Las buenas Hermanas de Saint-Flour2 no han podido decidirse a confesarse y no les importa diferir su confesión, aunque sumisas, mi muy Honorable Padre, a lo que disponga la divina Providencia, para confesarse con otro que usted se sirva nombrar3 si es que no pueden hacerlo con usted.
La mayor desea hacerle una comunicación y si no puede ser de palabra, pide a su caridad hacérsela por escrito. Su sumisión a las órdenes de la voluntad de Dios es admirable, pues me ha dicho que no se ha sentido nunca en semejante disposición de sencillez y apertura de corazón para hacer su confesión, y no obstante, permanece en paz; creo advertir una gran perfección en esta alma junto con admirables disposiciones para las obras en las que Dios quiera emplearla. ¡Cuánto bien habría hecho y cuánto bien haría si estuviera colocada en mi lugar! Y cuánto bien me habrá hecho a mí si conservo el efecto de la humillación que me ha supuesto el compararme con ella, y ver mis miserias y resistencia a la gracia de Dios. Espero de su caridad me alcance de El misericordia y me perdone por su parte haber hecho infructuosos sus trabajos. Es cierto que las necesidades de la Compañía nos urgen un tanto a que nos reunamos con usted; me parece ver mi espíritu embotado y en tinieblas, ¡tan débil es! Toda su fortaleza y su descanso están, después de Dios, en ser por amor de El, mi muy Honorable Padre, su muy humilde y obediente servidora.