos un perfecto conocimiento de cuál es el problema de cada persona, y, a veces, tenemos incluso muy clara la solución. Damos por supuesto que comprendemos toda su situación y además que nuestra solución es la valida para él o ella. Esto es falso puesto que, ya de entrada, no nos podemos situar en su experiencia vital. Lo que le interesa a la persona que se acerca a nosotras no es encontrar a alguien que le quiera cambiar sino que, cuándo él, o ella, decidan cambiar, tengan a alguien que les apoye, que les acompañe, que les ayude. El ayudar a la persona a tomar conciencia de su propia realidad, así como de los pasos para superarla, es una tarea lenta y debe partir del respeto a la voluntad de cada persona de organizarse su propia vida. Por ello no se trata tanto de «resolver problemas», cuanto de «acompañar procesos».
Volvamos a San Vicente. Somos hijos e hijas de un padre que fue el primero en organizar la Caridad y lo hizo con una finalidad muy concreta: no duplicar esfuerzos y lograr un mejor servicio a aquellas personas que estaban sufriendo. Me estoy refiriendo a lo ocurrido en Chatillón en 1617 y del nacimiento de su primera Fundación. Al aspecto que tal vez no prestamos tanta atención de la acción de San Vicente en Chatillón, es al siguiente: logra que se intervenga en los problemas específicos de un grupo humano y ello lo hace desde y en el propio medio en que se producen los problemas y para ello aglutina las acciones que surgen de la propia comunidad. Es lo que en Trabajo Social se llama «Desarrollo Comunitario»
Da mucha luz estudiar con profundidad lo que vivió San Vicente en Mâcon. Tenemos una carta de San Vicente a Santa Luisa, donde le explica lo ocurrido en Mâcon sobre el año 1620. Coste incluye una nota, citando a Abelly, y señala que «Había mucho que hacer allí, y se detuvo. Los hombres y mujeres de la clase acomodada, respondiendo a su llamada, se asociaron en dos cofradías distintas. A aquellos les confió la asistencia a los pobres; a éstas el cuidado de los enfermos. El obispo, los canónigos, el lugarteniente general le ayudaron cuanto pudieron. Se hizo y se aplicó un reglamento».4 Una vez más, compromete a todas las fuerzas vivas de la ciudad.
Tenemos la suerte de contar con varios textos que hacen referencia a dicho Reglamento y con el propio Reglamento; les aconsejo lo lean con detalle.5 Me voy a limitar señalar dos artículos en los que vemos a un Señor Vicente algo distinto de la imagen que a veces nos hemos formado de él, dice el Santo:
4º A todos los que se viese pidiendo limosna durante la semana por las calles o en la iglesia, o de quienes las damas tuvieran alguna queja razonable, se les dejaría sin nada el domingo siguiente.
7º Como la asamblea no quería fomentar la pereza de los pobres sanos ni de su familia, no se les daría más que lo que fuera necesario para suplir el salario módico de sus trabajos.6
San Vicente completa siempre la «acción asistencial» con la «acción promocional» y busca todos los medios posibles para que el pobre tome conciencia de su situación, de sus derechos, de sus posibilidades y pueda llegar a ser el protagonista de su propio desarrollo integral. En 1651 escribe al Superior de Sedán:
«…no asistir más que a aquellos que no pueden trabajar ni buscar su sustento, y que estuvieran en peligro de morir de hambre si no se les socorría. En efecto, apenas tenga alguno fuerzas para trabajar, habrá que comprarles algunos utensilios conformes con su profesión, pero sin darles nada más. Según esto las limosnas no son para los que puedan trabajar en las fortificaciones o hacer otras cosas, sino para los pobres enfermos, los huérfanos o los ancianos»7
En 1659 escribe al Hermano Juan Parre, que recorrió la Picardía y la Champaña, tomando nota de las necesidades de los pobres y buscando remedio a las mismas:
«Se querría igualmente que todos los pobres que carecen de tierras se ganasen la vida, tanto hombres como mujeres, dándoles a los hombres algún instrumento para trabajar, y a las muchachas y mujeres ruecas y estopa y lana para hilar, y esto solamente a los más pobres».8
Disculpen que haga de nuevo referencia a nuestras Constituciones, conozco muy poco las de los Padres. Cuando tratan de la promoción, aparece la referencia a la encíclica «Populorum Progressio», en este caso el número 14 que dice:
«El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, el desarrollo ha de ser integral, es decir, debe promover a todos los hombres y a todo el hombre«9
En las provisionales de 1975 y en las de 1983, nos hablan de «una inquietud constante por todo el hombre». Con una formulación más elaborada y de acuerdo con el pensamiento actual, las presentes Constituciones nos dicen:
«Con la inquietud constante por la promoción integral de la persona, la Compañía no separa el servicio corporal del servicio espiritual, la obra de humanización de la evangelización«.10
La «Evangeli Nuntiandi» nos dice que la evangelización no se reduce a la promoción humana, pero, toda la tradición vicenciana nos está diciendo que necesariamente la incluye, y al mismo tiempo muestra un no rotundo a la separación rígida entre evangelización y promoción humana que algunos defienden todavía hoy.
Ahora sería posible seguir relacionando la praxis de San Vicente con otros aspectos interesantísimos de la DSI: «San Vicente y los refugiados» recuerden todo lo que sufrió y organizó a favor de las multitudes que llegaban a Paris huyendo de la guerra, «San Vicente y la teología del trabajo», «San Vicente y el análisis de la realidad»; «San Vicente y el trabajo en red», «San Vicente y la inculturación» pero… tenemos que deja¿ aquí, les invito a que sigan con esta tarea, es verdaderamente apasionante.
Cuanta razón tenía Madre Guillemin cuando decía a las Hermanas Sirvientes en 1963:
«No conocemos bastante a San Vicente ni a Santa Luisa de Marillac. Quizá imaginamos lo contrario porque hemos leído sus vidas, las leemos todos los años, pero lo cierto es que no los conocemos en la profundidad de sus almas; y podemos decir con toda exactitud que esas profundidades son espléndidas. Cuanto más se entra en contacto con San Vicente y con Santa Luisa, más queda una admirada de ver cómo y hasta qué punto se encuentra todo en ellos. Una de mis admiraciones es comprobar cómo coincide la reflexión actual de la Iglesia con el pensamiento de San Vicente y Santa Luisa… Evidentemente, no han podido hablar sino con el lenguaje, el estilo del s. XVI, pero su reflexión espiritual, su doctrina, va en la misma línea que la de la Iglesia de hoy, de tal manera que nos encontramos mucho más centradas leyendo a nuestros Fundadores que los pensamientos del s. XIX. Está más cerca nuestro siglo XX de San Vicente que lo estaba el siglo. XIX. Para nosotras es un gran estímulo».11
Con las hermanas jóvenes estudiamos también a Santa Luisa; es de justicia reconocer que, como dice el P. Benito Martínez en su libro «Empeñada en un paraíso para los pobres»: «Vicente de Paúl y Luisa de Marillac, fueron, por igual, fundadores de la Compañía. Hubo un solo carisma en dos personas o, lo que es igual, los dos santos recibieron el mismo carisma divino, a favor de la comunidad de pobres».12 Personalmente estoy totalmente de acuerdo.
Seguimos luego con las primeras Hermanas, Sor Rosalía Rendú, Sor Susana Guillemín, y Federico Ozanam, un verdadero profeta de nuestro tiempo. También podríamos citar a tantas y tantos vicentinos que han seguido estas huellas y veríamos como el carisma se transmite y se continúa en el tiempo como una viva y preciosa herencia.