Cada año iniciamos el tiempo litúrgico con el Adviento, “hacia la venida”. La Iglesia nos propone todos los años cuatro semanas de preparación inmediata para celebrar con gozo y esperanza el día de la Navidad, la encarnación del Niño Dios en nuestra propia historia.
La Palabra de Dios nos exhorta a tener presente una serie de actitudes fundamentales en nuestra respuesta a Jesucristo desde la fe en cualquier momento del año pero con mayor intensidad en el transcurso de este tiempo litúrgico. El Adviento nos urge a la conversión, al cambio de mentalidad y de corazón, a la transformación, desde las raíces, de una vida tantas veces marcada por la rutina y el cansancio. A la vigilancia, el evangelio de San Lucas del día de hoy es buen ejemplo de ello. El Señor despierta nuestros corazones para tender hacia la liberación desde la exigencia diaria y la libertad responsable. A la esperanza activa, el Señor va a llegar, y así dar un sentido relativo y “manejable” a las propias tensiones de la vida. A la oración como caudal imprescindible de encuentro con el Señor desde el silencio interior, el impulso del Espíritu para vivir con intensidad estos días de preparación a la celebración de la encarnación del Hijo de Dios en el mundo, desde la acogida de la Palabra, la súplica, la alabanza y la acción de gracias. A la vivencia de la caridad como expresión activa de nuestra solidaridad y sensibilidad hacia los más necesitados.
Diversos personajes en la celebración litúrgica de este tiempo nos dan testimonio y ejemplo de los que significa “la tensa espera” de la llegada del nacimiento del Hijo de Dios. El profeta Isaías nos anticipa la venida del Señor varios siglos antes y nos lo describe como “el Siervo de Yavéh” que desde la humildad del pesebre nos va a redimir y salvar. San Juan Bautista prepara los caminos, la llegada del Señor es inminente y se requiere un esfuerzo de conversión, de trasformación interior y de cambio de mentalidad para aceptar con gozo la presencia del Señor. La Virgen María nos insta a acoger, desde la fe y la esperanza, el regalo más maravilloso: su propio Hijo como ofrenda al mundo para nuestra salvación.
Ojala toda nuestra vida pero especialmente en estos días de “tensa espera” sintamos necesidad de Dios que viene a nosotros para iluminarnos con su presencia y llenarnos de optimismo y amor para seguir instaurando su Reino de amor a todos los hombrezs desde el horizonte, ya cercano, del nacimiento del Hijo de Dios.