La formación seminarística en tiempos de san Vicente y según san Vicente (VI)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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  1. LA FORMACIÓN DE LOS SACERDOTES SEGÚN SAN VICENTE DE PAÚL
  2. LA FORMACIÓN DE LOS SACERDOTES Y EL FIN DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN

Cuando el 17 de abril de 1625 los señores de Gondi y Vicen­te de Paúl firman el Contrato de fundación de la Congregación de la Misión, están pensando en «eclesiásticos que se dedicarán por entero y exclusivamente a la salvación del pueblo pobre, yendo de aldea en aldea… predicando, instruyendo, exhortando y catequizando …».

Esta finalidad se va clarificando y profundizando en los años siguientes, de modo que la Bula «Salvatoris Nostri» del Papa Urbano VIII, por la que se aprueba la Congregación de la Misión (con fecha de 12 de enero de 1633), define:

El fin principal y el objetivo especial de esta congregación y de sus miembros ha de ser, con la ayuda de Dios, buscar junto con su propia salvación la de las almas que residen en los pueblos, aldeas, tierras y lugares más humildes. Pero en las ciudades donde hay arzobispo, obispo, concejo o bailí, los clérigos y sacerdotes de esta congregación no desempeñarán públicamente ninguna de las funciones de su insti­tuto, aunque privadamente habrán de instruir a los que hayan de ser promovidos a las sagradas órdenes, procurando que hagan ejercicios espirituales y confesión general…

Vicente de Paúl explicará en diversas ocasiones que la dedi­cación a las misiones y a la formación de los eclesiásticos for­man parte de la única Misión de la Congregación. Escribe al obispo de Périgueux, el 20 de julio de 1636:

Sabemos por experiencia que los frutos de las misiones son muy gran­des, ya que las necesidades de las pobres gentes campesinas son extre­mas; pero, como sus espíritus son rudos y mal cultivados de ordinario, fácilmente se olvidan de los conocimientos que se les han dado y de las buenas resoluciones que han tomado, si no tienen buenos pastores que los mantengan en la buena situación en que se les ha puesto. Por eso, procuramos también contribuir a la formación de buenos eclesiásticos por medio de los ejercicios de ordenandos y de los seminarios, no ya para abandonar las misiones, sino para conservar los frutos que se con­siguen por ellas.

En carta al P. Portail del 14 de febrero de 1648 expresa san Vicente que «… nuestro instituto no tiene más que dos fines principales, esto es, la instrucción de la pobre gente del campo y los seminarios».

Es Dios quien llamó a la Congregación de la Misión para que se ocupara de las Misiones y es el mismo Dios quien le ha con­fiado la formación de los eclesiásticos. Dirigiéndose a los misio­neros en septiembre de 1655, exclamaba Vicente de Paúl:

¡Ay, padres! ¿qué podemos hacer? Dios nos ha confiado a nosotros esta gracia tan grande de contribuir a la restauración del estado eclesiástico.

Dios no se ha dirigido para esto a los doctores ni a tantas comunidades llenas de ciencia y santidad, sino que se ha dirigido a una miserable, ruin y humilde compañía, la última y la más indigna de todas. ¿Qué es lo que Dios ha visto en nosotros para tan gran tarea? ¿Dónde están nuestros títulos? ¿Dónde las acciones ilustres y brillantes que hemos hecho? ¿Dónde esa capacidad? No hay nada de todo eso; ha sido a unos pobres idiotas a los que Dios, por pura voluntad suya, se ha dirigido para intentar una vez más reparar las brechas del reino de su Hijo y del estado eclesiástico. Padres, conservemos bien esta gracia que Dios nos ha hecho, por encima de tantas personas doctas y santas que la merecían mejor que nosotros; pues, si llegamos a hacerla inútil con nuestra negli­gencia, Dios nos la retirará para dársela a otros y castigarnos por nues­tra infidelidad.

Y, al comentar el fin de la Congregación de la Misión, en la explicación de las Reglas Comunes ofrecida el 6 de diciembre de 1658, declara:

Al principio, no pensábamos ni mucho menos en servir a los eclesiásti­cos; sólo pensábamos en nosotros y en los pobres. ¿Cómo empezó el Hijo de Dios? Se ocultaba, parecía que pensaba sólo en sí mismo, oraba a Dios y sólo hacía acciones particulares; no aparentaba nada más, hasta que empezó a anunciar el evangelio de los pobres; luego, con el tiempo, eligió a los apóstoles, se esforzó en instruirlos, amonestarlos y formarlos, y finalmente los animó de su espíritu, no sólo para ellos, sino para todos los pueblos de la tierra; les enseñó además todas las máximas para hacer sacerdotes, para administrar los sacramentos y cumplir con su ministerio. Sería demasiado largo entrar en detalles. Del mismo modo, al comienzo, la compañía sólo se ocupaba de sí misma y de los pobres; durante cier­tas estaciones, se retiraba a sus casas particulares; durante otras, iba a enseñar a los pobres del campo. Dios permitió que en nosotros sólo se viera esto; pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos, nos llamó para que contribuyéramos a formar buenos sacerdotes, a dar buenos pastores a las parroquias y a enseñarles lo que tienen que saber y practicar. ¡Qué tarea tan importante! ¡qué sublime! ¡cuán por encima de nosotros! ¿Quién había pensado jamás en los ejercicios de los ordenandos y en los seminarios? Nunca se nos hubiera ocurrido esta empresa si Dios no nos hubiera demostrado que era su voluntad emplearnos en ella.

El ministerio de la formación de los sacerdotes es tan impor­tante como el de las misiones. Los misioneros deben aplicarse igualmente a uno y a otro. Así se expresa en su correspondencia con los misioneros:

Doy gracias a Dios de que el padre Langlois se haya hecho cargo del seminario. Espero que esa buena obra, en vez de hundirse, irá cada vez mejor. No debe usted olvidarla para atender únicamente a las misiones; las dos obras son igualmente importantes y usted tiene la misma obli­gación con una que con otra; me refiero a toda la familia, que ha sido fundada para las dos. Le ruego, padre, que las miren con el mismo cari­ño y que coopere al progreso del seminario con su director, lo mismo que a la continuación de las misiones a pesar de la poca ayuda que tiene.

¿No sabe usted, padre, que estamos obligados a formar bue­nos eclesiásticos lo mismo que a instruir a los pueblos del campo, y que un sacerdote de la Misión que quisiera hacer una de esas cosas y no la otra no sería misionero más que a medias, ya que ha sido enviado para las dos?

  1. LAS DIMENSIONES DE LA FORMACIÓN SACERDOTAL

Desde el convencimiento de que la formación de los sacerdo­tes forma parte del fin de la Congregación de la Misión, san Vicente de Paúl irá exponiendo en sus conferencias, repeticiones de oración y correspondencia, cómo entiende la formación que los misioneros deben procurar a los eclesiásticos. Esta formación será fundamentalmente espiritual y práctica o pastoral, acom­pañada de la ciencia «competente».

2.1. Formación espiritual

La dimensión espiritual es la primera dimensión a atender en la formación de los sacerdotes. San Vicente habla de «llevar­los a la vida interior», de «formarlos en la piedad sólida y en la devoción»; de «… instruir a los eclesiásticos, no solamente en las ciencias, para que las sepan, sino en las virtudes para que las practiquen. ¿De qué sirve enseñarles las unas sin las otras? Nada o casi nada. Necesitan capacidad y una buena vida; sin ésta, aquella es inútil y peligrosa. Tenemos que llevarlos igual­mente a las dos; eso es lo que Dios pide de nosotros»

La carta escrita por Vicente de Paúl al P. Get el 13 de junio de 1659 resume bien su pensamiento:

La finalidad principal que debe buscar en la educación de los eclesiásti­cos es formarles en la vida interior, en la oración, en el recogimiento y en la unión con Dios, sobre todo porque los espíritus de ese país están natu­ralmente abiertos a la disipación. Le costará trabajo conseguirlo, pero la gracia de Dios y sus ejemplos le ayudarán mucho. No se trata de la obra de un día, sino de la de muchos años; y tampoco se trata de una empre­sa que tenga éxito con toda clase de personas, aunque todos se podrán aprovechar más o menos y algunos conseguirán hacerse más espirituales y llegar a ser maestros en la virtud, para enseñar luego su práctica en los sitios adonde vayan. Quizás le toque también sufrir por lo temporal, pero paciencia; los comienzos son siempre difíciles en las obras de importan­cia. De esa manera podrá honrar usted aquella incertidumbre en los medios para subsistir que padeció Nuestro Señor y en la que quiso que permanecieran los apóstoles en la fundación de la iglesia.

Notemos, de paso, que san Vicente es consciente de la nece­sidad de tiempo para que los seminaristas avancen en la piedad sólida, «mucha mansedumbre y paciencia».

¿Podemos afirmar, entonces, que a san Vicente de Paúl no le interesaba demasiado la formación académica o intelectual de los seminaristas? Ni mucho menos. La insistencia de san Vicen­te en la formación espiritual, en la devoción y las virtudes sóli­das no podemos entenderla como infravaloración de la ciencia. En la repetición de la oración, al comenzar el Curso, en 1643, expone con precisión su planteamiento:

El día que comenzaron las clases, en la repetición de la oración, el padre Vicente aprovechó la ocasión para encomendar a los estudiantes a las oraciones de la compañía, diciendo que, si algo había recomenda­do con insistencia alguna vez, había sido esto; y señaló las razones, diciendo que, aunque todos los sacerdotes estén obligados a ser sabios, nosotros estamos especialmente obligados a ello, en virtud de los ejer­cicios y ocupaciones que nos ha dado la divina providencia, como son los ordenandos, la dirección de los seminarios eclesiásticos y las misio­nes, aun cuando demuestre la experiencia que los que obtienen más éxito son los que hablan con mayor familiaridad y sencillez popular… Y añadió además que los que eran sabios y humildes formaban el teso­ro de la compañía, lo mismo que los buenos y piadosos doctores son el mejor tesoro de la iglesia.

… Aquí refirió el ejemplo de una comunidad de las más florecientes en la iglesia de Dios, que se deshizo en menos de seis años por culpa de ese espíritu de saber y de acumular ciencia sobre ciencia, que se intro­dujo en ella y produjo un enorme desorden.

A continuación añadió algunos medios para estudiar como es debido:

  • Estudiar sobriamente, queriendo saber sólo las cosas que nos con­ciernen según nuestra condición.
  • Estudiar humildemente, esto es, sin querer que se sepa ni que se diga que somos sabios; no querer estar por encima de los demás, sino ceder a todo el mundo. ¡Ay, padres! nos dijo, ¡quién nos diera esa humildad, que es la que nos sostendrá! ¡Qué difícil es encontrar a un hombre que sea a la vez muy sabio y muy humilde! …
  1. Hay que estudiar de forma que el amor corresponda con el conoci­miento…

Y concluyó de este modo: «Se necesita la ciencia, hermanos míos, ¡y ay de los que no emplean bien el tiempo! Pero tengamos miedo, her­manos míos, tengamos miedo y hasta temblemos y temblemos mil veces más de lo que podría deciros; porque los que tienen talento tie­nen mucho que temer: scientia inflat; y los que no lo tienen, todavía es peor, si no se humillan».

CEME

Corpus Juan Delgado

 

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