Introducción
Para un servidor, es un privilegio el poder compartir con ustedes, queridos lectores, unas reflexiones sobre la misión vicentina del mañana. Lo hago como misionero vicentino que ha vivido la hermosa experiencia de las misiones populares en mi tierra natal.
Este artículo tiene tres partes. La primera se refiere a la relevancia de la enseñanza sobre la misión que ha estado, por mucho tiempo, en el centro del Magisterio de la Iglesia durante el último medio siglo. A través de este recorrido, nos daremos cuenta de que la teología y la acción misionera de la Iglesia han estado inusitadamente florecientes en la segunda mitad del siglo XX.
La segunda parte del artículo se refiere a los retos misioneros actuales en un doble aspecto: El primero es por la condición de la misionología como ciencia o disciplina, y las implicaciones que esto conlleva para colocarla en el currículo teológico. El segundo es por los más recientes desarrollos de la misión, a la que la misionología debe dedicar su atención. Estos dos aspectos deben ser considerados conjuntamente si queremos ofrecer una representación adecuada de la misión tanto a la Iglesia como a los educadores de los seminarios.
La tercera y última parte presenta una reflexión de la misión como una acción de amor al estilo de San Vicente. Finalizo con una breve conclusión.
Antes de entrar en el tema, quiero advertir acerca de los alcances de este trabajo. Se restringe, supuesta la amplitud y complejidad del asunto, a estudiar la novedad de la misión vicentina desde la óptica de las enseñanzas y la práctica de San Vicente sobre la misión como brotando del amor y dirigida a anunciar el mensaje amoroso de salvación a los pobres. Pero antes de llegar a este punto, propongo que hagamos un recorrido por una breve historia de la acción misionera y de la misionología en cuanto que transparenta una historia de hombres llenos del amor misionero.
1. Misión y misionología
1.1. El misionerismo católico y las Iglesias Reformadas
La Iglesia nace con una conciencia de envío y de dedicación a la misión (Mc 16,15-16; Lc 24,47; Mt 28,19; Hch 2,38). Por eso es que en los Hechos de los Apóstoles, en las Cartas de San Pablo y en los escritos patrísticos resuena continuamente la itinerancia misionera de los más diversos actores. En la baja Edad Media podemos contemplar las grandes figuras que evangelizaron en las Galias San Martín de Tours, en Irlanda San Patricio, Inglaterra San Agustín, en Alemania, San Bonifacio hasta construir una cristiandad que los conocimientos geográficos del tiempo daban por concluida. Los grandes descubrimientos de portugueses y españoles suscitaron de nuevo, en la Iglesia, el espíritu misionero y la movilidad misionera de las grandes órdenes religiosas hacia América, sobre todo, pero también hacia algunos puntos de las costas de África y de Asia. En el arranque de este movimiento aparecerá la persona emblemática de San Francisco Javier (1506-1552), por quien San Vicente manifestará una gran admiración.1 En la Iglesia de América Latina, aparece, también, otra gran figura misionera, la de Santo Toribio de Mogrovejo.2 El siglo XIX será el siglo de las misiones en África con la aparición de nuevos Institutos misioneros como el de los Padre Blancos o el de los Combonianos. Como se advierte, en este breve recorrido histórico, la Iglesia católica estaba en lo suyo, sin dudas ni vacilaciones. Por eso es que en estos tiempos no sintió la necesidad de elaborar una misionología sistemática. Si bien es cierto, como veremos más adelante, que nunca le faltaron elementos misionológicos.
El misionerismo de las Iglesias Reformadas se inició con fuerza en el siglo XVII con el declinar del predominio de las potencias española y portuguesa y el surgimiento de nuevas potencias como Holanda, Inglaterra, etc. Al tiempo que estas potencias emergentes se asentaban en nuevas colonias, hicieron presencia los misioneros protestantes. Hay que precisar que, además del influjo de este elemento coyuntural, se fue gestando, poco a poco y desde una minoría de base, un reclamo por la falta de acción misionera de las iglesias protestantes. Este reclamo fue originado en primer lugar como un rechazo al dogmatismo rigorista del Luteranismo y Calvinismo; aguijoneado, también, por el muy visible misionerismo de la Iglesia Católica hasta el punto de que, cuando en 1622 se fundó la PropagandaFide, algunas voces de la Reforma clamaron por un organismo similar que promoviera la acción misionera protestante.
Casi paralelamente a este surgimiento de la conciencia misionera, aparecieron en el seno de las Iglesias Reformadas los primeros esbozos de una misionología que justificara y alentara su acción misionera. No obstante, la misionología moderna protestante nació unos dos siglos y medio después de la Reforma. Surgen dos preguntas: ¿por qué en las Iglesias de la Reforma surgió la misionología y no en la Iglesia Católica con tanta tradición misionera?; ¿por qué hasta dos siglos después de acontecida la Reforma surgió la misionología?
En cuanto a lo primero, ya hemos apuntado que la Iglesia Católica se sentía en lo suyo sin necesidad de justificar su acción misionera y sin que se le presentaran serios obstáculos que la exigieran la sistematización de su misión. Con respecto al segundo interrogante, las primeras respuestas surgidas al interior de la Reforma apuntaban a varios impedimentos: a que el protestantismo surgió para purificar la vieja cristiandad, corrompida en sus costumbres, en su culto, en su doctrina. En breves palabras, para restaurar el cristianismo primitivo. En esta confrontación inicial, decían, era inconcebible volverse hacia los infieles. Lo apremiante era defenderse de los ataques continuos del papismo. El hecho de que las regiones infieles de Oriente y Occidente se encontraran bajo dominio español o portugués, evidentemente impedían la penetración misionera protestante. Por eso cuando en el siglo XVII fue menguando el poderío de España y Portugal y se abrieron paso nuevas futuras potencias de mayoría protestante, fue posible que se desplegara la acción misionera de la Reforma.3
Sobre estos hipotéticos obstáculos comenta Ángel Santos: «Lalealtad y honradez de otros muchos autores protestantes no aceptó talessofismas. El misionólogo Gustavo Warneck — del que hablaremos luego más detenidamente —, demostraría que tales pretendidos obstáculos hubieran sido superados fácilmente, si entre los Reformadoresdel siglo XVI hubiera existido una verdadera conciencia misionera.Lo que había pasado en la realidad era otra cosa: que el crudo dogmatismo del luteranismo, acentuado aún más en el calvinismo, había terminado por disgustar a las almas más nobles del protestantismo, eintentaron, en consecuencia, mitigarlo algunos teólogos posteriores,inclinándose a los principios del catolicismo. Se introdujo una reformadoctrinal en la concepción de la predestinación y de la gracia, y en eldestino de la redención universal; con lo que vino a despertar entre losprotestantes una ideología misionera que no admitieron sus maestros yfundadores».4
Ángel Santos continúa afirmando: «El nuevo movimiento misionero no partía precisamente de las cabezas rectoras y responsables delas diversas sectas protestantes. Era un movimiento que iba imponiéndose desde abajo. Y la necesidad de justificar esta actividad y actitud más cristiana, a la que se oponían no pocas de las autoridadeseclesiásticas protestantes, y que rechazaban también otros de sus teólogos más insignes, es la que impuso el desarrollo de una misionología sistemática que la Iglesia Católica, no trabajada por estas dificultades, no había conformado aún. En todo caso, en la formación mismade esta misionología moderna podemos ver una mutua interdependencia: los católicos se apresuraron a sistematizar su propia misionología, aguijoneados a ello por los protestantes; y los protestantes,a su vez, la delineaban a poyados en los principios doctrinales de losautores católicos».5
1.2. La misionología protestante
Los primeros esbozos de una misionología y de un reclamo por la acción misionera se dieron tanto en el luteranismo como en el calvinismo y el anglicanismo y remontan a principios del siglo XVII. Para el propósito de este trabajo basta con detenernos en el autor que es considerado como el padre de la misionología moderna alemana, el teólogo Gustav Warneck al que ya nos referimos un poco antes. Nacido en Alemania en 1834, se dedicó por 22 años a la vida pastoral y el resto de su vida a la docencia. Antes de su ministerio pastoral, explicó materias misionológicas en Barmen. Luego, de 1896 a 1902, dos años antes de su muerte, se dedicó, nuevamente, a la enseñanza de la misionología en Halle. Su pensamiento sobre misionología quedó plasmado, principalmente, en su gran obra titulada Evangelische Missionslehre. Esta obra representa una evolución, más aún, una estructuración ordenada y científica de la misionología moderna y en la que, de alguna manera, se inspirarán los siguientes teólogos protestantes y los primeros misionólogos católicos, como el sacerdote Dr. Josef Schmidlin.
Ángel Santos comenta los propósitos de nuestro misionólogo: «Venía a definir la misión como el conjunto de actividades de la cristiandad en orden a plantar y organizar la iglesia entre los paganos, perocomo una expansión del cristianismo occidental. No se contentaba yacon que la misionología fuera tan sólo una rama de la teología; queríamás bien para ella una representación autónoma en la universidad».6
Warneck, quizás todavía como pastor, había publicado en 1892 el primer Manual protestante de misiones «en el que ofrecía lo quesegún él podría componer la ciencia de las misiones. Dos grandes divisiones: la histórica y la doctrinal o teórica. Esta última desarrollaría ladoctrina misionera contenida en la exégesis de la Sagrada Escritura, enel dogma, en la teología histórica, en la apologética y en relación conlos fundamentos de la misión. También en la ética o teología moral, enrelación con los órganos misioneros; y en la teología práctica, en relación con el fin y los métodos».7 Warneck situaba el acento de la misión en la conversión de los paganos, por lo que la misión no debía hacer proselitismo en las otras confesiones cristianas.
Sería interesante seguir la labor de los sucesores de Warneck, pero no es necesario hacerlo para los fines de este estudio. Baste reconocer que este autor logró sistematizar una doctrina acerca de la misión y reclamar para ella el estatuto de ciencia autónoma dentro de los programas universitarios. Otro punto perseguido por estos autores era el de ofrecer un Manual de teoría y práctica misionera para enseñarla a los futuros pastores y misioneros.
1.3. La misionología católica
El gran teólogo Warneck tuvo el desacierto de criticar a la Iglesia católica por su pobreza misionológica. En realidad, desconocía los hitos misioneros y los innumerables elementos misionológicos de ésta a lo largo de 19 siglos. Pero, como ya lo hemos apuntado, la verdad más profunda es que los misioneros católicos no habían sentido la urgencia de estructurar una justificación teológica de su trabajo misionero. Su misionerismo era patente; los rasgos misionológicos de su acción misionera aparecen desde el mismo Evangelio, Hechos de los Apóstoles, Escritos patrísticos y en otros muchos autores que trataron diversos temas teológicos, jurídicos y pastorales de las misiones católicas. Sin embargo, los misioneros y teólogos católicos comprendieron la necesidad de sistematizar sus principios misioneros y se dedicaron a ello. Aquí también los esbozos se remontan a siglos atrás; pero fijemos la atención en la misionología moderna católica que remonta a los inicios del siglo XX y la inician precisamente teólogos católicos alemanes. Entre los católicos esta reflexión se polarizó en varias escuelas que, por razón de brevedad, vamos a enumerar y a señalar sus postulados esenciales.
a) Escuela de Münster: Se considera como iniciadores y fundadores de la misionología católica moderna al sacerdote, Dr. Josef Schmidlin (1876-1944) y al P. Robert Streit (1875- 1930), oblato de María Inmaculada. Según esta escuela, el cometido de la misión católica era el de «llamar (a los infieles) a la fe y a la conversión para llegar a la salvación». En 1910 se creaba la cátedra de misionología en la universidad de Münster, cátedra que sería ya ordinaria a partir de 1914. En 1930 las Universidades Gregoriana y Urbaniana, en Roma, establecerían sus respectivas cátedras en esta materia.
b) Escuela belga: representada por el P. Charles, postulaba como principio fundamental de la misión «la implantación dela Iglesia».
c) Escuela francesa: representada por el P. Glorieux, defendía que el cometido de la misión era «llevar (a los conversos) auna vida sobrenatural plena».
d) Escuela española: representada por el P. J. Zameza, proponía como fin de la misión «la extensión y crecimiento delCuerpo Místico de Cristo».8
Estas escuelas se irían acercando hasta llegar a una misionología lograda como lo demuestra la obra de Juan Esqueda Biffet, BAC, 1995. Sin embargo, como ciencia teológica, será siempre inagotable y, en su seno, se darán múltiples divergencias. Juan Pablo II afirmó, al respecto, que uno de los objetivos de la Redemptoris Missio era «animar a los teólogos a profundizar y exponer sistemáticamente losdiversos aspectos de la misión universal de la Iglesia, del ecumenismo,del estudio de las grandes religiones y de la misionología». Y a renglón seguido, añadía: «Recomiendo que sobre todo en los seminarios y enlas casas de formación para religiosos y religiosas se lleven a cabo talesestudios, procurando que algunos sacerdotes, o alumnos y alumnas, seespecialicen en los diversos campos de las ciencias misionológicas»(RM 83).
1.4. La misión y la misionología del concilio Vaticano II
Las misiones en la primera mitad del siglo XX se habían extendido a todos los confines y gozaban de un entusiasta florecimiento. Baste recordar la gran misión de la China y de los países asiáticos; las misiones de África; la misión de la India tan ligada a los misioneros Paúles de la Provincia de Madrid. A Pío XI se le llamó el Papade las misiones y Pío XII abrió el campo de las misiones a los sacerdotes seculares, como luego veremos.
En cuanto a la teología de la misión, el Concilio Vaticano II recoge y se nutre de una abundante investigación anterior en los más diversos campos: el de la patrística, el de la investigación Bíblica, el del movimiento litúrgico. En el campo teológico fue muy significativa la llamada «Nouvelle Theologie» promovida desde Le Saulchoir (el saucedal), el nuevo centro teológico de los Padres dominicos cerca de la ciudad belga de Tournai, pero próxima a la frontera con Francia, en el que sobresalieron teólogos como Gardeil, Marie-Dominique Chenu, Ives Congar. Cabe citar, también, que después de la primera Guerra mundial, los Jesuitas abrieron la escuela teológica de LyonFourviére en la que sobresalen teólogos como H. de Lubac, Jean Danielou Hugo Rahner, sin olvidar a otros teólogos católicos como Karl Rahner, Hans urs von Baltasar y a numerosos teólogos y escrituristas protestantes.9 Otro elemento que no se puede soslayar es el impulso a los estudios bíblicos que supuso la Encíclica DivinoAfflante Spiritu del Papa Pío XII.10 Y tantos movimientos de base que luchaban por abrir el Evangelio en situaciones que hoy llamamos de frontera, como l’Abbé Pierre y los traperos de Emaús; los sacerdotes Obreros, la Misión de París, etc. Todos estos actores, a la vez que abrían nuevos caminos a la misión de la Iglesia, expresaban su malestar por el statu quo de la misma Iglesia en un mundo que después de dos grandes guerras había cambiado profundamente y estaba cambiando.
Es sugerente todavía la metáfora del Beato Juan XXIII al convocar el Concilio, según la cual era necesario «abrir las ventanas de laIglesia para que entrara aire fresco». El aire nuevo andaba ya por las calles del mundo cristiano y aún por la humanidad entera. La pequeña Encíclica programática «Eclesiam suam»11 de Pablo VI, es una magnífica meditación sobre la Iglesia en su relación con el mundo ya que la Iglesia desea que ésta y la sociedad humana «seencuentren, se conozcan y se amen» para salvación de toda la humanidad (EccS, p. 4). En el prólogo habla el Papa de los «Caminos de laIglesia» y reflexiona diciendo que «los tenemos que descubrir en la máscuidadosa meditación de la doctrina teniendo presente las palabras deCristo ‘Mi doctrina no es mía sino de aquel que me envió’ (Jn 7,16); tenemos, además, que adaptarlos a las actuales condiciones de la Iglesia misma en una hora de actividad y conmoción, tanto de su interiorexperiencia espiritual como de su exterior esfuerzo apostólico; Y no podemos, decía finalmente, ignorar el estado en que actualmente se hayala humanidad en medio de la cual se desarrolla nuestra misión» (EccS,pp. 4-5). Desde este presupuesto, el Papa reflexiona en tres partes, sobre la conciencia de la Iglesia, sobre su Renovación y sobre el Diálogo. Evidentemente que el Concilio recorrerá una senda mucho más amplia y rica que lo expresado en esta Encíclica programática, pero en ella tenemos en germen lo que será el espíritu del Concilio.
Antes de adentrarnos en la misionología del Concilio, hago un breve recuento de las Encíclicas misionales que lo precedieron. Estos documentos «sobre la misión o las ‘misiones’ se ciñen — como escribe Biffet —, a la primera evangelización, dejando entender una evoluciónarmónica y homogénea sobre temas que se van profundizando gradualmente buscando un mayor equilibrio: mandato misionero de Cristo,llamada a la conversión y a la fe, implantación de la Iglesia, responsabilidad entre Iglesias hermanas, etc. Muchos temas del Concilio Vaticano II — precisa el mismo autor —, ya se encuentran esbozados enestos documentos preconciliares».12 Enumero estos documentos:
Maximum Illud,13 primer documento del siglo XX escrito por Benedicto XV, al que se ha calificado como la Carta Magna de las misiones. Entre otros méritos, sobresale el esbozo de una misionología que comprende: historia, teología, pastoral, derecho, cooperación, Obras Misionales, espiritualidad. Enfatiza la importancia de la preparación y formación continua de los misioneros, la cooperación entre diversas instituciones, el clero nativo, la cultura local y la necesidad de la participación de la mujer en la acción misionera.
Rerum Ecclesiae14 de Pío XI, reconocido como el ‘Papa de las misiones’. Enseñanzas sobresalientes de esta Encíclica son las siguientes: importancia de promover apóstoles nativos (sacerdotes, religiosos, laicos); responsabilidad de la Iglesia particular en la evangelización universal; los obispos corresponsables de las misiones junto con el Papa; la urgencia del anuncio del Evangelio a todos los pueblos deriva de la caridad cristiana y del agradecimiento por el don de la fe; necesidad de formar catequistas y conveniencia de la presencia de Ordenes contemplativos en lugares de misión. «Lamisionología que estaba en sus comienzos, se inspiró en esta Encíclica, intentando armonizar los dos aspectos más resaltados entonces sobre lamisión ‘Ad Gentes’: propagar la fe (llamado a la conversión) e implantar la Iglesia».15
Del Papa Pío XII interesa citar las que son sus dos Encíclicas misioneras más importantes y conocidas: Evangelli praecones,16 escrita como una conmemoración del 25 aniversario de la RerumEcclesiae de Pío XI. En este documento el Papa trata de armonizar las dos tendencias más significativas de la misionología de su época: la llamada a la fe y la implantación de la Iglesia en la que tenga primacía una jerarquía autóctona. Se pone de relieve la formación del clero nativo y la urgente necesidad de adaptarse a las culturas y costumbres locales. Fidei Donum,17 es la Encíclica que hace un llamado apremiante a la atención misionera en África y un llamado al clero secular a participar en las misiones (los llamados hoy «sacerdotes Fidei Donum»). A 50 años de la promulgación de este documento se ha destacado su impacto en toda la comunidad cristiana sobre todo en el punto que abría las puertas de la misión a los sacerdotes diocesanos sin dejar, por ello, de pertenecer a sus diócesis. De esta manera, también, las Iglesias locales ocupaban un puesto relevante en la misión de la Iglesia Universal.18
Juan XXIII conmemoró el 40 aniversario de la Maximum illud de Pío XI con su Carta Encíclica Princeps Pastorum.19 Como distintiva del Papa que escribió la Mater et Magistra20 y la Pacem in terris,21 hay que destacar su aportación doctrinal en la relación entre evangelización y promoción humana. Insiste en dos puntos ya tratados por sus predecesores: la formación cuidadosa e integral de los agentes de la misión lo cual ayudará a integrar la misión en el medio cultural y social de los pueblos jóvenes.22
Acerquémonos, ahora, al mismo acontecimiento conciliar. Es curioso que el documento misionero por excelencia, el decreto Ad Gentes,23 pasara por 8 redacciones antes de su aprobación final. Quizás por la misma complejidad del tema misionero. Sin embargo, gracias a esta demora, el decreto sobre «la actividad misionera de la Iglesia»pudo nutrirse de los principios y aportaciones misioneras de las cuatro constituciones dogmáticas: Lumen Gentium,24Dei Verbum,25 Sacrosanctum concilium,26 Gaudium et Spes.27 «La idea principal — comenta Biffet — que puede armonizar todos los documentos, es la de‘Iglesia Sacramento’, que en su dimensión misionera ád gentes’ se completa así: ‘Iglesia sacramento universal de salvación’» (LG 48; AG 1).
Del Concilio surge una teología que ponía la misión misma al centro de la Iglesia y de la presencia misma de Dios en el mundo. Sea la Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, sea el Decreto sobre la Actividad Misionera Ad Gentes unifican y enriquecen esta teología que ya se venía gestando en años anteriores. La Iglesia como sacramento universal de salvación ofrece la salvación a todos los pueblos. Para poder hacer esto, la Iglesia debe ser misionera. Es misionera, sobre todo, porque reconoce su participación en la misión del Hijo que consiste en el llevar la luz y la verdad a todos los pueblos. Es misionera, en segundo lugar, porque se reconoce convocada por el Espíritu Santo como Pueblo de Dios. Y esta enseñanza en la LG, junto a una renovada eclesiología que describe la misión como el libre intercambio de una Iglesia local a la otra, que pone los fundamentos para la elaboración de la actividad misionera de la Iglesia en la AG.
1.4.1. El decreto Ad Gentes
Si bien es cierto que todos, o al menos los grandes documentos del Vaticano II tienen una orientación misionera, el decreto Ad Gentes es el que sintetizó las aportaciones teológicas anteriores al Vaticano y el que recogió el espíritu del Concilio. A 42 años de su promulgación sigue vigente su doctrina y es punto de referencia para la animación y la reflexión misioneras.28
Dice la AG en el número 2: «La Iglesia es por su naturaleza misionera. Dios nos ha llamado a participar de su vida y de su gloria, nosolo individualmente, sino además como pueblo». La misión del Hijo y del Espíritu Santo se manifiesta en la creación del mundo de parte de Dios, y sobretodo en la creación de los seres humanos que son llamados a participar a la vida y a la gloria de Dios. Tal llamada no llega a nosotros singularmente, sino colectivamente, de modo de formar un pueblo. La Iglesia toma parte a la misión de la Trinidad sea como sacramento o signo de salvación que Dios ofrece al mundo entero, sea como medio para dar tal salvación al mundo mismo en la propia actividad mediante la fuerza del Espíritu Santo. En palabras simples. La Iglesia no tiene una misión; la Iglesia es misión. La actividad misionera no consiste en cualquier actividad secundaria desarrollada por un grupo de especialistas. La Iglesia se considera misionera en su misma esencia, en su participación en la acción del Hijo y del Espíritu Santo en el mundo. Como expreso en AG: «Laactividad misionera es, en última instancia, la manifestación del propósito de Dios o epifanía y su realización en el mundo y en la historia,en la que Dios, por medio de la misión, perfecciona abiertamente lahistoria de la salvación» (AG 9). La misión va más allá de la extensión o de la auto expansión de la Iglesia; la misión es la fuente de perfección de la Iglesia misma. Todavía en las palabras de la AG: «Se haceasí patente que la actividad misionera fluye de la misma naturalezaíntima de la Iglesia, cuya fe salvífica propaga, cuya unidad, católicaperfecciona dilatándola, con cuya apostolicidad se sustenta, cuyo sentido colegial de la Jerarquía pone en práctica, cuya santidad testifica,difunde y promueve» (AG 6).
1.4.2. La Evangelii Nuntiandi29
Este documento lo publicó el Papa Pablo VI como fruto del Sínodo sobre la evangelización, en el contexto cercano del año Santo 1974-1975 y a 10 años de la promulgación del decreto Ad Gentes. No es directamente un documento misionero, como veremos luego. Pero ha tenido una gran aceptación en la Iglesia y ha influido mucho en el impulso evangelizador. Desde luego porque recoge fielmente el pensamiento de los Padres Sinodales y, sobre todo, a mi parecer, porque Pablo VI deja ver en este documento su sabiduría de teólogo, su facilidad de escritor, su calidad de Pastor y una enorme sensibilidad por los complejos problemas del mundo moderno y aún de la misma Iglesia. Más allá de la misión, a Pablo VI le interesaba promover la evangelización de un mundo cada vez más contradictorio, extraviado y alejado de Dios y, paradójicamente, necesitado y sediento del mismo Dios. Veamos algunos rasgos.
Pablo VI en la EN nos ha ayudado, de manera significativa a comprender lo que es la evangelización misma. Tanto la LG como la AG han elaborado toda una teología de la vocación evangelizadora de todo el Pueblo de Dios en el mundo, a través del Hijo y del Espíritu Santo. Pablo VI ha dado una mayor consistencia a lo que implica la obra de la evangelización de la Iglesia. Dice: «… la Iglesia evangelizacuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata deconvertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de loshombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida yambientes concretos» (EN 18). Pero es en el número 14 en el que Pablo VI sintetizó en una fórmula feliz la vocación evangelizadora de la iglesia: «Evangelizar constituye […], la dicha y vocación propia de laIglesia, su identidad más profunda Ella existe para evangelizar…».
Aquí encontramos las dimensiones de una evangelización integral que involucra no sólo la conciencia individual, sino también la colectiva. Además, no sólo involucra sus corazones, sino también sus vidas y sus culturas. EN habla de los importantes desarrollos de la misión, en la última parte del siglo, que el Concilio Vaticano II no podía haber previsto enteramente. El rápido aumento de las Iglesias particulares, sobretodo, después de su independencia política de los pueblos del Tercer Mundo; la preocupación de elaborar más claramente la relación entre fe y cultura; y una nueva y más profunda solidaridad en relación con los pobres: todos estos elementos han estimulado el proyecto misionero de la Iglesia.
1.4.3. La Redemptoris Missio30
Juan Pablo II ha quedado grabado en el imaginario del Pueblo cristiano y aún de la humanidad como «el Papa misionero», por su itinerancia misionera y por habernos dejado la primera Encíclica verdaderamente misionera escrita después del concilio. Algunos califican la RM como el «Manual» de la evangelización moderna. Un editorial de una revista, Misioneros Tercer Milenio, se expresaba así, poco después de la muerte del Papa el 2 de abril de 2005: «Juan Pablo IItenía muy claro que había que lanzarse con bríos renovados hacia laaventura misionera porque la evangelización del mundo está aún ensus comienzos y constituye, además, la primera razón de ser y de existirde la propia Iglesia. Pero el Papa no quiso que su magisterio misionerose redujera a una mera reflexión teológica, sino que, además, deseó predicar con el ejemplo para convertirse en el ‘primer misionero’. Así lascosas, no dudó en echarse las alforjas al hombro ni escatimar energía ala hora de emprender infinidad de viajes, de modo muy especial a lasnaciones del Tercer Mundo».31
Basándose en la LG y en la AG, Juan Pablo II reafirmó el mandato misionero de la Iglesia como basilar para la misma Iglesia, y no solamente como uno de sus numerosos deberes. Además, intentó clarificar algunos puntos que habían quedado oscuros en la búsqueda de nuevos significados de la misión para responder a los desafíos diarios. Su Encíclica corre en línea con lo que fue como un lema de su Pontificado: «¡Abran las puertas a Cristo!». Sosteniendo la importancia del dialogo y de otras formas de testimonio, él no desea que el anuncio directo sea minimizado. La Iglesia tiene confianza en su mensaje, en el cual Jesús es el Señor, y debe proclamar ese mensaje claramente a un mundo que frecuentemente vacila en la incertidumbre. En segundo lugar, él reafirma la misión ad gentes, hacia «pueblos, grupos humanos, contextos socioculturales donde Cristo y suEvangelio no son conocidos, o donde faltan comunidades cristianassuficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propioambiente y anunciarla a otros grupos. Ésta es propiamente la misiónAd gentes» (RM 33). Las acusaciones lanzadas contra una alianza profana entre evangelización y colonialismo habían golpeado en su intima esencia la empresa misionera. El Papa es consciente de ese pasado, a veces evangélicamente ambiguo, pero no debe ser determinante en el hecho de continuar proclamando claramente el evangelio.
En tercer lugar, el Papa pidió con insistencia en los últimos años una «nueva evangelización», un tema tratado en la RM. Tal evangelización no es solamente un nuevo esfuerzo para predicar el evangelio en las áreas dónde no había sido jamás predicado antes; ella busca también llevar nuevamente el evangelio a aquellas partes donde el mensaje se ha debilitado a causa de los movimientos culturales contra el evangelio mismo y donde la gente se ha alejado de la fe en Jesucristo. Entonces la Nueva Evangelización nos impulsa más allá de la reevangelización, considerada como el regreso a la disciplina del evangelio de un pueblo sustancialmente fiel pero indócil, hacia una nueva apologética entre aquellos que han rechazado el evangelio, sea individualmente que colectivamente. En todo caso, estaríamos hablando de emprender, de nuevo, la tarea de anunciar de nuevo el mensaje de salvación.
Cuarto y último, la focalización de la relación entre fe y cultura ha constituido una característica de este pontificado. Como filósofo y como pastor, Juan Pablo II ha estado profundamente consciente de los modos en los cuales la cultura forma al sujeto humano. El fue el primer pontífice en introducir el término «inculturación» en el uso oficial eclesiástico. Fundó el Pontificio Consejo de la Cultura en 1982. Basado en la discusión de la cultura en la GS, sus numerosas alocuciones sobre este tema durante sus visitas pastorales en el mundo han producido una formidable enseñanza sobre la fe y la cultura.
La comprensión de la misión en este nuevo milenio en que nos encontramos tiene una variedad de extraordinarias características. Es profundamente trinitaria y eclesial en su teología, y por lo tanto, no instrumental en su acercamiento a la misión. Es una teología situada en el centro de la Iglesia, y desde este centro avanza para proponer una irresistible, universal e implicante visión de la acción de Dios en la historia. En segundo lugar, esta comprensión de la misión implica una completa comprensión de la evangelización como obra de Dios y a la cual la Iglesia está llamada a participar. Impulsa, sobretodo, el concepto de Nueva evangelización, e intenta tener en cuenta atentamente los diferentes grupos y contextos en los cuales la evangelización es necesaria, y provee un claro modo de proceder con la evangelización misma. Tercero, esta comprensión de la misión ha crecido en su sensibilidad hasta convertirse un fenómeno de cultura, con el énfasis que ella pone sea sobre la particularidad de las culturas sea sobre las fuentes para una verdadera unidad entre los hombres. Todo considerado, la teología eclesial de la misión constituye una sólida base sobre la cual podría ser construida la misionología. Teniendo presente todo eso, podemos pasar a la segunda parte de nuestra reflexión, que reclama nuestra atención sobre los desafíos actuales.
1.4.4. XXXI Asamblea Ordinaria del CELAM en Aparecida, Brasil32
En este recuento de los hitos misioneros de la Iglesia Católica no es posible ignorar la V Asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) que tantas expectativas ha suscitado en América Latina y en el mundo. En su Editorial de «Misioneros Tercer Milenio»de junio 2007, leemos: «Si una palabra pudiera resumir el contenido delos veinte días que ha durado la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en el santuario brasileño de aparecida, ese término sería ‘Misión’. Y si se nos dejase utilizar unaexpresión, esta sería la empleada por los obispos participantes en sumensaje final: ‘Convocamos a nuestros hermanos y hermanas para […]la Gran Misión Continental’. La gran apuesta de la Iglesia en AméricaLatina, tiene, sin duda, compromiso y sabor misionero».
Entre los temas transversales del Documento de Aparecida está la misión.33 Entre sus novedades merecen especial atención cinco, a saber: una Iglesia en estado permanente de misión; una misión no exclusiva de la Iglesia, sino en perspectiva mundial; la pobreza como mundo de la insignificancia; actitud pastoral ante el fenómeno de salida de católicos de la Iglesia; el protagonismo de la mujer.34
2. Los desafíos misioneros actuales
Después de haber examinado las enseñanzas sobre la misión que la Iglesia ha presentado en la segunda mitad de siglo XX y comienzos del XXI, podemos mirar hacia el futuro: ¿Cuáles son los desafíos que se presentan, y cómo serán afrontados? Presentaré mis observaciones en dos secciones. Una sobre la misionología como disciplina o ciencia, y la otra sobre algunas lagunas de los desafíos concretos a los cuales la misionología debe dirigirse.
La misionología es relativamente joven como disciplina o ciencia distinta, como ya lo vimos, brevemente, en páginas anteriores de este artículo.
En el período post-conciliar, la misión misma se vio sometida a examen. Se la acusó de haber sido demasiado indulgente con el Imperialismo y con el Colonialismo. A causa de esta condición ambivalente de la misión, se pregunta si la misión podría formar parte del currículo teológico.
El problema para la misionología era doble. Primero de todo, el objeto de su estudio — la misión — había sufrido un rápido cambio en el curso del siglo XX. El Káiser Guillermo, al instituir la cátedra protestante de misionología en Halle y la cátedra católica en Münster, había imaginado la misionología como un medio para ayudar a administrar la dimensión religiosa de la vida colonial. En tal modo la misión parecía ser — al menos en su juicio — el aspecto religioso de la colonización. Al mismo tiempo, muchos misioneros se asociaron, y se involucraron con los movimientos de independencia que habrían arruinado el colonialismo en muchas partes del mundo, en torno a los años 60’s. Las peticiones de una moratoria sobre la misión en los años 60’s. provenientes sobretodo de África, debilitaron el propósito misionero. En torno a los años 80’s los países un tiempo considerados objeto de misión estaban, a su vez, enviando misioneros a otros lugares. Este desarrollo desafió el sentido territorial de una misión ad gentes que había prevalecido por siglos.
El surgimiento de misiones protestantes fundamentalistas y pentecostales, sobretodo en América Latina, hizo nacer también una serie de problemas cuando aquellos que habían sido bautizados con los sacramentos fueron objeto de la evangelización primaria. En todo este rápido cambio ha sido difícil mantener la atención sobre lo que la misión era y sobre como debía ser realizada. ¿Qué debería estudiar la misionología y cómo debía ser estudiado? A causa de este cambio en el arco de menos de un siglo, no sorprende que la misionología haya debido luchar para que la misión permaneciera como materia de estudio claramente definida.
El segundo problema para la misionología era si esa debería ser entendida como disciplina o ciencia. ¿Debería ser considerada una disciplina por derecho, con sus propios métodos, criterios y modos de proceder? O bien, ¿la misionología era más bien un terreno de estudio donde las varias disciplinas — escriturísticas, teológicas, históricas y socio-científicas — eran reunidas para examinar desde varias prospectivas la misión de la Iglesia? La continúa diferenciación de las disciplinas tradicionales a través de la explosión de los conocimientos o las presiones de la época postmoderna ponen en evidencia la pregunta de si la misionología es una disciplina distinta. Raramente ha logrado ocupar un lugar central en el currículo teológico, y ha debido contentarse con un puesto marginal. La pérdida de interés en relación con la misión ha llevado a alguna universidad a abandonar las cátedras de misionología (por ejemplo en la facultad católica de Würzburg), creyendo posiblemente que los días de la misionología habrían terminado. Esto ha inducido a algún estudioso, sobretodo en las universidades del Norte de Europa, a intentar de desarrollar la misionología como una ciencia teológica con su justa colocación en la universidad, intuyendo que sin tal articulación de la misionología como ciencia, la misionología habría desaparecido del todo en las universidades.
Por otro lado, la misionología ha llegado a ser considerada como un área en la cual las diferentes disciplinas son aplicadas al fenómeno de la misión. La misión puede ser examinada a nivel teológico, histórico y sociológico. Este segundo acercamiento no considera la misionología como si tuviera propios métodos peculiares. Más bien, este permite a los métodos de muchas disciplinas a comprender el complejo fenómeno de la misión en el mundo de hoy. Este acercamiento evidencia la integración de la misión y la actividad misionera en una más amplia visión de la Iglesia. La misionología se convierte en una colaboración entre estudiosos de diferentes disciplinas. Frecuentemente la misión es clasificada bajo la voz «Iglesia Mundial» o «Cristianismo mundial» como un modo de alejarse de la crítica de la misión colonialista.
La decisión de que la misionología sea más o menos una disciplina distinta, depende de los misioneros mismos. Es importante poner en evidencia el problema, ya que ello incide sobre el modo de considerar la misionología, como ciencia distinta, y sobre el modo de colocarla en el currículo teológico. En el caso de la misionología, como ciencia distinta, ésta podría querer reivindicar su puesto junto a las otras disciplinas que integran el currículo teológico. En este caso, tiene que luchar para encontrar espacio en un currículo ya abundante. Si la misionología se define más por el objeto de su estudio más que por los métodos con los cuales estudia, entonces deberá tomar un camino diferente al intentar ocupar un lugar dentro del currículo universitario.35 Al interior del currículo teológico de la misionología hoy hay tres aspectos que se han venido desarrollando a partir del Vaticano II, me refiero al dialogo interreligioso, a la inculturación y a la trabajo en favor de la justicia como elemento constitutivo de la predicación del evangelio.
El diálogo interreligioso ha sido afirmado y promovido por el Concilio en la LG y en la Nostra Aetate.36 El Concilio, ciertamente, imaginaba y esperaba que lo que entonces era un movimiento nuevo, hubiera crecido prosperado, como de hecho ha sucedido. Pero al principio de siglo todavía estamos tratando de comprender en modo más profundo las formas de diálogo, y sobretodo, sus implicaciones para una teología de las religiones. El problema de la teología de las religiones es uno de los aspectos más neurálgicos que la misionología católica debe enfrentar: es decir, ¿cómo podemos determinar el significado de las otras religiones en relación al cristianismo? ¿qué rol tienen en el plan de Dios para la salvación humana? Mientras el mundo se hace más estrecho y la interacción entre las religiones no es siempre pacífica, ¿cómo debemos evaluar el encuentro con las otras religiones? El Concilio y la enseñanza sucesiva del Papa han encuadrado el problema parcialmente: Dios actúa, de un modo para nosotros desconocido, en estas tradiciones sin que por ello sean, formalmente, parte de las revelaciones divinas. Una elaboración de la relación interreligiosa está todavía por venir. Ciertamente hay cuestiones doctrinales de por medio; pero actualmente surge un obstáculo mayor con el recrudecimiento de los fundamentalismo de todo tipo y color.37 El Papa Benedicto XVI en sintonía con su predecesor Juan Pablo II está haciendo un gran esfuerzo, en los hechos y con las palabras, para proseguir con el este diálogo cada vez más apremiante en la situación del mundo de hoy.
La inculturación, como ya hemos dicho, se basa sobre la visión de la cultura elaborada en la GS. Si bien es cierto que no es un tema tan neurálgico como la teología de las religiones, la relación entre fe y cultura nos acerca profundamente a los problemas que se refieren al modo de expresar la identidad de la fe cristiana y, de manera más relevante, al modo de evaluar y criticar las diferentes encarnaciones culturales del Cristianismo. Además, tenemos todavía necesidad de una teología de la cultura equiparada a la moderna visión de la cultura misma que es base de las discusiones sobre la inculturación.38 En tercer lugar, trabajar por la justicia o por la transformación de la sociedad a la luz del reino de Dios no es propiamente un medio práctico para llegar a servir a la gente; eso es parte integrante del proyecto misionero. Comprometerse en el mundo en el verdadero sentido de la palabra, de cualquier modo, ha implicado la secularización de la misión; y la presencia de obras y servicios sociales sin una referencia explícita a Jesucristo o reunir a los creyentes en su cuerpo, ha destruido, frecuentemente, la motivación misionera y negado la naturaleza publica de la fe que proclama la Iglesia.39 Parece que la misionología tiene necesidad de afrontar estos problemas de modo directo e inmediato. Por estos motivos la misionología está en el centro de la exploración teológica de algunos de los problemas teológicos más críticos que afrontamos hoy.
Un problema ulterior que ha surgido en la última parte del siglo XX es el significado de la proclamación directa. Como habíamos visto, Juan Pablo II afrontó la cuestión en la RM. Pero el problema persiste en algún sector de la Iglesia. Esta preocupación es estimulada por un aumento de la conciencia de las dificultades en la comunicación intercultural, sobretodo en el modo en el que se acoge el proceso de acogida a través de los confines culturales. Es más un problema de comunicación que un problema teológico; es decir, esto no lleva al corazón del debate sobre la misionología como lo hacen posiblemente los otros tres. Hay que tener en cuenta, además, que la misión católica enfrenta actualmente serios problemas en este punto en lugares en donde se prohíbe todo proselitismo contrario a la religión autóctona, como sucede en varios países musulmanes. Todavía este tema está muy presente en la discusión y debe ser considerado como uno de los aspectos que la misionología afronta hoy.
La actual misionología, así como se presenta al final del siglo XX, está llena de desafíos metodológicos que se refieren a su estado como disciplina, no solo de desafíos materiales en la elaboración de las implicaciones del diálogo interreligioso, de la inculturación y de la proclamación.40
3. Misión vicentina: una acción de amor
Llegamos al objetivo principal de este trabajo, mirado desde contexto de la Encíclica «Dios es amor» del Papa Benedicto XVI;41 y de las enseñanzas y práctica de San Vicente.42
Antes de entrar en el tema, quiero destacar la sorprendente y gozosa acogida que este documento de Benedicto XVI ha tenido en todos los sectores. El Papa, como teólogo reconocido, ha profundizado con precisión y nitidez en el corazón del ser cristiano, el amor. «No se es cristiano por profesar una ideología sino por la adhesión auna persona». Por otra parte, sorprende que este Papa considerado como teólogo duro y de larga trayectoria burocrática, demuestre en su primera Encíclica una gran comprensión del profundo vacío del hombre moderno que se traduce de mil maneras y, en sustancia, en la ausencia de amor.
En la sociedad clasista, pauperizada, traspasada por enormes miedos y violencias, San Vicente hizo la propuesta de la palabra cercana y familiar de la Misión popular y la práctica del amor como un servicio cercano, organizado y gratuito para hacer frente al serio problema que tenía la sociedad europea con las bandadas de pobres estacionarios o trashumantes.43
Ya que otros han estudiado más de cerca la Encíclica del Papa, me acercaré más a las enseñanzas de nuestro Fundador.
La vida del misionero vicentino se explica a partir de su conciencia de ser llamado por Cristo. Vicente pedía para toda la comunidad tener siempre vivo el deseo misionero: «Pidamos todos a Dioseste espíritu para toda la compañía, que nos lleve a todas partes, deforma que cuando se vea a uno o dos misioneros se pueda decir: ‘Heaquí unos hombres apostólicos dispuestos a ir por los cuatro rinconesdel mundo a llevar la palabra de Dios’. Pidámosle a Dios que nos conceda este corazón; ya hay algunos, gracias a Dios, que lo tienen y todosson siervos de Dios. ¡Pero marcharse allá, oh Salvador, sin que hayanada que los detenga, qué gran cosa es! Es menester que todos tengamos ese corazón, todos con un mismo corazón, desprendido de todo,con una perfecta confianza en la misericordia de Dios».44
No fui yo a escoger a Cristo. Fue Cristo quien me escogió. En esto consiste una vocación fuerte: en el pertenecer a Dios, en ser suyo para amar con amor y castidad indivisibles, en la libertad que dona la pobreza, en una donación total en la obediencia. El es la luz que quiero reflejar. El es el camino hacia el Padre. El amor que quiero amar. El es la alegría que quiero compartir. El es la paz que quiero hacer crecer en torno a mí. Jesús es todo para mí. Sin él no puedo hacer nada. Solamente para él, con él y en él puedo vivir. Hemos sido elegidos para llevar el fuego del amor de Dios a los demás. Lo recuerda San Vicente: «Pues bien, si es cierto que hemos sido llamadosa llevar a nuestro alrededor y por todo el mundo el amor de Dios, sihemos de inflamar con él a todas las naciones, ti tenemos la vocaciónde ir a encender este fuego divino por la tierra, si esto es así, ¡cuánto hede arder yo mismo con este fuego divino!».45
La vocación del misionero se realiza sólo a la luz de una comunión de intenso amor con la persona de Jesús, que dura toda la vida. Por ello, si nuestra vida crece en esa unidad con el Señor Jesús nuestro amor a los pobres y a su servicio se renueva continuamente. La vocación misionera es lo más sencillo: esta vocación depende del amor que le tenga al Señor y ello nos lleva a estar dispuestos a hacerlo conocer a precio de cualquier sacrificio. «Es menester que nospongamos totalmente al servicio de Dios y al servicio de la gente, hemosde entregarnos a Dios para esto, consumirnos por esto, dar nuestrasvidas por esto, despojarnos, por así decirlo, para revestirnos de nuevo;al menos, querer estar en esta disposición si aún no estamos en ella;estar dispuestos y preparados para ir y para marchar adonde Dios nos quiera… exponernos voluntariamente en el servicio del prójimo, paradilatar el imperio de Jesucristo en las almas».46
Preguntémonos, ¿Porqué hay pocas vocaciones misioneras vicentinas en el mundo? Podemos dar varias y diversas respuestas. Posiblemente, una de ellas es que hemos perdido la sencillez del evangelio. Los jóvenes de hoy no quieren escuchar, sino ver. Cuando un joven desea y quiere ser misionero vicentino, sería hermoso que pudiera encontrar en nuestras comunidades la unidad entre sus miembros, la frescura del evangelio y el servicio a los pobres… ellos quieren ver una propuesta concreta de vida, no sólo escuchar hermosos discursos. Sería lamentable que no puedan ver a Dios en nosotros. Si no está Cristo en nosotros, no lo podemos dar a conocer a los demás, si no vivimos únicamente en Jesucristo, no podremos hacerlo vivir en los demás. San Vicente insistía a sus misioneros «revestirsecontinuamente de Cristo».
Dispuestos a ir a los países más lejanos: Misión «ad gentes».Vicente imaginaba a sus misioneros trabajando en «primera fila» en las misiones. Él quería que sus misioneros fueran generosos, decididos, entregados, con carácter, libres para la misión: «Dios les concedala gracia de estar siempre preparados y dispuestos a ir a los países lejanos para dar allí su vida por Jesucristo. La historia nos habla demuchos martirios de hombres sacrificados por Dios; y si vemos, que, enel ejército, muchos hombres exponen su vida por un poco de honor oquizás con la esperanza de una pequeña recompensa temporal, concuánta más razón debemos nosotros exponer nuestra vida por llevar elevangelio de Jesucristo a los países más alejados a los que nos llama laProvidencia».47
Es necesario que presentemos con realismo a nuestros futuros misioneros las exigencias de la vocación vicentina, de la vida comunitaria y, especialmente, las exigencias de la vida misionera.
3.1. Una propuesta fuerte − Un camino de santidad
En el fondo del corazón de todo cristiano está el deseo de ser santo. San Vicente fue un santo porque descubrió a Cristo en los pobres. Los vicentinos estamos llamados a ser santos. Dios quiere que seamos santos.48 ¿Existe alguna declaración de la voluntad de Dios a nuestra Congregación más clara que ésta? Es seguro que Dios quiere de cada uno de los miembros de la Congregación que seamos santos. La santidad no consiste en ser piadosos. Consiste en estar poseídos por Dios. El hombre y la mujer realmente santos transparentan la presencia de Dios. La gente lo percata, los pobres lo descubren. Son portadores de fortaleza, de paz, de amor por lo que hacen. La persona santa mira con ojos diferentes, porque Dios ha tomado posesión de sus ojos. El ama con un amor diferente porque Dios, quien sabe combinar la justicia y la misericordia, ha tomado posesión de su corazón. La persona santa escucha a las voces más profundas de la sociedad porque Dios le ha dado una nueva capacidad para escuchar. La persona verdaderamente santa evangeliza al pobre porque comprende que es su hermano. Su corazón palpita con el palpitar del pobre. En la presencia de una persona genuinamente santa, los pobres sienten su propia dignidad y reconocen que ellos mismos son los agentes de su propio destino.
Estamos llamados a ser santos. Estamos llamados a que el fuego de Dios purifique nuestras vidas, nuestro corazón. Dejemos que sea Dios quien tome posesión de nosotros y que nos permita entregarnos totalmente a Dios en la evangelización de los pobres.
Hoy los vicentinos estamos llamados a ir a los más pobres de los pobres y ofrecerles una promoción integral. Somos enviados a formar grupos de jóvenes enamorados y llenos del espíritu vicentino. ¡Estamos llamados a ser santos!.
3.2. Jesús en los pobres − Misión de amor
Aquí nos acercamos más a la identidad vicentina. Vicente supo fascinar los corazones de miles personas de su época y de otros tiempos con la fuerza de su amor a Cristo y por su misión de amor a los pobres. Para Vicente los pobres eran los niños abandonados, los galeotes, los enfermos, los miserables de su época. Para nosotros son: los niños abandonados, discapacitados, carentes de alimentos; los muchachos y muchachas de la calle, las jóvenes madres que necesitan ayuda para no abortar; los ancianos solos, abandonados y sin amor; los refugiados, los que viven en los tugurios de las grandes ciudades. Vicente sabe que los pobres no solo necesitan dinero, sino sobretodo necesitan respeto; necesitan nuestras manos que les sirvan, de nuestros corazones que les amen. Hoy los pobres no sólo tienen hambre de pan, sino que tienen hambre de ser considerados seres humanos. Tienen hambre de dignidad, desean ser tratados como personas. Están hambrientos de amor. Para San Vicente, los pobres son «sacramento de Cristo». Decía a las Damas de la Caridad: «Elmismo Cristo quiso nacer pobre, recibir en su compañía a los pobres,servir a los pobres, ponerse en lugar de los pobres, hasta decir que elbien y el mal que hacemos a los pobres lo considerará como hecho a supropia persona… ¿ Y qué amor podemos tenerle nosotros a Él, si noamamos lo que Él amó? No hay ninguna diferencia, señoras, entreamarle a Él y amar a los pobres de ese modo; servirles bien a lospobres, es servirle a Él».49 Asimismo, les recomienda a los misioneros vicentinos «dar la vuelta a la medalla» para ver «con los ojos de la fe»: «No hemos de considerar a un pobre campesino o a una pobre mujersegún su aspecto exterior, ni según la impresión de su espíritu, dadoque con frecuencia no tienen ni figura ni espíritu de personas educadas,pues son vulgares y groseros. Pero dadle la vuelta a la medalla y veréiscon las luces de la fe que son ésos los que nos representan al Hijo deDios… ¡Qué hermoso sería ver a los pobres, considerándolos en Diosy en el aprecio que les tuvo Jesucristo! Pero, si los miramos con lossentimientos de la carne y del espíritu mundano, nos parecerán despreciables».50
Urge que llevemos a los pobres la salvación de Dios. Dice San Vicente: «¡Oh Salvador! Tú que has suscitado una Compañía paraesto: la has enviado a los pobres y quieres que ella te dé a conocer comoúnico Dios verdadero, y a Jesucristo como enviado tuyo al mundo,para que, por este medio, alcancen la vida eterna. Esto tiene que hacernos preferir esta tarea a todas las ocupaciones y cargos de esta tierra yque nos consideremos los más felices del mundo. ¡Dios mío! ¡Quiénpuede comprenderlo!».51
Amar a los pobres es trabajar por la justicia: «Le doy gracias aDios por la caridad que la ciudad de Marsella demuestra tener con lospobres en la necesidad en que se encuentran y por la ayuda que ustedles ha prestado a los forzados oportunamente en medio de estos fríos yen estos momentos de escasez. ¡Que Dios nos conceda la gracia deenternecer nuestros corazones en favor de los miserables y de creerque, al socorrerles, estamos haciendo justicia y no misericordia! Sonhermanos nuestros esas personas a las que Dios nos manda que ayudemos; pero hagámoslo por él y de la manera que él nos dice en elevangelio de hoy».52
3.2.1. La oración: apoyo de la misión
Esta misión de amor, se sostiene solamente por la fuerza y el vigor de la oración. Sólo así podremos comprender por qué San Vicente haya insistido en la necesidad de orar. Basándose en su vida, enseñaba que el inicio de la oración es el silencio en el cual Dios nos habla y nosotros escuchamos: No se puede estar comprometidos a dar amor a los otros sin tener amor. San Vicente es un modelo de vida de oración. Él unía la oración con la acción, la contemplación con la acción; la oración con el compromiso con los pobres. «Amemos aDios, hermanos míos, amenos a Dios, pero que sea a costa de nuestrosbrazos, que sea con el sudor de nuestra frente. Pues muchas veces losactos de amor de Dios, de complacencia, de benevolencia, y otros semejantes afectos y prácticas interiores de un corazón amante, aunque muybuenos y deseables, resultan sin embargo muy sospechosos, cuando nose llega a la práctica del amor efectivo: ‘Mi Padre es glorificado, dicenuestro Señor, en que deis mucho fruto’. Hemos de tener mucho cuidado en esto; porque hay muchos que, preocupados en tener un aspectoexterno de compostura y el interior lleno de grandes sentimientos deDios, se detienen en esto; y cuando se llega a los hechos y se presentanocasiones de obrar, se quedan cortos. Se muestran satisfechos de suimaginación calenturienta, contentos con los dulces coloquios que tienen con Dios en la oración, hablan casi como los ángeles; pero luego,cuando se trata de trabajar por Dios, de sufrir, de mortificarse, de instruir a los pobres, de ir a buscar a la oveja descarriada, de desear queno les falte alguna cosa, de aceptar las enfermedades o cualquier cosadesagradable, ¡ay!, todo se viene abajo y les fallan los ánimos. No, nonos engañemos: Totum opus nostrum in operatione consistit.
Y esto es tan cierto que el santo apóstol nos declara que solamentenuestras obras son las que nos acompañan a la otra vida. Pensemos,pues, en esto; sobre todo, teniendo en cuenta que en este siglo haymuchos que parecen virtuosos, y que lo son efectivamente, pero que seinclinan a una vida tranquila y muelle, antes que a una devoción esforzada y sólida. La Iglesia es como una gran mies que requiere obreros,pero obreros que trabajen. No hay nada tan conforme con el evangeliocomo reunir, por un lado, luz y fuerzas para el alma en la oración, enla lectura y en el retiro y, por otro lado, ir luego a hacer partícipes a loshombres de este alimento espiritual. Esto es hacer lo que hizo nuestroSeñor y, después de él, sus apóstoles; es juntar el oficio de Marta con elde María; es imitar a la paloma, que digiere a medias la comida quetoma, y luego pone lo demás en el pico de sus pequeños para alimentarlos. Esto es lo que hemos de hacer nosotros y la forma con quehemos de demostrar a Dios con obras que lo amamos. Totum opusnostrum in operatione consistit».53
La vida de misionero es una vida de oración viva porque estamos en contacto continuamente con los pobres. Eso nos hace contemplativos en el mundo. La oración es nuestro alimento y apoyo. Dios concede a los misioneros que oran una libertad interior increíble al servicio de los más pobres.
La oración es fundamental en nuestra Congregación porqueella sostiene nuestra misión, ello nos ayuda a tener presente que somos instrumentos del amor de Dios. «Bien, pongamos todos muchointerés en esta práctica de la oración, ya que por ella nos vienen todoslos bienes. Si perseveramos en nuestra vocación, es gracias a la oración; si tenemos éxito en nuestras tareas, es gracias a la oración; si nocaemos en el pecado, es gracias a la oración, si permanecemos en lacaridad, si nos salvamos, todo esto es gracias a Dios y a la oración. Lomismo que Dios no le niega nada a la oración, tampoco nos concedecasi nada sin la oración: Rogate Dominum messis 5; no, nada; nisiquiera la extensión de su evangelio y lo que le interesa más a su gloria. Rogate Dominum messis. Pero, Señor, esto te concierne a ti y escosa tuya. ¡No importa! Rogate Dominum messis. Así pues, pidámoslecon toda humildad a Dios que nos haga entrar por esta práctica».54
San Vicente en la Conferencia del 6 de diciembre de 1658 explicando el fin de la Congregación de la Misión insiste en tener una vida interior: «Mantengámonos firmes en el círculo de nuestra vocación; esforcémonos en tener vida interior, en concebir grandes y santosideales por el servicio de Dios; hagamos el bien que se nos presente dela manera que hemos dicho. No digo que haya que llegar hasta lo infinito y abrazarlo todo indiferentemente, pero sí todo lo que Dios nosdé a conocer que pide de nosotros. Nosotros somos para él y no paranosotros; si aumenta nuestro trabajo, él también aumentará nuestrasfuerzas. ¡Oh Salvador! ¡Qué felicidad! ¡Oh Salvador! Si hubiera varios paraísos, ¿a quién se los darías sino a un misionero que se hayamantenido con reverencia en todas las obras que le has encomendado yque no ha rebajado las obligaciones de su estado? Esto es lo que esperamos, hermanos míos, y lo que le pediremos a su divina Majestad; ytodos, en este momento, le daremos gracias infinitas por habernos llamado y escogido para unas funciones tan santas y santificadas por elmismo nuestro Señor, que fue el primero en practicarlas. ¡Oh! ¡Cuántas gracias tenemos motivos para esperar, si las practicamos con sumismo espíritu, por la gloria de su Padre y por la salvación de lasalmas! Amén».55
3.2.2. Nuestra misión: «Llevar a Dios (del amor), a los pobres»
Hoy más que nunca es urgente la misión a los pobres. Ellos no solo carecen de lo fundamental, necesitan a Dios para que sus vidas tengan sentido. Urge poner al centro de los pobres la persona de Jesucristo, único Salvador del mundo. La misión del vicentino es llevar, a través del amor de Jesucristo, a Dios a los pobres en donde se encuentren. Allí donde hay miseria, hay sufrimiento humano y hay hambre de Dios y del amor de los demás. No sólo hay hambre de pan, de amor, de bondad, de dignidad.
San Vicente recuerda a sus misioneros que somos continuadores de la misión de Jesucristo: «El estado de los misioneros es un estadoconforme a las máximas evangélicas, que consisten en dejarlo todo yabandonarlo todo, como los apóstoles, para seguir a Jesucristo y parahacer lo que conviene, a imitación suya».56
La misión vicentina hace profesión de llevar a los demás la estima y el amor de Dios porque amar a alguien es querer su bien. Amar a Dios es querer que su nombre sea manifestado a todo el mundo, conocido y honrado. San Vicente distingue entre el amor afectivo que es, dice, cierta efusión del amante en el amado, complacencia y cariño por lo que se ama, y efectivo que consiste en hacer lo que manda y desea el amado. «La señal de este amor, el efecto o sellode este amor, hermanos míos, es lo que dice nuestro Señor, que los quele aman cumplirán su palabra: Pues bien, la palabra de Dios consisteen sus enseñanzas en sus consejos. Daremos una señal de nuestroamor si amamos la doctrina y hacemos profesión de enseñarla a losdemás. Según esto, el estado de la Misión es un estado de caridad, yaque, de suyo, se refiere a la doctrina y a los consejos de Jesucristo; y nosólo esto, sino que hace profesión de llevar al mundo la estima y elamor de nuestro Señor».57
El misionero vicentino ha sido llamado a llevar el fuego delamor de Dios a los demás: «Si es cierto que hemos sido llamados allevar a nuestro alrededor y por todo el mundo el amor de Dios, sihemos de inflamar con él a todas las naciones, si tenemos la vocaciónde ir a encender este fuego divino por toda la tierra, si esto es así,¡cuánto he de arder yo mismo con este fuego divino! ¡Cómo he de inflamarme en amar a aquellos con quienes vivo, edificando a mis propioshermanos por el ejercicio del amor e impulsándoles a que practiquenlos actos que de él emanan! En la hora de la muerte veremos lo mucho que hemos perdido sin remedio, si no todos, al menos los que notienen ni practican como es debido esta caridad fraterna. ¿Cómo se la daremos a los demás, si no la tenemos entre nosotros? Observemosbien si existe, no ya en general, sino cada uno dentro de sí, y si haalcanzado el grado que debía; pues, si no es ardiente, si no nos amamosmutuamente como nos amó Jesucristo y no producimos actos semejantes a los suyos, ¿cómo vamos a esperar que podremos llevar este amorpor todo el mundo? No se puede dar lo que no se tiene. ¿Cómo unacongregación que no tiene ese amor, podrá inflamar los corazones conla verdadera caridad?».58
No olvidemos la originalidad de la misión de nuestra Congregación. Recuerda los motivos por los cuales estamos llamados a evangelizar a los pobres. «No hay en la Iglesia de Dios una compañía quetenga como lote propio a los pobres y que se entregue por completo alos pobres para no predicar nunca en las grandes ciudades; y de esto esde lo que hacen profesión los misioneros; lo especial suyo es dedicarse,como Jesucristo, a los pobres. Por tanto, nuestra vocación es una continuación de la suya o, al menos, puede relacionarse con ella en suscircunstancias. ¡Qué felicidad, hermanos míos! ¡Y también cuántaobligación de aficionarnos a ella!
Por tanto, un gran motivo que tenemos es la grandeza de la cosa:dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles queestá cerca el reino de los cielos y que ese reino es para los pobres. ¡Quégrande es esto! Y el que hayamos sido llamados para ser compañeros ypara participar en los planes del Hijo de Dios, es algo que supera nuestro entendimiento. ¡Qué! ¡Hacernos…, no me atrevo a decirlo… sí:evangelizar a los pobres es un oficio tan alto que es, por excelencia, eloficio del Hijo de Dios! Y a nosotros se nos dedica a ello como instrumentos por los que el Hijo de Dios sigue haciendo desde el cielo lo quehizo en la tierra. ¡Qué gran motivo para alabar a Dios, hermanos míos,y agradecerle incesantemente esta gracia!
Otro motivo que tenemos para dedicarnos a ello por completo, es lanecesidad. Ya sabéis muy bien cuánta es, conocéis la ignorancia delpobre pueblo, una ignorancia casi increíble, y ya sabéis que no haysalvación para las personas que ignoran las verdades cristianas necesarias, pues según el parecer de san Agustín, de santo Tomás y deotros autores, una persona que no sabe lo que es el Padre, el Hijo y elEspíritu Santo, ni la Encarnación ni los demás misterios, no puedesalvarse. Efectivamente, ¿cómo puede creer, esperar y amar un almaque no conoce a Dios ni sabe lo que Dios ha hecho por su amor? ¿Ycómo podrá salvarse sin fe, sin esperanza y sin amor? Pues bien, Dios,viendo esta necesidad y las calamidades que, por culpa de los tiempos, ocurren por negligencia de los pastores y por el nacimiento de lasherejías, que han causado un grave daño a la Iglesia, ha querido, por su gran misericordia, poner remedio a esto por medio de los misioneros, enviándolos para poner a esas pobres gentes en disposiciónde salvarse».59
Conclusión
Quiero terminar con tres conclusiones para su reflexión:
- Ofrecer en la formación de los nuestros un conocimiento teórico y práctico de las misiones. Es decir, introducir en el currículo teológico el estudio de esta importante materia para un futuro misionero vicentino. Asimismo, ofrecer, de acuerdo a la etapa de formación, experiencias de misión a corto y mediano plazo, sea a nivel nacional o interprovincial. Ello permite rescatar un valor que en otros tiempos se insistía: somos una Congregación misionera a nivel internacional. Ello nos educa en la itinerancia y en la disponibilidad.
- Ante los nuevos desafíos misioneros ser hombres de Dios, abiertos a la acción de Dios a través de la limitación de nuestras personas. La obra de salvación y liberación es de Dios no de los hombres. Reflexionar y orar los nuevos desafíos que, para nosotros, son los «nuevos signos de los tiempos», por medio de los cuales nos habla el Dios de los pobres.
- Seamos hombres y mujeres decididos a vivir nuestra vocación misionera sin complejos ni temores. Alimentemos y renovemos continuamente nuestra vocación misionera. Vivamos nuestra vocación como una continuación de la vocación de Jesucristo. Nuestra única fuerza se encuentra en Dios, nuestra energía es la luz y el fuego que viene de Dios, dejémonos abrazar por ese fuego y transmitamos ese fuego, ese amor, a los demás a favor de los más pobres de nuestro tiempo.
Los vicentinos tenemos razón de ser en la Iglesia y en el mundo en razón de la misión… es el mejor servicio que podemos ofrecer. El Santo Padre, Benedicto XVI, nos dice en su mensaje del DOMUN de este año: «El compromiso misionero sigue siendo el primer servicio quela Iglesia debe prestar a la humanidad de hoy, para orientar y evangelizar los cambios culturales, sociales y éticos; para ofrecer la salvaciónde Cristo al hombre de nuestro tiempo, en muchas partes del mundohumillado y oprimido a causa de pobrezas endémicas, de violencia, denegación sistemática de derechos humanos»; y, cómo el compromiso misionero es un signo de la madurez de las comunidades: «Todacomunidad cristiana nace misionera, y el amor de los creyentes a suSeñor se mide precisamente según su compromiso evangelizador.
Podríamos decir que, para los fieles, no se trata simplemente de colaborar en la actividad de evangelización, sino de sentirse ellos mismosprotagonistas y corresponsables de la misión de la Iglesia. Esta corresponsabilidad conlleva que crezca la comunión entre las comunidades yse incremente la ayuda mutua, tanto en lo que atañe al personal (sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos voluntarios), como en la utilizaciónde los medios hoy necesarios para evangelizar» 61.
San Vicente sigue animando a sus misioneros a entregarse a esta bella tarea como lo hacía en la repetición de oración del 17 de junio de 1657: «Es menester que nos pongamos totalmente al servicio de Diosy al servicio de la gente; hemos de entregarnos a Dios para esto, consumirnos por esto, dar nuestras vidas por esto, despojarnos, por asídecirlo, para revestirnos de nuevo; al menos, querer estar en esta disposición si aún no estamos en ella; estar dispuestos y preparados parair y para marchar adonde Dios quiera, bien sea a las Indias o a otraparte; en una palabra, exponernos voluntariamente en el servicio delprójimo, para dilatar el imperio de Jesucristo en las almas»62.
La Congregación de la Misión está llamada a ser continuadora de la misión de Jesucristo a los pobres. En cada misionero vicentino se concretiza el carisma vicentino. Pidamos, humildemente, que Dios nos conceda entrega, alegría y fidelidad en este santo propósito: ser auténticos vicentinos de los tiempos modernos.
- Cf. TEXEIRA ANTONIO, «Tras los pasos de Francisco Javier», en MisionerosTercer Milenio, octubre 2006, 28-3; FERNANDEZ MENDOZA IGNACIO, San Franciscode Javier comentado por San Vicente de Paúl y los primeros misioneros de laCM, en Anales 6 (2004), 555-562.
- Cf. «IV centenario de la muerte de santo Toribio de Mogrovejo», L’Osservatore Roma (en lengua española), 28 abril – 4 mayo 2006.
- Cf. SANTOS ÁNGEL, La misionología como ciencia. Sus orígenes, 37-38, en OBRAS MISIONERAS PONTIFICIAS DE ESPAÑA, La Misionología hoy, Verbo Divino, 1987.
- Ibid., 38.
- Ibid., 38-39.
- Ibid., 44.
- Ibid., 44-45.
- Cf. ESQUEDA BIFFET JUAN, Teología de la evangelización. Curso de misionología, 36-37.
- Cf. GIBELLINI ROSINO, La teología del siglo XX, Sal Terrae, 1988, 177-270.
- PIO XII, Carta encíclica Divino Afflante Spiritu sobre los estudios de la Sagrada Escritura, 30 septiembre 1943.
- PABLO VI, Carta encíclica Eclesiam suam, del 6 de agosto de 1969. De ahora en adelante se citará EccS.
- Cf. ESQUEDA BIFFET JUAN, o.c., 62.
- BENEDICTO XV, Carta apostólica Maximu illud, propagación de la fe, 1 de noviembre de 1919.
- PIO XI, Encíclica Rerum ecclesiae, sobre la acción misionera, 28 de febrero de 1926.
- ESQUEDA BIFFET JUAN, o.c., 63.
- PIO XII, Encíclica Evangelii praecones, sobre el modo de promover la obra misional, 2 junio 1951.
- PIO XII, Carta encíclica Fidei Donum sobre las misiones, especialmente en África, del 21 de abril de 1957.
- Cf. DE UNCITI MANUEL, Balance de una Encíclica innovadora, en Misioneros Tercer Milenio, junio 2007, 14-17.
- JUAN XXIII, Exhortación Princeps Pastorum, sobre el apostolado misionero, 28 noviembre 1959.
- JUAN XXIII, Carta encíclica Mater et Magistra sobre el reciente desarrollo de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana, 15 mayo 1961.
- JUAN XXIII, Carta encíclica Pacem in terris sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad, 11 abril 1963.
- Cf. ESQUEDA BIFFET JUAN, o.c., 63-66.
- VATICANO II, Decreto Ad Gentes sobre la actividad misionera en la Iglesia, 7 diciembre 1965. De ahora en adelante se citará AG.
- VATICANO II, Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia, 21 noviembre 1964. De ahora en adelante se citará LG.
- VATICANO II, Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la Sagrada Liturgia, 18 noviembre 1965. De ahora en adelante se citará DV.
- VATICANO II, Constitución Sacrosanctum concilium sobre la Sagrada Escritura, 4 diciembre 1963. De ahora en adelante se citará SC.
- VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia del mundo actual, 7 diciembre 1965. De ahora en adelante se citará GS.
- Cf. Informe. A 40 años del decreto Ad gentes y 15 de la Retemptoris missio. La vigencia de la misión, en Misioneros Tercer Milenio, febrero 2006, 28-33.
- PABLO VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, del 8 de diciembre de 1975. De ahora en adelante se citará EN.
- JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptoris Missio sobre la Misión del Redentor, del 7 de diciembre de 1990. De ahora en adelante se citara RM.
- Editorial de Misioneros de Tercer Milenio, abril 2005.
- CELAM, V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Documento conclusivo, 13-31 de mayo de 2007, Aparecida, Brasil
- Los grandes ejes o temas transversales del Documento de Aparecida son: la Vida en abundancia en un mundo bueno, aunque globalizado y excluyendo; los discípulos misioneros de Jesucristo; los discípulos misioneros en la Iglesia, sacramento del Reino; la Iglesia, animada por el Espíritu, comunidad de pequeñas comunidades; los discípulos misioneros en una Iglesia inserta en el mundo; el anuncio del evangelio en un mundo predominantemente urbano. Cf. BRIGHENTI AGENOR, Criterios para la lectura del Documento de Aparecida (I),en Adital, 24 de septiembre de 2007, www.adital.org.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=29230
- Ibidem.
- Sobre estos avatares de la misionología postconciliar se puede ver: MÜLLER KARL, Misionología: una introducción, en KAROTEMPREL SEBASTIÁN, Seguir a Cristo en la misión. Manual de misionología, 15-16. Además de analizar los cuestionamientos a la misión y a la misionología, examina la Redemptoris Missio como una respuesta clarificadora a dudas y posturas erróneas.
- VATICANO II, Declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, 28 octubre 1965. Se ahora en adelante se citará NA.
- Cf. SÁNCHEZ MAYO JOSÉ MARÍA, «El fundamentalismo», en Nuevos paradigmas y vicencianismo. XXXI Semana de estudios vicencianos, CEME, 2006, 373-389.
- Cf. GONZALEZ-SANTABARBARA LUIS, «Inculturación y fe cristiana», en Nuevos paradigmas y vicencianismo. XXXI Semana de estudios vicencianos, CEME, 2006, 43-66.
- Cf. MÜLLER KARL, o.c., 9-20.
- Sobre los retos vivos y candentes a que se enfrentan los misioneros hoy, resultan significativas las declaraciones de muchos de ellos en Informe.A los 40 años del decreto Ad gentes y 15 de la Redemptoris missio. La vigenciade la misión, en Misioneros Tercer Milenio, febrero 2006, 28-33.
- BENEDICTO XVI, Carta encíclica Deus Caritas est, del 25 de diciembre de 2005. De ahora en adelante se citará como DCE.
- Cf. MOTTO ANDRÉS, La práctica del amor y el carisma vicentino, en Vincentiana (2006), 42-59; GUERRA GIUSEPPE, San Vicente y Santa Luisa en la Encíclica «Deus Caritas est «, en Vincentiana (2006), 106-110.
- Es recomendable leer: BURGOS IGNACIO, San Vicente y los pobres de sutiempo, y CHRISTOPHE PAUL, Para leer la historia de la pobreza, 117-157.
- SV XI, 291-292; ES XI, 190-191.
- SV XII, 263; ES XI, 554.
- SV XI, 402; ES XI, 281.
- SV XII, 51; ES XI, 362.
- «Hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús a que viváis como conviene que vivías para agradar a Dios, según aprendísteis de nosotros, y a que progreséis más… Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poner su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Que nadie falte a su hermano ni se aproveche de él en este punto, pues el Señor se vengará de todo esto, como os lo dijimos y lo atestiguamos, pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Así, pues, el que esto desprecia, no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os hace el don del Espíritu Santo» (1 Tes 4,1-8).
- SV XIII, 811-812; ES X, 954-955.
- Cf. DODIN ANDRÉ, Entretiens spirituels de Saint Vincent de Paul, Éditions du Seuil, Paris, 1960, 895; ES XI, 725.
- DODIN ANDRÉ, op. cit., 497-497; ES XI, 388.
- SV VII, 98; ES VII, 90.
- DODIN ANDRÉ, op. cit., 905-906; ES XI, 733-734.
- DODIN ANDRÉ, op. cit., 369-370; ES XI, 285-286.
- DODIN ANDRÉ, op. cit., 509-510; ES XI, 398.
- DODIN ANDRÉ, op. cit., 859; ES XI, 697.
- DODIN ANDRÉ, op. cit., 910; ES XI, 736.
- DODIN ANDRÉ, op. cit., 682; ES XI, 554.
- DODIN ANDRÉ, op. cit., 496; ES XI, 387-388.