Diciembre de 1974
Me parece una cosa buena compartir con ustedes lo que hemos vivido en la Asamblea. Dios nos habla por los acontecimientos y, de una manera especial, nos ha interpelado por el acontecimiento que representa esta Asamblea. Dios nos ha hablado, no sólo por el tema y las cuestiones tratadas, sino también por la vida, por lo cotidiano, por el desarrollo mismo de la Asamblea.
LO QUE DIOS NOS HA DICHO POR LA VIDA MISMA DE LA ASAMBLEA
Esta vida de la Asamblea ha sido, de alguna manera, una vida de comunidad a nivel mundial, y hemos tratado de ser, durante dos meses, una comunidad internacional a la escucha de Dios. ¿Qué nos ha dicho durante este tiempo?
En primer lugar, he encontrado que nos invitaba a una toma de conciencia basada en tres cosas que reconocemos. Reconocemos nuestra diversidad, diversidad visible, diversidad audible, se trataba de rostros diferentes, de lenguas diferentes y, según vimos en seguida, de mentalidades también diferentes. Y es que nuestras mentalidades han sido modeladas por todo un pasado, pero también por todo cuanto nos rodea. Ahora bien, lo que nos rodea en Asia, en África, en América, en Europa y en Oceanía, es bien distinto y nos manda por consiguiente de manera que, a veces, puede parecer disparatada. Esto, que es lo primero que hemos reconocido, hay que confesarlo, nos ha desorientado.
Segundo: hemos reconocido también los valores que existen. Reconocimiento, con extrañeza por parte nuestra, de los mismos valores que existen entre nosotras. Tensión hacia el fin común que señala nuestra vocación, esta voluntad de ser conformes a Cristo, al Cristo venido para evangelizar a los pobres. Hemos visto establecerse entre nosotras, progresivamente, este reconocimiento que se traducía entre otras cosas, por un esfuerzo de caridad, que nos permitía apreciar en todas el mismo deseo, servir a Dios en los pobres.
Tercero: reconocimiento a través de los valores de una misma identidad entre nosotras. Más allá de nuestra diversidad, nos hemos encontrado idénticas, Hijas de la Caridad. Éramos y lo hemos descubierto así una parte de ese pueblo de Dios que no debe conocer ninguna traba de razas, fronteras o nacionalidades. Lo hemos descubierto, lo hemos comprendido en la aceptación de nuestras divergencias, de nuestras ideas diferentes, y esto ha sido para nosotras el acicate para superarnos, para salir de una forma de reflexión un poco demasiado humana, para comenzar verdaderamente el trabajo que Dios nos pedía.
Segunda nota importante en relación con la vida de la Asamblea. El trabajo en común, que nos ha dado también grandes lecciones. Había el trabajo de las Comisiones, que comprendía pequeños grupos. Se trataba de juzgar el conjunto de postulados. Y ahí, todas y cada una se han sentido llenas de sentido de responsabilidad, al descubrir otras modalidades apostólicas, por la pasmosa revelación de la diversidad de pobres y de la diversidad de su pobreza. Así, cada una de nosotras ha tomado conciencia de la relatividad de su propia experiencia y se ha visto llamada a entrar en una verdadera humildad.
También teníamos el trabajo de las sesiones plenarias en las que, en lugar de agruparse diez o doce personas, se reunían los ciento sesenta y siete miembros de la Asamblea. También aquí, hemos comprendido lo que podía ser, en otro nivel, la dimensión comunitaria de la Compañía de las Hijas de la Caridad. Pero, para llevar adelante este trabajo ha sido preciso someternos a una ascesis de vida de grupo. Creo que allí, muchas de entre nosotras, han comprendido que las gentes que viven juntas necesitan absolutamente unas leyes, esas famosas estructuras que tanto se contestan hoy, necesidad también, de aceptar el someterse a ellas para garantizar un mínimum de orden, de libertad, de justicia en el respeto a los demás.
Ha habido también, especialmente en el curso de las sesiones plenarias, esa seguridad de la enseñanza recibida a través de las intervenciones de nuestro Superior General o del Padre Jamet.
Otra lección de la Asamblea ha resultado de los momentos de comunión que hemos vivido. Ciertamente que han estado marcados con el signo de la Cruz. Muy a menudo son éstas las mejores comuniones, las que se ponen bajo el signo de la Cruz. Así, la llamada repentina y brutal de Dios a Sor Dupont. Luego, igual de repentina, la de dos Hermanas jóvenes de Gijón, de otras dos Hermanas de la Provincia de Portugal.
Otros momentos de comunión, los de responsabilidad dura, activa, consciente, que provocan las votaciones. Hemos comprendido que lo que el Señor nos confiaba como comunidad, esta preservación del carisma de san Vicente entre nosotras, no debía ser deformado por nuestras discusiones y por nuestras tergiversaciones. Hemos votado y los votos han revelado verdaderamente una unidad extraordinaria.
Y más momentos de comunión, los que yo llamaría las grandes horas litúrgicas. Celebraciones eucarísticas en el interior de la sala de la Asamblea, donde cada una, en el momento de la Oración Universal, podía expresar en su propia lengua lo que llevaba en el corazón. Verdaderamente este encuentro en la oración de la Iglesia, ha sido un tiempo privilegiado de la Asamblea.
También, ha habido comunión en la alegría, el santo de nuestra madre Chiron, la reunión en la Casa Provincial de Roma, la fiesta anticipada de la nueva Madre General. Este último día fue señalado por los dibujos humorísticos de una Hermana española, una verdadera artista, que hizo unos croquis sobre los principales momentos de estos dos meses. En la mañana de mi santo, todos los muros del patio estaban cubiertos por estos dibujos. Momento de gran alegría porque todo el mundo ha reconocido los pequeños y grandes momentos de la Asamblea. Nuestro Superior General nos ha dicho con gran seriedad, pero con un punto de humor: «No hubieran podido hacer esto en los primeros días».
Todo esto ha sido una gran lección de vida y es lo que quiero compartir con ustedes. Veo en ello lo que debe ser la vida en una comunidad fraterna, en la toma de conciencia de las diversidades, pero también y sobre todo, en el reconocimiento de los valores y de la identidad propia, ya sea internacional o local, ya sea de ciento sesenta y siete miembros o de cuatro. Dios nos ha llamado diferentes, pero estamos unidas en esta identidad que Él nos ha dado, la de Hijas de la Caridad. Estamos unidas por un trabajo en común, y estamos unidas por momentos de comunión que Dios nos reserva, los de la cruz, los de la liturgia, los de la oración, los de la alegría y los del recreo fraternal.
Todo esto ha sido una gracia de formación para aquéllas que han tomado parte en la Asamblea, pero es preciso que esta gracia se extienda a toda la Compañía. Quisiera insistir sobre esta voluntad de intercambio en la confianza que nosotras hemos vivido.
Pero ¿de qué servirían los intercambios fraternos si, al abordarlos, no nos preparamos a la eventualidad de ser cambiadas por el diálogo que emprendemos, si no aceptamos de antemano esta posibilidad de cambiar nuestras ideas al confrontarlas con las de las demás?
LO QUE DIOS NOS HA DICHO POR EL TRABAJO DE LA ASAMBLEA
Me gustaría ahora compartir con ustedes lo que Dios nos ha dicho, especialmente a través del trabajo de la Asamblea. En cada capítulo estudiado, hemos recibido de alguna manera un mensaje, una precisión, dirigido a una fidelidad mayor al pensamiento de san Vicente.
Un primer mensaje nos viene de poner de relieve algunos puntos vicencianos, ya bien establecidos, pero sobre los que de nuevo, Dios atrae especialmente nuestra atención. He aquí, por ejemplo, el primer capítulo «Vocación de la Compañía»: «Las Hijas de la Caridad, fieles a su bautismo, en respuesta a un llamamiento divino, quieren consagrarse enteramente y en comunidad al servicio de Cristo en los pobres, sus hermanos, con un espíritu evangélico de humildad, de sencillez y de caridad».1 Estas virtudes eran las tres grandes ausentes de las Constituciones de 1969 (aunque no estaban totalmente ausentes de la vida de la comunidad): han sido ahora restauradas con toda la amplitud de la exigencia que llevan consigo. Igualmente, el postulado que viene después, dice: «Consagración y Misión», y «Contemplación y Acción son inseparables para la unidad de vida de una Hija de la Caridad».
En el capítulo de Vida Fraterna, hemos visto igualmente que se precisaba de nuevo el pensamiento de san Vicente. Citaré la finalidad, presente desde siempre en la Compañía, pero que hemos sentido la necesidad de reafirmar para reforzar nuestra propia convicción: «Llamadas y reunidas por Dios en la fe por amor a Cristo, las Hijas de la Caridad que viven en comunión fraterna para una Misión, el servicio corporal y espiritual de los pobres en la Iglesia».2
Un mensaje especial bajo la forma de acentuación de puntos, que llamaría más administrativos, es también importante en la vida de la Compañía. Tomemos entre otros, los trienios. Nuestras últimas Constituciones decían: «Un trienio no se puede prolongar más que a título excepcional». De nuevo, ahora, la Asamblea ha insistido sobre este punto, a fin de que entremos en esta movilidad que san Vicente había ya señalado cuando decía: «Una será (Hermana) Sirviente un mes, y luego, el mes siguiente, la otra».3 ¡Qué lejos estamos de esto! Es cierto que las condiciones eran diferentes en los comienzos de la Compañía, pero el principio de movilidad permanece.
Tercera clase de mensaje: Aparecen modificaciones necesarias según las exigencias de la evangelización de hoy. Por ejemplo, un postulado que se refiere a «Diálogo con Dios» pide «que se revalorice, según el pensamiento de san Vicente, el examen particular, medio eficaz para progresar en la vida espiritual, revisión, ante Dios, de un punto preciso de nuestro comportamiento y de una resolución tomada en la oración». El complemento del postulado añade: «Proponemos un examen particular y un examen general. Para el examen particular, un tiempo de silencio seguido del Angelus».
No se trata de una relajación en este punto, se trata, según el pensamiento de la Asamblea, de una revalorización. Vamos a centrar nuestra atención en este examen particular, sin suprimir, no obstante, ninguna otra cosa. Quizá piensen, pero entonces la oración por los difuntos, la oración por las vocaciones, ¿todo eso desaparece?. No, no es un olvido de lo que debemos a las que nos han precedido o a los que no tienen a nadie que ruegue por ellos. Lo que se nos pide, lo que el Señor nos pide, es que seamos más conscientes de lo que expresamos en la oración por los difuntos, en la Eucaristía, o en la Oración Universal, se podría decir lo mismo por lo que respecta a las vocaciones.
Me parece que ocurre lo mismo en todas estas cuestiones concretas. La simplificación del hábito es un ejemplo del mismo género. Querría insistir sobre ello, como las Madres anteriores lo han hecho, y lo han dicho cien veces antes que yo. No penséis que se trata de una simplificación abusiva, de la supresión de puntos que se juzgan superfluos, para liberaros. Se trata, por el contrario, de que sean capaces -de hacernos capaces, porque yo soy una de vosotras-, de vivir mejor, de verdad, nuestra relación con Dios y nuestro servicio de los pobres.
Es una llamada apremiante que nos dirige Dios. El deseo sincero de amarlo no basta. Se necesita una voluntad bien templada. Finalmente, no es la multiplicidad de las cosas lo que cuenta, sino el impulso de nuestra voluntad, de nuestros esfuerzos personales, impulso que tiene como motor el mismo amor. El amor nos hará fieles a vivir estas transformaciones, estas modificaciones, estas simplificaciones, no como liberaciones ni como medios de evasión, sino como posibilidades de profundizar nuestro amor por Cristo. He aquí una de las actitudes a las que les pido que estén atentas. No piensen que se las introduce, por las decisiones de la Asamblea, en un camino fácil. No, por el contrario, estas decisiones nos hacen entrar en una vía de exigencia del amor, exigencia de amor personificado, en el que nos comprometemos con toda nuestra vida.
Quiero subrayar un segundo punto. Guárdense de buscar en los resultados de la Asamblea transformaciones extraordinarias. La Asamblea lo que ha querido revitalizar ha sido el espíritu sobre todo, y el sostén de este esfuerzo se ha concentrado en la repetición de una frase que ustedes conocen bien: «Entregadas por completo a Dios para el servicio de los pobres». La vida de una Hija de la Caridad debe desarrollarse en torno a este eje, dos expresiones del mismo mandamiento, traducidos según san Vicente. Aquí está el fin mismo de una Hija de la Caridad, netamente definido y que nos hace vivir juntas sabiendo bien lo que queremos. Queremos ser gentes entregadas por completo a Dios, para el servicio de los pobres y, a través de esto, «imitar la vida, como decía san Vicente, del Hijo de Dios».
Es aquí, donde debemos situar los rasgos característicos de nuestra comunidad, su personalidad de alguna manera en medio de todos los demás Institutos de la Iglesia. «Entregadas del todo a Dios para el servicio de los pobres, en espíritu de humildad, de sencillez y de caridad, a ejemplo de la Virgen María».
Todo está dicho en estas palabras. Es el Señor quien, actuando por el Espíritu Santo en santa Luisa y en san Vicente, nos ha dado esta personalidad espiritual. Esta personalidad espiritual se nos ha transmitido de generación en generación, y el Espíritu Santo, presente en la Asamblea, nos ha hecho precisar estas exigencias para hoy. Insisto de nuevo, estas exigencias no están desfasadas, el espíritu de las Bienaventuranzas, la pobreza, la castidad, la obediencia, han vuelto a ganar en profundidad.
La Asamblea General es para todas, una llamada a corresponder a la gracia que representa. Nos impulsa a ir hasta el fin de esta gracia, que es una gracia de conversión personal, pero también comunitaria. No olvidemos que el plan de Dios sobre cada una de nosotras pasa por la comunidad a la que hemos sido llamadas, la Compañía de las Hijas de la Caridad.
Amemos a esta comunidad con la humildad de la inteligencia, y confiemos en ella. Con esta condición, seremos capaces de vivir de su espíritu, del espíritu que le dieron san Vicente y santa Luisa, y que no es otro que el espíritu del Evangelio.