La fundación de san Lázaro (II)

Mitxel OlabuénagaEn tiempos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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  1. DONACIÓN DE SAN LÁZARO A SAN VICENTE

El único que podía dar el Priorato de San Lázaro a san Vicen­te y a la Congregación de la Misión era el arzobispo de París, don Juan Francisco de Gondi. Pero este hecho, aunque es cono­cido por algunos autores vicencianos, no ha sido valorado sufi­cientemente, como veremos.

San Vicente conocía todo el asunto perfectamente, a juzgar por las cartas que escribió al P. Du Coudray a Roma. Pero era tan cuidadoso en este y en otros muchos asuntos, que quería tener todo atado y bien atado. San Vicente no hace valoración alguna de por qué el arzobispo de París le concede el Priorato de San Lázaro, y atribuye la autoría de la donación a Adrián Lebon.

Abelly menciona el asunto de la unión del Priorato a lo Con­gregación en el libro primero de su obra, y se inclina a considerar la unión de San Lázaro a la CM como algo sin posible explicación humana, con lo cual, lógicamente no puedo estar de acuerdo.

El P. Román dedica a este tema el capítulo XVI de su libro, titulado «la lucha por la consolidación económica». Como siem­pre, tengo que rendir homenaje a mi querido profesor y a su agu­deza para examinar los problemas. A pesar de todo, pienso que el P. Román olvida que el arzobispo de París era de la familia «de Gondi», y que san Vicente era un Gondi. Por lo tanto, a la hora de pensar en la unión de San Lázaro a la Congregación, el agente principal no es Adrian Lebon, sino el arzobispo de París, por más que la mano de hierro del arzobispo se oculte en el guan­te de terciopelo de actores segundos.

El P. Jaime Corera, gran lector y buen escritor, conoce per­fectamente la historia interna de los hechos, incluso la dependen­cia jurídica del arzobispo de París, pero monta el relato sobre Duval y Adrian Lebon como protagonistas cuando no pueden ser otra cosa que actores secundarios.

Con relación al P. Pedro Coste, debo comenzar por recono­cer su enorme esfuerzo, su sabiduría archivista, sus profundos conocimientos, y su inmejorable puesta en escena de los prota­gonistas. Señala como actores principales a Adrian Lebon y a Andrés Duval; cita párrafos del contrato de unión, en los que se señala que la lepra del cuerpo había dejado de existir, pero había que combatir con las misiones la lepra del alma. Sin embargo, una vez más, me parece que el P. Coste no hace notar con clari­dad que quien movía los hilos era la familia Gondi, y el arzobis­po de París. Cualquier otra opinión, salva la reverencia, corre peligro de ser calificada, desde el punto de vista histórico, de his­torieta.

  1. LAS HIJAS DE LA CARIDAD Y SAN LÁZARO

De la misma manera que santa Luisa había tenido buen cui­dado de escoger una casa lo suficientemente cerca de su Direc­tor mientras san Vicente vivía en Buenos Hijos, cuando san Vicente se trasladó a San Lázaro, santa Luisa estuvo buscando una casa cercana a donde vivía san Vicente, capaz y amplia, para formar a sus hijas en el servicio a Cristo en los pobres.

Estuvieron un tiempo viviendo en La Chapelle, y luego, des­pués de una cuidadosa búsqueda, santa Luisa instaló la Casa Madre de las Hermanas justo en frente de San Lázaro, a partir de 1637. En un estudio sobre la casa de San Lázaro, no deberían fal­tar unas consideraciones sobre la bondad del hecho de que dos Compañías llamadas por el Señor a seguirle en la evangelización y servicio a la propia persona de Cristo en los pobres, hayan decidido, a lo largo de su historia, vivir cercanas la una de la otra, salvando siempre las elementales normas de prudencia. No habría sitio para desarrollar un tema de este calibre en este estu­dio, y lo dejaremos en el tintero para una nueva ocasión.

  1. LOS MISIONEROS EN SAN LÁZARO DESDE SAN VICENTE HASTA LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Una vez que san Vicente tomó posesión de San Lázaro, el priorato comenzó a renovarse. Según el P. Parrang, se repararon los grandes edificios a la espera de construir otros nuevos, más convenientes a la numerosa comunidad que había llegado, y a las diversas actividades que comenzaban a desarrollarse: casa Cen­tral de la Congregación de la Misión y residencia ordinaria del Superior General; lugar de reunión del Clero de París; grupo de edificios dedicados exclusivamente a los Ordenandos, que esta­ba separado de los edificios de la gran Comunidad por una verja de hierro y que había sido construido por el mismo san Vicente; el refectorio, que era grande y de gran claridad como para reci­bir a las doscientas personas que comían todos los días (resalta­ban la limpieza y el silencio, y se podía ver a san Vicente, al fondo, flanqueado por dos pobres, generalmente provenientes del Asilo del Nombre de Jesús); la capilla; un gran salón donde había una gran colección de retratos de Papas, Cardenales, Obis­pos, Abades todos relacionados con San Lázaro y la mayor parte de ellos bienhechores del priorato; la farmacia; y finalmente, la biblioteca, que a la llegada de la Revolución Francesa contaba con unos 20.000 volúmenes, muchos de los cuales fueron lleva­dos a la Biblioteca Mazarino. Sitio aparte ocupaban los locales dedicados a alojar a minusválidos, y también los dedicados a corregir la conducta impropia de algunas personas de las clases media y alta (Prisión de San Lázaro).

Es importante señalar que el espacio cercado de San Lázaro tenía unas 33 hectáreas, es decir, unos 33 campos de fútbol. Las cosechas eran abundantes: grano, fruta, animales de granja, vino… Además, San Lázaro era dueña de otras propiedades en París y en los alrededores: Argenteuil, Belle-ville, Le Bourget, La Chapelle, Cornéille, Drancy, Gonesse, Chelles, Lagny, Marly, Rougemont, Sevran, y casi todo el pueblo de La Villette. Creo que no se ha valorado suficiente que la puesta en marcha de esta inmensa máquina de riqueza a favor de los pobres de su tiempo se debe a partes iguales al genio organizador de san Vicente y al hecho de contar con algunos Hermanos que hoy se llamarían expertos o técnicos en agricultura. Estos Hermanos fueron corazones libres y trabajadores, atrapados por la llamada de Cristo a quien servían en los pobres a través de su trabajo en la agricultura y la ganadería, en el convencimiento de merecer cada día las palabras del Señor: «Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer».

Las Misiones

El fin de la Congregación es seguir a Cristo evangelizador de los pobres, sobre todo de los campesinos. Los Misioneros de París, antes y después de 1632, se ocuparon concienzudamente de este fin, no solo en las tierras de los Gondi, que fueron dismi­nuyendo con el tiempo, sino en toda la diócesis de París. En vida de san Vicente se calcula que se dieron más de setecientas misio­nes, algunas de ellas dadas por el mismo san Vicente. A partir de 1645, los Misioneros fueron también a misionar «ad gentes».

Los Ejercicios Espirituales

Se calcula que, además de los retiros de los Ordenandos que san Vicente debía cumplir puesto que era parte del contrato de unión de San Lázaro a la Congregación, San Lázaro estaba abier­to para los eclesiásticos o laicos que querían hacer unos días de Ejercicios Espirituales. Se calcula que en vida de san Vicente los hicieron en San Lázaro unos 20.000 hombres.

Las Conferencias de los martes

Comenzaron en 1633 como un medio de conservar y acrecen­tar el fruto de los Ejercicios Espirituales a los Ordenandos. Sólo podían pertenecer a ellas los sacerdotes seculares que no pertenecieran a otra asociación. San Vicente era el presidente, por fundación, y quiso que la Congregación y las Conferencias sin­tieran y actuaran como una sola asociación. Se reunían en San Lázaro o en Buenos Hijos, y dieron muchas Misiones al pueblo, de modo especial en las ciudades donde los sacerdotes de la Misión no lo hacían. Se propagaron por toda Francia, y duraron hasta la Revolución Francesa. Las Conferencias de los martes fueron tan concurridas que para aceptar a todos los sacerdotes demandantes se crearon las Conferencias de los jueves.

La formación del Clero en los Seminarios

A la hora de comprender la casa de San Lázaro hay que pen­sar en los jóvenes Misioneros que se preparaban para ser profe­sores de los Seminarios de Francia. Como dice Coste27, «los sacerdotes, tanto los mayores como los nuevos, se reunían para escuchar lecciones de teología moral, Sagrada Escritura, predi­cación, catecismo, administración de sacramentos, y para resol­ver casos de conciencia». En realidad, san Vicente preparaba lo que los Obispos pedían para sus seminarios. Sin embargo, san Vicente se dejó tentar por los seminarios conciliares de Trento, y edificó, el final del recinto de San Lázaro, en el lado del cami­no hacia san Dionisio, el seminario de san Carlos (dedicado a san Carlos Borromeo). No tuvo mucho éxito con él y lo dedicó a los misioneros convalecientes, y a alojar a algunos prelados.

La ayuda al pobre

Las enormes posibilidades económicas de San Lázaro hicie­ron posible que mientras perteneció a la Congregación, se ayu­dara constantemente a los pobres. En la casa de San Lázaro se distribuía a menudo pan y sopa. Igualmente se ayudaba a los pobres a través de las Damas de la Caridad, sobre todo en tiem­po de hambre mediante la distribución de trigo.

La prisión de San Lázaro

San Vicente se la encontró y la conservó. Esta prisión era como un correccional, donde las buenas familias llevaban a los hijos que tenían enfermedades relacionadas con minusvalías de tipo psíquico, o sencillamente hijos que necesitaban ser corregi­dos severamente de sus malas costumbres. En el tiempo de la Revolución, 1789, se encontraban unos 24 detenidos: 20 por causa de la locura, y cuatro por mala conducta.

CEME

Juan Díaz Catalán

 

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