Luisa de Marillac y la formación de las HH. de la Caridad (I)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: .
Tiempo de lectura estimado:

EVOCACIONES

El día 25 de marzo de 1634, al despuntar el alba, Luisa de Marillac se sentía henchida de gozo. Poco después de las seis de la mañana, durante su oración personal, en un acto de humilde confianza y de cálida intimidad, deseaba entregarse totalmente a Dios para dedicar toda su vida a la formación de las jóvenes que servían a los pobres en las Caridades. Ese modo de ser, esa vocación, esa forma de vivir, ¡reflejaba tanta belleza…! Muchas veces se había sentido sobrecogida ante su novedad. Estaba emo­cionada. Aquello que Dios le había revelado en Pentecostés de 1623 iba tomando forma. ¡Dedicar toda su vida, por amor, al servicio de los pobres! El ensayo comenzado el 29 de noviembre de 1633 había estado revelando no solo la bondad y belleza del nuevo modo de ser mujer, sino también la necesidad de que alguien fuera para aquellas mujeres un referente positivo, claro, convincente y eficaz. Su deseo de vivir en el Proyecto de Dios, de hacer vida lo que Dios había soñado para ella, se estaba viendo colmado otra vez, en esta nueva opción que ella estaba tomando en libertad agradecida. Y un poco más tarde, a las nueve, en la celebración de la Eucaristía, se comprometería a ello por medio (le un voto irrevocable, renovando también su voto de viudez.

Otro día, después de mucho tiempo, el 24 de julio de 1660, Vicente de Paúl dirá a las Hijas de la Caridad reunidas para comentar sus virtudes: » ¡Con cuánta razón tenéis que poner vuestros ojos en la que es vuestra madre, porque os ha engendra­do! No os habéis hecho a vosotras mismas, hijas mías; ha sido ella la que os ha hecho y os ha engendrado en Nuestro Señor».

El nacimiento de la Compañía de las Hijas de la Caridad está iluminado por la presencia de Vicente de Paúl y Luisa de Marillac. El modo de ser Hija de la Caridad, los rasgos más sobresa­lientes de aquella forma de vida se fueron haciendo explícitos poco a poco. Aparecieron signos de Dios en Luisa y en las pri­meras muchachas que se acercaron a vivir con ella. Cuando se quiere destacar el papel que tuvieron uno y otra por compara­ción, es difícil acertar ya que, en su íntima amistad, habían lle­gado a un nivel muy profundo de comunicación, compartían sus ideas, sus sueños, sus preocupaciones y establecieron una cola­boración muy rica y fecunda. Sin embargo, los documentos que nos permiten conocer hoy a cada una de estas dos personas nos ofrecen datos suficientes para definir la manera como Luisa de Marillac se situó ante este nuevo modo de ser mujer, cómo actuó para permitirle «llegar a ser» y que se expresara en aquellas mujeres campesinas a quienes, así lo decían, les «gustaba servir a los pobres de aquella manera» totalmente evangélica.

El primer biógrafo de Luisa de Marillac dice textualmente: «Il était nécessaire d’unir ces filies en communauté sous la conduite d’une Supérieure afin qu’elles fussent formées pour les exercices de la charité». La tarea que Luisa se ofrece a llevar a cabo viene expresada por «la conduite». Es una expresión pro­cedente del verbo conduire que posee un rico contenido semán­tico. Reúne en sí los significados de acompañar a alguien cuan­do necesita un servicio que no puede cubrir en soledad; guiar, mostrar el camino hacia donde hay que dirigir los pasos, ser como una señal que orienta el caminar de alguien; prestar el ser­vicio de transmitir algo que, viniendo desde lejos, la persona deja que pase a través de sí. Se trataba de emprender algo que estaba deseando hacer desde hacía bastante tiempo, se sentía impulsada, se veía capacitada para realizarlo con maestría, y lo había hablado ya varias veces con Vicente. Ya había llegado la hora. Aquellas mujeres en las que se descubrían signos de una novedad estilo de vida ya tenían una maestra, una acompañante y una guía experimentada.

Pero, mi mirada a los textos es una mirada situada. Y por lo tanto, una mirada selectiva. Me interesa mirar al pasado, única­mente para enriquecer y motivar el hoy. Me fijaré en los textos que tienen mayor actualidad. Seleccionaré las actitudes más actuales y procuraré apuntar a aquellos aspectos de nuestra vida que hoy requieren una atención especial, que pueden ser interpe­lados por realidades antiguas que tienen poder para impulsar modos de vivir con mayor autenticidad nuestro ser de Hijas de la Caridad hoy.

  1. HIJA DE LA CARIDAD, UN MODO DE SER MUJER

Ser Hija de la Caridad es un modo de ser mujer en el mundo. Surgió en Francia, a lo largo del siglo XVII. Es un modo de ser mujer, adherido al dinamismo de la creación. Un modo de ser vivo, conectado con el origen de la vida, con la Vida misma. Es un modo de ser mujer en plenitud.

Ser Hija de la Caridad es un modo de ser mujer «agradecido». Se manifestó como una llamada a vivir. Como un don gratuito, como un precioso regalo ofrecido a la mujer. Una llamada, un don, que suscita en cada mujer una respuesta viva y una entrega amorosa.

Ser Hija de la Caridad es un modo de ser mujer «acompaña­do». Se reveló como un modo de ser libre, abierto a la experien­cia de preferir y a la decisión de elegir. Un modo de ser en rela­ción, en seguimiento. Un modo de ser enamorado, alegre, feliz, que se deja seducir por Jesucristo y se entrega generosamente para vivir con ÉL, como Él y seguirle todos los días de la vida.

Ser Hija de la Caridad es un modo de ser mujer entre los pobres. Floreció como alternativa a otros modos de ser mujer. Ser sierva, vivir sirviendo. Enraizado en la experiencia cristiana de Dios, colma el anhelo de plenitud que anida en el corazón de cada mujer y ofrece una respuesta evangélica al lacerante grito de los pobres.

Su aparición provocó a su alrededor asombro ante la novedad que reflejaba. Y despertó un gran atractivo por aquel modo de ser sencillo y sorprendente que irradiaba una fuerza extraordinaria. Sus contemporáneos lo admiraban con un gran aprecio, estima y agrado.

Este modo de ser Hija de la Caridad se desplegó por prime­ra vez en la vida de una mujer de Suresnes. Se llamaba Margari­ta. Ella fue la primera que lo acogió en su seno, pronunciando con todos los registros de su personalidad un SÍ alegre, genero­so y decidido. Ella fue la primera que mostró el «camino» a las demás. Y, como semilla llevada por el viento, este nuevo modo de ser prendió lleno de vida en otras mujeres de su tiempo: Jacoba, Margarita, María, Nicolasa, Bárbara, Juana, Isabel, Francis­ca, Cecilia… Y se dio a conocer así, de modo sencillo y con un resplandor misterioso, como sucede en las cosas de Dios.

Hubiera podido pasar desapercibido. Pero llevaba impresa en su núcleo la huella de «buena noticia» que acompaña a todo lo evangélico. Vicente de Paúl y Luisa de Marillac, plenamente comprometidos en hacer presente el Reino de Dios entre los pobres, al percibir los signos de aquel nuevo modo de ser mujer, lo acogieron como un tesoro y supieron reconocer en aquellas jóvenes la urgencia que tenía por expresarse, por expandirse y por darse a conocer. En medio de un gran asombro por su nove­dad, se comprometieron con entusiasmo en el intento de que «lle­gara a ser», en plenitud, en cada una de las jóvenes que venían a vivir con ella.

Podemos entender así la tarea de la formación: el intento de «llegar a ser», la atención cálida y amorosa que se presta a «lo que es» para permitirle que se despliegue, que crezca y se confi­gure con la mayor nitidez posible; el cuidado que se pone para que nada impida el crecimiento de la vida que anida en el núcleo ínti­mo de las personas, y para permitirle que se exprese libre y vigo­rosa en sentimientos, actitudes, gestos, acciones y compromisos.

Carmen Urrizburu

CEME 2010

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *