Ferrières-en-Brie, 15 de marzo de 1591 – París, 15 de marzo de 1560, la colaboradora más cercana de san Vicente de Paúl. Llevaba un nombre ilustre: era sobrina de un canciller y de un mariscal de Francia. Sin embargo sufrió durante mucho tiempo por su nacimiento fuera del matrimonio, hija natural y legitimada de Luis de Marillac, consejero en el parlamento de París. A pesar de la solicitud paterna, tuvo una infancia difícil; confiada en primer lugar a las dominicas de Poissy, fue colocada en 1602 en una pensión mucho más modesta. La muerte de su padre, el 25 de julio de 1604, no arregló su situación. Inquieta y llena de escrúpulos, se sumió en las lecturas piadosas y pensó en el convento. Pero el provincial de los capuchinos, el padre Honorato de Champigny, la disuadió de entrar en las capuchinas a las que se quería unir.
Al mismo tiempo sus tíos le buscaban un marido, Antonio Le Gras, secretario de la comandancia de María de Médicis, con quien se desposó el 5 de febrero de 1613. El 19 de octubre siguiente le nacía un hijo, Miguel Antonio. Instalada en el Marais, la «Srta.» Le Gras llevó por algún tiempo la vida de una piadosa mundana, mezclada con los círculos devotos que gravitaban en torno a los Marillac. Pero los escrúpulos no dejaban de atormentarla. Ni Francisco de Sales, contactado en 1619, ni su primo Juan Pedro Camus, obispo de Belley, consiguieron calmarla. La crisis culminó en 1622, cuando caía gravemente enfermo su marido y veía ella en esta prueba un castigo divino. Su encuentro con el señor Vicente, a finales de 1624 y a principios de 1625, la transformó. Se puso bajo su dirección. Con infinita paciencia, éste se propuso hacerla pasar «de la ansiedad a la santidad», recomendándole en particular que desconfiara de su imaginación y que se abandonara por entero a la voluntad de Dios. A la muerte de su esposo (21 de diciembre de 1625), Luisa vino a establecerse cerca del señor Vicente y se consagró por completo al cuidado de los pobres. En 1629, su director le encomendó una importante misión, la inspección de las cofradías de caridad fundadas por sus misioneros.
Luisa tomó así conciencia de los límites de la acción de las damas de la caridad: sin la presencia permanente de algunas jóvenes dedicadas por entero al servicio de los más desfavorecidos, a la obra le faltaban bases sólidas. A la visitadora no le costó mucho convencer al señor Vicente. Ella recibió a algunas buenas jóvenes en su casa el 23 de noviembre de 1633 y se puso a instruirlas y a formarlas. Así nació la cofradía de la caridad de las sirvientes de los pobres enfermos de las parroquias o hijas de la Caridad, instaladas en 1641 cerca de San Lázaro, en San Lorenzo. El 25 de marzo de 1642, Luisa y cuatro compañeras suyas pronunciaron votos perpetuos. Los estatutos redactados por el señor Vicente en 1646 y revisados en 1645 fueron aprobados por el Rey en 1657. Luisa asumía las funciones de superiora, presente en todos los frentes, respondiendo a las múltiples demandas de «hermanas grises», que eran ya indispensables, interesándose con el señor Vicente por los niños abandonados y por los enfermos inválidos, abriendo escuelitas para los huérfanos. En 1659, unas sesenta casas hablaban en Francia del éxito alcanzado por las hijas de la Caridad. Luisa había encontrado ya la paz interior, a pesar de las preocupaciones que le daba un hijo inestable; a pesar de una situación familiar y social difícil por la condena de los hermanos Marillac en 1632. Alimentada con los escritos de Francisco de Sales, Benito de Canfield y de Juan Bautista Saint-Jure, ella robustecía la fe de sus hijas, con las que mantenía una abundante correspondencia, cultivando para sí misma la humildad, buscando la oscuridad. Fue canonizada el 11 de marzo de 1934.