La Cité du Soleil es un inmenso vertedero humano, una de esas estampas de la pobreza africana en la que los niños y los cerdos se buscan la vida escarbando en los montones de basura. Pero la Ciudad del Sol está en Puerto Príncipe, la capital de Haití, a tan sólo unos minutos en avión de las paradisíacas playas de la República Dominicana.
El vertedero humano, con sus montones de desechos, sus chabolas de chapas oxidadas, -peores que cuadras para el ganado-, sus aguas putrefactas, sus niños semidesnudos, los cerdos comiendo en la basura y sus más de 300.000 almas viviendo del aire, fue visitada ayer por la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, y el resto de la delegación que le acompaña en su gira por Iberoamérica.
El descenso al infierno duró sólo unos minutos. Al parecer, razones de seguridad aconsejaban sólo llegar, ver y fotografiar. En medio de un fuerte despliegue policial, en el que se mezclaban agentes españoles, policías locales y cascos azules de la ONU, la comitiva fue avanzando por una calle central, «avenida de los horrores», que desemboca en un río de aguas fecales.
En sus riveras se levanta una ciudad de chabolas, un mundo espectral, horrible y maloliente, de hombres y mujeres que se pasan el día mirando el curso estancado de las aguas podridas. Los niños pedían un dólar y se conformaban felices con un bolígrafo. Mientras tanto, los padres miraban con resignación y en algún caso aislado, con enorme rechazo a la comitiva de blancos que durante unas minutos caminó por sus calles sintiendo y oliendo su pobreza.
Sin embargo, en la Ciudad del Sol hay un oasis. Se llama «Colegio de Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl» y está regentado por unas monjas españolas. Lo dirige sor Pilar Pascual, una recia navarra, que recibió ayer de la vicepresidenta del Gobierno, fuertes y sentidos elogios, así como dos anuncios de subvenciones por valor de 600.000 euros, para ampliar las instalaciones del colegio.
Las hermanas del Paul son la única luz, la única mano amiga en esa barriada. Tal vez por ello, en los dramáticos días de disturbios del 2004, cuando la ciudad era una peligrosa «balancera» que le costó la vida al periodista Ricardo Ortega, la camioneta que abastecía al colegio de alimentos, fue la única que respetaron los revoltosos.
Las monjas del Paul, entre las que hay seis españolas, atienden a 1.200 niños. Los escolarizan, controlan su nutrición, le dispensan asistencia médica y sobre todo se ocupan de sus madres. Les tienen que enseñar a querer, a acariciar a su hijos. No los sienten suyos, porque muchos son fruto de la fuerza, de una violación, que en este país, más que un delito, es un deshonor para la agraviada, que por vergüenza prefiere no denunciar ante la Policía.
Más allá de la Ciudad del Sol, la capital de Haití que legaron los Chevalier (Papa Doc y Baby Doc), y más recientemente los Aristide es una prolongación de los países más pobres de Afrecha, pero en las turísticas aguas del Mar Caribe. Con un desempleo del 70 por ciento, desde primera hora de la mañana, la calle es una foto repetida de miles jóvenes cruzados de brazos que miran desde las aceras sin ir a ningún sitio.
Los que hacen algo, se dedican al trapicheo, al pequeño comercio. Los hay que venden bolsas de agua, botellas de refrescos, barras de hielo o chucherías. La imagen es la de un inmenso bazar de parias, un mercado infinito que se extiende por todas las aceras de las calles principales y secundarias, donde medio Haití vende o compra al otro medio. Trasmite la imagen de un país triste que de cuando en cuando, se solivianta con el hambre, se levanta en armas, y donde nadie respeta ya a nadie, salvo a la camioneta que da asistencia a las monjas españolas del Paul.
Puerto Príncipe, 10 Agosto de 2008 (Del enviado especial de Europa Press, Paulino Guerra) –