1. Las Misiones Populares: planteamientos generales
La relajación en las prácticas religiosas, sobre todo en las zonas más alejadas de los centros de evangelización, siempre fue una preocupación para la jerarquía eclesiástica. A partir del Renacimiento, a fin de controlar el grado y la calidad de la vida espiritual de las diversas zonas y, en su caso regenerarlas, la Iglesia se valió de dos mecanismos e iniciativas principales: las Visitas Pastorales y las Santas Misiones.
El Concilio de Trento había establecido la «Santa Visita» como obligación de los Obispos de recorrer, al menos una vez en el transcurso de su pontificado, la totalidad de su diócesis. El objetivo de la inspección son fundamentalmente las parroquias y las actividades que en ellas se desarrollaban.
Las «Santas Misiones» aparecen, por su parte, como una institución absolutamente distinta, tanto por su origen como por sus mecanismos de actuación. Aunque es cierto que hasta el s. XVI las misiones populares no estaban aún sistematizadas, como normalmente nos son conocidas, no es menos cierto que nunca dejaron de ser predicadas.
Franciscanos y Dominicos ya desde el s. XIII recorren pueblos y ciudades predicando las verdades eternas y las virtudes salvadoras y recogiendo el fruto de sus conversiones en el confesonario.
Es, sin embargo, en el s. XVI cuando las misiones van cristalizando en la forma sustancial hoy conocida, siendo San Ignacio con sus Ejercicios quien más contribuyó a ello, aunque la estructuración definitiva en la Compañía de Jesús fue obra del P. Claudio Acquaviva. Esfuerzos similares serán realizados por San Vicente de Paúl en el s. XVII y San Antonio Mª Claret en el XIX. Este movimiento misionero, iniciado en el Norte de Italia, pasará posteriormente a Francia (donde San Vicente de Paúl modificará los métodos) y a todo el occidente europeo, llegando a su cumbre en el siglo XIX.
Sólo en Francia, en el s. XVII, se reconocen los Misioneros del Oratorio, San Vicente y la C.M., Adrián Bourdoise, Olier, los Clérigos de la Misión, los Padres del Santo Sacramento, los Misioneros del Clero, los Eudistas, los Misioneros del Périgueux, los misioneros de San José … A este bloque debe añadirse el de quienes lo hacían individualmente, como Michel Le Nobletz y Antoine Roussier, o los trabajos de Instituciones nacidas en siglos anteriores, como Jesuitas, Capuchinos, Recoletos, Dominicos … .
La incidencia de la enseñanza vicenciana acerca de las misiones (misión larga e interiorizada) fue adoptada con posterioridad por otros institutos misioneros, tanto en Francia (Oratorio, Eudistas, Jesuitas, Doctrina Cristiana, Capuchinos) como en la misma Italia (San Leonardo de Porto Maurizio, San Pablo de la Cruz, San Alfonso Mª Ligorio).
L. Mezzadri define las misiones como «una forma extraordinaria y sistematizada de predicación, orientada a convertir, instruir y evangelizar a comunidades cristianas ya evangelizadas», añadiendo que son, por tanto, «una síntesis de ejercicios espirituales, catequesis doctrinal y moral y prácticas de oración y penitencia».1
Cuatro elementos, según esta definición, constituyen el ser de las Misiones Populares: su relación con la acción apostólica de la Iglesia; tener como objetivo la conversión, instrucción y evangelización; ser un medio extraordinario y sistemático; estar destinadas a comunidades que ya han oído el anuncio evangélico.
Berthelot du Chesnay2 perfila algunos rasgos al decir que en ellas un grupo de misioneros durante cierto tiempo3 predica, catequiza y administra los sacramentos, sobre todo la confesión, en una o varias parroquias, con la finalidad de convertir e instruir a los fieles y de hacer que se comprometan en una vida cristiana más regular y consecuente que en el pasado.
Un análisis tipológico nos permite clasificar las misiones en varios grupos:
- por sus objetivos: unas orientadas a convertir a los protestantes y, otras, a instruir a los católicos
- por sus contenidos: unas eran catequéticas (en ellas el elemento predominante era la exposición de la verdad, en estilo moderado y rehuyendo alardes externos) y otras penitenciales (en las que predominaban los elementos emotivos, los efectos teatrales y el aparato escénico)
- por su relación con las entidades territoriales existentes: podían ser «misiones centrales» (típicas de los jesuitas: el equipo de predicadores se instala en un centro al cual acudía la población de los lugares vecinos) o «misiones locales» (misiones en pueblos pequeños: los misioneros se trasladan de un lugar a otro permaneciendo en cada uno un tiempo determinado).
Habitualmente, estas misiones no respondían a un plan pastoral bien determinado. Las programaban, conforme a un proyecto orgánico, no los obispos sino los misioneros. Al generalizarse en el s. XVI la costumbre de los legados piadosos cada pueblo recibirá a plazo fijo (cinco o diez años) el paso de la misma comunidad religiosa. Merced a estos legados la acción de las misiones llegará a los pueblos más pequeños siendo ésta la diferencia más visible respecto a la predicación itinerante de la edad media.
La técnica era fundamentalmente la misma en todas las congregaciones misioneras: sermones doctrinales y morales para conseguir la confesión y comunión de los misionados. Luego, cada Instituto, cada misionero y cada época fueron echando mano de diversos procedimientos: preparación hablada y escrita, procesiones con imágenes populares, rosarios de la aurora, predicación especializada a grupos, instauración de devociones y asociaciones pías …
El temario era en general moralista y más bien negativo: las llamadas «verdades eternas», el pecado, los mandamientos y la preparación para confesar y comulgar. El tono de una severidad impresionante aunque progresivamente se fue dulcificando.
2. Rasgos originales de las Misiones Vicencianas
A tenor de los modelos previamente descritos, las misiones organizadas por Vicente de Paúl se enmarcarían, en principio, en las destinadas a instruir al pueblo cristiano, mediante la catequesis y de forma local o itinerante.
Más en concreto presentarían los siguientes puntos de interés recogidos fielmente en los Reglamentos de las Misiones.4
2.1. Preparación
El tiempo que pasaban los misioneros en sus casas (de Junio a Septiembre) no permanecían ociosos sino que lo dedicaban al estudio, a la reelaboración de los sermones y catecismos, a la discusión conjunta de casos de moral, a la revisión de modalidades pedagógicas de la enseñanza del catecismo …
Los equipos misioneros (un mínimo de tres sacerdotes, de los cuales uno será el Director, acompañados de un Hermano Coadjutor) salían con todo lo necesario no sólo para pasar un tan largo tiempo fuera de casa sino para poder desarrollar plenamente las funciones de la misión. Así, junto a los enseres personales, llevaban algunos baúles o cestos con las cosas comunes: libros, reglamentos, relojes, objetos litúrgicos … En el lugar de misión alquilaban una casa en la que vivían en el tiempo de permanencia y en la que el Hermano se encargaba de todos los servicios ya que había que hacer la misión gratuitamente.
La primera visita era al párroco, al que presentaban la patente entregada por el Obispo del lugar y pedían su bendición y consentimiento para iniciar la misión. Si el párroco se negaba se volvían a casa. Obtenido su consentimiento, él mismo u otro misionero, anunciaba la misión durante la misa dominical y, por la tarde, comenzaban ya las explicaciones sobre la confesión general.
Durante la misión se tenía un horario preciso aunque no inmodificable. Únicamente dos horas se imponían como invariables: levantarse a las cuatro de la mañana y acostarse a las 9 ó 10 de la noche.
2.2. Objetivos que se buscan en las Misiones
Una idea central absorbe el ánimo de San Vicente: debían tratar de convertir por entero las parroquias donde misionaban. No debían salir de ellas sin que hubieran entrado todos en su deber y comenzado, con ayuda de la gracia, una vida nueva. «Se tiene como máxima […] no salir de una aldea hasta que todo el pueblo haya sido instruido en las cosas necesarias para la salvación y que cada uno haya hecho su confesión general».
Este deseo llevó consigo una importante evolución en el modo de misionar. La conversión de cada persona llevaba un trabajo mayor. No era posible hacerlo con una misión de corta duración. De ahí la costumbre de permanecer bastante tiempo en el mismo sitio: de tres a seis semanas, en general. Así rompieron con la costumbre de la misión a la italiana.
Este Objetivo General puede desglosarse en los siguientes objetivos parciales:
a) Instruir al Pueblo. A ello van dirigidos los sermones, los catecismos, las conferencias (para grupos reducidos y homogéneos; hechas con más familiaridad que los sermones) y las controversias (usadas con los protestantes y en las que, aunque contrario a su uso, prepara San Vicente a sus misioneros).
b) Hacer la Confesión General. Elemento esencial de las Misiones. San Vicente se persuadió de la importancia de este acto en Folleville (1617). Sabía, por otra parte, que había sacerdotes que ignoraban la fórmula de la absolución y que los campesinos no conocían lo que era el sacramento de la penitencia. Pero también sabía que no había manera mejor para llevar a los fieles a la verdadera conversión.
c) Arreglar pleitos y discordias. Iniciativa propia de las misiones eran los acomodos, es decir, los acuerdos encaminados a extinguir odios inveterados, enemistades, desuniones, rencores; por otra parte, estaban los matrimonios clandestinos necesitados de subsanación o casos de convivencia irregular que había que disolver.
d) Instaurar o potenciar la Cofradía de la Caridad. Hacia el final de la misión se predicaba un sermón sobre la caridad y después, previa aprobación del obispo y el párroco, se fundaba la Cofradía… Si ya existía, se la visitaba y revitalizaba con instrucciones apropiadas. La función primera de esta asociación era la de asistir a los pobres enfermos en sus domicilios, bien sea con asistencia material como con ayuda espiritual, en lo que pudieran necesitar. Con esta institución la misión adquiere el doble aspecto de la evangelización: como salvación espiritual y material de los pobres …; la misión no sólo instruye sino que también debe asistir a los pobres materialmente. Estas Cofradías de la Caridad ya existían antes de San Vicente. Las clásicas estaban adheridas a una capilla o altar, provistas de indulgencias y hasta de indumentaria propia. Vicente mantuvo en ellas su carácter laico y las orientó hacia la acción caritativo-social sin olvidar la dimensión de instrucción catequética, como aparece en los Reglamentos.
e) Servir a los Sacerdotes. Además del consentimiento de obispos y párrocos San Vicente prohibió severamente que los predicadores se dejasen llevar del moralismo y tendiesen a fustigar el mal comportamiento, verdadero o presunto, de los responsables de la parroquia … Según prescribe el Directorio, los misioneros estaban obligados a excusar a los sacerdotes, honrarlos y elogiarlos. Dice su biógrafo Abelly: «Fuera de todas estas funciones que se cumplen con los laicos, Vicente quería también que sus misioneros trabajaran durante el tiempo de la misión, y así lo hacen, en prestar todos los servicios posibles a los eclesiásticos de los lugares donde misionan; y esto especialmente por conferencias espirituales en las que tratan con ellos de las obligaciones de su estado, de los defectos que se deben evitar, de las virtudes que están obligados a practicar y que les son propias y convenientes, y de otros asuntos parecidos».
f) Atender a las escuelas. A ellas se les prestaba una atención especial. Los misioneros debían visitar al maestro o maestra, instruirlos y animarlos. Si no había escuela, debían preocuparse de que se creara.
g) Atender a las comunidades de religiosas. Tuvieron prohibición de visitarlas, dirigirlas o predicarlas sin permiso, al menos, del superior local. La disposición fue suavizada bajo Almerás en las reglas del Superior local: se permitió dar a las religiosas tres o cuatro conferencias y oírlas en confesión al final de la misión.
2.3. El «Pequeño Método» de Predicación
Tanto en los Reglamento de Misiones como en las recomendaciones de San Vicente a los misioneros se dice que se debe «predicar de acuerdo con el pequeño método»5 Esta forma de predicar será otra de las características que distinguirán a los misioneros vicencianos. Los predicadores de comienzos del s. XVII tendían a «escucharse a sí mismos». Trataban de impresionar a sus oyentes con citas continuas en latín y griego, recurriendo a hechos extraordinarios de la historia profana y sagrada. Todo predicador se constituía en erudito. Así resultaban unos sermones interminables, embrollados, que quizá podrían pasar en una ciudad ante un público culto, pero que no tenían sentido para la gran mayoría del pueblo cristiano.
Según JM. Román «el pequeño método es mucho más que un esquema, era un estilo y un lenguaje; era la vuelta a la predicación evangélica, al estilo de nuestro Señor, al empleo de comparaciones familiares, al tono directo y natural, al lenguaje de los oyentes para que estos entendieran; era el horror a las citas pedantes, a los autores profanos, aunque sólo fuera como confirmación de las Escrituras; era la prudencia a las alusiones, el respeto a los herejes exponiendo, sin atacar, las verdades negadas por ellos; era la preocupación por la eficacia, por la conversión de las almas y la ausencia de vanagloria«.
El pequeño método es, en la práctica, una forma de ordenar los materiales según un esquema racional para que sea eficaz; según esto la predicación se debe dividir en tres puntos, expresados por el mismo San Vicente:
«Según este método, en primer lugar, se hacen ver las razones y motivos que pueden mover y llevar al espíritu a detestar los pecados y los vicios, y a buscar la virtud […]
Según nuestro método, tras los motivos que deben inducir nuestros corazones a la virtud, hay que ver en segundo lugar en qué consiste esa virtud, cuál es su esencia y su naturaleza, cuáles sus propiedades, cuáles sus funciones, sus actos y los actos contrarios a ella, las señales y la práctica de esa virtud. Levantáis el vuelo y descubrís plenamente el esplendor y la belleza de esa virtud, haciendo ver con familiaridad y sencillez lo que es, qué actos hay que practicar sobre todo bajando siempre a los detalles […]
De verdad, padres, sinceramente, ¿creéis que basta con decir a esa persona los motivos, señalarle en qué consiste la virtud, si la paráis ahí y la dejáis ir sin más?. No sé, pero a mí me parece que no es bastante; más aún, si la dejáis ahí sin indicarle ningún medio de practicar lo que le habéis enseñado, creo que no habéis conseguido mucho […]. Es una burla; no se puede hacer eso. Pero indicad a ese hombre los medios, que es el tercer punto del método; dadle los medios para poner en obra esa virtud, y entonces se quedará contento».
2.4. Actos principales de la Misión
a) Un sermón: se tenía muy de mañana para que los campesinos pudieran estar oportunamente en sus labores agrícolas. Los temas eran variados siendo sus núcleos más importantes los novísimos, el pecado, la justicia divina, la confesión, los odios y enemistades, sacramentos, mandamientos, deberes entre los miembros de una comunidad cristiana …
b) La catequesis: por la que San Vicente tenía una peculiar predilección, advirtiendo que es lo principal y que de ninguna manera debe suprimirse: «He sentido mucho saber que, en vez de tener el gran catecismo por las tardes, ha pronunciado usted sermones en la última misión. No se debe hacer eso: 1º porque el predicador de la mañana puede estar quejoso de esta segunda predicación; 2º porque el pueblo tiene más necesidad de catecismo y es más provechoso para él …».
Esta insistencia, expresada muy acertadamente en la frase «el pobre pueblo se condena por no saber las cosas necesarias para la salvación y no confesarse» , tiene sus raíces tanto en la teología de su tiempo como en su experiencia personal. Para la mayoría de aquellos teólogos, la ignorancia religiosa es causa suficiente de condenación; idea que se remonta a la concepción agustiniana del pecado original: la ignorancia y la concupiscencia forman parte del pecado: «… dicen san Agustín, santo Tomás y san Anselmo que los que no conozcan explícitamente los misterios de la Trinidad y de la Encarnación no podrán salvarse». Por eso en sus catecismos se insistirá en la necesidad del conocimiento de los principales misterios de la fe y en la aceptación de las verdades contenidas en el Símbolo, porque, añade, «¿cómo el alma que no conoce a Dios ni sabe lo que Dios ha hecho por su amor, puede creer, esperar y amar?. Y ¿cómo se salvará sin fe, sin esperanza y sin amor».
La coyuntura cultural, profana y religiosa, la concurrencia de los protestantes, la necesidad del conocimiento de las verdades para salvarse, la necesidad de una continuidad doctrinal para evitar desviaciones y su experiencia de párroco, de misionero entre los campesinos y de conocedor del clero urbano y rural, le lleva a constatar, de forma muy personal y realista, la situación de abandono en que estaba sumido el pueblo. Evidentemente el clero, a causa de sus carencias, era el responsable principal de esta situación: «La Iglesia no tiene peor enemigo que los malos sacerdotes…, a causa de los sacerdotes las herejías han prevalecido, el vicio ha reinado y la ignorancia ha establecido su trono sobre el pobre pueblo». En la raíz de este problema está «la falta de selección y las mínimas exigencias que se requerían para entrar en el juego del beneficio. Para poder tener un beneficio en el campo no hacía falta nada; en la ciudad se exigía el Bachiller, en cualquiera de las especialidades: teología, medicina, artes. El modo de reclutar a los sacerdotes, antes de la existencia, o intentos de existencia, de los seminarios, consistía en recibir, si no se seguía ningún curso en la Universidad, una sumaria iniciación a la liturgia y casi nada de formación moral y dogmática; esto es debido a que es posible ser sacerdote sin ejercer ministerio alguno; bastaba la tonsura para poder optar al sacerdocio sin necesidad de la evangelización, ni confesión ni instrucción de los fieles».
Entre las carencias que se detectan en el clero francés de la época destacan especialmente cuatro: ignorancia, embriaguez, incontinencia y no residencia. Los testimonios sobre la ignorancia doctrinal de los sacerdotes de parroquia antes de la creación de los seminarios son innumerables. Las visitas pastorales de monseñor Le Camus en 1672-1673 señalan la embriaguez en 57 de los 142 párrocos. Probablemente, antes de la actualización eficaz de la Reforma tridentina a nivel parroquial, los fieles veían con frecuencia sin escandalizarse a sus «pastores» vivir en concubinato con una mujer que aparecía a los ojos de la comunidad como verdadera esposa. Esta situación, por otra parte, no es exclusiva del clero francés y puede apreciarse igualmente, entre otros, en el español.
Para llevar a cabo esta catequesis se servían los misioneros de dos catecismos, el grande y el pequeño, según se dirigiera a los adultos o a los pequeños.
El pequeño catecismo se hacía después de mediodía, de la una a las dos de la tarde. Como método se empleaba el diálogo. Se enseñaban los misterios de la Trinidad y la Encarnación y las verdades referentes al pecado, los mandamientos, la preparación para la comunión … «En él los niños se dividen en dos grupos: uno formado por los que ya han hecho la primera comunión; otro con los más pequeños, de 7 a 10 años, dado por un seminarista clérigo que acompañaba a los misioneros».
El catecismo para adultos o gran catecismo se tenía por la tarde, hacia las seis, a la vuelta del trabajo. Se concluía con las oraciones de la tarde. Teniendo en cuenta la ignorancia del pueblo, la instrucción se refería a los rudimentos de la fe y a las prácticas esenciales del cristianismo.
c) Las confesiones: los misioneros estaban siempre a disposición de los fieles que se acercaran a este sacramento. Dada su importancia dedicaban parte de su tiempo en casa a prepararse adecuadamente para este ejercicio. Los Reglamentos de Misiones son muy explícitos acerca de las precauciones que deben tomar los confesores en el desarrollo de esta práctica. La frecuentación del confesonario será uno de los índices para medir el éxito de una misión.
d) La comunión: durante la misión no se repartía la comunión en las misas a fin de que la población se preparara mejor para la comunión general, que era única y se celebraba con gran solemnidad. Se exceptuaban los enfermos, los pobres y los que tuviesen razones reconocidas. Se cuidaba muy detenidamente la comunión de los niños, al mismo tiempo que se usaba como instrumento sumamente útil para tocar el corazón de las personas mayores.
e) Visitas y Procesiones: el lugar donde se desenvuelve la misión es normalmente la Iglesia parroquial aunque, para llegar a todos, el misionero visita a los enfermos en sus casas, a los pobres en los hospitales, a los presos en las cárceles, etc … A pesar de su sentido fundamentalmente formativo parece que no faltaron a estas misiones catequísticas algunos elementos espectaculares: manifestaciones exteriores de piedad, procesiones, peregrinaciones, quema de libros, implantación de cruces, cantos y, a veces, teatro, cuadros alegóricos, enigmas, coros dialogados, de los que se sirvieron los misioneros para hacer atrayente el catecismo. El uso que se hace de estas manifestaciones parece depender de las diversas congregaciones o de misioneros concretos, aunque en general todos reconocen que la labor se hace en el catecismo y que las manifestaciones exteriores sirven para unir al pueblo y aprovechar su clima para animar o amenazar, para convertir.
B. Peyrous resume la originalidad de la misión Vicenciana en las siguientes palabras: «A la Misión breve, tonante, basada, sobre todo en el sermón y dirigida a la generalidad de la gente, sucedía una misión que se dirige al corazón de cada uno y de todos, que toma su tiempo, que no fatiga al pueblo, que insiste, principalmente, en la catequesis, en el conocimiento de la fe católica, en base de una predicación familiar, y en la Confesión«.
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- Juan Eudes pensaba en seis u ocho semanas; los Oratorianos se detenían dos o tres semanas en pueblos pequeños y cinco o seis en ciudades y villas; las misiones vicencianas duran de tres a seis semanas.
- Una presentación más detallada de los Reglamentos de Misiones puede verse en la Parte Primera, Capítulo II, nº 4 de esta misma Tesis. También en MEZZADRI, L.-ROMÁN, JM.: o.c. pp. 162-179 ; MEZZADRI, L.: «La Congregatione della Missione…» pp.156-158; TAMAYO, A.: «San Vicente y las Misiones» pp.28-43; EQUIPO INTERPROVINCIAL DE MISIONES:»Dimensión catequística de las Misiones Populares y del misionero» pp.41-43
- El mismo SAN VICENTE DE PAÚL lo señala en dos de sus Conferencias a los misioneros: «Obras Completas» XI, 164-187; 191-195. Puede verse también: MELOT J.: «San Vicente de Paúl, misionero» pp. 655-666; ZEDDE, I.: «Método y contenidos de la catequesis en San Vicente de Paúl» pp. 160-168; ROCA, J.: «El sencillo método de San Vicente de Paúl» pp.187-191; KAPP, V.: «Predicar según el pequeño método» pp.549-556.