Carta Conferencia a los Primeros Miembros del Cenáculo, 5 AGO. 1914, MF 296-97.
Estamos empezando la semana de semanas, la Semana Santa, y sin duda alguna ningún tema de meditación puede ser más provechoso que la consideración de los temas sagrados que conmemoramos durante estos días. La pasión y la muerte de nuestro amado Salvador es la constante fuente de gracia de la Iglesia y la inspiración para la santidad de sus hijos. La devoción a los sufrimientos de nuestro bendito Salvador nos hace muy agradables a Él; en esto estamos haciendo su santa voluntad, ya que Él ha dicho expresamente que el santo sacrificio será un recuerdo de su pasión y muerte: «Hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19). (La Misa es) la renovación de aquella ofrenda.
Con toda seguridad estaremos dando gusto a la Santísima Virgen Madre de los Siete Dolores, quien recibirá nuestra condolencia y nuestra devota vigilia como preciosos, como valiosos regalos a su divino Hijo.
Miremos a Aquél
quien «fue herido por nuestras iniquidades.» (Is.53,5)
A Aquél que oró y sufrió por nosotros;
quien por nosotros sufrió una agonía que lo cubrió
de un sudor de sangre;
quien por nosotros fue negado y traicionado vilmente;
quien fue cruelmente azotado y coronado de espinas;
quien para salvarnos se expuso a toda clase de humillaciones y escarnios;
quien sufrió el más injusto y vergonzoso juicio
donde fue condenado a una muerte cruel y deshonrosa;
quien, para asegurarnos la felicidad eterna,
murió en los tormentos más indescriptibles.
Que nuestro agonizante Salvador nos encuentre velando con Él, prontos a sentir con Él y a condolernos de sus sufrimientos, y dispuestos a prestarles un servicio.
Que la pasión de nuestro Señor y los Dolores de la Virgen Santísima sean, ¡Oh, amado Salvador!, una devoción característica del Cenáculo Misionero. Que en todas partes nuestros corazones palpiten llenos de amor y al unísono con los doloridos corazones de Jesús y María y que cada uno de nuestros miembros (imite) el amor y la fortaleza y la semejanza de nuestra bendita Señora.
Síguelo, pues, con ella, durante estos días. Sufre con ella a los pies de la cruz; dale consuelo a Él. Adora y dale gracias al Salvador crucificado, anuestro amado Señor, a nuestro Hermano mayor, Jesús crucificado; crucificado por nosotros. Llora con ella durante esta cruel faena del Calvario y con ella espera la gloria del triunfo de la Resurrección.
Tomás Agustín Judge C.M., fundador del Cenáculo Misionero