«Dichosos los no violentos, porque ésos van a heredar la tierra». (Mt 5,5).
«La Congregación intenta expresar su espíritu también con las cinco virtudes sacadas de su peculiar visión de Cristo, a saber: la sencillez, la humildad, la mansedumbre, la mortificación y el celo por las almas, de las cuales dijo San Vicente: En el cultivo y la práctica de estas virtudes la Congregación ha de empeñarse muy cuidadosamente, pues estas cinco virtudes son como las potencias del alma de la Congregación entera y deben animar las acciones de todos nos-otros. (RC II, 14)». (C 7).
La mansedumbre de Cristo y de San Francisco de Sales impresionaron a San Vicente. La experiencia misionera le confirmó en la necesidad de esta virtud, así como la experiencia misionera le confirmó en la necesidad de esta virtud, así como la experiencia en el gobierno de la Compañía y el trato con las gentes del mundo.
La mansedumbre comprende la dulzura, la afabilidad y los buenos modales.
1. Se trata de una lección de Jesucristo.
«Aprended de mí, nos dice, a ser mansos. Si sólo juera San Pablo o San Pedro el que, por sí mismo, nos exhortase a aprender de él la mansedumbre, quizás podríamos excusarnos, pero, hermanos míos, es un Dios hecho hombre, que ha venido a la tierra para mostrarnos que estamos hechos para ser agradables al Padre;
128 es el mismo maestro de maestros el que nos enseña… ,Qué?, que seamos humildes. Danos, Señor, una parte en tu gran mansedumbre, que no puede negar nada… ¡Os Salvador! ¡qué dichosos eran los que tenían la gracia de acercarse a ti!
¡Qué rostro! ¡Qué mansedumbre, qué cordialidad les demostraba a todos para atraerlos! Qué confianza inspirabas a todos los que acudían a tu lado!… ¡Oh Salvador mío! ¡Quién tuviera ese aspecto amoroso y esa benignidad encantadora! ¡Qué fruto daría en tu Iglesia!». (XI 474,478).
2. Mansedumbre, afabilidad, cordialidad, serenidad.
Como todas las virtudes vicencianas, la mansedumbre también tiene valor apostólico:
«La mansedumbre consiste en tener afabilidad, cordialidad y serenidad de rostro con las personas que se acerquen, de forma que sientan el consuelo de estar con nosotros. De ahí proviene que algunos, con sus modales sonrientes y llenos de amabilidad contenten a todo el mundo, ya que Dios les ha concedido esa gracia de darles una acogida cordial, dulce y amable, por lo que dan la impresión de ofreceros el corazón y pediros el vuestro; mientras otros… siempre se presentan de mal talante y con cara de pocos amigos. Esto va contra la mansedumbre. Así, pues, hermanos míos, convendría que un misionero imite a los primeros de forma que pueda ofrecer consuelo y confianza a todos los que se le acerquen». (XI 477).
3. «Torrentes o ríos».
La mansedumbre, modera y templa el carácter, evitando los cambios bruscos y temperamentales que desconciertan no sólo a uno mismo, sino sobre todo a los demás:
«No hay personas más constantes y más firmes en el bien que los mansos y apacibles. Por el contrario, los que se dejan llevar de la cólera y de las pasiones del apetito irascible son ordinariamente inconstantes, porque no obran más que por arranques y por impulsos. Son como los torrentes, que sólo tienen fuerza e impetuosidad en las riadas, pero se secan apenas ha pasado d temporal; mientras que los ríos, que representan a las personas apacibles, caminan sin ruido, con tranquilidad, sin secarse jamás». (XI 752).
- En ambiente de violencia, más o menos acentuada, en las palabras, en los gestos, en la defensa de las propias opiniones, etc., ¿he sabido usar de la mansedumbre para limar asperezas propias de tales comportamientos?
- ¿Soy de los que prefieren la estridencia, el ruido, el jaleo o más bien la suavidad, la tranquilidad y el silencio?
Oración:
«Salvador mío, ¿te veremos practicar la mansedumbre tan incomparablemente con los criminales, sin hacernos nosotros mansos? ¿No nos sentiremos impresionados por los ejemplos y enseñanzas que encontramos en tu escuela? Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, haznos en esto semejantes a ti». (XI 479-480).






