Era en 1968. Estaba yo en campaña misionera en el sector de Tanala, en pleno bosque. En un momento dado, el catequista que me acompañaba, me señaló una choza miserable no lejos de la pista: «Allí abajo, -me dijo-, vive una niña maldita». Con cierta viveza le respondí que no había niños malditos… Entonces me explicó que se trataba de una niña epiléptica y que esa enfermedad -exactamente igual que la lepra y la locura- era considerada, aquí en Madagascar, como un castigo divino. «Vamos a verlo» le dije.
La jovencita, llamémosla Baú, estaba acostada de espaldas, con la cabeza apoyada contra la pared de la choza. Tenía los ojos cerrados y estaba vestida con harapos. La baba le había inundado el cuello y el pecho: estaba en plena crisis epiléptica. En su cara juvenil -tenia 13 o 14 años- se podía leer el sufrimiento. Arrodillado junto a ella, estaba tan conmovido que hasta lloré. Al cabo de un instante abrió los ojos. Entonces, al ver la cruz de misionero pendiente de mi cuello, la cogió con sus dos manos y se puso a suplicar: «Jesús Salvador ten piedad de mí…ten piedad de mí…y tú, Pastor (Baú era protestante y me tomó por un Pastor) llévame; aquí sufro demasiado…» Su voz, al principio débil, se transformó en un grito: «Jesús Salvador…ten piedad de mí…» Yo estaba conturbado y lloraba…Después, sin saber demasiado a lo que me comprometía, le cogi las dos manos: «Oye, Baú, voy a hacer algo por tí y tus semejantes». Mucho más adelante, ví en aquellas palabras, el acta de fundación de lo que ahora se llaman los «Hogares de los Jóvenes minusválidos».
Meses más tarde murió Baú. Sin embargo, yo había tenido tiempo de enviarle una muñeca y unos vestidos bonitos.
Aunque Baú había muerto … mi promesa seguía en pie. Y aquella promesa se transformó en una verdadera llamada. Naturalmente yo había hablado de ella a mis superiores, tanto religiosos como diocesanos. Me la habían aprobado, pero me hicieron esperar: «Tú estás solo para un inmenso sector de ‘monte bajo’, espera a tener un compañero, y sólo entonces podrás empezar». Y el obispo añadía: «A no ser que la Providencia te haga una…señal».
Pasaron dos años y yo siempre estaba solo…Un día, en 1970, llegó Felipe, un muchacho de 18 años, un gran tarado físico. Sus piernas estaban abarquilladas y, para moverse, tenía que apoyarse en un palo. Acababa de recorrer 8 kms. para llegar hasta mí: «Ya he vivido bastante entre matorrales, -me dijo-, donde la gente se burla de mí. Así que vengo a vivir contigo».
¿Era ése el signo de que me hablaba mi obispo? A través de los sufrimientos de Felipe pensé oir a Cristo interpelarme: «Entonces, ¿a qué esperas?»
Felipe se quedó conmigo, fué el primer interno del Hogar que todavía no existía…Compartió mi choza. Al día siguiente, acudí de nuevo donde el obispo…que me encontró un poco precipitado en ver los «signos»…, pero añadió: «Concrétame por escrito tu proyecto. Indícame dónde vas a albergar a los niños…, quién se ocupará de ellos…y dónde te harás con el dinero».
Se trataba de unos problemas insolubles: para casa, sólo tenía mi choza minúscula. Nadie para ocuparse de los niños durante mis largas campañas misioneras por entre matorrales…En cuanto a las finanzas…en caja no había absolutamente nada. Lo que había recogido con mi iniciativa en Europa, lo había gastado en salvar a los siniestrados del terrible ciclón Dany.
Unos días más tarde, cuando estaba pensando en todo esto, alguien llamó a mi puerta: era el cartero. Me entregó una carta anónima anunciándome el envio de 300.000 FMG «para aliviar a la infancia desgraciada». ¡Qué alegria! Eso era más que un «signo», era una respuesta de la Providencia…, una sonrisa del cielo.
Pero, no se había terminado todo; nuevamente, llamaron a la puerta. Era un señora muy mayor, llevaba entre sus brazos a un niño de 7 u 8 años. El niño tenía los pies deformes, completamente vueltos del revés: «Mire a este niño, -me dijo la señora-, es mi nieto…Nadie lo quiere a causa de sus pies…Soy la única persona que lo quiere; acógelo como hijo tuyo y sólo entonces podré ir a juntarme con mis antepasados». Cogí al niño en mis brazos. La anciana murió al poco tiempo…en la paz.
Una vez más, emprendí el camino donde el obispo. Monseñor me escuchó; después dio luz verde para empezar…
Comienzo de organización
El primer Hogar había nacido, pero todo faltaba por hacer. Hacía falta una choza: fue construída en cinco días; tenia 5 metros de largo y 3 de ancho. Estaba cubierta de hojarasca. Varias veces hubo necesidad inmediata de agrandarla.
Más dificil era la elección de la que iba a ser la madre del primer Hogar…No faltaban buenas cristianas en Ademaka. Las había recordado a todas en mis largas meditaciones. Cada vez era la cara de Kalandy la que se me imponía. Era una madre de 9 niños, iletrada, pero llena de bondad y muy piadosa. Todo el mundo la quería en el pueblo. Pero, entre sus 9 hijos, 2 niñas eran disminuídas mentales, y el más pequeño, de 3 años, era minusválido que estaba tendido en un jergón y, para colmo, su marido estaba gravemente enfermo y debía morir meses más tarde. Ciertamente, no se le podía pedir que atendiera al Hogar…Pero, por más que recorría las listas de las mujeres cristianas…¡era el nombre de Kalandy el que se me imponía! Estaba yo dando vueltas a esas ideas, cuando una mañana, después de misa, Kalandy me siguió a mi choza. Se me puso de rodillas y, un poco molesta, me dijo: «Ayer tarde, después de acostarme, en sueños se me ha dicho: ‘Vete a comulgar mañana por la mañana, y después de misa le seguirás al Padre hasta su choza, y le dirás esto: Tú quieres pedirme una cosa, pero no te atreves’…Oblígale a que te diga lo que espera de tí…ese es mi deseo» Así fue como Kalandy llegó a ser la primera «madre» del Hogar incipiente…, sin que su familia tuviera que sufrir.
Y los niños llegaron. Pronto pasaron de la treintena. Las mayores minusválidas, ayudaban a la «madre» y la sustituían en sus ausencias.
El Hogar incipiente conoció momentos difíciles: a veces faltaban el dinero y el arroz. Entonces íbamos a pedir por los pueblos vecinos nuestro arroz diario. Generalmente, éramos bien acogidos por la gente, aún siendo pobres. Ibamos de puerta en puerta y, después de cada entrega, dábamos gracias a Dios y a la gente con un canto seguido de una oración.
Un día recibí la visita de una señora suiza. Se presentó: «Soy turista y me llamo Carlota. En Europa soy cinesiterapeuta. De paso para Fort-Dauphin, me he enterado por Mons. Zévaco que ustedes se ocupan de los niños minusválidos…entonces he venido a verles…¿Puedo quedarme uno o dos dias con ustedes? «Se quedó dos meses en el Hogar, conquistada por lo que ella llamaría más tarde ‘el maravilloso borrador de los comienzos’». Ella fue quien me hizo notar que la mayor parte de aquellos niños todavía podían ser atendidos: primero operarlos, después enyesarlos y reeducarlos. Con ella, el Hogar se puso en órbita. Después de su estancia de dos meses, se marchó con harto sentimiento, pero ha vuelto varias veces. Los hogares le deben mucho.
Otra visita fue la del Médico-Inspector de Manakara. Cuando se supo que estaba allí, tuve miedo, porque se decía que era muy estricto y que había suprimido varios establecimientos libres. Sin embargo, ¡fue muy bueno conmigo! Probablemente, al ver cierto temor en mi cara, me dijo: «No tenga usted miedo, Padre, ¡vengo como amigo!» Y continuó: «Antes de venir a inspeccionar, me he informado acerca de su obra, y esos informes son buenos».
Fue él quien nos animó vivamente a levantar un gran Hogar, y me prometió su apoyo. Poco después, llegaría a ser Secretario de Estado para la Salud, y entonces el peso de su apoyo nos sería de la mayor utilidad. Los Padres Jesuitas, venidos entre tanto a Andemaka, nos ayudaron mucho en la construcción del futuro Hogar.
Llegada de las Hljas de la Caridad
Desde la llegada de los primeros jóvenes minusválidos, las Hijas de la Caridad los rodeaban de amor e interés. Mi Visitador me había prevenido que tarde o temprano el nuevo Hogar les sería confiado. Era claro que ellas lo aceptarían con alegría…También, desde que el nuevo Hogar, grande y espacioso, fue construído ( con la ayuda de Cáritas suiza) se estableció contacto con ellas. Lo que les hacía dudar, era que…las cajas estaban vacías. Me decían: «Cuando menos haría falta unos pequeños recursos para empezar…» Entonces me decidí a pedirles por última vez que aceptaran el Hogar, a pesar de que la caja estuviera vacía…Esa carta, la escribí de rodillas ante el tabernáculo…La recibieron, en el momento en que estaban en el Consejo provincial…la víspera o antevíspera de San Vicente. La Visitadora la leyó en la reunión, después procedieron a votar. El Hogar fue aceptado -unánimemente con mucho entusiasmo; así me han dicho. Así es cómo los jóvenes minusválidos encontraron unas madres en las Hijas de san Vicente. Dos meses más tarde, me dirigí a Tamandava, mi nuevo sector en la zona del matorral, que mis Superiores me habían confiado. En cuanto mi moto abandonó el pueblo de Andemaka, mis lágrimas fluyeron abundantes: lágrimas de pena por tener que dejar a aquellos chavales que quería tanto…Pero sobre todo lágrimas de alegría…Veía que mi función entre aquellos Jóvenes minusválidos había acabado…Pero, Dios decidió otra cosa.
El Hogar-Taller de Tanjomoha-Vohipeno
Desde el principio, nuestros niños fueron atendidos en el CRM (Centro de Reeducación Motora) de Antsirabe. Allí, en esa ciudad, a más 900 Kms de Vohipeno, se les opera, después se les reeduca, antes de que vuelvan. Los primeros retornos de los niños atendidos fueron unos triunfos. Padres, amigos, y poblaciones enteras acudieron para ver andar a aquellos niños a los que tenían la costumbre de verlos andar arrastrándose por el suelo…
Pero esta alegría ocultaba una inquietud: ¿cómo esos niños, con su calzado ortopédico y sus aparatos, al no poder bajar al agua de los arrozales, podrían ganar su vida? De esta idea nació el Hogar-Taller para los jóvenes minusválidos de Vohipeno. Empezó a funcionar en 1986. 70 chicos y chicas aprenden allí uno o varios oficios. Esos oficios son los siguientes:
- Corte – Confección
- Bordado
- Trenzado – Cestería
- Al frente de todo esto hay 4 Hijas de la Caridad
- Carpintería
- Zapatería
- Curtiduría
- Fundición
- Escultura
- Papel
- Forja
- Encuadernación
- 2 Hermanos Paúles y 4 futuros Hermanos – varios jóvenes a la búsqueda de su vocación (benévolos) – finalmente, 19 obreros y obreras asalariados – y…también yo.
Los jóvenes estudian durante 3 años en el Hogar-Taller, después vuelven a sus tribus y a sus pueblos, con instrumentos de trabajo: máquinas de coser, cajas de herramientas, etc. De los 51 jóvenes minusválidos que han vuelto a sus casas, se puede decir que 31 se desenvuelven bien en su vida; 17 han conocido fracasos; y de los 8 restantes no hemos tenido noticias.
La finalidad del Hogar-Taller, lo habéis entendido al leer lo que precede; es ayudar a los jóvenes enfermos a encontrar un lugar en la sociedad que es la suya. Queremos ayudar a esos jóvenes a que sean padres y madres de familia, que vivan de su trabajo, felices por vivir y por ser testigos vivos del amor de Dios.
Iba a olvidarme de decir que los edificios, al menos los primeros, forman parte de una antigua escuela de artes domésticas que tuvieron anteriormente las Hijas de la Caridad, pero que fue abandonada por las alumnas, porque estaba demasiado lejos de la ciudad. Esos edificios están rodeados de 17 hectáreas de terreno, en parte cubiertas de arbolado, lo cual nos permite tener algunas huertas y mantener algún ganado. Desgraciadamente, las tierras son muy malas.
El Hogar San Vicente de Antsirabe
Desde el comienzo de la obra de jóvenes minusválidos, hemos querido colocarnos bajo la dependencia y el control de los organismos sanitarios del Estado malgache. Pues bien, no hay más que un solo centro de Reeducación motriz para toda la isla y ese centro, ya lo hemos dicho, se halla en Antsirabe. Eso nos impuso unos viajes largos, incómodos y peligrosos. Por otra parte, visto el número de jóvenes minusválidos procedentes de toda la isla, nuestros jóvenes, al esperar el turno de su operación, debían hallar un alojamiento en la ciudad, y eso suponía numerosos problemas. La dirección de los C.R.M. nos aconsejó construir una vivienda de paso no lejos del gran Hospital del Estado. Fueron las Hijas de la Caridad las que tuvieron el valor de realizar ese tercer Hogar que lleva el hermoso nombre de San Vicente.
Es un Hogar de paso; en él los jóvenes son preparados antes de pasar a la mesa de operaciones. Una vez operados, se les lleva al Hogar San Vicente, donde les cuidan nuestras Hermanas. Este Hogar se ha hecho para recibir a los niños de Andemaka y los jóvenes de Tanjomoha. Pero recibe también a otros niños procedentes de los cuatro rincones de la Isla, particularmente los pobres que no saben dónde ir.
Como ya lo he dicho, el Hogar San Vicente es un lugar de paso, sí, pero no solamente para los minusválidos físicos…Un montón de personas atraídas, quizás, por la atracción de la caridad, vienen a hacerse atender en el alma. Allí encuentran la paz, la alegria y mucho amor.
Postdata
No puedo terminar sin hablarles brevemente de mí. Me siento impulsado a hacerlo por quien es el Artesano de estos Hogares: Jesús.
Cada vez que unas personas de paso -y suelen ser numerosas- visitan los Hogares, me cubren de elogios y de felicitaciones: «Es formidable lo que ha hecho usted…;Bravo!» etc. Esos elogios me abruman hasta el extremo y a veces me dan frío en la espalda .. si los aceptara sería un ladrón y un mentiroso.
Esos hogares son la Obra de Jesús, y sólo de Jesús. Son una prueba más de su amor a los pobres. Ya en otro tiempo curaba a los ciegos, a los leprosos, a los cojos y a otros enfermos. Y continúa haciéndolo ahora; eso es todo. ¿Mi papel en todo esto? No estaba yo en absoluto preprado para ocuparme de los jóvenes minusválidos. Recorrer los matorrales predicando el Evangelio con mis modestos medios, sí: ése era mi trabajo y me encontraba plenamente feliz. Después, El me interpeló por medio de la pequeña Baú…y yo obedecí. Era el episodio que se cuenta en Mateo 21,2-3, donde Jesús decía: «Desatad ese asno, el Señor lo necesita», que se volvía a repetir. Y he obedecido, como el borriquito, sin entender demasiado lo que El esperaba de mí.
¿Por qué quiso El necesitar de mí, un pobre hombre, entonces que tantos otros lo habrían hecho mejor…? Pienso que era para demostrar que El era el único artesano de los Hogares.
Para terminar, todavía añadiría esto: para mantenerme estrictamente en mi papel de modesto instrumento, nunca he hecho nada -con la gracia de Dios- sin pedir permiso a mis Superiores. Haciendo así, he obedecido al consejo que me había dado uno de mis antiguos profesores, el P. Contestin, que conocía mi pobreza de medios y mis límites: «…cuando seas sacerdote, y para estar seguro de no meter la pata, no hagas nunca nada sin pedir permiso a tus superiores». He tratado de seguir ese consejo. Muchos de mis proyectos fueron rechazados- y denegados los permisos. Nunca he sentido por ello la menor amargura: Dios había hablado. Pero, gracias a los permisos concedidos y a los proyectos sostenidos por mis Superiores han nacido los Hogares para jóvenes minusválidos.
En el fondo, en la historia de estos Hogares, todo es gracia…También, con nuestros hermanos y hermanas minusválidos, doy gracias a Dios.