Luisa de Marillac escuchadora de la palabra de Dios (II)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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SU CATECISMO Y LAS CITAS BÍBLICAS

Cuando, por fin, en mayo de 1629, la Señorita Le Gras, se decidió a ayudar a los pobres de la mano de san Vicente, comen­zó visitando las Caridades de los pueblos y ejerciendo de maestra catequista de las niñas pobres. No se sabe si fue para estas niñas o para que las Hermanas explicaran la doctrina católica a sus alumnas, para las que compuso un catecismo que refleja la men­talidad de la época en relación a los evangelios, la eucaristía y la vida de Dios. Leyendo este catecismo, sacamos dos conclusiones.

La primera es que estamos muy lejos de la mentalidad que tenemos hoy día de la verdadera liturgia y, rechazando esa pos­tura, vemos, aunque duela, que Luisa aconseja que «al principio de la Misa, hay que pedir con el sacerdote perdón a Dios de todos nuestros pecados al decir el Confiteor, y pensar, hasta el Evangelio, en todo cuanto Nuestro Señor hizo hasta la edad de treinta años. Del Evangelio, hasta la elevación de la Sagrada Hostia, pensar en las predicaciones y milagros de Nuestro Señor. A la elevación de la Sagrada Hostia, ofrecerse todo a Dios en unión de su Hijo, y acordarse que Él fue levantado en la Cruz, en donde murió por nuestros pecados». Para no escandali­zarnos recordemos que entonces la Misa se celebraba de espal­das al pueblo, en latín y en voz baja.

La segunda consecuencia recae sobre la Palabra escrita. Es muy pobre el lugar que ocupa en su catecismo. Si descontamos las oraciones y mandamientos, no cita texto alguno de las Escri­turas directa y expresamente, mientras que, por ejemplo, en el pequeño catecismo que compuso Lutero, poco más o menos de la misma extensión, yo he encontrado cuarenta citas expresas de los evangelios y epístolas, y no de paso, sino de una forma extensa.

Antes de seguir adelante, conviene precisar que, una vez que conoció a san Vicente de Paúl, más que la Biblia a santa Luisa lo que le atrae es el Nuevo Testamento, y de éste, los evangelios. Y conviene recordar igualmente que en Bérulle y en los berulianos las citas más abundantes del Nuevo Testamento son de san Pablo y san Juan, mientras que en san Vicente’ las más frecuentes son de san Mateo y san Pablo. Santa Luisa, por su lado, se inclina por seguir la corriente beruliana, citando las más de las veces a san Pablo y a san Juan.

NO EXÉGESIS, SINO VIDA ESPIRITUAL

Con todo, no se puede atribuir a Luisa de Marillac que fuera propagadora del estudio de la Biblia. Nunca se lo pide a ningún seglar ni a las Hijas de la Caridad. Hubiese corrido el riesgo de ser tildada de hugonote. Aunque duela decirlo, el estudio de la Biblia por los seglares era propio de los protestantes, a los cató­licos se les exigía escuchar y asentir a las explicaciones que daban los sacerdotes a través de las homilías, y los eclesiásticos y personas consagradas por medio de los libros de exégesis ale­górica que llevaban la aprobación de los ordinarios de lugar o de los doctores de Universidades católicas. Sería una exageración atribuirle la mentalidad y la inquietud por estudiar las Sagradas Escrituras que bulle desde el Concilio Vaticano II entre las per­sonas comprometidas en la evangelización.

Aún hoy día el estudio continuo y diario de la Biblia entre los católicos está lejos de la entrega que hacen a esos estudios quie­nes están comprometidos con las llamadas Iglesias Evangélicas o sectas cristianas de afinidad protestante. Y acaso peor aún en España. En una encuesta preparatoria del Sínodo de los Obispos del mes de octubre de 2008 sobre la Palabra, realizada en nueve países occidentales, España era la última, tanto en la lectura de la Biblia —un 20% en el último año— como en el uso de la misma para la oración, sólo un 6% de personas. También era la última en conocer y vivenciar la Sagrada Escritura.

Es cierto que, debido a las controversias con los reformados, los exégetas católicos habían superado el miedo a ser considera­dos como luteranos o escépticos si estudiaban científicamente la Biblia bajo el aspecto de libros escritos por humanos, aunque estén inspirados, aplicándoles la crítica histórica de coger el sen­tido exacto, aclarar las alusiones, las imágenes, las comparacio­nes y las parábolas para centrar cada texto en su contexto exac­to. Esta exégesis científica había comenzado en el siglo XVI en Salamanca y en la Gregoriana de Roma, pero en Francia no se asentó hasta la segunda mitad del siglo XVII, cuando ya había muerto Luisa de Marillac. En la primera mitad del siglo XVII, en vida de santa Luisa, el estudio de las Escrituras se hacía para alimentar la fe y llevar una vida de piedad.

Y es lo que hace Luisa de Marillac: proponer la lectura del Evangelio como fundamento de una vida espiritual. En cada texto, literal o insinuado, busca un sentido para la vida interior en un continuo equilibrio con la vida comunitaria y con el servi­cio a los pobres, independientemente del sentido exegético que el texto tuviera en su propio contexto literario y cultural. Era una lectura casi siempre devocional, basada más en el sentimiento que en el rigor científico. La lectura bíblica de santa Luisa y sus contemporáneos era «sapiencial», para iluminar la vida a la luz de la voluntad de Dios. De ahí que no deba extrañarnos que un día pregunte a san Vicente si debe continuar (por igual) la lectu­ra regular en Granada y el Nuevo Testamento; o que saque por resolución el deseo de escuchar con los discípulos los preceptos del santo Evangelio del día.

La lectura que hace de los Evangelios brota de una profunda experiencia de fe personal que la lleva, al mismo tiempo, a un compromiso comunitario y a un servicio a los pobres. Siguiendo a Bérulle, aconsejada por sus directores y habiéndolo experimen­tado en la oración, asume la Humanidad de Jesucristo como cen­tro de la salvación y de la santidad, y ella, totalmente convencida, se lo aconseja de igual modo a las Hijas de la Caridad y a las seglares que la escogen como acompañante.

JESÚS ES LA PALABRA ENCARNADA DEL PADRE

La teología espiritual de Luisa de Marillac nos introduce en lo que yo llamo «el misterio de su inteligencia». Luisa tiene una sicología penetrante y fina para tratar a las Hermanas, y es firme y ladina cuando trata con las autoridades civiles y eclesiásticas, así como al relacionarse con Vicente de Paúl, misioneros paules y nobles.

Sin embargo, su inteligencia se manifiesta inclinada por natu­raleza a reflexionar de una manera ontológica y metafísica los temas sobre Dios y las Personas de la Trinidad. Son tan profun­das sus meditaciones que Gobillon equivocadamente afirmó que había estudiado filosofía. Cosa imposible, porque de Poissy salió, lo más tardar, a los 13 años, y en las Universidades les esta­ba prohibido el ingreso a las mujeres.

Es cierto que Luisa tenía una inteligencia precoz, muy fre­cuente en los adolescentes de entonces, pero esto no lo explica satisfactoriamente. Yo más bien pienso que su inteligencia la capacitaba para retener todo lo que leía, y ella era muy buena lec­tora. Asimismo pienso que los capuchinos, en especial Lorenzo de París, que la dirigieron durante cinco o seis años fueron como sus maestros de teología. Y es que su teología espiritual es fran­ciscana y beruliana más que tomista, sobre todo, al poner el momento de la redención en la Encarnación y no en la crucifi­xión y resurrección. Veamos.

Aunque no use los mismos términos que usamos nosotros, podemos afirmar sin exagerar que santa Luisa vive, medita y manifiesta la idea de que Jesucristo es la Palabra encarnada del Padre, en cuanto es el Padre quien nos envía al Hijo para anunciar a los hombres un mensaje de salvación: que en la Encarnación del Hijo la humanidad universal ha quedado incorporada a la Huma­nidad de Jesucristo. Toda la vida de Jesús, y no sólo por lo que dice, nos invita a seguirlo. Por eso, Luisa de Marillac presenta al hombre Jesús, en su vida completa, como un modelo o ejemplar; es decir, como Palabra del Padreé. Pues está convencida de que todas las acciones de Jesús no son más que para nuestro ejem­plo e instrucción, principalmente su vida comprometida; y haciendo las acciones que Él hizo, los cristianos tendrán ya en esta vida la unión con Dios. Y atrevida, deduce que la naturaleza en general no puede ya participar en la falta de un particular, pues la persona de un Dios forma parte de esa naturaleza. Desde la promesa de un Redentor, el pecado (origi­nal) se convierte en personal.

Tanto la salvación como la santidad de los hombres consisten en que cada uno se incorpore a la Humanidad de Cristo por el amor, o en frase vicenciana, en que, por medio del amor, cada uno se vacíe de sí mismo y se revista del Espíritu de Jesucristo. Luisa había escuchado, y seguramente también había leído, la doctrina beruliana sobre los estados de Jesús y varias veces la aplica en sus meditaciones (E, 22, 23). Así, pues, deduce que, al revestimos del Espíritu de Jesucristo, nos incorporamos a su Humanidad de tal manera que la vida del Jesús histórico, en cada uno de sus estados, y la nuestra deben identificarse, tal como lo inculca el evangelio de Juan. En esto consiste el seguimiento: en seguir a Jesús hombre y a través de su Humanidad encontrar la divinidad del Dios único en la Persona de Jesús. Y si el Nuevo Testamento, especialmente los Evangelios, tiene la función de indicarnos la manera de encontrar a Jesucristo vivo aún en la actualidad, es lógico que los leamos y los meditemos.

El influjo, la acción, la aplicación, es decir, la economía de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios, se dirige a la humanidad en conjunto; pero el que dirige a cada persona particular a incorporarse a la Humanidad de Cristo es el Espíritu Santo. Su acción inseparable de la del Hijo, la com­plementa, porque se dirige a cada persona individual y, no tanto, a la humanidad en general. De este modo el Espíritu Santo se convierte en la Palabra divina que habla a cada persona desde su interior a través de los sucesos de la vida y a lo largo de los acon­tecimientos de la historia desde el principio de la creación, según muchos Santos Padres, cuando el Espíritu de Iahvé vagaba sobres las aguas (Gn 1, 2), o desde Pentecostés, de acuerdo con el evangelio de Juan y los Hechos de los Apóstoles. Y fue san Vicente quien la enseñó a entender e interpretar el lenguaje del Espíritu Santo —también Palabra divina— en los acontecimientos de la vida y de la historia.

Ideas muy actuales, por otro lado, en una mujer que había ini­ciado el camino de la santidad guiada por el teocentrismo más exigente de la Escuela Abstracta del siglo XVII francés. Y son actuales, porque atribuye a cada una de las Personas divinas una misión concreta y, en especial, porque sabe distinguir al Jesús histórico del Cristo de la fe, la naturaleza humana creada de la Persona divina increada, el saber humano de Jesús del saber divi­no de la Palabra encarnada, la cristología ascendente de la des-cendente10. Así lo vemos en la meditación que hace sobre las palabras de Jesús en la cruz.

Entre los autógrafos de santa Luisa hay un papel sin fecha en el que había escrito un tanto desordenadas las resoluciones que había sacado en algunos Ejercicios. Una conclusión dice: «Admirar la verdad de la renuncia que hace la humanidad de Jesús de las obras divinas y de la doctrina de la palabra de Dios proferidas por Él».

Benito Martínez

CEME, 2010

 

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