María, maestra de vida espiritual

Francisco Javier Fernández ChentoVirgen MaríaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Lucía Roge, H.C. · Año publicación original: 1975 · Fuente: Ecos de la Compañía.
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La corriente de la vida nos absorbe y corremos el riesgo de olvidar aquello que constituye nuestra característica familiar. Las Constituciones, una vez más, nos recuerdan la realidad profunda de nuestra vocación: somos una comunidad mariana. Así la desearon nuestros Fundadores desde sus comien­zos. Esta dependencia de María parte del carisma que recibieron para fun­dar la pequeña Compañía de Siervas de Cristo en los Pobres. Ya en 1638, San Vicente escribía refiriéndose a unas Hermanas que em­prendían un viaje:»Que actúen como se imaginan que actuaría la Santísima Virgen… que consideren su caridad y su humildad, y que sean muy humildes ante Dios y cordiales entre Dios y cordiales entre sí, y bienhechoras para con todo el mundo». Cost. I, Oct. 1638.El 14 de octubre de 1644, Santa Luisa se dirigió a Chartres a confiar a Nuestra Señora la naciente compañía y le pidió para ésta, con la audiencia de los Santos, «la destrucción antes de que se estableciese en contra de la Voluntad de Dios». Santa Luisa compuso esta hermosa oración de ofreci­miento a la Santísima Virgen:«Señor, que nos has inspirado que eligiésemos a tu Santa Madre como Madre de la pequeña Compañía, sabes que, para que subsista, necesita las virtudes de pureza y caridad. ¿De quién aprenderemos mejor estas dos virtu­des, después de Vos, si no es de nuestra Madre? Entréganos a ella como hijas y concédenos también que comprendamos su ejemplo y que seamos fieles a las enseñanzas que su vida, aunque oculta, nos enseña con claridad.»

Somos una comunidad mariana no sólo por voluntad de nuestros Funda­dores, sino por ratificación de María en su mensaje a Santa Catalina, en 1830. La Santísima Virgen, vino Ella misma para sellar su alianza con la «pequeña Compañía»: «Tengo siempre los ojos sobre ella…»

¿Somos bastante conscientes de esa predilección de María, o bien nos hemos habituado a lo extraordinario y sólo conservamos el aspecto sentimental de nuestra devoción, sin profundizar en su doctrina ni hacer nuestro lo que nos propone la vida misma de la Virgen María?

Hace dos días recibí una carta en la que una persona que había recibido por intercesión de la Virgen María, gracia interior que la había conmovido profundamente y que me exponía con toda humildad. Acompañaba su carta un donativo para los pobres.

¡Y es que María continúa actuando a fin de que la gracia de Dios triunfe!

 Las Constituciones reafirman nuestra pertenencia a María. Nos invitan a considerar a la Virgen como:

  • La Inmaculada, totalmente abierta al Espíritu.
  • La Sierva, fiel y disponible, de los designios del Padre.
  • Ø La Madre de la Iglesia y, como quería Santa Luisa, la única Madre de la Compañía» (págs. 20-21).

La segunda parte de las Constituciones, dice: «Las Hijas de la Caridad miran a María como maestra de vida espiritual.» Es «la Virgen que escucha y acoge la Palabra de Dios, la Virgen orante, la Virgen que ofrece». Tratan de mirarla para hacer como Ella, «de su propia vida un culto a Dios y de su culto, un compromiso de vida» (C. 13).

Maestra de vida espiritual: este título está en la línea más pura de nues­tra vocación, y nuestros Fundadores, Santa Luisa en particular, lo destacó bien, uniendo la Renovación anual de nuestros votos al Misterio de la Anun­ciación, para que hagamos nuestra entrega con la de la Virgen y pronuncie­mos con Ella nuestro Fiat.

Maestra de vida espiritual…

—¿Qué tenemos que aprender de la Virgen María?

Cómo acoger con fe la palabra de Dios.

María es «la que ha creído». Su fe responde al mensaje de Dios, sin demora, sin vacilación. Esta palabra divina provoca la impulsiva ofrenda de todo su ser: Estoy dispuesta… Estoy dispuesta para lo que quieras. Heme aquí… El asentimiento continuo al plan de Dios, a aquello que pide, carac­teriza la vida de la Virgen. Libremente se compromete y voluntariamente entra en el camino de la obediencia: «He aquí la esclava del Señor.» Su adhe­sión a la fe es, desde el principio, total, absoluta, sin retorno. Aunque María prevé sus posibles consecuencias: de inmediato, la ruptura con José.

Veamos a este propósito, una reflexión de Santa Luisa:

«Santísima Virgen… a pesar de que a vuestro regreso de la casa de Isabel observáis la duda cruel que atormentaba a vuestro esposo San José al notar vuestro embarazo, no perdisteis la paz. ¡Oh, qué abandono a la divina Pro­videncia…! ¡Almas pusilánimes! ¡Almas excesivamente confiadas en la pru­dencia humana! Es que todavía no os habéis entregado de veras y del todo a Dios, como la excelsa María, Madre de Jesús. ¡Qué lección nos dais, Virgen Santa, a quienes aspiramos a la dignidad de teneros por nuestra única Ma­dre!…»

Santa Luisa comprendió el riesgo de la fe… Me gusta mucho esta frase: «almas pusilánimes, almas excesivamente confiadas en la prudencia huma­na…» Me la aplico a mí misma. ¡Qué fácilmente nos dejamos llevar de la prudencia humana! La adhesión de la Virgen María compromete todo su ser con confianza y con amor. Maestra de vida espiritual, nos propone la verdadera actitud de fe en el servicio de Dios, actitud que centra toda nuestra vida en Jesucristo, que nos habla en el Evangelio.

¿Maestra de vida espiritual?

María sigue siéndolo para nosotras cuando se presenta como sierva.

Recordemos cuando dijo: «Ha mirado la bajeza de su sierva… Ha mirado la pobreza, la pequeñez de su esclava.» Vemos que, para ella, sierva y pobre­za, esclava y humildad, están íntimamente unidas, indisolublemente enla­zados. Preguntémonos, a esa luz si, cuando nos alejamos de la pobreza y de los esfuerzos por practicar la humildad, seguimos siendo siervas.

  • ¿Podemos seguir siendo siervas sin pobreza?
  • ¿Tenemos verdaderamente espíritu de siervas cuando nos dejamos llevar de la ambición de poseer?

La verdadera sierva espera, humildemente, la manifestación de los deseos de su señor. Así se mantiene María durante la vida de Jesús, oculta, desco­nocida, aparentemente insignificante, compartiendo la vida sencilla de sus contemporáneos. La Virgen cumple, de esta manera su misión, que es estar junto a su Hijo sin ruido, pasando desapercibida. Lo que la distingue en esta misión de sierva del Señor es su presencia vigilante, su atención a las nece­sidades de los demás: «No tienen vino…» La distingue la fuerza y el vigor de su fe, de esa Fe que la mantiene de pie en el Calvario: «He aquí a tu hijo…» Y también, de modo particular en aquel momento, la intensidad de su comunión con Cristo en su adhesión al misterio pascual. Y, finalmente, en todo el Evangelio, pero de manera especial en Pentecostés, su discreción, su presencia discreta. Y, sin embargo, los Apóstoles se reúnen en torno a ella para orar; María es el centro y podríamos decir: los Apóstoles están allí, esperando la venida del Espíritu, precisamente porque María está allí.

Ciertamente, las Constituciones tienen razón al pedirnos que tornemos a María como maestra de la vida espiritual. ¡Cuántos puntos de reflexión para la vida de una Hija de la Caridad!

¿Maestra de vida espiritual?

María lo sigue siendo como modelo de proximidad a Dios, de unión, de intimidad con El.

«El Señor es contigo.» María fue consciente enseguida de ello y de ahí su gozo: «Mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador.» La alegría que pro­voca la presencia del Señor…

Y nosotros, ¿amarnos bastante al Señor para rebosar de júbilo ante la certidumbre de su presencia?

¿Sabemos descubrir esa presencia en los demás?, ¿en la acción de la gracia en torno nuestro?, ¿en los acontecimientos, incluso dolorosos? La alegría de la presencia de Dios, ¿es tan real en nosotras como en María? Alegría de saber que Dios nos escogió, que su mirada nos sigue a pesar de nuestra pobreza, de nuestra insignificancia, de nues­tras miserias y debilidades, o, precisamente a causa de todo ello: «Dios ha escogido lo que es débil y despreciable para que resalte su poder…»

¿Consideramos nuestros éxitos y realizaciones, como propios, o bien vemos en ellos la acción de Dios en nosotros?

En nuestra vida apostólica, la meditación sobre la Virgen María nos en­seña que la venida del Salvador es siempre como un alumbramiento que sólo puede provenir de la iniciativa divina a través de nuestra pobre huma­nidad, de nuestros pobres medios humanos, de nuestra «bajeza»… La vida de María nos recuerda también que todo viene de la gracia de Dios, que todo es don de Dios y que a nosotros nos corresponde la atención, la aco­gida, la espera… acogida y espera en la Fe y en el Amor.

¿Maestra de vida espiritual?

María es la oración. Aprendamos de Ella a orar. Contemplemos:

Su admirable oración de conformidad: «He aquí.» No es complicado. Se trata de que sea leal, leal.

Su oración de alabanza y de acción de gracias, magnífica en su digni­dad y sencillez: «He mirado la bajeza de su sierva, el Poderoso ha hecho en mí grandes cosas.» ¡Qué discreción sobre ella misma! ¡Y con qué certeza proclama que lo que atrae la mira da de Dios, es el reconocimiento de nuestra pobreza!

—Su oración de súplica, que se limita a exponer sencillamente la situa­ción. Atenta a los demás, ha visto y presenta los hechos: «No tienen vino.» Su corazón y su espíritu están plenamente convencidos de que el Señor puede obrar y dar la mejor solución. Por consiguiente, añade con confianza: «Haced lo que Él os diga».» Es la Fe de que habla el Evangelio, la fe que permite trasladar las montañas.

Querría recomendarles con fuerza que sean verdaderamente conscientes de qm.’ toda la Compañía es una comunidad mariana, escogida por la Virgen María, y que cada una de ustedes le pertenece de manera especial por ser miembros de esa comunidad.

Sean, pues, de las que miran profundamente a María: confíenle el creci­miento de su vida de Fe y de la de sus compañeras. Acepten con humildad formar parte de «esa pobre gente que rezan el rosario todos los días», aunque lo hagan distraídas a veces. No por eso deja de ser una ofrenda sencilla, humilde y pobre. El rosario va dirigido a la Virgen suplicante, a la Virgen poderosa, que puede obtener del Señor todas las gracias.

Sean ustedes de aquellas que meditan las enseñanzas y la vida de María. Que la Virgen Inmaculada sea, de verdad, para nosotras, maestra de vida es­piritual.

Voy a terminar con una oración de Santa Luisa. El texto es, sin duda, del siglo xvII, pero el contenido es válido siempre:

«No me engañé, Virgen Santísima, cuando esperé que aceptarais ser nues­tra única Madre. Podemos aspirar a la cualidad de Hijas vuestras, ya que sois la Madre de Jesús que es nuestro hermano, y además hacemos profesión particular de asemejarnos a El… Permitidnos, pues, que acudamos a Vos con confianza, respeto, humildad y entera sumisión, y obtenednos la comu­nicación del espíritu de vuestro Hijo, para que, no obrando según el nuestro particular, reine la unión en nuestra Compañía mediante la práctica de las virtudes de Jesús, nuestro Hermano, nuestro amor y nuestro esposo» (Escri­tos de Santa Luisa).

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