Novena a la Medalla Milagrosa: Día 2, Madre buena

Francisco Javier Fernández ChentoVirgen MaríaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Vicente de Dios, C.M. · Año publicación original: 1986.
Tiempo de lectura estimado:

Introducción

Canto:

Oh María, sin pecado concebida,
ruega por nosotros que recurrimos a ti.

Saludo:

Hermanos: Llenaos del Espíritu, recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 5, 19- 2 0).

Saludo:

Hermanos: Ya no sois extraños ni forasteros, sino conciuda­danos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo (Ef 2, 19-20).

Monición:

La Iglesia quiere que disfrutemos alabando a la Virgen María. «Gocémonos en el Señor —nos invita— al celebrar las solemnidades en honor de la bienaventurada Virgen María, de las cuales se alegran los ángeles y por las cuales alaban juntos al Hijo de Dios».

Unidos todos por este gozo en el Señor, fijaremos hoy nuestra atención en la primera de las apariciones de la Virgen a Santa Catalina Labouré. Y la veremos, sobre todo, como madre buena, que sigue nuestros pasos, que se alegra con los dichososy sufre con los tristes, que nos visita de contínuo, sobre todo cuando más lo necesitamos.

Aprovechemos esta celebración y agradezcamos al Señor el habernos dado por Madre a aquella, en la que, por ser Madre suya, hizo sus mejores maravillas.

Lectura ambiental:

Monición: Escuchemos con qué emoción describe Santa Catalina su primera entrevista con la Santísima Virgen, y cómo ésta se manifiesta como Madre buena y desvelada por los hombres.

Lectura de los escritos de Santa Catalina Labouré:

Llegó la fiesta de San Vicente, en cuya víspera nuestra Madre Marta nos dio una conferencia sobre la devoción a los santos y en particular a la Santísima Virgen, lo que me dio tal deseo de verla que me acosté con el pensamiento de que esa misma noche vería a mi buena Madre, ¡hacía tanto tiempo que lo deseaba!, al cabo me dormí…

A las once y media dé la noche, oí que me llamaban por mi nombre:

—Hermana, Hermana, Hermana.

Me desperté y miré al lado donde escuchaba la voz, que era el Fado del pasillo; descorrí la cortina y vi a un niño, vestid6 de blanco, como de cuatro o cinco años, que me decía:

—Venga a la capilla, levántese pronto y venga a la capilla, la Santísima Virgen la espera. Enseguida me vino el pensamiento:

—Pero me van a oír. El niño me respondió:

—Esté tranquila, son las once y media, todos están bien dormidos, venga, la aguardo.

Me apresuré a vestirme y me dirigí a donde el niño, que había permanecido sin moverse… Me siguió, o mejor, yo le seguí, él siempre a mi izquierda, llevando rayos de claridad pordonde pasaba; por dondequiera que pasábamos las luces esta­ban encendidas, lo que me extrañó mucho; pero quedé más sorprendida al entrar en la capilla, cuando se abrió la puerta apenas tocarla el niño con la punta del dedo; y mi sorpresa fue más completa todavía cuando vi encendidas todas las velas y todos los cirios, lo que me hacía recordar la Misa de Mediano­che.

Sin embargo, yo no veía a la Virgen. El niño me condujo al presbiterio, junto al sillón destinado al Director. Alli me puse de rodillas y el niño se quedó de pie todo el tiempo. Como la espera se me hacía larga, miraba por si pasaban las vigilantes por la tribuna.

Llegó por fin la hora. El niño me previno diciéndome:

—Ahí está la Virgen, ahí está.

Escuché como un rumor, como el roce de un vestido de seda que salia del lado de la tribuna, cerca del cuadro de San José, y venía a sentarse en un sillón parecido al de Santa Ana, sobre las gradas del altar al lado del Evangelio, la Santísima Virgen solamente; no era la misma figura de Santa Ana y yo dudaba si era la Santísima Virgen, pero el niño, que seguía alli, me dijo:

—Es la Virgen.

Me sería imposible decir lo que experimentaba en aquel instante, lo que pasaba dentro de mí, me parecía que no veía a la Santísima Virgen. Entonces el niño me habló no como niño, sino como el hombre más enérgico y con las palabras más enérgicas. Mirando a la Santísima Virgen, me puse de un salto a su lado, arrodillada sobre las gradas del altar, con las manos apoyadas en sus rodillas.

Allí pasé el momento más dulce de mi vida, me sería imposible decir todo lo que sentí. Ella me dijo cómo debía comportarme con mi Director y otras cosas que no debo decir sobre la manera de conducirme en mis penas, de venir (me lo mostraba con la mano izquierda) al pie del altar: me arrojaré al pie del altar y ahí expansionaré mi corazón, ahí recibiré todos los consuelos de que tenga necesidad… Entonces le pregunté el significado de todas las cosas que había visto y ella me lo explicaba todo…

«Hija mía, el Buen Dios quiere confiarte una misión. Sufri­rás mucho, pero lo sobrellevarás pensando que lo haces por la gloria del Buen Dios, conocerás lo que es el Buen Dios. Te sentirás atormentada hasta que lo hayas dicho a quien está encargado de guiarte. Te contrariarán. Pero tendrás la gracia, no temas, dilo con toda confianza y sencillez. Verás ciertas cosas, da cuenta de ellas, serás inspirada en tus oraciones.

«Los tiempos son muy malos, van a caer desgracias sobre Francia, el trono será derribado, todo el mundo se verá sacudi­do por toda clase de calamidades (la Santísima Virgen tenía la expresión muy apenada al decir esto), pero venid al pie de este altar, donde se derramarán gracias sobre todos los que las pidan con confianza, grandes y pequeños. Se derramarán parti­cularmente las gracias sobre las personas que las pidan…».

Oración: Te rogamos, Señor, que venga en nuestra ayuda la intercesión poderosa de la Virgen María, para que nos veamos libres de todo peligro y podamos alegrarnos de vivir en paz contigo. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Liturgia de la Palabra

Primera lectura:

Monición: La Iglesia aplica las palabras que vamos a oír —y que directamente se refieren a la Sabiduría divina— a la Santísima Virgen. Nos describen su belleza, y la Virgen nos invita con ellas, maternalmente, a que vayamos a su encuentro para escucharla y servirla.

Lectura del Libro del Eclesiástico, 24, 13-22

Canto responsorial (cantado o proclamado):

DIOS TE SALVE, MARIA, COMPRENSIVA POR SER MUJER Y MADRE, ERES VIDA, DULZURA Y ESPERANZA. DIOS TE SALVE.

  • Entre muerte y dolores desterrados, los hombres te llamamos. En el valle de lágrimas perdidos, te buscamos.
  • Abogada del mundo, esos ojos de paz al hombre vuelve. Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
  • Clementísima Madre, compañera en el áspero camino, ruega a Dios que alcancemos las promesas de tu Hijo.

Aclamación antes del Evangelio:

ALELUYA, ALELUYA.

Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. ALELUYA, ALELUYA.

Evangelio:

Lectura del santo Evangelio según San Lucas: 1, 39-45

Homilía (Orientaciones):

  • Dios «puso su tienda» entre nosotros (In 1, 11)… También María, «morada de Dios» entre los hombres: su oficio de «visitadora», visitó a Isabel, nos visitó y visita a nosotros…
  • Su maternidad espiritual:
    • se manifiesta en su bondad (Madre buena):
    • acogió a Santa Catalina en sus brazos,
      la aconsejó,
      le aconsejó la oración allí (capilla de la rue du Bac),
      le aconsejó la oración ante el altar (eucaristía, litur­gia)
      le prometió prodigar gracias a «todos» (oración ecu­ménica)
      le confió una misión, que supondría sufrimientos, pero le aseguró su ayuda (todos tenemos una mi­sión…)
    • se manifiesta en su intercesión (días sucesivos).
  • Devoción confiada a la Virgen Madre (la oración: rela­ción filial con Dios y con María…).
  • Todos somos «hijos de María» y por tanto hermanos: «darnos»; caridad, justicia.

Oración

Oración personal:

Monición: Pidamos en silencio, por la maternal intercesión de la Virgen María, las gracias que necesitamos. Oremos unos por otros, los que aquí nos sentimos unidos por el mismo amor y la misma confianza en tan buena Madre.

Oración en silencio…

Oración universal:

Monición: La letanía que a continuación vamos a dirigir a nuestra Madre del cielo está formada por invocaciones con que los Papas la han honrado en sus escritos y discursos. Conteste­mos a cada una de ellas «Ruega por nosotros».

Preces:

  • María, fuente limpia de fe
  • Predilecta de Dios
  • Triunfadora del mal y de la muerte
  • Madre dulcísima
  • Vencedora en todas las batallas de Dios
  • Reina de los dolores
  • Fuerza y consuelo de nuestra vida mortal
  • Corazón que salta de ternura
  • Ojos de pupila misericordiosa
  • Poseedora del corazón de Dios
  • Ojos que conocen el llanto
  • La más inocente de las criaturas
  • Madre del eterno sacerdote
  • Criatura la más bella de todas
  • Calor vivificante
  • Vencedora del demonio
  • Delicia del cielo
  • Reina del mundo

Oremos: Virgen santa, en los esplendores de tu gloria no olvidas las tristezas de la tierra. Echa una mirada bondadosa sobre los que sufren, luchan contra las dificultades y no cesan de apurar en esta vida el cáliz de la amargura. Ten piedad de los que se amaban y han sido separados. Ten piedad de la debilidad de nuestra fe. Ten piedad de los objetos de nuestra ternura. Ten piedad de los que lloran, de los que ruegan, de los que tiemblan. Da a todos la esperanza y la paz. Amén.

Oh María, sin pecado concebida…

Padre nuestro…

Conclusión

Monición final:

(El objeto de esta monición es proyectar la celebración a la vida…).

Bendición:

  • Que el Dios de todo consuelo disponga vuestros días en su paz. Amén.
  • Que él os libre de toda perturbación y afiance vuestros corazones en su amor. Amén.
  • Que, enriquecidos por los dones de la fe, la esperanza y la caridad, abundéis en esta vida en buenas obras y alcancéis sus frutos en la eterna. Amén.

Canto final

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *