«Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor» (Sal 115,8).
Desde antiguo, tanto a la eucaristía como a Liturgia de las Horas se les ha llamado sacrificium laudis, sacrificio de alabanza, y es que una y otra tienen en la acción de gracias y en la actitud oblativa de la alabanza su dimensión primaria. Una y otra, en cada feria, memoria o fiesta del Año litúrgico, se unen íntimamente en la celebración de un mismo misterio, y así confluyen en perfecta coincidencia sus elementos bíblicos, oracionales y espirituales. La eucaristía y las Horas son así las dos áureas coordenadas en las que se desenvuelve día a día la vida del pueblo de Dios.
Durante muchos siglos, las Horas litúrgicas, especialmente la matutina y la vespertina, fueron las únicas celebraciones cotidianas y comunitarias de la Iglesia local, en tanto que se reservaba la asamblea eucarística para el domingo, las festividades, y ciertas ferias de Cuaresma y Témporas. Ahora, cuando celebramos la misa cada día, la eucaristía sigue hallando en la Liturgia de las Horas, como antes, su perfecto antecedente y consecuente diario. Así los expresaba Pablo VI:
«La Liturgia de las Horas se desarrolló poco a poco hasta convertirse en oración de la Iglesia local, en la que, en tiempos y lugares establecidos, bajo la presidencia del sacerdote, se convertía en un complemento necesario para que todo el culto divino contenido en el sacrificio eucarístico influyera y llegara a todas las partes de la vida de los hombres» (Const. apost. Laudis canticum).
1. El Misterio Pascual y la Liturgia de las Horas.
«La obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo el Señor la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión» (SC 5). La Pascua contiene, pues, todo lo que Dios ha hecho para salvar al hombre y restaurar en la tierra su gloria: primero fue, en el Antiguo Testamento, profecía o anuncio; después fue cumplimiento en Cristo; y ahora, en la Iglesia, se celebra en misterio, bajo los velos sagrados de la liturgia. La pasión y muerte de Jesús, su resurrección y la ascensión a los cielos, ése es el Misterio Pascual, del que día a día vive la Iglesia.
Por eso «la Iglesia no ha dejado nunca de reunirse para celebrar el Misterio Pascual, leyendo cuanto a él se refiere en toda la Escritura, celebrando la eucaristía, en la cual se hace nuevo presente la victoria y el triunfo de su muerte, y dando gracias a Dios [las Horas] por el don inefable en Cristo Jesús, para alabar su gloria por la fuerza del Espíritu» (SC 6).
El Misterio Pascual es la fuente y el culmen de toda la vida cristiana. Es de ahí de donde fluye toda vida cristiana, personal y comunitaria; y es ahí donde halla la existencia cristiana la plenitud de su fuerza y expresión. En este sentido la Iglesia dice que la eucaristía (LG 11), y en general toda la liturgia (SC 10), es fuente y culmen de la vida en Cristo.
En la Eucaristía se produce sin duda la actualización suprema del Misterio Pascual, la más expresa, la que tiene mayor fuerza cultual y santificante. En ella se hace presente y se representa la Pascua del Señor, su muerte y resurrección. En ella Cristo muere realmente y verdaderamente resucita, pues aquel único acontecimiento sucedido hace veinte siglos, escapando a sus coordenadas espaciales y temporales, por la sagrada liturgia se hace ahora del todo real in mysterio, es decir, en el sacramento. La diferencia fundamental es que ahora Cristo, que se ofreció él solo al Padre en la cruz, se ofrece ahora en el altar con todo su Cuerpo eclesial.
Pero el sacrificio eucarístico no es el único modo de representar y actualizar el Misterio Pascual, y la liturgia lo sabe perfectamente. ¿En el bautismo y en los demás sacramentos no está la Iglesia actualizando toda la potencia cultual y santificante de la muerte y de la resurrección del Señor?
En la Liturgia de las Horas, igualmente, es Cristo el que, esta vez con su Iglesia, sigue orando las grandiosas oraciones de su Pascua. Como en la Cena, sigue recitando con sus discípulos los himnos y salmos, y prosigue su grandiosa oración sacerdotal al Padre, poderosa en la glorificación de Dios y en la intercesión por los hombres. Como en Getsemaní, continúa orando con formidables clamores y lágrimas. Como en la Cruz, como en la resurrección y ascensión a los cielos… Es el mismo Cristo, el que en las Horas, a través de los miembros de su Cuerpo, sigue orando con palabras humanas. Es él quien hace de sus fieles instrumentos vivos de su propia voz, y con ellos glorifica al Padre y suplica por los hombres (+OGLH 6; SC 83). Y así la Iglesia en el Oficio Divino actualiza el Misterio Pascual de Jesucristo, y no de una manera puramente evocativa o espiritual, sino simbólica y sacramental.
2. La Eucaristía y la Liturgia de las Horas son sacrificio de alabanza
Sacrificio de alabanza es una profunda expresión bíblica (Sal 115,13), cuyo significado merece la pena meditar. Las religiones naturales, en sus sacrificios, hacen a la divinidad la ofrenda de alguna criatura, para expresar así la adoración, y obtener determinados beneficios. En la Biblia, por el contrario, aunque también existe el sacrificio ritual, el sacrificio primario es interior y espiritual: es el cumplimiento de la Ley divina, es la entrega incondicional de la propia voluntad, no de la una víctima sustitutoria (Sal 50,18; 49,8-14; 39,7). Es también el sincero arrepentimiento por los pecados: «Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias» (Sal 50,19). Esto lo aprendió Israel en el exilio, en Babilonia, lejos de Sión, cuando no tenía ni sacerdote ni altar (Dan 3,29-45).
En el sacerdocio de la Nueva Alianza se expresa plenamente esa interioridad espiritual del sacrificio, que, por otra parte, no excluye el sacrificio ritual y corporal. En Cristo es el mismo sacerdote el que se ofrece como víctima, en espíritu y cuerpo -es el tema de la Carta a los Hebreos-. Y la verdad interior de esa preciosa ofrenda, llamada a manifestarse y a revelarse en signos ciertos, no sólo fue manifestada por Cristo en su vida, siempre ofrecida en la fidelidad al Padre, o en su cruz, donde se consuma la ofrenda, sino también en su oración. En efecto, la plegaria sacerdotal de Cristo es verdaderamente un signo manifestativo, y no sustitutivo, de su espíritu y voluntad.
Por tanto, la oración de Cristo es un verdadero sacrificio de alabanza: «Suba hacia ti, Señor, mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de la manos como ofrenda de la tarde» (Sal 140,2; +Ex 29,39; 30,8). La oración de Jesús no será sustitución del sacrificio, sino su momento expresivo más sublime. Recordemos, si no, las oraciones de la Cena, del Huerto, de la Cruz (Mt 25,46s; 26,39s; Jn 17,1.5.17-19; Heb 5,7; 9,28; 10,5-10; etc.). Estas oraciones son un verdadero sacrificio, no cruento o material, sino espiritual, que Cristo hace de sí mismo para gloria del Padre y salvación de los hombres.
Pues bien, si la Iglesia en la eucaristía dice al Señor: «te ofrecemos, y ellos mismos te ofrecen, este sacrificio de alabanza, a ti, eterno Dios, vivo y verdadero» (Canon Romano), ella misma prolonga esa ofrenda en el Oficio Divino, unida a Cristo sacerdote: «Por medio de él ofrecemos a Dios el sacrificio de alabanza, esto es, el fruto de nuestros labios que bendicen su nombre» (Heb 13,15; +Sal 115,13; Os 14,3; Jer 33,11).
3. La Liturgia de las Horas, anámnesis de la salvación
«La Liturgia de las Horas extiende a los distintos momentos del día el recuerdo de los misterios de la salvación» (OGLH 12). Es, pues, una anámnesis, continuación de la que tiene lugar en la eucaristía para dar cumplimiento a la voluntad del Señor: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19; 1Cor 11,24-25).
El Oficio Divino es de este modo una plegaria que expande la eficacia salvadora encerrada en la eucaristía, pues extiende a los distintos momentos del día no sólo el recuerdo del sacrificio del Redentor, sino también la plegaria misma con la que él se consagró como víctima ofrendada.
Y así ha podido decirse que la eucaristía es la piedra preciosa engarzada en el anillo de una plegaria más amplia, en cuyo círculo constante se actualizan continuamente los distintos momentos de la historia salutis de Jesús.
4. La Liturgia de las Horas, preparación para la Eucaristía
Toda la liturgia es una permanente catequesis espiritual, que educa al creyente y a las comunidades cristianas en la fe, que suscita las actitudes y disposiciones espirituales verdaderamente cristianas, y que estimula a la participación profunda en los divinos misterios. Sus signos son sacramentos de la fe (SC 59), y no sólo iluminan a los fieles en su plano intelectual, sino que van también configurando sus afectos, sentimientos y emociones (33-34).
También la Liturgia de las Horas, como no podía ser menos, es una didascalia continua de vida cristiana, y al mismo tiempo que es una perfecta escuela de oración, es sin duda la mejor preparación para la celebración eucarística:
«La celebración eucarística halla una preparación magnífica en la Liturgia de las Horas, ya que ésta suscita y acrecienta muy bien las disposiciones que son necesarias para celebrar la eucaristía, como la fe, la esperanza, la caridad, la devoción y el espíritu de sacrificio» (OGLH 12).
Todas las Horas litúrgicas, como hemos visto, son eucarísticas, pero particularmente la hora de Vísperas, por su coincidencia con el momento en que Cristo instituyó el verdadero y único sacrificio de la Nueva Alianza (+OGLH 39).
La unión de algunas horas del Oficio con la Misa, tal como está prevista (OGLH 94-99) expresa también en forma elocuente el nexo profundo que existe entre la eucaristía y la Liturgia de las Horas. Es una unión celebrativa que está prevista para casos particulares, no como una forma litúrgica habitual -aunque a veces se ha convertido en esto-. La OGLH señala como únicas condiciones para tal unión que la Misa y la Hora sean del mismo oficio litúrgico, y que ello no vaya en detrimento de la utilidad pastoral, «sobre todo en domingo» (93). En efecto, la celebración por separado suele ser en domingo más conveniente, pues celebrando en ese día los Laudes y las Vísperas con su forma plena, puede así el pueblo cristiano participar en las dos Horas litúrgicas principales, tal como la Iglesia lo desea (+SC 89a;100; OGLH 40).
5. La Liturgia de las Horas prolongación del Sacrificio eucarístico
«La Liturgia de las Horas extiende a los distintos momentos del día la alabanza y la acción de gracias, así como el recuerdo de los misterios de la salvación, las súplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste, que se nos ofrecen en el misterio eucarístico, «centro y culmen de toda la vida de la comunidad cristiana» (CD 30)» (OGLH 12). De este modo, por el Oficio Divino, todas las horas del día se hacen eucarísticas, y la acción de gracias de la misa, conforme a lo afirmado en los prefacios, se ofrece al Padre «siempre y en todo lugar».
En esta perspectiva, el Oficio Divino aparece como una acción eminentemente sacerdotal, a la que están llamados no sólo los presbíteros, sino todo el pueblo de Dios, cuya identidad sacerdotal viene ya determinada por su incorporación bautismal a Cristo sacerdote. Y así se cumple también lo que la III Plegaria eucarística pide a Dios: que seamos transformados en «ofrenda permanente». En efecto,
«la función sacerdotal [de Cristo] se prolonga a través de la Iglesia, que sin cesar alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo, no sólo celebrando la eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio Divino» (SC 83).
Ya vimos cómo en el Judaísmo los levitas, al comenzar el sacrificio matutino y el vespertino, hacían sonar sus trompetas, invitando al pueblo a recogerse en la plegaria, para que la oración hiciera grato a Dios el sacrificio. Pues bien, también la Iglesia es consciente de la profunda vinculación existente entre la eucaristía y las Horas. Por el Oficio Divino, como en la eucaristía, pero esta vez en forma de oración, se actualiza la ofrenda de Cristo al Padre para la salvación del mundo, es decir, se continúa, y así se hace presente bajo la acción del Espíritu Santo, la oración sacerdotal de Cristo al Padre.
Ficha de trabajo
1. Textos para meditar:
- San Agustín, La Eucaristía, plenitud del amor: lectura patrística del miércoles de la Semana santa.
- Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia y el mundo, nn. 38 y 39: Perfección de la actividad humana en el Misterio Pascual.
2. Textos para ampliar:
- Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1356-1381: La Eucaristía, sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia.
3. Para la reflexión y el diálogo:
- ¿Ocupa la celebración eucarística el centro de nuestra jornada?
- ¿Es la Eucaristía la fuente de donde dimana toda la fuerza que necesitamos?
- ¿Encontramos en la Liturgia de las Horas la prolongación de la alabanza, la acción de gracias, la oblación y la súplica realizadas en la celebración eucarística?
- ¿Nos ayuda a celebrar mejor la Eucaristía el que vaya precedida de una hora del Oficio Divino, o el que se unan a ella las Laudes o las Vísperas?