Es importante, al parecer, que la compañía haga en el futuro una colección exacta de todas las santas palabras del padre Vicente y la conserve, por las siguientes razones:
1.° La mejor herencia de los padres es la buena instrucción que dejan a sus hijos.
2.° En el mundo se preocupan mucho de hacer el inventario y el catálogo de una herencia perecedera, aunque esto sirve muchas veces de piedra de escándalo y de división a los herederos.
3.° Si los que disipan una herencia pingüe y sólida acarrean un daño irreparable a los que tienen que sucederles, sobre todo cuando esta herencia va destinada a su subsistencia, los primeros misioneros cometerán esa misma injusticia con sus sucesores si no les transmiten las palabra de vida del padre Vicente, va que, si él es el padre común, todo lo que nos deja tiene que ser también común.
4.° Si las obras que ha hecho son obras de Dios, como parece, es preciso que Dios le haya dado su espíritu para realizarlas y mantenerlas; por consiguiente, los consejos y enseñanzas utilizadas para ello hemos de tenerlos como divinos y recogerlos como un maná del cielo, cuyos gustos variados han atraído a tantas personas diversas de uno y otro sexo y de toda condición, que se han asociado de diversas maneras para tantos bienes diferentes emprendidos y sostenidos bajo su dirección. Dios mío, no permitas que nuestra inapetencia, provocada quizás por la abundancia de esas charlas, nos haga perder alguna cosa para el consuelo de nuestros hermanos ausentes y futuros, que desearán ardientemente algún día este alimento del alma y que juzgarán dichosos a los que se sentaron a la mesa del maestro.
5.° Como él desea que los misioneros se abstengan de escribir libros, para no apartarse por ello de sus funciones, por eso no escribe nada de las luces con que nos ilumina ni de las reprensiones que nos dirige. Sin embargo, sabemos que muchos santos han señalado más sus virtudes por sus escritos que por otras acciones, de forma que serían desconocidos en el mundo, si sus libros no hubieran publicado su piedad. Pues bien, aunque la del padre Vicente no tenga necesidad de este recurso para manifestarse en la tierra, ya que ha derramado su olor por toda la Iglesia con sus obras de caridad y con los obreros que le ha dado, sin embargo sus palabras están tan empapadas de devoción que, si es verdad que la boca habla de la abundancia del corazón, nunca podrá imaginarse hasta dónde llega su amor a Dios y al prójimo y su inclinación a la virtudes, si se ignoran los términos y el esmero con que él recomienda su práctica. ¿Quién hubiera pensado jamás que nuestro Señor llevaría la perfección cristiana hasta el punto de amar a los enemigos, de hacer bien a los que nos perjudican, etcétera, si los evangelistas no hubieran recogido las mismas sentencias que pronunció? Así pues, ¿no es razonable que, puesto que la humildad del padre Vicente le impide dejarnos en el papel algunas señales de la gracia que lo acompaña, al menos quienes le oyen hablar guarden su recuerdo? Ciertamente, los siglos venideros, que tendrán motivos para admirar lo que ha hecho, se extrañarán de no ver nada de lo que dijo, y se quejarán con razón de quienes lo oyeron, por no haberles comunicado las palabras de sabiduría que salieron de su boca.
Se dice en Salomón que, si el loco pudiera callarse, nadie conocería su locura, y se puede decir de este rey y de todos los demás sabios que su sabiduría sería ignorada si no la hubieran descubierto por medio de sus prudentes consejos. Pues bien, es importante que las charlas del padre Vicente se perpetúen en la compañía, para que, si Dios quiere mantenerla, descubran en todo tiempo y a todas las naciones cuál es el espíritu de este hombre apostólico, que será tanto más apreciado cuanto más semejante parece al espíritu evangélico, y esta estima, necesaria para los fundadores de las comunidades, contribuirá notablemente a multiplicar y a santificar la nuestra.
Objeciones y respuestas
Podrá decir alguno que el padre Vicente no dice de ordinario más que cosas comunes.
A ello se puede responder:
1.° Que, aunque así sea, no por ello habríamos de dejar de escribirlas, ya que, si son comunes para los sabios y las personas espirituales, no lo son para los hermanos y los principiantes que tienen necesidad de ser guiados y animados por esas cosas, más bien que por otras extraordinarias para las que no tienen capacidad.
2.° Que un consejo, que de suyo parece poco importante, puede ser recibido como tal cuando viene de la boca de un sabio, que es el que le da paso. Por eso los espartanos, si no me engaño, cuando no querían recibir un buen consejo de un hombre malvado, hacían que lo pronunciase un hombre de bien.
3.° Que, aunque el padre Vicente hable de un tema común, todos sabemos que lo hace con una fuerza poco común pues su elocuencia y la gracia que lo anima le hacen tratar las materias más vulgares con tanta devoción que impresiona a todos sus oyentes e imprime en sus almas mucho aprecio y reverencia por todo lo referente a Dios y gran afecto a las reglas y prácticas de la casa. Por eso están todos muy atentos cuando habla y como arrebatados al oírle, mientras que los ausentes preguntan muchas veces por lo que ha dicho y se sienten muy apenados de no haber podido asistir.
4.° Que cuando habla a fondo de la manera de hacer oración, del conocimiento de nosotros mismos, de la renuncia a nuestra propia voluntad, del abandono y confianza en Dios (como lo ha hecho hoy al contarnos la firmeza del padre Desdames en medio de sus sufrimientos de Varsovia), de la gratitud a los beneficios de Dios, del buen uso de sus inspiraciones, de las calumnias y de las aflicciones, de la compasión con los afligidos, de la asistencia a los pobres, del celo por la salvación de las almas, de los ordenandos y de todo lo que pertenece a la perfección del misionero, esas cosas las realiza en cuanto a la práctica y en cuanto a la expresión. Y para demostrar que no hay nada de común en todo esto, que me digan si hay alguien que hable como él de esas cosas con tanto juicio, eficacia y amor, sin preparación y sin grandilocuencia.
Todo el mundo sabe que no hay nadie semejante a él en la compañía para hablar tan dignamente de Dios y de las cosas santas y con tanta utilidad para sus oyentes. Por eso es la cabeza elegida por Dios para derramar espíritu y vida en los miembros del cuerpo.
Quizás diga alguno que el padre Vicente no dice nada que pueda verse en los libros.
Respondo que quizás sea verdad. Pero sabemos que, para alimentar bien a los niños, lo mejor es la leche de su propia madre y que las cariñosas enseñanzas de su padre hacen más impresión en sus almas que las de los maestro, debido al cariño y al afecto natural que Dios ha impreso en toda clase de personas hacia aquellos que los engendraron. Además, es difícil encontrar en los libros las hermosas ideas y los buenos sentimientos que recibimos de las charlas de este caritativo padre, ya que nos las da según nuestras necesidades y nuestras obligaciones, que son muy diferentes de las de otras compañías, que han escrito lo que les corresponde a ellas. Por otro lado, se trata de conocer al árbol por sus hojas, esto es al padre Vicente por sus palabras, lo mismo que por sus frutos, como ya he dicho, para edificación de la posteridad que, si lo viera revivir sólo por sus acciones, podría decirle lo que un filósofo dijo en cierta ocasión a otro: «Habla, si quieres que te conozca».
Si se dice que el padre Vicente no puede ya decir cosas que no haya dicho y repetido mil veces, esto no nos debe impedir que tomemos nota de ellas. ¡Ojalá hubiésemos anotado, desde que empezó la compañía hace treinta años, todo lo que ha hecho y dicho para nuestro progreso interior! No tendríamos ya necesidad de más instrucciones. Veríamos allí sus frecuentes elevaciones a Dios, sus anonadamientos y humillaciones de sí mismo, las efusiones de su corazón paternal sobre toda clase de personas; encontraríamos allí lecciones para todos nuestros ejercicios, alicientes para la práctica de las virtudes, remedios para nuestras debilidades, armas contra las tentaciones, ánimos para nuestras cobardías, normas para la conversación, mil rasgos de prudencia para combatir el mal sin herir a la persona, para exhortar al bien sin ostentación, con otros mil y mil motivos para bendecir a Dios por habernos llamado a su servicio bajo la dirección de este siervo suyo.
Escribo todo esto mientras sigue lleno de vida y hablo a los que conocen la verdad de todo lo que digo; pero, puesto que hemos dejado de tomar estas notas en el pasado, más vale comenzar tarde que nunca. Y aunque se hubiera ya hecho y hubiera que anotar cien veces las mismas cosas, todas ellas juntas harán ver cómo, al hablar de ciertas prácticas o de ciertas virtudes más que de otras, era porque las tenía más en el corazón las quería inculcar más a sus hijos.
Por todas estas razones, creo que Dios le pide a la compañía que escriba con toda exactitud los consejos, observaciones, correcciones, relatos y recomendaciones que hace en público el padre Vicente, hasta en sus más pequeñas circunstancias, mientras quiera Dios conservarlo entre nosotros. Confieso que resultará difícil hacerlo sin que él se dé cuenta; pero la verdad es que la importancia del asunto merece que se realice este esfuerzo.
Propongo tres medios, para que se elija uno de ellos:
1.° Recomendar de una vez, por obediencia, a los sacerdotes que retengan lo que diga en adelante el padre Vicente en las repeticiones y conferencias, y que se reúnan luego aquel mismo día, o al día siguiente, en algún lugar, donde uno de ellos, con la pluma en la mano, les pregunte: «¿Cómo empezó el padre Vicente su discurso? ¿Cómo lo continuó y cómo lo terminó?». Entonces uno se acordará de una cosa y otro de otra y se recogerá todo lo que se diga. Se dice que las charlas del bienaventurado Francisco de Sales fueron recogidas de esta forma por las religiosas de Santa María.
2.° Encargar solamente a dos personas, de sentido común y de buena memoria, capaces de captar debidamente la substancia de sus discursos y de retener sus ideas y las palabras con que las dijo, que queden dispensadas de las demás ocupaciones esos días para poder redactarlas por escrito y ponerlas en orden, después de haber pensado en ellas. Propongo que sean dos, ya que es difícil que uno sólo pueda retenerlo todo y ponerlo en orden sin ayuda de otro.
3.° Finalmente, si hubiera alguno con la mente y la mano suficientemente ágil para escribir textualmente las mismas palabras y las exclamaciones del padre Vicente mientras las pronuncia, creo que seria lo mejor.
¡Quiera Dios inspirar a los padres asistentes lo que tienen que hacer! Si creen que yo puedo servir para ello, no tienen más que ordenármelo, después de que hayan decidido encargar a otro que se ocupe de atender a la correspondencia del padre Vicente, ya que no podría yo atender a las dos cosas; quizás le parezca a él bien apartarme de ese cargo por las faltas que en él cometo, si les parece bien a ustedes indicarle que para ese cargo sería más indicado un sacerdote, en quien él pudiera descargar muchas de sus respuestas y negocios, y que a algunos podría molestarles que un hermano coadjutor tuviera conocimiento de lo que escriben y de lo que pasa en sus casas.
En San Lázaro, el glorioso día de la Asunción de Nuestra Señora, 1657