(III) Paúles y Ciencia:
Mariano Díez Tobar (el inventor)
1868-1926
P. Mitxel Olabuenaga
«No busques Ciencia en Paúles…»
Así comenzaba, no hace muchos años, el poema «satírico-burlesco» referente a las «bondades-maldades» de cada uno de los Institutos religiosos. Ciertamente que los paúles no éramos los peor salidos de aquellos versos («ni piedad en jesuitas, ni pobreza en franciscanos…»). Desconozco, además de las risas correspondientes, el talante interno con el que cada uno de nosotros se tomaba el asunto. A mí, siempre me interrogó y, hasta cierto punto, me repateó. Luego, he comprendido que no era sino el sarcasmo derivado de nuestra dedicación al «pobre pueblo que se condena porque no sabe las verdades de la fe». Y, para ello, no hacía falta mucho.
Una somera visita a nuestras Bibliotecas y Archivos (bien estén aún en nuestras legítimas manos o en fondos provenientes de robos y saqueos) nos muestra una abundante producción de libros de predicación, manuales de piadosas meditaciones, ascética, teología, etc … La no dedicación a la educación está, sin duda, en el fondo de esta situación. Sólo cuando este ministerio se acepte en España comenzarán algunos misioneros a escribir acerca de otras materias.
Este III CENTENARIO es un buen motivo para sacar de los «anaqueles» a algunos hombres que supieron ser misioneros sin renunciar al estudio científico. Sus capacidades estuvieron en el fondo del progreso de la Congregación en España.
Con estos misioneros ejemplares queremos hacer una llamada («urgente llamada») a paliar la desidia que en este campo nos invade. El «pobre pueblo se condena porque no sabe» … Nosotros «no tenemos capacidad de acompañamiento» porque no hacemos ningún esfuerzo por prepararnos y, lo más grave, nos regocijamos en la ignorancia (aunque la llamemos «humildad», «trabajo pastoral», «ausencia de capacidad», «edad» …). Mirar hacia delante, nueva Presencia … exige preparación, esfuerzo, ánimo.
Nota previa: para facilitar la lectura de estas breves notas evitaremos las referencias. El elemento básico de este artículo es el más extenso que en Anales Madrid publicó A. Alonso el año 1933. En el Archivo Provincial de Madrid se conservan también algunas cartas. Parece que parte de su documentación fue destruida cuando el P. Díez salió de Villafranca.
I.- Nacimiento y primeros estudios
Nació el 21 de mayo de 1868 en Tardajos (Burgos). Hijo de Alejo Díez y Petra Tobar, labradores sencillos. Desde muy pronto aprendió a leer y escribir en la escuela del pueblo y, por recomendación del maestro, sus padres le enviaron a estudiar, con diez años, a Las Quintanillas, junto al sacerdote del lugar, D. Francisco González Villanueva, que ejercía de «dómine» para un numeroso grupo de niños del entorno. Este buen sacerdote, hermano del P. Leonardo, logró que varios de sus discípulos entraran en la Congregación y otros continuaran sus estudios en el Seminario de Burgos. Sus ademanes y buenas disposiciones para el estudio le movieron a ingresar en la Congregación pero su corta edad fue un obstáculo para ello. En tanto se desplazó al Seminario-Colegio de Sigüenza, regido desde 1877 por sacerdotes de la Congregación por impulso del D. Manuel Salazar Villegas, obispo de la diócesis. A este Seminario llegó el joven Mariano hacia 1882. Tras superar las normales dificultades de acomodación, merced a la inestimable ayuda del P. Eladio Arnáiz, le enviaron a Madrid (casa de los Cipreses) donde ingresó en la Congregación el 12 de julio de 1883, haciendo los votos el 22 de mayo de 1886 (tuvo que esperar diez meses, finalizados los dos años de Seminario Interno, por falta de edad).
Sus años de estudiante fueron aprovechados, sintiendo inclinación especial por las ciencias físicas y matemáticas, que tan reducida cabida tenían en el plan de estudios de entonces. La escasez de personal formado y las necesidades que demandaban las nuevas fundaciones, hacían que frecuentemente los Superiores enviasen a ocupar estos puestos a jóvenes que aún no habían terminado sus estudios. Tal sucedió al P. Díez que, el 24 agosto de 1890, fue destinado al Colegio de Murguía (Álava). Dice la resolución del Consejo Provincial: «Se determina que el Hno. Dóez, estudiante, salga cuanto antes destinado a dar clase en el Colegio de Murguía». Aquí le tocará ser discípulo y maestro al mismo tiempo.
II.- En el Colegio de Murguía
Llegaba a Murguía después de pasar los calores del verano en Madrid. Todo cambiaba para él de repente de aspecto. Clima, ocupaciones, todo nuevo. También era nueva la manera de vivir que observaron en la casita, durante los primeros años, los Padres que inauguraron el Colegio. Sin embargo poco tiempo, tal vez nada más unas semanas, habitaría en ella el P. Díez porque pronto pasaron al Colegio que se estaba edificando y en que el que, en un principio, pasaron bastantes estrecheces. Aquí inició una vida dedicada por completo a la enseñanza. Una vida totalmente ocupada cuyo aprendizaje lo hizo en Murguía ya que la vida en un Colegio no es la más a propósito para criar holgazanes.
En este continuo ajetreo de estudio y de clases, se iba preparando para recibir las sagradas órdenes. El diaconado lo recibirá en 1891 y un año después el sacerdocio. Se ordenó en Murguía junto con el P. Eugenio Goñi. El ejercicio de la docencia motivó en él una sed insaciable de henchirse de ciencia. De este tiempo afirma una persona que le conoció: «He conocido pocas sabidurías tan hondas, eruditas y completas como la suya, enciclopédica si las hay. La tenía muy sistematizada, pero su sistema era un poco caótico y confuso. Lo que el mostraba principalmente era erudición en las variadas disciplina, antiguas y modernas, vivía al día en la filosofía y en las ciencias positivas y, sin embargo, poseía la erudición clásica como un sabio del renacimiento. La historia griega, alejandrina y bizantina de la ciencia la poseía como no se encuentra más que en algún sabio alemán».
Sus conocimientos en las ciencias positivas le dieron a conocer a los profesores de los Institutos en donde tenían que examinarse los alumnos del Colegio, siendo admirado y aun consultado por algunos de ellos. Enfrascado en sus estudios seguía con afán los adelantos de las ciencias. Sus atinadas reflexiones basadas en profundos conocimientos eran escuchadas con vivo interés. Por esta época ocurrió un hecho digno de estudio aunque de difícil solución. Me refiero a la invención del Cinematógrafo.
La relación del P. Mariano Díez con el «cinematógrafo» viene dada por una confusa nota aparecida en «El Mundo Científico» que dice: «El conferenciante (referido al P. Díez) autoriza con absoluto desinterés a cualquiera de los asistentes (o lectores) para que lleven a la práctica cualquiera de las ideas o conceptos que se encuentren nuevos en sus conferencias. De una de ellas ha salido el cinematógrafo. El ingeniero francés A.F. asistió en 1889 a la conferencia del Cinematógrafo, e inmediatamente mandó construir en París el aparato. Lumiere fue el que hizo las películas… De donde resulta que la cuna del Cinematógrafo no es Francia, ni los Estados Unidos, sino España».
No parece viable tal afirmación por cuanto en el citado año el P. Díez era un simple estudiante de Teología en una época en que este tipo de conocimientos no entraban en el diseño de sus estudios. Sería en Murguía, una vez ordenado sacerdote en 1892, donde dispuso de tiempo y posibilidades de acercarse al tema. En una de las veladas «científico-literarias» del año 1892 se trata el tema siguiente: «El Cinematógrafo. Descripción del aparato por el que las imágenes de las personas, lo mismo que las demás cosas, sea que en el acto existan, sea que ya no existan, aparezcan el vivo y como si fueran la realidad, con sus colores, movimientos, etc…etc… ante nuestra vista».
En este mismo año o en el siguiente se encontró en Bilbao con A. Flamereau, representante de Lumiere y encargado de explotar en España el negocio de la fotografía. Con él habló el P. Díez de lo que entonces constituía el problema industrial de la fotografía, de las fabulosas ganancias que había de acrecentar la fortuna de los explotadores una vez dada la ansiada solución a la «cronofotografía». Hablaron de la sucesión de las fotografías, no con movimiento continuo, sino con intermitencias o intervalos de reposo, para que, aprovechando la inercia de la retina, quedase tiempo para sucederse unas a otras y producir así la ilusión de movimiento.
Sobre otros extremos de sus conversaciones o charlas, así como de la influencia que pudieron ejercer en el ánimo del francés Flamereau, no hay más testimonios que el reconocimiento y gratitud que más tarde demostró el mismo Lumiere, invitando al P. Díez a la primera sesión de «cine» que dio en España. Parece que sus «apuntes» los entregó al francés y de ellos nunca más se supo.
Aún en Murguía continuó sus estudios sobre el ya realizado invento, y dando un avance más ideó el «Icocinéfono», o sea, la aplicación fácil del fonógrafo al cinematógrafo. Pero nos hemos quedado sin conocer las ideas sobre el «Icocinéfono» por haberlas él destruido o entregado a algún aprovechado.
Los libros y las clases eran sus mejores distracciones. Querido y estimado de todos, en especial de los profesores y alumnos del Colegio, fue muy sentida su despedida al partir, después de diez años de permanencia, a continuar la misma labor que en Murguía en el recientemente abierto Colegio de Villafranca del Bierzo.
III.- En el Colegio de Villafranca del Bierzo
El Colegio data de comienzos del siglo XVII en que fue construido merced a la magnificencia de D. Pedro de Toledo, Marqués de Villafranca. Con fecha 16 de enero de 1601 fue aceptado por la Compañía de Jesús que lo regentó hasta 1767 en que fueron expulsados de sus reinos por Carlos III. El Colegio subsistió aunque las condiciones fueron cada vez más precarias. Con la desamortización su situación empeoró quedando la casa y huerta adjudicada a los herederos de D. Gabriel de Robles y la Iglesia a la Mitra.
En 1898 recayó el Colegio en doña Teresa Goyanes que lo vendió a los PP. Paúles. Estos tomaron posesión de él en junio de 1899. Arreglado en lo más indispensable reinició su actividad en el mismo Curso 1899-1900 estando al frente el P. Madrid.
En septiembre de 1900 llegó el P. Díez a Villafranca para empezar el segundo curso del Colegio en marcha. Una de sus primeras tareas será trabajar por la incorporación del Colegio al Instituto en los tres últimos años del Bachillerato, con objeto de poder explicarlos sin haber obtenido los grados académicos que exige la ley». En otras palabras, que los misioneros no tenían la titulación necesaria que ya se exigía en aquel momento y necesitaban o un permiso especial o estar afiliados a un Centro oficial. Lo lograrán del Instituto de León el 30 de septiembre de 1900.
En el Colegio tuvo bastantes disgustos tanto por el escaso número de alumnos, el comportamiento de los inspectores, el nombramiento de procurador y por la acusación que hicieron de él al Visitador de leer libros condenados. La contestación que realizó a esta última cuestión fue: «No tengo libro alguno de hereje ni tampoco que esté puesto en el «Índice». Las obras filosóficas que más leo son: Santo Tomás, Suárez, Balmes, González (Estudios) y la Filosofía lacense; tengo la Ideología de Rosmini, pero es una edición purgada de las proposiciones ontológicas. Las obras físicas y matemáticas me parece que no ofrecerán peligro de contagio».
Otro problema surgido en esta primera estancia en Villafranca se derivó de la publicación en prensa de algunos artículos suyos o con su firma. Sobre él cayeron no sólo anatemas del Visitador sino el disgusto del mismo Superior General. En ambos casos hubo de defenderse argumentando no haber sido él sino el Superior o algunos Estudiantes quienes lo dieron a la prensa.
IV.- En el Seminario de Oviedo
Fue destinado a este lugar en septiembre de 1903, donde dio abundantes muestras de su ciencia. No permaneció aquí sino un curso, volviendo para el siguiente, de nuevo, a Villafranca.
V.- En el Colegio de Villafranca (2ª estancia).
En septiembre de 1904 está de nuevo en su antiguo destino. Finalizado el curso deciden cerrar el Colegio debido a su escasa matrícula. Al tener noticia de ello el P. Visitador se presentó en Villafranca, manifestó su voluntad de continuar y nombró Director del mismo al P. Díez. Dos graves preocupaciones le motivaron en este nuevo cargo: el prestigio del Colegio y el arreglo de la casa. En relación al primer punto observa que el gran problema es la ausencia de licenciados en el mismo. Por ello propone al Visitador que antes que contratar a dos licenciados seglares sería bueno enviar a algunos individuos de la Congregación a hacerlo en Niágara (Universidad dirigida por los paúles americanos) y luego solicitar la convalidación de sus títulos en España. Nada consiguió. Los problemas de arreglo del edificio eran tan urgentes que él mismo dice que «los padres de familia, al ver el Colegio tan destartalado, se desaniman y retraen de dejar en él sus hijos«.
Fueron años en los que el Colegio «malexistió» pero en los que la fama del P. Díez fue en aumento merced a sus múltiples intervenciones, pocas veces, por otra parte, dejadas por escrito. Llegó a tener una importante biblioteca de no menos de quinientos libros tanto de filosofía como de las ciencias físico-matemáticas. Especialmente afectos le eran en el Instituto de León donde consiguieron que la Universidad de Oviedo expidiese a su favor el título de Bachiller y la de Granada el de Licenciado (que no quiso aceptar).
Cuando el número de alumnos fue creciendo, algunos sucesos (interrupción de un acto académico por parte del Alcalde y acusación de malos tratos a un alumno que había sustraído una elevada cantidad de dinero) enturbiaron el trabajo del P. Díez, a la sazón Director del mismo.
Una revista: «La Juventud Berciana»
Con permiso del Visitador, y solicitado por algunas personas de Villafranca, se responsabilizó el Colegio de la edición de una revista más o menos quincenal que se editada en la localidad. Su cabecera se titulaba «Heraldo del Bierzo» pero fue cambiado por «La Juventud Berciana». El primer número vio la luz el 27 de marzo de 1910. Durante algunos años tuvo una buena aceptación y sirvió para dar a conocer algunos de los pensamientos del mismo P. Díez, sobre todo de filosofía. Aunque en ocasiones su lenguaje no sería comprendido por la mayoría de lectores no cabe duda que sirvió no sólo para elevar un tanto el nivel cultural berciano sino para propagar ideas menos anticlericales que cuando el Colegio dejó de editarlo.
Una conferencia: «La Nueva Lengua, la Nueva Escritura y la Nueva Pluma».
En una velada del Colegio de 1915 se leyó un trabajo-memoria del P. Díez que tuvo bastante repercusión y fue editada en dos ocasiones. En la conferencia de defiende la necesidad de una lengua fácil de entender para todos los sabios hija de la reflexión y el estudio y resultado de la lógica; en segundo lugar la relación que existe entre la grafotecnia y la fonética y, en tercer lugar, nos describe la nueva pluma «autofonográfica». Es una máquina que tiene dos elementos: uno para diferenciar los sonidos emitidos por la voz y otra para dejarlos escritos conforme a esa misma diferenciación.
Diversas propuestas:
La Nueva máquina y la música: el fin de esta máquina es sacar de los sonidos armonías. Para ello describe los elementos de que deberá constar y la forma de funcionamiento.
Aparato para conservar el vino: de la experiencia de que el vino se echa a perder por las materias fermentescibles que en él deposita la atmósfera al ponerse en contacto inventa un mecanismo para que esto no ocurra evitando que la cuba quede en ningún momento sin vino cuando esta se desocupa.
Reloj que obedece la voz del hombre: en Villafranca ideó una especie de trabuco que se descargaba, por efecto del sol, a las doce en punto. En Murguía hizo funcionar, por espacio de diez años, un reloj de pared al que se le daba cuerda con la sola
energía de la voz del profesor al explicar las lecciones a sus discípulos.
Reloj sin cuerdas: reloj sin ruedas, pero con esfera, y que marca las horas y minutos no a saltos como los demás relojes, sino de un modo continuo.
El Iconotelescopio o Iconoscopio
En una «velada» tenida en Murguía el año 1891 o 1892 describió un aparato para resolver el problema de ver las imágenes a distancia. Años más tarde volvió a lo mismo. Según la revista «El Mundo científico» el aparato consta de Transmisor (cámara oscura cuyo fondo está formado por una lámina delgada de sulfuro de antinomio y plomo…), Receptor (otra cámara obscura cuyo fondo está formado por un cristal blanco…) y Regulador sincrónico.
El Logautógrafo
Descrito en un artículo publicado en «La Luz de Astorga». Parte del principio de que es físicamente posible valerse de la energía de la palabra-sonido, para dejarla impresa en el papel. La máquina constará de varios resonadores, tantos cuantos sonidos queremos aprovechar en nuestro lenguaje. Parece ser que, en vida del P. Díez, alguna casa constructora trabajó sobre él y su aplicación a las máquinas de escribir.
VI.- En el Colegio de Murguía (2ª estancia).
A principios del Curso de 1921 fue trasladado a Murguía. Aquí continuó dedicado a la enseñanza.
VII.- En el Seminario de Oviedo (2ª estancia)
El año 1925 pasó a este Seminario como Director Espiritual de lo seminaristas, cargo que desempeñó por poco tiempo pues murió al año siguiente.
VIII.- Muerte
Estando en León dando una tanda de Ejercicios a las Hermanas se puso sumamente mal y fue trasladado a Madrid donde murió el 25 de julio de 1926.