Ozanam: Un líder cristiano

Francisco Javier Fernández ChentoSin categoríaLeave a Comment

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Author: Lorenzo Servitje · Year of first publication: 2012 · Source: Revista "Signo de los Tiempos", diciembre 2012.

Lorenzo Servitje es empresario retirado y consejero fundador del IMDOSOC


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Los primeros años

Federico Ozanam nace en Milán en 1813, cinco años antes que Marx y un año antes del fin del Emperador Napoleón. Su padre, Juan Antonio, oficial del Ejército Francés y después médico, había casado con María Nantas, ambos de profunda fe religiosa y caridad ejemplar.

A los dos años la familia se traslada a Lyon, Francia, patria de sus padres y que será la suya. De esta ciudad decía que “si bien París era la capital de Francia, Lyon era su corazón”. Allí estudia en el Colegio Real donde hace sólidos y brillantes estudios clásicos. Y todavía en este colegio, a los 15 años, asaltado por las dudas, ve vacilar su fe, pero con los sabios consejos de su maestro el Abate Noirot, sale fortalecido y decía: “creo de hoy en adelante en una fe reafirmada y, tocado de un favor tan excepcional, que prometo a Dios dedicar mis días al servicio de la verdad que me da la luz”.

El estudiante

A los 16 años Federico termina su bachillerato en letras y entra con un abogado para comenzar a practicar sus estudios de derecho. Dos años después parte para París para entrar a La Sorbona. Esta ciudad le impresiona porque al lado de una lujosa ostentación existía una miseria espantosa, que años más tarde Víctor Hugo describirá en “Los Miserables”: “Esa capital del egoísmo, en ese torbellino de pasiones y errores humanos”, decía.

A los 21 años es licenciado en derecho, y los 22 licenciado en letras y dos años más tarde se gradúa de Doctor en derecho después de lo cual regresa a Lyon.

Durante su estancia en París y en La Sorbona es cuando Federico, un joven brillante y combativo, reúne a un grupo de compañeros estudiantes que comparten sus ideales y proyectos. Con ellos cada quince días organiza discusiones sobre la filosofía de la historia. Su relación con cristianos convencidos y la frecuentación de destacados de intelectuales católicos amantes de la libertad le permiten admirar la alianza luminosa de la fe con la elocuencia, con el valor y con la libertad de espíritu y de expresión.

El apóstol

Su sueño de adolescente de una verdadera renovación del catolicismo le acompañará siempre: “pleno de juventud y de fuerza, se elevaría pronto sobre el mundo, se pondría a la cabeza del siglo renaciente para conducirlo a la civilización, a la felicidad”. Su ardiente fe religiosa, su amor por la verdad, su pasión por la libertad y por la redención de los pobres le impulsarán a iniciar con entusiasmo contagioso numerosas obras y proyectos.

Concibe la magna idea de organizar las conferencias científico-religiosas de Nuestra Señora de París y consigue, después de tenaces gestiones, que el Arzobispo Quelan las instituya, conferencias que han sido hasta hoy un modelo de rigor científico y oratoria sagrada.

En esa época la situación de los obreros en las grandes ciudades era de una insoportable dureza, trabajo infantil, largas jornadas de trabajo, ambiente peligroso y malsano y salarios exiguos que no les permitían vivir dignamente.

Tenía Ozanam 20 años y asistía a unas Conferencias de Historia y en una ocasión los jóvenes católicos allí presentes fueron confrontados por sus compañeros sansimonianos —los socialistas de entonces—, que les reprocharon su alejamiento de los pobres. Ante esto Ozanam propuso a sus compañeros: ¿Por qué no formamos unas Conferencias de Caridad? Y así el 23 de abril de 1833, Ozanam y cinco estudiantes amigos suyos fundaron lo que se llamó la Sociedad de San Vicente de Paúl, santo francés conocido como el apóstol de los pobres. Se resolvieron “unir la acción a la palabra y a afirmar por las palabras la vitalidad de la fe”.

La obra de las Conferencias de San Vicente de Paul tuvo un crecimiento admirable. A los ocho años tenía 2,000 miembros y cuatro años después eran ya 10,000 en 133 ciudades de Europa.

Las Conferencias subsisten hoy en muchísimos países. Ozanam describió la obra como “una sociedad católica pero laica, humilde pero numerosa, pobre pero plena de pobres a quienes auxiliar, sobre todo en una época en que las organizaciones caritativas tienen una misión tan grande a cumplir para el despertar de la fe, para el sostenimiento de la Iglesia y para apaciguar los odios que dividen a los hombres”.

Visitaban a los pobres y no sólo les llevaban el pan sino también el alimento del alma: el consuelo y el afecto. Pero la meta era también renovar y extender entre la juventud el espíritu del catolicismo. Por ello la asistencia de los miembros a las reuniones, la unión en las intenciones y en la oración eran indispensables.

El maestro

Federico a los 24 años decide consagrar una buena parte de su vida a la investigación intelectual cristiana y se pone al servicio de la Universidad de Lovaina. No hay duda que fue un maestro extraordinario. A los 26 años es profesor de Derecho Comercial. Dos años después es profesor suplente de literatura extranjera en la Sorbona, puesto al que accede llegando en primer lugar, después de una preparación intensa por largas horas en sólo tres meses y compitiendo con concurrentes mayores y más experimentados. Siete años después, a los 31 años, es ya profesor titular de la misma cátedra en la Universidad de la Sorbona en la que enseñará por ocho años.

Durante todo este tiempo Ozanam conoce la humilde tarea del maestro con sus innumerables acciones rutinarias. Pero él está recompensado por el respeto que le rodea, por su gran auditorio sensible a su erudición, a su conciencia profesional, a su claridad y también a su elocuencia, elocuencia conquistada más profundamente por el entusiasmo que comunica a su ciencia y su fe.

Su vocación de maestro es indeclinable. Ya en el último año de su vida, ante una huelga de maestros en la Sorbona, se dirige a los estudiantes que estupefactos le aclaman y pronuncia estas palabras memorables: “Se reprocha a nuestro siglo ser un siglo de egoísmo y eso se dice de profesores atacados de esa epidemia general. Sin embargo, es aquí en donde ponemos nuestra salud, es aquí en donde usamos nuestras fuerzas. Yo no me quejo. Nuestra vida, mi vida, os pertenece, os la debemos hasta el último suspiro y la tendréis”.

El esposo y padre

A los 28 años se casa con Amelia Surlacroix. Su hermano sacerdote oficia la misa de matrimonio. De esta unión nacerá María su única hija.

Es un esposo amoroso de su mujer, un hombre de gran sensibilidad, fiel en la amistad, profundamente apegado a su esposa y lleno de delicadeza con ella y con gran ternura para su hija.

En una hermosa carta a Amelia le dice: “Ven entonces, mi bienamada, mi paloma, mi ángel, ven a mis brazos para estrecharte contra mi corazón, ven a traerme lo de ti que es tan puro y tan generoso, ven y que Dios nos bendiga, viendo que al cabo de dos años nos amamos mil veces más que el primer día”.

Y contemplando a su hija dice: “Yo no puedo ver a esa dulce figura llena de inocencia y pureza, sin encontrarle la impronta del Creador, menos oscurecida que en nosotros. No puedo pensar en esta alma imperecedera de la que tendré que rendir cuenta, sin que no me sienta penetrado por mis deberes”.

Debe señalarse que en la vida de Federico, la amistad y el amor fueron siempre indisociables. Tenía una sensibilidad tal que comprendía siempre las alegrías y los dolores de aquellos que amaba.

El pensador

Ozanam fue un sabio en el pleno sentido de la palabra. Pero en él la avidez del saber era indisociable de la voluntad de ponerlo al servicio de la verdad cristiana y, aun mejor, de mostrar por sus trabajos y en su enseñanza universitaria la alianza natural de la fe y la ciencia. Y decía: Cristianismo y filosofía: “yo no he visto ni sentido jamás que se asocien tan bien para la felicidad del hombre”. Su fe no era la del carbonero. La quería confrontada a la ciencia, a la historia, a la política.

Es admirable que a los 20 años pudiera tratar temas como la mitología en general, la religión de Confucio y Lao-Tsé, la filosofía religiosa de la India y el pensamiento de Buda. Escribió tesis en francés y en latín. Hablaba perfectamente el italiano y el alemán, comprendía el inglés y el español y podía leer la Biblia en hebreo.

Todavía muyjoven Ozanam se mostrabacomo un católicoafavordelalibertadperoamanteyfielala Iglesia, y consideraba a los principios de la Revolución Francesa —libertad, igualdad y fraternidad— como la traducción moderna del espíritu evangélico. Consideraba inseparables a la verdad y la libertad. Coincidía así con lo dicho por Juan Pablo II “que verdad y libertad van juntas o perecen juntas”.

El escritor

Puede decirse que la obra literaria de Ozanam fue amplísima si tomamos en cuenta su corta vida.

Uno de sus primeros escritos, a los 17 años, fue el titulado “La verdad de la religión cristiana probada por la conformidad de todas la creencias.

Escribe su tesis “Ensayo sobre la filosofía de Dante y sobre los escritores germanos” y en la que decía: “estos ensayos son para mí como los dos jalones extremos de un trabajo al cual he dedicado ya una porción de mis lecciones públicas y que quisiera reanudar para completarlo. De ello resultaría la historia de los tiempos bárbaros, la historia de las letras y, por lo tanto, la de la civilización, desde la decadencia latina y los primeros vagidos del genio cristiano hasta fines del siglo XIII”.

A estas obras les sucedieron varias más entre las que se cuentan “Los poetas franciscanos en la Italia del siglo XIII y “La civilización en el siglo V”, en, cuya introducción dice: “Todo el pensamiento de mi libro es mostrar como el cristianismo supo sacar de las ruinas romanas y de las tribus acampadas sobre ellas una nueva sociedad capaz de poseer la verdad, hacer el bien y encontrar la belleza”.

Sus trabajos solían ser fruto de una laboriosa investigación que le exigió viajar a Italia varias veces y también a Alemania. Visitó incluso Inglaterra y España y de esta última escribió el libro “Peregrinación al país del Cid”.

El objeto preferente de sus estudios fue la alianza de la fe y la religión. Concibió un programa histo-biográfico vastísimo que la muerte le impidió terminar.

Debe subrayarse su trabajo periodístico, por sus diversas colaboraciones en periódicos católicos, pero sobre todo por su participación decidida en “La Era Nueva”, periódico de vanguardia que aparece en 1848 con el advenimiento de la República, que llega a alcanzar un tiraje de 20,000 ejemplares, pero que pierde su identidad original un año después, por presiones políticas del ala más conservadora de la Iglesia.

El líder cristiano

Pero si bien Ozanam era, como hemos visto, un estudioso amante de las ideas, era también un hombre de acción a la que se volcaba con valor y entusiasmo. Merece recordarse su papel decisivo en la fundación de las Conferencias de San Vicente de Paul para ayudar a los pobres, con una dedicación y entrega y con una capacidad de unir voluntades a su alrededor, que mostraba ese admirable liderazgo.

Alguna vez escribía a un amigo: “Porque Dios y la educación me han dotado de algún tacto, de alguna extensión de ideas, de alguna amplitud de tolerancia, se quiere hacer de mí una especie de jefe de la juventud católica de este país. Se me ha otorgado una estima de la cual me siento indigno. Sin embargo, el conjunto de circunstancias exteriores, ¿no pueden ser signo de la voluntad de Dios?”

Su vocación a favor del bien común y de la acción política le llevó a la expresión de sus ideas, no sólo en la cátedra, sino también a través de discursos, libros y artículos periodísticos. Ya a los 20 años, desde la tribuna de La Sorbona, desplegaba la bandera del catolicismo contra los profesores anticristianos. Decía: “Pienso que ante el poder hace falta también el principio sagrado de la libertad; pero que se debe señalar de manera valiente y severa al poder que explota en lugar de sacrificarse; la palabra está hecha para ser el dique que se opone a la fuerza; es el grano de arena al que se viene a estrellar el mar”.

A fines de la monarquía de Luis Felipe de Orleans en 1848, Ozanam entró en la política y en relación a su famosa expresión de “Pasemos a los Bárbaros”, por la que implicó que había que salirse de los cauces habituales y acercarse a los extraños o alejados, decía: “Pasemos a los bárbaros, yo demando que nosotros hagamos como él (se refería a Pío IX) que en lugar de esposar los intereses de una burguesía egoísta, nos ocupemos del pueblo que tiene demasiadas necesidades e insuficientes derechos, que reclama con razón una participación más completa en los asuntos públicos, garantías de trabajo en contra de la miseria… Es en el pueblo en donde yo veo bastantes restos de fe y moralidad para salvar a una sociedad en la que las clases altas se han perdido”.

Su pasión por la justicia y el bien de los desheredados le llevó a la siguiente declaración, también famosa: “El orden de la sociedad reposa sobre dos virtudes: justicia y caridad. Pero la justicia supone mucho de amor ya que se tiene que amar mucho al hombre para respetar sus derechos, que limitan nuestros derechos, y su libertad que estorba a nuestra libertad”.

Impulsado por sus compañeros, presentó su candidatura para diputado en la Asamblea Nacional que no obtuvo, pero siguió en la lucha por sus ideas a favor de la república y de la democracia, sobre todo ante el golpe de estado de Luis Napoleón, que deploró como una derrota del campo de la libertad. Y llegó a afirmar con gran generosidad: “Aprendamos a defender nuestras convicciones sin odiar a nuestros adversarios; amar a aquellos que piensan de otra manera que nosotros”.

El santo

Después de una larga y dolorosa enfermedad, Federico fallece en Marsella unos cuantos meses después de cumplir 40 años. En su lecho de muerte al sacerdote que le asiste y le exhorta a tener confianza en el Señor le responde: “¿Por qué vaya temerle si le amo tanto?”.

En alguna ocasión señaló: “Dios puede ser servido por nuestros sufrimientos, es decir de una manera más pesada y más desinteresada, ya que no vemos el fruto de una jornada pasada sufriendo. Y, sin embargo, se puede decir que en el plan divino nuestros dolores valen más que nuestros libros…”.

Por el mérito de sus virtudes en grado heroico y su vida ejemplar, Federico Ozanam fue beatificado el 22 de agosto de 1997 por el Papa Juan Pablo II en la catedral de Notre-Dame de París. Muchos anhelamos su canonización.

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