Brasil, febrero de 1978
Conozco desde hace mucho tiempo la Provincia de Fortaleza y el mismo nombre de Fortaleza resulta para mí representativo de toda una misteriosa presencia de la Compañía en este inmenso Brasil. Siento una gran alegría de estar aquí. Cada vez que nos encontramos en comunidad, en un punto cualquiera del mundo, podemos tener el sentimiento de ser como las doce tribus de Israel, somos de la misma familia y tenemos el mismo Padre. Es mucho más que una pertenencia humana, porque Dios es el que nos ha llamado y reunido.
Les agradezco que hayan tomado por tema, a lo largo de esta visita, la caridad. Realmente es el espíritu propio de la Compañía, nuestra identidad se establece en la caridad, en el amor. En una de sus conferencias, nos dice san Vicente: «El espíritu de vuestra Compañía consiste en amar a nuestro Señor y servirlo en espíritu de humildad y sencillez».1 Es este espíritu el que nos reúne y nos sirve de fundamento básico.
La Iglesia, en su sabiduría, pide a los Institutos religiosos que revisen su identidad y su fidelidad al carisma de los fundadores. Ésta es pues la cuestión que hay que estudiar en este año de preparación a la Asamblea General de 1979-1980. Cuestión que nos plantea igualmente nuestra época, tan marcada por el cambio constante. Ahora bien, ustedes saben cuales son las reacciones más generales frente al cambio, la admiración desmedida por todo lo nuevo, o por el contrario, la resistencia a todo cambio. La fidelidad a san Vicente no consiste en ninguna de esas dos actitudes, sino en la correspondencia a las necesidades de los pobres, en quienes, como san Vicente, vemos a Cristo. Por eso, al aproximarse las asambleas, se nos plantea la cuestión de la fidelidad a nuestro carisma en el mundo de hoy.
El carisma es, ante todo, una gracia recibida por el Fundador y transmitida de generación en generación para reanimar en la Iglesia un aspecto de la vida de Jesús. Para nosotras, nos dice san Vicente que se trata de revestirnos de Jesucristo, Servidor del Padre. Nuestro carisma puede resumirse en esta frase, «totalmente entregadas a Dios para servirlo en los pobres, con humildad, sencillez y caridad».
En la transmisión del carisma, se van introduciendo impurezas y lasitud. Las asambleas domésticas, provinciales y generales están para hacer dejar nítida la verdad. De igual manera que no podemos conservar nuestra estatura de niños, o las ilusiones de la adolescencia, así también tenemos que crecer en la fe, profundizar en la comprensión de nuestra vocación y vivir nuestras Constituciones cada vez más auténticamente. El tiempo de Asambleas que vamos a vivir constituye una época de estudio de nuestra fidelidad. Esta fidelidad, que prometimos al entrar en la Compañía, podemos traducirla en dos palabras, unión y compromiso. Unión a Dios, reconociéndolo en el pobre, compromiso en su servicio.
Sigue vigente la pregunta que Cristo hizo a Pedro, «Pedro, ¿me amas?». Y con la afirmación de su amor, el compromiso de Pedro. «Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas».2 Es, pues, el amor de Cristo que vive en nosotros el que nos compromete a servir a los pobres en quienes lo reconocemos. Y nuestro compromiso se realiza en la Compañía, por la Compañía y en Iglesia.
Alguien ha dicho: la fidelidad es la verdad en el amor. Hagámonos esta pregunta: ¿es verdadero nuestro amor? ¿Hemos mantenido las exigencias que teníamos respecto a nosotros mismos cuando respondimos a nuestra vocación? Naturalmente, la fidelidad lleva consigo un riesgo, una incógnita. Y cuando la fidelidad disminuye, disminuye también aquella adhesión total que habíamos previsto realizar en nuestra vida, seguir a Cristo. Por la infidelidad renunciamos, al menos en parte, al proyecto que Dios tiene sobre nosotros. Unas, en la obediencia, verdadera disponibilidad misionera al servicio de los pobres.3 Otras, en la pobreza, reflejo de semejanza y del amor a Cristo a quien se reconoce en los pobres. Otras, tal vez en la castidad, liberación del corazón para servir con amor y humildad. Lo cierto es que no se acepta la comunión a la que Dios nos llama, porque la fidelidad llega hasta la Cruz.
Conservar la fidelidad, es la verdad en el amor, es rechazar la mentira, no solamente en las palabras, sino también en nuestras actitudes y en toda nuestra vida. Para estimularnos en este esfuerzo de ser cada vez más auténticas en nuestra vida, recordemos que san Vicente nos dio como otro punto importante de nuestra vocación, la humildad que, para él, es inseparable de la verdad.
Ustedes conocen seguramente al gran escritor ruso Solyenitsyn, expulsado de su país. En 1974, escribió su resolución de rechazar toda mentira a la que lo invitaban las presiones del régimen político bajo el que estaba. Decía que no escribiría ni publicaría ninguna frase que pudiera parecer una deformación de la verdad. ¿Tenemos, nosotras, esa misma preocupación de no deformar la verdad de lo que pretendemos ser? Nuestra fidelidad, ¿pasa por el camino de la verdad, de la lucidez, de la humanidad, permitiéndonos traducir nuestro amor en un acto de confianza y de esperanza, muy distinto de lo que podría ser una fidelidad de rutina o de pasividad? En la humildad, encontramos la certeza de que la gracia poderosa de Dios actúa en nosotros. Si nos alejamos de la verdad de nuestra consagración, será necesario que escuchemos en nuestro corazón la pregunta que Jesús hizo a los apóstoles: «¿También vosotros queréis marcharos?».4
Es esta perspectiva de fidelidad, de verdad en el amor, como debemos de emprender el trabajo de las Asambleas, conscientes de nuestra responsabilidad personal y comunitaria, ya que, en definitiva, cada una de nosotras, manifiesta la paz de la Compañía.
Para la preparación de la Asamblea General, cada Hermana va a recibir un cuestionario individual. Dicho cuestionario consta de tres partes: las Constituciones, los problemas de actualidad, y una tercera parte que se deja a la iniciativa del Consejo Provincial y que atañe particularmente a la Provincia.
LAS CONSTITUCIONES
Tenemos que tomar conciencia de la importancia de este primer punto. Es la primera vez, por decirlo así, (después de las modificaciones de 1954) que se va a admitir oficialmente la nueva forma de las Reglas dadas por san Vicente. El libro de las Constituciones que van ustedes a revisar será el que fije la Iglesia en 1980. El trabajo que se realice respondiendo a los cuestionarios y en las comunidades locales, es de una importancia capital.
Las Visitadoras, que redactaron el cuestionario en el pasado septiembre, estaban persuadidas de que las Hermanas, en conjunto, están contentas con las Constituciones actuales. ¿Por qué, pues, hacer una revisión? Porque la Iglesia, en su sabiduría, lo pide. Resulta fácil, puesto que tenemos una experiencia de vida, confrontar el texto con lo que hemos vivido personal y comunitariamente.
Podrán así apreciar el texto de las Constituciones. Pónganse en estado de receptibilidad del Espíritu de Dios, sean fieles en pedir su ayuda, como se nos recomienda como preparación a las asambleas. Si llamamos a este Espíritu de verdad y de luz, vendrá para renovar la faz de la tierra, es decir, renovar la Compañía en aquello que sea necesario.
Un Instituto puede debilitarse por falta de renovación y por falta de criterios para hacer esa renovación. ¿Cuáles son nuestros criterios? Para conocerlos bien, es preciso penetrarnos de las enseñanzas de los Fundadores y de lo que nos dice la Iglesia hoy. Vean, por ejemplo, la Exhortación «Evangelii Nuntiandi».
No escriban por escribir, ni por poner las ideas de otros, sino lo que ustedes hayan vivido y experimentado. Y si no tienen nada que decir, por ejemplo sobre la primera parte, eso equivale a su aprobación. Si encuentran una dificultad, la primera cuestión que se han de plantear sinceramente es ésta. Si tengo dificultades, en este artículo, ¿provienen de mí, personalmente, o de la mala redacción del artículo? Para ustedes supone, en primer lugar. un examen de conciencia. Igualmente, encontrarán otros puntos sobre los que pensarán, hay que insistir sobre esto, hay que precisarlo más o por el contrario, hay que suprimirlo. No digan nunca nada sin dar la motivación y sin haberlo pensado delante de Dios. Se trata de construir juntas lo que será el vínculo de nuestra unidad. Este espíritu de san Vicente, expresado en las Constituciones, nos hará vivir nuestra fidelidad al carisma, y nuestra unidad se construye sobre esta base.
LOS PROBLEMAS DE HOY
En esto, también se les pide que no pongan lo que encuentren en los libros y en los periódicos, sino lo que ustedes han experimentado realmente como cuestiones de actualidad, en relación con su compromiso de Hijas de la Caridad. Comenten los problemas que señalen, indicando su repercusión en la vocación, para bien o para mal. Por ejemplo, un problema que se encuentra en todo momento es el del consumo y el de la publicidad, que nos empuja a ello. ¿Cómo reaccionamos en función de nuestro voto de pobreza? ¿Estamos atentas a los valores negativos que presentan a nuestra flaqueza y a nuestra falta de humildad?
Otra cuestión es la de las ideologías que circulan por el mundo de hoy. ¿Cómo nos provoca esto en el plano de nuestra vocación, del espíritu misionero, de la transmisión de la fe, recordando lo que nos dice san Vicente: «No solamente estáis para atender a los cuerpos de los pobres enfermos, sino también para darles instrucción?».5
Otra realidad actual, la situación social de los pobres. ¿Cuáles son nuestras disposiciones a este respecto? Reflexionemos, al rellenar los cuestionarios, en nuestros pequeños arreglos, en nuestros propios compromisos que hacen que «ése totalmente entregadas a Dios» no se realice plenamente y descubriremos que, tal vez, nuestra fe necesita crecer para que abandonemos el camino de las medias tintas. A medida que avanzamos en la vocación, hemos de crecer en la fe, y más sinceras hemos de ser en el amor. Seamos, pues, francas y sinceras en nuestras respuestas.
Al hacer este trabajo, pensemos en san Vicente que nos repite: «Mirad al Hijo de Dios, revestíos de Jesucristo». Jesucristo es la Verdad. ¿Somos sinceras y auténticas en la manera de corresponder a su amor?
Ésta es, en efecto, la gran cuestión de las Asambleas, encontrar de nuevo aquella autenticidad primera de las jóvenes que san Vicente quiso poner al servicio de los pobres, jóvenes sencillas y desprendidas, humildes y completamente entregadas, sin pretensiones. Nuestra preparación cara las Asambleas la hemos de vivir con el cumplimiento pleno de nuestros votos de obediencia, pobreza y castidad.
Preparémonos por la oración. Una gran dificultad proviene de que no nos preparamos suficientemente por medio de la oración, no pensamos bastante en la actitud de Cristo, que se retiraba en el silencio y oraba a su Padre antes de comenzar una acción importante.
Les recomiendo la oración a la Virgen María. Somos una comunidad mariana. María es nuestro modelo de vida espiritual. Contemplémosla cuando dijo sí la primera vez. No comprendió tampoco a lo que se comprometía, pero aceptó el avanzar paso a paso, a media luz: estaba segura de que Dios le daría fuerza para cumplir lo que le pedía, con tal de entregarse totalmente al amor. Cuanto más avanza una Hija de la Caridad por el camino de la humildad, más reconoce Dios en ella un reflejo de la Virgen, y hace con ella grandes cosas, ¡maravillas! Por tanto, si emprenden el trabajo de las Asambleas, bien persuadidas de su pobreza en todos los aspectos, harán maravillas, tomarán opciones concretas, no divagarán en ideas ni abstracciones, sino que marcharán por el verdadero camino de la conversión. Es preciso cambiar para lograr más autenticidad y conformidad con lo que san Vicente quiso en los comienzos. Que todos los postulados sean verdaderamente para vivirlos. Empecemos desde ahora, al preparar las Asambleas Domésticas y Provinciales, a edificar una vida nueva.