Hija de la Caridad, sierva de los Pobres Enfermos en el Hospital de Nantes-Bretaña
(agosto 1653)1
Muy querida Hermana:
Con gran consuelo he recibido su carta, que he comunicado al señor Vicente, dejándosela para que su caridad pueda verla toda; ha encontrado razonable su proposición; tenga todavía un poco de paciencia, se lo suplico, para hacer todas las cosas con tino. Sí, es cierto, querida Hermana, que uno de los señores Padres2 me ha escrito, y me parece que es con el consentimiento de los demás; pero antes de darles respuesta ni ejecutar las proposiciones que yo les había hecho, me ha parecido necesario informarme, preguntándole a usted si es verdad lo que nos han dicho, a saber: que el hospital está sobrecargado de Hermanas, a causa del número elevado que son ustedes;3 si así es, es muy en contra de nuestra voluntad, pues puedo asegurarle que nos faltan para poder atender a los lugares donde nos las piden. Se quejan también de que no obstante ser tan numerosas, no dejan de tomar mujeres de fuera para hacer el trabajo de ustedes, como recoger, llevar y hacer la colada, y creo que también para fregar las escudillas. En una palabra, escuchando todos estos reproches yo tenía un gran sonrojo. En nombre de Dios, querida Hermana, dígame si todo eso es verdad, porque si lo es, tenemos que empezar por reconocer nuestra culpa. Me gustaría saber si podríamos escribir con confianza al señor de la Pinsonniere o a algún otro de los Señores Padres que había cuando fui a llevar a nuestras Hermanas a Nantes. He tenido noticias de nuestras Hermanas de Hennebont que me dicen que Sor Marta4 está allí desde que salió de Nantes; sería muy conveniente que esto se supiera para evitar sospechas. Le suplico que salude a todas nuestras queridas Hermanas, les asegure nuestro sincero afecto y que todas nuestras Hermanas de aquí las recuerdan con frecuencia.
La madre y la hermana de Sor Luisa5 están (bien) de salud. Pero la abuela y la madre de Sor Francisca6 han fallecido con seis semanas o dos meses una de otra; su padre está muy bien, gracias a Dios, porque también ha estado bastante mal; sus dos hermanas que están en nuestra Compañía están bien también y han llevado esta aflicción muy virtuosa y cristianamente. Yo le ruego con todo mi corazón que haga otro tanto y se dé del todo a Dios para cumplir su santa voluntad, mirando la causa de este dolor dentro de esta admirable voluntad y disposición de su Providencia. ¡Qué cosa mejor podría desear a los suyos que verlos morir como buenos cristianos, haciendo los actos correspondientes a una muerte así, como lo han hecho sus buenas madres! No es creíble la virtud y sumisión de que su buen padre ha dado muestras en esta circunstancia. Le ruego a usted le ayude a ella a llevar esta cruz.
No contesto a todos los puntos de su carta porque, como ya le he dicho en ésta, no la tengo en mi poder. Deseo mucho tener el consuelo de verla; encomiende mucho este asunto a Dios. Me imagino que va usted a encontrar muchas cosas cambiadas y espero que sea a mejor y que me crea usted, en el amor de nuestro amado y divino Jesús Crucificado, querida Hermana, su muy humilde y afectísima hermana y servidora.