Mi querida hermana:
Espero que recuerde usted bien lo que nuestro muy Honorable Padre ha advertido a todas las Hermanas: que cuando quieran escribir a los Superiores, no es necesario que muestren sus cartas a la Hermana Sirviente; pero que a otras personas no se les puede escribir sin su permiso y que hay que dirigir siempre las cartas a la Directora de París. Es necesario también querida Hermana, para vivir en gran unión y cordialidad que cuando las Hermanas Sirvientes nos escriben o reciben cartas nuestras, se lo comuniquen a su hermana Asistenta, y hasta le lean lo que se les dice excepto lo que es secreto particular; porque, querida Hermana, tiene qué haber tan grande igualdad, que cuando todo esté bien establecido en la Compañía pueda juzgarse conveniente que las Hermanas sean alternativamente HermanaS Sirvientes, cada una un año. En el nombre de Dios, querida Hermana, mire a nuestra Hermana con la mansedumbre y ternura de que cree usted tiene necesidad. Todas en general se consideran muy felices de su condición de siervas de los pobres; pero son muy pocas las que soportan que se les diga la menor palabra con autoritarismo o aspereza. Por eso, hemos de acostumbrarnos a rogar y no a mandar; a enseñar con el ejemplo y no dando órdenes. Ya sé que hace usted todo lo que puede para ello.
C. 727 Ms A. Sr. Chétif 1, n. 47.