Pentecostés (reflexión de la S.S.V.P. en España)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año BLeave a Comment

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ssvp«Para tender a la perfección, hay que revestirse del Espíritu de Jesucristo.» (SvdeP)

En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles, se nos describe en detalle el acontecimiento del día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles para que cumplieran con la misión que se les había encomendado. Nuestro Señor Jesucristo, en el Evangelio, da a sus discípulos el Espíritu Santo, al tiempo que les da el poder para perdonar los pecados. También San Pablo se refiere a la venida del Espíritu Santo como principio de la unidad de la Iglesia en la diversidad de sus ministerios.

Este domingo, celebramos como comunidad discipular la gran Solemnidad de Pentecostés. Con ella cerramos un ciclo litúrgico: La cincuentena pascual. En ella inauguramos el tiempo del Espíritu, el tiempo de la Iglesia. Durante estos cincuenta días, en diferentes tonos y con insistencia pedagógica casi repetitiva, el Evangelio de Juan y el Libro de los Hechos de los Apóstoles, nos han preparado para vivir con intensidad espiritual, personal y comunitaria, este momento culminante de nuestra fe.

Pentecostés, es propiamente una fiesta judía. El autor del relato de los Hechos utiliza un gran colorido para expresar una experiencia profunda y transformadora provocada por el Espíritu Santo al interior de la comunidad discipular, encerrada, miedosa, pero expectante y orante: viento huracanado, lenguas de fuego, que hacen perceptible la presencia dinámica y alentadora del Espíritu. La señal de que los discípulos han recibido el Espíritu, es que salen del “escondite”, vencen el miedo y comienzan a anunciar la buena noticia del Reino de Dios. Jesús, era el gran profeta de todos los tiempos. Y ese Espíritu profético ha sido transmitido a sus discípulos, así como el Espíritu de Elías fue comunicado a Eliseo. Por eso, todos los que los escuchan quedan asombrados, porque sienten que algo extraordinario está sucediendo en estos personajes: el lenguaje del Reino cobra universalidad. Todos entienden de qué se trata. Más no todos dan el paso de la conversión. Pablo, recuerda a los de Corinto cómo es el Espíritu el que inspira el conocimiento del señorío de Jesús. Pero también es el Espíritu el que suscita diversidad de dones para la edificación del cuerpo de Cristo: La Iglesia. Pone énfasis en afirmar que los dones del Espíritu nos son para provecho propio, sino para beneficio de la comunidad creyente. Hay que recordar que los carismas y ministerios diversos no son producto del mérito humano, sino derroche de gracia trinitaria. Todo don auténtico tiene su origen en la Trinidad y es comunicado por el Espíritu, para el crecimiento de todos.

En el Evangelio de Juan es Jesús mismo quien comunica el Espíritu a sus discípulos. El evangelista pone singular atención para describir la situación de los discípulos: puertas cerradas, miedo, duda, parálisis interior, inercia exterior. La presencia del Resucitado cambia el miedo por gozo y alegría, devuelve la paz a los corazones atribulados y califica para trasmitir esa experiencia mediante el perdón y la reconciliación.

El Espíritu nos da paz, comunión, justicia, gozo, perdón, reconciliación y la luz para comprender la verdad. Nosotros por el bautismo hemos recibido el Espíritu que fortalece nuestra vocación y nos impulsa a la acción evangelizadora. Pero el Espíritu también es una fuerza que actúa no sólo en momentos excepcionales de la misión de nuestras Conferencias, sino, sobre todo, en la vida diaria de cada uno de sus miembros.

Si tenemos conciencia de haber recibido la acción del Espíritu Santo, tanto en el Sacramento del Bautismo como en el de la Confirmación, no podemos quedarnos detenidos ante la oposición que nos presenta la sociedad y la indiferencia espiritual de nuestro entorno, es necesario lanzarnos a dar testimonio de cristianos auténticos y practicar las obras de piedad y misericordia con nuestros prójimos, haciéndolas con el mismo espíritu con que Jesús las hizo, porque ya nos lo ha dicho San Vicente, “debemos vaciarnos de nosotros mismos, para revestirnos de Jesucristo”.

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