Hija de la Caridad, sierva de los Pobres enfermos
Nantes
Hoy, 6 de mayo (1652)1
Mi querida Hermana:2
Yo también he sentido el mismo gozo que ha tenido usted con la última carta del señor Vicente. Nuestro buen Dios suele obrar así: permite unas veces que nos hallemos inquietos y luego nos devuelve la paz. Es bueno considerar, como lo hace usted, que los cambios que experimentamos, cuando nos llevan al bien, proceden de Dios. Pero necesitamos grandemente acostumbrarnos a dejar pasar todas las vicisitudes, ya vengan de las personas de fuera, ya de nuestras disposiciones interiores, y permanecer siempre igualmente sometidas a la dirección de la divina Providencia.
Me alegro mucho, querida Hermana, de que no haya necesitado de ir a Angers y de que Sor Luisa3 manifieste amor por su vocación; yo también pienso que si tuviera alguna pena se la diría a usted. No es que no sea posible que tenga alguna, pero al no quejarse, es de creer que sus aflicciones no están en la voluntad, sino que son más bien sentimientos que procura mortificar. ¿Y nuestra Sor Marta?4 No me dice usted nada de ella; le he escrito, dígame si ha recibido mi carta. Los familiares de nuestras Hermanas están bien de salud, a Dios gracias.
El señor de Beaulieu5 se ha tomado la molestia de venir a vernos, pero yo me había purgado y no pude hablar mucho con él; me ha prometido que volvería otra vez, como yo lo deseo muy de veras. Suplico a la bondad de Dios disponga sus almas para recibir con provecho las gracias del Espíritu Santo, tras la preparación necesaria aportada por ustedes, preparación que consiste en deshacerse gustosamente de todas las satisfacciones terrenas para seguir en espíritu a Nuestro Señor en su Ascensión.
Les ruego a todas, mis queridas Hermanas, a las que hablo con el corazón, me crean en su santísimo amor su muy humilde hermana y servidora.